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Authors: Henning Mankell

Tags: #Policíaco

Cortafuegos (57 page)

BOOK: Cortafuegos
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Se dieron la mano a modo de despedida.

—Ha sido un placer conocerte —afirmó ella.

—Sí, lo mismo digo —replicó Wallander.

La vio desaparecer tras una de las esquinas del hotel, antes de encaminarse hacia su coche y partir rumbo a Ystad. Por el camino, se detuvo para buscar en la guantera una de sus cintas. Encontró una de Jussi Bjórling, cuya voz inundó el interior del vehículo durante el trayecto. Cuando pasó la salida hacia Stiamsund, donde Sten Widén tenía su finca, pensó que el sentimiento de envidia que antes le inspiraba la situación de su amigo no era, ya, tan intenso.

Eran las doce y media cuando aparcó el coche. Ya en el apartamento, se sentó en el sofá embargado de una alegría que hacía años no experimentaba. La última vez, se decía, debió de ser cuando adivinó que sus sentimientos por Baiba eran correspondidos.

Al final, ya en la cama, se durmió sin detenerse a pensar en la investigación ni un segundo.

Por primera vez en mucho tiempo, aquello podía esperar.

La mañana del viernes, Wallander llegó a la comisaría desplegando una energía arrolladora. Lo primero que hizo fue retirar la vigilancia de la calle de Apelbergsgatan, aunque no así la de la plaza de Runnerstróms Torg. Fue después al despacho de Martinson, que estaba vacío, al igual que el de Hanson, que tampoco había llegado. A Ann-Britt, sin embargo, sí que la vio por el pasillo. Hacía mucho tiempo que no la vela tan cansada e irritable, por lo que pensó que debería decirle algo para animarla; pero no se le ocurrió nada que pudiese sonar lo suficientemente espontáneo.

—La agenda que se supone que Sonja Hokberg llevaba en el bolso, ¿recuerdas? Pues no aparece por ninguna parte —lo informó la agente.

—Pero ¿podemos estar seguros de que tuviese una agenda?

—Eva Persson lo confirmó. Según ella, solía llevar en el bolso una agenda de color azul marino sujeta con una goma.

—Bien, en ese caso, podemos dar por supuesto que quien la mató y arrojó su bolso se llevó antes la agenda.

—Sí, es lo más probable.

—La cuestión es qué números de teléfono tendría anotados, qué nombres…

Ella se encogió de hombros. Wallander la observó con detenimiento.

—Oye, ¿estás bien?

—Tan bien como pueda estar… A menudo, estamos mucho peor de lo que merecemos —repuso ella.

Dicho esto, se fue a su despacho y cerró la puerta tras de sí. Wallander vaciló un instante. Pero, finalmente, se acercó, tocó a su puerta y entró al oír su respuesta.

—Tenemos algún otro tema pendiente —aseguró él.

—Lo sé. Lo siento.

—¿Por qué? Como tú bien has dicho, suele irnos peor de lo que merecemos.

Wallander tomó asiento. Reinaba allí, como de costumbre, un perfecto orden.

—Tenemos que aclarar lo de la violación —le advirtió Wallander—. Además, aún no he hablado con la madre de Sonja Hókberg.

—Es una mujer algo complicada —observó Ann-Britt—. Claro que siente la muerte de su hija, pero, al mismo tiempo, tengo la sensación de que le tenía miedo.

—¿Por qué crees eso?

—No sé, es sólo una impresión. No puedo explicártelo.

—¿Y su hermano Erik?

—Emíl, no Erik. Parece tener un carácter sólido pero está muy afectado.

—Ya. Bueno, yo tengo una reunión con Viktorsson a las ocho y media —prosiguió Wallander—. Y luego había pensado ir a ver a la familia Hókberg. Supongo que la madre habrá vuelto ya de Hoór, ¿no?

—Sí, están organizando el funeral. ¡Todo esto es tan desagradable!

Wallander se puso en pie.

—Si necesitas hablar…, no tienes más que decirlo, ¿vale?

Ella negó con un gesto.

—No, gracias. Ahora no.

Ya en la puerta, el inspector se dio media vuelta y añadió:

—¿Tienes idea de lo que sucederá con Eva Persson?

—No, no lo sé.

—Aunque, al final, Sonja Hókberg aparezca como culpable, la vida de esa chica quedará marcada y destrozada para siempre.

Ann-Britt pareció dudar.

—No sé hasta qué punto… Eva Persson parece pertenecer a esa clase de personas a las que todo les resbala. Y la verdad, no me explico cómo puede haber personas así.

Wallander consideró su observación en silencio. Tal vez llegase a comprender más tarde lo que ahora escapaba a su entendimiento…

—Por cierto ¿has visto a Martinson?

—Si, lo vi esta mañana, cuando llegue.

—Pues no estaba en su despacho.

—Ya, iba al despacho de Lisa.

—¿Sí? ¡Pero si ella no suele venir tan temprano!

—Por lo visto, tenían una reunión.

Algo en su tono de voz dejó a Wallander en suspenso. Ella lo observó vacilante y, al final, le hizo señas de que entrase de nuevo y cerrase la puerta.

—¿Qué clase de reunión?

—De verdad que a veces me sorprendes —confesó ella—. A ti no se te escapa nada, todo lo ves y lo oyes. Y eres un buen policía que sabe motivar a sus colegas. Y, sin embargo, al mismo tiempo parece que no te das cuenta de nada.

Wallander notó que se le hacía un nudo en el estómago. Pero no hizo ningún comentario, sino que aguardó a que ella continuase.

—Tú siempre hablas bien de Martinson y él sabe seguir tu ejemplo. Además, trabajáis muy bien juntos.

—Sí, me preocupa que se harte y presente la dimisión.

—No lo hará.

—Pues es lo que siempre me dice a mí. Y, como ya sabes, es muy buen policía.

Ella lo miró fijamente a los ojos.

—Yo no debería decirte esto, pero lo haré de todos modos: creo que confías demasiado en él.

—¿Qué quieres decir?

—Ni más ni menos, que se mueve a tus espaldas. ¿Qué crees que está haciendo en el despacho de Lisa? Están hablando de que tal vez haya llegado el momento de introducir ciertos cambios en esta casa; unos cambios que te afectarán a ti y que prepararán el camino para Martinson.

A Wallander le costaba creer lo que acababa de oír.

—¿Y cómo, exactamente, se mueve Martinson a mis espaldas?

Ella arrojó airada el abrecartas sobre la mesa.

—Si he de ser sincera, a mí me ha llevado bastante tiempo descubrirlo. Pero ahora sé que Martinson es un intrigante, es avieso y muy habilidoso. Y se dedica a quejarse ante Lisa de lo mal que estás llevando esta investigación.

—¿Pero, qué dice, que no me ocupo del caso?

—No, tan directo no es. Simplemente, va por ahí dando a entender que está ligeramente insatisfecho, aduciendo que la dirección es débil, las prioridades ilógicas… Además, fue y le contó a Lisa que querías utilizar los servicios de Robert Modin.

Wallander estaba atónito.

—De verdad, simplemente, no doy crédito a lo que me dices.

—Pues deberías hacerlo. Aunque espero que tengas presente que todo lo que te he revelado es confidencial.

Wallander asintió. El estómago le dolía ahora con más intensidad.

—Sencillamente, creí que debías saberlo —remató ella.

Wallander la observaba.

—¿Y tú no piensas como él?

—En ese caso, ya te habrías enterado. Te lo habría dicho personalmente y no a tus espaldas.

—¿Qué me dices de Hanson y Nyberg?

—No, esto es sólo cosa de Martinson. Nadie más. Va a la caza y captura del trono…

—¡Pero si no para de jurar y perjurar que no sabe si aguantará como policía!

—Ya lo sé, pero tú siempre dices que hay que ver más allá de las apariencias y buscar el fondo. Y lo único que tú mismo has visto de Martinson es la superficie. Yo veo más allá. Y no me gusta lo que veo, te lo aseguro.

Wallander se sentía paralizado. La alegría que experimentó aquella mañana al despertar se había esfumado y, poco a poco, una oleada de furia venía a sustituirla.

—Pues voy a ir a por él. Iré a buscarlo ahora mismo.

—Eso no sería muy sensato.

—¿Y cómo quieres que siga trabajando con una persona de esa calaña?

—No lo sé. Pero creo que no es el momento idóneo. Si te enfrentas a él ahora, le proporcionarás aún más argumentos en tu contra; dirá que estás desequilibrado, que la bofetada que le propinaste a Eva Persson no fue un accidente casual.

—Ya. Supongo que estarás enterada de que Lisa pretende suspenderme como responsable de esta investigación, ¿no?

—No ha sido idea de Lisa —declaró ella con amargura—. Sino de Martinson.

—¿Y tú cómo sabes todo eso?

—Martinson tiene un punto débil —confesó ella—. Y es que confía en mí. Él cree que yo comparto sus opiniones, por más que no me canso de decirle que deje de chismorrear a tus espaldas. Wallander se puso en pie para marcharse.

—Espera un poco antes de hablar con él —insistió ella—. Lo que si puedes hacer es utilizar la ventaja que te he dado al contártelo cuando llegue el momento.

Wallander comprendió que su colega tenía razón.

A continuación, se fue derecho a su despacho. Su indignación tenía un tinte de tristeza. En efecto, habría podido creer aquello de cualquier otro, pero no de Martinson. De él, jamás.

El teléfono interrumpió sus pensamientos. Era Viktorsson, que se preguntaba dónde se había metido. Wallander se dirigió a las dependencias de la fiscalía, temeroso de toparse con Martinson en el pasillo, aunque lo más probable era que el colega estuviese ya con Robert Modin en la plaza de Runnerstróms Torg.

El encuentro con Viktorsson fue breve. Wallander se obligó a apartar todo pensamiento sobre lo que Ann-Britt acababa de revelarle y le ofreció al fiscal una escueta pero detallada síntesis de la investigación: en qué punto se encontraban, qué directrices les parecía más importante seguir… Viktorsson le hizo un par de preguntas, pero en general no tenía ninguna observación que hacerle.

—Si no te he interpretado mal, parece que no hay ningún sospechoso claro, ¿es correcto?

—Exacto.

—¿Qué crees que podéis encontrar en el ordenador de Falk?

—No lo sé, pero todo parece indicar que de allí sacaremos algo parecido a un móvil.

—¿Crees que Falk cometió algún tipo de delito?

—No, que nosotros sepamos.

Viktorsson se rascó la frente reflexivo.

—Pero ¿vosotros sabéis lo suficiente de estas cosas? ¿No crees que deberíamos pedir apoyo a los expertos de la brigada de Estocolmo?

—Ya tenemos el apoyo de un experto de esta zona, pero hemos decidido que también informaremos a Estocolmo.

—Hazlo cuanto antes. De lo contrario, nos van a hacer la vida imposible, ya sabes. Por cierto, ¿quién es ese experto local?

—Se llama Robert Modin.

—¿Y sabe de lo suyo?

—Más que la mayoría.

Wallander pensó que acababa de cometer un grave error, que debería haberle dicho a Viktorsson la verdad acerca de Robert Modin y que había sido condenado por un delito de piratería informática. Pero ya era demasiado tarde. Había optado por proteger la investigación en lugar de protegerse a sí mismo. Con ello había dado el primer paso hacia una vía que podía conducirlo directamente a su ruina profesional. Si no había ya motivos suficientes para que lo suspendiesen del servicio, en aquel momento acababa de agenciarse otro motivo para ello. Y Martinson, se decía, contaría con un argumento más, si es le faltaba alguno, para destruirlo.

—Doy por sentado que estarás al corriente de la investigación interna que se está llevando a cabo por aquella desagradable historia en la sala de interrogatorios —dijo Viktorsson de improviso—. Han presentado tanto una denuncia a la comisión de Justicia como una demanda en el juzgado.

—La fotografía no da cuenta fiel del contexto —precisó Wallander—. Yo estaba protegiendo a la madre, cualquiera que sea ahora su versión.

Viktorsson no replicó.

«¿Habrá alguien que crea en mis palabras, aparte de yo mismo?», se preguntó.

El inspector salió de la comisaría cuando habían dado ya las nueve. Fue directamente a la casa de la familia Hokberg, sin antes llamar siquiera para advertir de su llegada. Lo único que le importaba era dejar atrás aquellos pasillos en los que corría el riesgo de toparse con Martinson. Tarde o temprano, aquello sucedería, pero todavía le parecía demasiado pronto; aún no se creía capaz de controlarse.

Acababa de salir del coche cuando su móvil empezó a sonar. Era Siv Eriksson.

—Espero no molestar —dijo, a modo de disculpa.

—No, en absoluto.

—Te llamo porque necesito hablar contigo.

—Pues ahora estoy algo ocupado.

—Es algo que no puede esperar.

Wallander notó entonces que la mujer estaba muy alterada. Presionó el auricular contra la oreja y le dio la espalda al viento para oír mejor.

—¿Ha ocurrido algo?

—No quisiera hablar de ello por teléfono. Prefiero que vengas aquí.

Wallander sintió que hablaba en serio y le prometió que acudiría enseguida. La conversación con la madre de Sonja Hokberg tendría que esperar. Regresó al centro y aparcó el coche en la calle de Lurendrejargránd. Un viento racheado procedente del este había empezado a soplar inclemente, enfriando el aire. Wallander pulsó el botón del portero de la entrada y la puerta se abrió. Ella lo aguardaba y él comprobó enseguida que estaba asustada. Ya en la sala de estar, la mujer encendió un cigarrillo con mano temblorosa.

—Pero ¿qué ha pasado? —quiso saber Wallander.

Le llevó unos instantes encender el cigarrillo, dio una honda calada y lo apagó enseguida.

—Mi madre es una mujer de edad —comenzó—. Vive en Simrishamn, adonde acudí a visitarla ayer. Como se me hizo tarde, me quedé a pasar la noche. Cuando regresé esta mañana, vi lo que había sucedido.

En este punto, interrumpió su relato y se levantó nerviosa del sofá. Wallander la siguió al despacho, donde ella le señaló el ordenador.

—Me senté ante el aparato para empezar a trabajar, pero, cuando lo encendí, no pasó nada. Al principio creí que el cable del monitor estaba suelto, pero después comprendí… —afirmó al tiempo que señalaba la pantalla.

—La verdad, no estoy seguro de haberte entendido —confesó Wallander.

—Alguien ha vaciado el ordenador de todo su contenido. El disco duro está vacío. Más aún…

Se dirigió entonces al armario donde guardaba los documentos y abrió las puertas.

—Todos mis disquetes han desaparecido. No han dejado nada. Además, tenía otro disco duro, que tampoco está.

Wallander echó una ojeada a su alrededor.

—Es decir, que esta noche se ha cometido un robo en tu casa, ¿no es eso?

—Si, pero ¡si no hay rastro de nada! Y, además, ¿quién sabía que iba a estar fuera esta noche, precisamente?

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