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Authors: Henning Mankell

Tags: #Policíaco

Cortafuegos (60 page)

BOOK: Cortafuegos
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Wallander se acercó hasta la mesa y saludó a Robert Modin.

—¿Qué es lo que ha pasado exactamente? —quiso saber el inspector.

—Robert está anulando las trincheras electrónicas —declaró Martinson ufano—. Lo que nos permite penetrar cada vez con mayor profundidad en el sorprendente y fascinante mundo de Falk.

Marünson le ofreció a Wallander la silla plegable, pero el inspector aseguró que prefería estar de pie. El colega empezó a hojear sus anotaciones mientras Robert Modin bebía un líquido que parecía zumo de zanahoria y que llevaba en una botella de plástico.

—Hemos logrado identificar cuatro instituciones más de las que figuran en la red de Falk. La primera es el Banco Nacional de Indonesia. Cuando Robert intenta verificar la identidad, se le deniega el acceso pero, aun así, nosotros sabemos que es el Banco Nacional de Yakarta. Eso sí, no me pidas que te explique por qué estamos tan seguros. Robert es un mago a la hora de hallar vías alternativas.

Martinson siguió hojeando.

—Después tenemos un banco de Liechtenstein, el Lyders Privat-bank. A partir de ahí se complican las cosas. Si no vamos muy descaminados, las otras dos identidades codificadas que hemos logrado descifrar son una compañía francesa de telefonía y una empresa de comercialización de satélites de Atlanta.

Wallander frunció el entrecejo.

—Ya, pero ¿qué significa eso?

—Verás, la sospecha inicial de que el trasfondo es el dinero se sostiene, por más que resulte difícil explicar qué pintan aquí la telefonía francesa y los satélites de Atlanta.

—Nada aquí es casual —terció de pronto Robert Modin.

Wallander le dirigió una mirada inquisitiva.

—¿Podrías explicármelo de un modo medianamente inteligible?

—Todo el mundo ordena sus estanterías, sus archivadores o sus papeles en general de un modo particular. También en un ordenador se organizan según un modelo que puede identificarse. Este hombre ordenó el contenido de su aparato con un celo extremo. Todo limpio y bien dispuesto, nada de archivos superfluos ni de secuencias tradicionales por orden alfabético o numérico.

Wallander lo interrumpió.

—Eso tendrás que aclarármelo con más detalle.

—Bueno, la forma más usual de clasificar las cosas es el orden alfabético o el orden numérico. A antes que be, be antes que ce… O bien, el uno antes del dos, el cinco antes del siete… Pero aquí no hay simplezas de ese tipo.

—Y entonces, ¿qué es lo que hay?

—Pues otra cosa. Algo que me hace pensar que los órdenes alfabético y numérico carecen de significado.

Wallander empezaba a intuir a qué se refería Modín.

—Es decir, que aquí tenemos otro modelo de ordenación, ¿no es eso?

Modin asintió al tiempo que señalaba la pantalla. Los dos agentes se inclinaron sobre el aparato.

—Hay dos componentes que aparecen de forma constante —prosiguió Modin—. El primero que detecté fue el número veinte. He hecho pruebas añadiendo un par de ceros o cambiando el orden de los valores indicados para ver qué pasaba. Y la reacción es muy interesante.

Dicho esto, señaló en la pantalla el dos y el cero.

—Y ahora, mirad bien.

Modin tecleó, seleccionó la cifra y ésta desapareció.

—Se comportan como astutos animales que corretean y, de pronto, se esconden. Como si alguien los enfocase con una potente luz. Entonces se precipitan hacia la oscuridad. Pero si los dejo y no hay nada más, aparecen de nuevo en el mismo lugar.

—¿Cómo interpretas tú ese comportamiento?

—Eso quiere decir que son importantes, aunque no sé por qué. Pero hay otro componente que presenta un comportamiento similar.

Modin volvió a señalar la pantalla, pero, en esta ocasión, se trataba de una combinación de consonantes: «JK».

—El resultado con ellas es el mismo —explicó—. Si pretendes marcarlas, se ocultan.

—Sí, y aparecen constantemente; cada vez que logramos identificar una institución, allí están. Pero Roben ha descubierto algo mis interesante todavía.

Wallander mantuvo las gafas a cierta distancia, mientras las limpiaba.

—Si intento tocarlas con el puntero, se ocultan, ¿lo ves? —indicó Modin—. Pero si las dejo, se mueven.

El joven señaló de nuevo.

—El primer código que desciframos figuraba el primero en el orden establecido por Falk. Y entonces estos animales nocturnos estaban en la primera columna.

—¿Qué animales nocturnos?

—Hemos llamado así a esas combinaciones de cifras y consonantes —aclaró Martinson—. Pensamos que les iba bien.

—Venga, sigue.

—La segunda identidad que logramos desvelar aparece en segundo lugar, en la segunda columna. Y entonces los códigos se movieron hacia la derecha y hacia abajo. Si seguimos con la lista, verás que sus movimientos son muy regulares. Parece que sepan adonde tienen que ir. Y se dirigen hacia la esquina inferior derecha. Wallander estiró la espalda.

—Ya, pero esto no nos dice nada de lo que queremos saber, en realidad.

—Bueno, aún no hemos terminado —le advirtió Martinson—. Ahora es cuando empieza lo interesante, quizás incluso espeluznante.

—Así es. Encontré un esquema temporal —continuó Modin—. Estos «animalitos» han estado en movimiento desde ayer. Lo que significa que aquí dentro hay instalado un reloj invisible que avanza sin cesar. Me entretuve en hacer un cálculo: si partimos del hecho de que la esquina izquierda representa el cero y de que hay setenta y cuatro identidades en esta red, y de que el número veinte representa una fecha, por ejemplo, el 20 de octubre, entonces ocurre lo siguiente…

El joven comenzó a teclear y un nuevo texto apareció en la pantalla. Wallander leyó el nombre de la empresa de satélites con sede en Atlanta. Modín señaló los dos componentes.

—Este nombre ocupa el cuarto lugar si contamos desde el final —afirmó—. Y, si no me equivoco, hoy estamos a 17 de octubre. Wallander asintió despacio.

—¿Quieres decir que el desenlace se producirá este lunes? O sea, que estos bichos habrán alcanzado entonces la meta de su carrera, constituida por un punto llamado «Veinte». —Bueno, es una posibilidad.

—Ya, pero ¿y el otro componente, las consonantes «JK»? Ninguno de los dos supo qué contestar, de modo que Wallander prosiguió.

—A ver, el lunes 20 de octubre, ¿qué sucederá entonces?

—No lo sé —confesó Modin sin ambages—. Pero está claro que está desarrollándose un proceso, una especie de cuenta atrás.

—¿Y si desenchufamos el cable, sin más? —sugirió el inspector.

—Bueno, estamos ante una terminal, de modo que eso no serviría de nada —objetó Martinson—. Tampoco tenemos acceso a toda la red, con lo que ignoramos si son varios los servidores que nos proporcionan la información o si es sólo uno.

—A ver, figurémonos que alguien pretende hacer estallar algún tipo de bomba —propuso Wallander—. ¿.Desde dónde se controlaría, si no desde aquí?

—Desde otro lugar. Ni siquiera tiene por qué tratarse de una estación de control.

Wallander reflexionó un instante.

—Bien, eso significa que empezamos a comprender algo, por más que no tengamos ni idea de qué es lo que empezamos a comprender.

Martinson asintió.

—En resumen, tenemos que averiguar en qué coinciden estos bancos y compañías telefónicas…, e intentar identificar un denominador común a todos ellos.

—Bueno, en realidad no tiene por qué tratarse del 20 de octubre —advirtió Modin—. Eso no era más que una propuesta de interpretación.

De repente, a Wallander le sobrevino la sensación de que iban por un camino totalmente equivocado.

En efecto, aquella creencia de que la clave se ocultaba en el ordenador de Falk, ¿no sería errónea? De hecho, ahora sabían que Sonja Hókberg había sido violada y el homicidio de Lundberg bien podía ser una venganza desesperada e indirecta. Asimismo, Tynnes Falk podría haber fallecido por causas naturales. Y quién sabía si todos los demás sucesos, incluida la muerte de Landahl, no responderían a causas que, si bien ahora se les ocultaban, podrían más tarde revelarse como perfectamente lógicas.

Wallander se sentía inseguro, presa de una duda sin paliativos.

—Bien, yo creo que hemos de revisarlo todo de nuevo, de principio a fin —resolvió.

Martinson lo observó perplejo.

—¿Quieres que paremos?

—En mi opinión, deberíamos volver a analizarlo todo desde la base. Por otro lado, se han producido algunos acontecimientos de los que aún no estás al corriente.

Ambos agentes salieron al rellano de la escalera, donde Wallander le expuso una síntesis de las conclusiones a las que habían llegado a propósito de Carl-Einar Lundberg. El inspector notó la falta de seguridad que ahora experimentaba en compañía de Martinson, pero se esforzó por ocultarla en la medida de lo posible.

—En otras palabras, que será mejor que dejemos a Sonja Hókberg a un lado, por el momento —concluyó Wallander—. Me inclino a creer que la causa de su muerte fue que alguien temía que ella supiese algo de otra persona.

—Y entonces, ¿cómo explicas la muerte de Landahl?

—Bueno, habían sido novios, de modo que cabe la posibilidad de que él supiese lo que se suponía que Sonja sabía. Y todo ello guarda relación, de un modo u otro, con la persona de Falk.

El inspector le contó lo acontecido en la casa de Siv Eriksson.

—Todo ello puede encajar con el resto de las piezas —observó Martinson.

—Ya, pero eso no explica lo del relé. Ni tampoco que el cuerpo de Falk fuese trasladado del depósito. Ni que Hókberg y Landahl hayan aparecido muertos en una estación de transformadores y en la sentina de un transbordador, respectivamente. Hay un rasgo de desesperación en todo esto, no exenta de frialdad y premeditación. Un plan tan detallado como despiadado. ¿Qué clase de personas son capaces de actuar de este modo?

Martinson sopesó la respuesta.

—Los fanáticos —declaró—. Gente convencida que pierde el control sobre sus convicciones. Los sectarios presentan ese tipo de comportamiento.

Wallander señaló hacia el interior del despacho de Falk.

—Pues ahí dentro hay un altar en el que un hombre se adoraba a sí mismo. Y, además, ya comentamos que había algo de ritual en la muerte de Sonja Hókberg.

—Veras, a mi entender, todo esto nos conduce de nuevo a la información contenida en ese ordenador —apuntó Martinson—. Se está desarrollando un proceso, al cabo del cual algo ocurrirá.

—Robert Modin ha realizado un trabajo excelente —admitió Wallander—. Pero creo que ha llegado el momento de acudir a los expertos de la brigada de Estocolmo. No podemos arriesgarnos a que este lunes suceda algo que alguno de los informáticos de la capital hubiese podido analizar y prever.

—¿Dejaremos a Robert fuera de todo esto?

—Creo que será lo mejor. Quiero que te pongas en contacto con Estocolmo de inmediato. Lo mejor sería que enviasen a alguien hoy mismo.

—¡Pero si es viernes!

—Eso no importa. Lo único que debe preocuparnos es que el próximo lunes será día 20.

Regresaron al despacho, donde el inspector prodigó sus alabanzas al brillante trabajo de Modin antes de explicarle que ya no lo necesitaban. Wallander se percató de que el joven quedaba algo decepcionado, aunque no elevó la menor protesta, sino que empezó a cerrar los programas enseguida.

Tanto Wallander como Martinson volvieron la espalda mientras, en un susurro, discutían el modo de recompensar a Modin por su colaboración. Wallander prometió que él mismo se encargaría de ello.

Y ninguno de los dos advirtió que, mientras ellos hablaban, Modin se apresuraba a copiar todo el material disponible en su propio ordenador.

Ya en la calle, se despidieron bajo la lluvia. Martinson llevaría a Modin a Loderup.

Wallander le estrechó la mano y le dio las gracias.

Después puso rumbo a la comisaría. Las ideas acudían pertinaces a su cabeza. Aquella misma noche, Elvira Lindfeldt iría a visitarlo desde Malmö. Y aquella circunstancia le infundía tanto entusiasmo comal inquietud. Pero, antes de su llegada, él tenía que haber revisado de nuevo todo el material de la investigación, pues estaba persuadido de que la violación había modificado las premisas de análisis de forma radical.

Al ver entrar a Wallander en la recepción, un hombre que aguardaba sentado en un sofá se puso en pie de inmediato, se dirigió hacia él y se presentó como Rolf Stenius. A Wallander le resultaba familiar el nombre, pero no cayó en quién era hasta que el hombre mencionó que había sido el contable de Tynnes Falk.

—Ya sé que tendría que haber llamado antes de presentarme aquí —se excusó Stenius—. Pero tenía que venir a Ystad de todos modos para acudir a una reunión que luego han suspendido y…

—Por desgracia, no es el mejor momento, pero puedo dedicarle unos minutos —accedió Wallander.

El inspector lo condujo a su despacho. Rolf Stenius era un hombre de constitución delgada, cabello escaso y aproximadamente de su misma edad. En alguna nota suelta de las que inundaban su mesa Wallander había visto apuntado que Hanson se había puesto en contacto con él. El hombre sacó del maletín una funda de plástico llena de papeles.

—Ni que decir tiene que yo ya estaba al corriente de la muerte de Falk cuando la policía se puso en contacto conmigo.

—¿Quién te lo comunicó?

—Su ex mujer.

Wallander le hizo un gesto animándolo a que continuase.

—He elaborado un resumen de la contabilidad de los dos últimos años, en el que he incluido algunos otros datos que pueden resultar de interés.

Wallander tomó la carpeta sin mirarla.

—¿Puede decirme si Falk era un hombre rico? —inquirió.

—Bueno, eso depende de lo que uno considere que es una cantidad de dinero. Por lo que yo sé, Falk poseía bienes por valor de unos diez millones.

—En tal caso, y en mi opinión, puede decirse que era un hombre rico. ¿Tenía deudas?

—Alguna que otra, pero insignificantes. Además, tampoco tenía demasiados gastos.

—Y sus ingresos procedían de los diversos trabajos que realizaba como asesor, ¿no es así?

—Ahí tiene la lista —informó el contable al tiempo que señalaba la carpeta.

—¿Tenía clientes especialmente generosos a la hora de pagar?

—Bueno, recibía algunos pedidos de Estados Unidos y, aunque allí pagaban bastante bien, tampoco eran sumas demasiado llamativas.

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