¿Qué significa entonces Iglesia? Iglesia, definida brevemente y de modo completamente tradicional a partir de su sentido griego y hebreo, es «asamblea», «comunidad», es, por tanto,
comunidad de quienes creen en Jesús
, el Cristo. También se la puede circunscribir de otro modo: Iglesia es la comunidad de quienes se han comprometido con la causa de Jesucristo y dan testimonio de ella como esperanza para todos los hombres. Sabemos que antes de Pascua hubo solamente un movimiento colectivo escatológico iniciado por el propio Jesús. Sólo a partir de la resurrección existe una comunidad —también, ciertamente, de tendencia escatológica— que apela al nombre de Jesús. Su base no es, en principio, un culto propio, una constitución propia, una organización propia con determinados cargos y funciones, sino única y exclusivamente la confesión de fe de quienes creen que ese Jesús es el Mesías (en griego,
Christos
): «Judíos en pro de Jesús» podría decirse.
Mas ¿cuáles han de ser las
funciones básicas
de esa Iglesia? Esas funciones existen desde el principio; su tarea primordial es la
predicación
del mensaje cristiano: del evangelio y no de cualquier «cosmovisión» (casi siempre conservadora). Y para ser admitido en la comunidad de los que creen en Cristo existe —después que el propio Jesús se hiciera bautizar por Juan el Bautista— el
bautismo
, pero ahora en nombre de Jesús, y más tarde también en el del Padre y del Espíritu. Además, en conmemoración suya, de su cena y su muerte, se celebra, una y otra vez, la cena de acción de gracias, la
eucaristía
. Y, en el mismo contexto del bautismo y la eucaristía, hay también, una y otra vez, el consuelo del
perdón de los pecados
y, finalmente, el
servicio diario
al prójimo y a la sociedad. Todo esto tenía desde los comienzos una sola finalidad: servir a la causa de Jesús, en cualquier caso no deformarla, sino, según las enseñanzas de Jesús, defenderla, ponerla de relieve en la sociedad actual, hacerla realidad sobre todo en el propio ambiente. ¿Hace esto hoy la Iglesia, las Iglesias? ¿Las Iglesias que ni siquiera celebran en común la eucaristía?
Cuando oyen la palabra «Iglesia», los protestantes piensan sobre todo en la
Iglesia local
, los católicos, en la
Iglesia universal
. Pero ambos grupos saben hoy que la palabra «iglesia» (
ekklesía
) significa tanto Iglesia local como Iglesia universal. Y sin embargo, desde una perspectiva bíblica, la Iglesia local no es solamente, como quisieran en Roma, una «sección» o «provincia» subalterna, dentro de la totalidad de la Iglesia, algo que se puede dominar desde un lugar central; la Iglesia universal no es el Imperio romano. Pero, inversamente, la Iglesia universal no es tampoco, como lo entienden determinadas comunidades protestantes, una «asamblea» o «asociación» de Iglesias locales. No se trata de eso. Cada una de las comunidades eclesiásticas de Europa, América, Asia o África —por muy pequeña, insignificante, mediocre y hasta lamentable que sea— representa y manifiesta plenamente la totalidad de la Iglesia de Jesucristo: en ella se encuentran todas las funciones esenciales que se acaban de mencionar. Por eso, las imágenes de la Iglesia que aparecen en la Biblia son aplicables tanto a la Iglesia universal como a una Iglesia particular, que ya es, desde la perspectiva bíblica, pueblo de Dios, cuerpo de Cristo, templo del Espíritu Santo.
«Pero», pregunta el hombre de nuestro tiempo, que vive en la era de la democracia, «¿no tiene la Iglesia desde el inicio una hechura totalmente antidemocrática, que ya sólo por eso no va con nuestra época?».
Es un hecho tan evidente que no necesita demostración que las Iglesias —aferradas muchas veces, en su espiritualidad, teología y organización, a viejos paradigmas— son con harta frecuencia instituciones autoritarias, y a veces hasta totalitarias. Pero, según el Nuevo Testamento, la Iglesia ha de ser una comunidad basada en la libertad, la igualdad, la fraternidad: es decir, en lo grande como en lo pequeño, una comunidad de personas libres, iguales en lo esencial, una comunidad de hermanos y hermanas. En Cristo ya no ha de haber, según Pablo, «ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer» (Gál 3,28). Y si las hermanas tuviesen hoy en día una posición y una importancia ligeramente comparables a la que tuvieron en la comunidad de discípulos de Jesús o en las comunidades paulinas, muy otra sería la dignidad y la igualdad de derechos de la mujer en la Iglesia y en los ministerios eclesiásticos: por lo menos en lo que concierne a las Iglesias católica y ortodoxa. Pero la sensación que causó la elección, en Hamburgo, de la primera mujer obispo de la Iglesia luterana, en marzo de 1992 (antes ya hubo una mujer obispo anglicana, en los Estados Unidos), muestra con cuánta lentitud se va imponiendo, incluso en el protestantismo, la plena igualdad de derechos de la mujer.
Indudablemente hay en la Iglesia innumerables diferencias —y tiene que haberlas: no sólo entré las personas sino también entre las funciones—, hay
superioridad e inferioridad
muy diversa y de carácter funcional. Tampoco puede funcionar la Iglesia sin que haya una autoridad humana, sin servicios («ministerios») a nivel local, regional, nacional o universal. Pero esa autoridad —cualquiera que sea— obra con legitimación sólo cuando está basada en el servicio y no en la violencia —abierta u oculta—, en privilegios antiguos, medievales o modernos. Sería mejor no hablar de «ministerio» sino —con un lenguaje más concreto, más adecuado al espíritu de la Biblia— de «
servicio» eclesiástico
: de muchos y muy diferentes «servicios» o «carismas», que quiere decir vocaciones especiales. Pero no es lo más importante la terminología sino la realización práctica.
La Iglesia entonces no puede ser una aristocracia ni, menos aún, una monarquía, aunque hay en ella quienes la consideran como tal. Una Iglesia orientada en la primitiva Iglesia de los apóstoles sería, en el mejor sentido de la palabra, una
comunidad democrática
. Lo democrático de la Iglesia no se refiere, evidentemente, a la cuestión de la verdad, como se temen sobre todo los tradicionalistas católicos que combaten y rechazan vehementemente la concepción de Iglesia en tanto que comunidad democrática. Como si en una Iglesia constituida democráticamente hubiera que decidir por mayoría de votos lo que hay que considerar verdadero o falso, como Revelación o producto humano, como palabra de Dios o voz del pueblo. Ni que decir tiene que todos los miembros y gremios de la Iglesia están sometidos a la palabra de Dios. En un sentido estricto, en la Iglesia tampoco ha de imperar el pueblo, sino la palabra de Dios, Cristo, el Señor. Y el «pueblo» no puede —como tampoco puede la jerarquía— ser el sustituto de la Revelación. No es eso: cuando se habla de «comunidad democrática» en relación con la Iglesia sólo se alude a cómo ha de organizar y estructurar esa comunidad, en el espíritu de Jesús, su servicio a la palabra de Dios. «Democracia» no significa, pues, abandonar a la Iglesia al espíritu del siglo, y la verdad al principio del voto mayoritario, sino que corresponde a la constitución neotestamentaria de la Iglesia, según la cual en la Iglesia todos están llamados
en la misma medida
a servir, si bien con diferentes funciones.
«Pero ¿qué pasa entonces con el fundamento apostólico de la Iglesia?» , preguntará aquí alguno. «El que la Iglesia invoque un origen apostólico ¿no ha tenido como consecuencia que haya en ella una separación entre clérigos y laicos, entre los sucesores de los apóstoles y la masa de quienes siguen a los sucesores?». Respuesta:
la sucesión apostólica
en el seno de la Iglesia no es un privilegio especial de unos pocos elegidos, sino una misión encomendada a la Iglesia entera. «Apostólica» es un atributo aplicable sólo a la Iglesia, que vive, de una manera general, en la sucesión de los apóstoles; es decir, de acuerdo con el testimonio apostólico, tal y como nos lo trasmite el Nuevo Testamento. Y ese testimonio se hace concreto mediante la constante realización del servicio apostólico. Ese servicio apostólico no es una actividad introvertida y narcisista de las comunidades eclesiásticas, sino predicación y presencia de los cristianos en el mundo. Y
sólo en la medida en que esos servicios
—y no sólo el de los obispos sino también el de los párrocos y de los pastores de almas en general—, en conformidad con el testimonio apostólico, son una prolongación de la misión de fundar y dirigir la Iglesia, puede hablarse de una
especial
«sucesión apostólica», entendida funcionalmente, o sea, de una continuación de esos servicios. Se accede a ellos normalmente —pero no exclusivamente— por vocación y por imposición de manos de quien dirige la Iglesia (y con la participación de los fieles). Si nos atenemos a los documentos ecuménicos de consenso general, el reconocimiento recíproco de los ministerios eclesiásticos de las Iglesias separadas no sólo es justificable teológicamente sino, desde el punto de vista pastoral, una imperiosa exigencia.
La «sucesión apostólica» no es, por tanto, un privilegio especial, fuente de ensoberbecimiento jerárquico y de escisión, sino que es una exhortación a todos los cristianos de la Iglesia a «hacerse» más católicos, es decir, a esforzarse en ser fieles a los orígenes de la Iglesia. Esto vale sobre todo para aquellos a los que les han sido encomendados específicos servicios superiores.
«¡Pero el Símbolo de los Apóstoles no sólo habla de la Iglesia apostólica, sino también de la Iglesia
católica
! ¿Quiere decir eso entonces que solamente la Iglesia católica es la Iglesia verdadera en el sentido del credo?». Respuesta: Éste es el único punto en que, en la nueva versión alemana, el credo evangélico difiere del católico: Creo la «Iglesia cristiana» o «la Iglesia general cristiana». Pero:
Para la mayoría de los católicos y de los protestantes, las tradicionales diferencias doctrinales del siglo XVI —Escritura y tradición, pecado y gracia, fe y obras, eucaristía y sacerdocio, Iglesia y papado— ya no son tales que puedan separar a las Iglesias. Esas diferencias fueron estudiadas hace ya tiempo por una teología ecuménica de proveniencia católica o evangélica. No se está de acuerdo, teológicamente, en todas las cuestiones, pero sí se está conforme en que las diferencias que aún quedan ya no justifican el cisma. Y por eso muchos católicos y muchos protestantes esperan que quienes dirigen la Iglesia, en Roma y en otros lugares, acepten por fin los resultados a que han llegado tantas comisiones oficiales ecuménicas, que desde hace tiempo están de acuerdo, teológicamente, en cuanto a esos puntos, y los lleven a la práctica. Realmente es inadmisible que, en plena transición de la modernidad a la postmodernidad, la Iglesia permanezca aferrada a planteamientos de la Edad Media (autocracia del papa, dogmas marianos, veneración de los santos) o las Iglesias protestantes a los de la época de la Reforma (resentimientos contra la autoridad, la tradición, los sacramentos, especialmente la eucaristía). La diferencia fundamental entre «católico» y «evangélico» radica en las
diferentes posiciones de principio
, posiciones que se han ido desarrollando a partir de la Reforma, pero que hoy pueden ser superadas en su unilateralidad e integradas en un verdadero ecumenismo. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué quiere decir, visto desde los orígenes, Iglesia «evangélica» e Iglesia «católica»?
«
Iglesia católica
» significa originariamente, de manera totalmente apolémica, Iglesia
completa
, toda la Iglesia, por contraposición a las Iglesias locales. La
Ecclesia catholica
del credo tampoco quiere decir hoy Iglesia de confesión católica; y la misma Iglesia católico-romana delata su calidad de Iglesia particular, confesional —a pesar de su magnitud—, al añadir el atributo «romana», que no se ha vuelto usual hasta la época moderna. Iglesia católica quiere decir realmente Iglesia total, general, amplia, universal. En un sentido estricto, católico-romana es, lo mismo que anglo-católica, una contradicción: particular-universal = hierro de madera.
Entonces, ¿quién puede llamarse
católico
? Católico, en principio, es solamente quien considera primordial el que, pese a todos los fraccionamientos, la
continuidad
de fe y de comunidad de fieles se mantenga en el
tiempo
(en la tradición dos veces milenaria), y, en segundo lugar, quien considera primordial que exista
en el espacio
una
universalidad
de fe y de comunidad de fieles, una universalidad que abarque todos los grupos, naciones, razas y clases sociales. Lo contrario de tal catolicidad sería particularismo y radicalismo «protestante», del que se diferencia claramente la radicalidad y la vinculación a la comunidad auténticamente evangélica.
¿Y qué significa entonces «
Iglesia evangélica
»? Respuesta: Iglesia evangélica significa
Iglesia orientada
ante todo en
el evangelio
de Jesucristo. Esto no excluye por principio la tradición, pero la subordina resueltamente al evangelio, que es para todas las autoridades de la Iglesia, indiscutiblemente, la autoridad normativa (
norma normans
).
¿Quién se puede llamar entonces
evangélico
? Evangélico, en principio, es solamente quien, en todas las tradiciones, doctrinas y usos eclesiásticos, considera primordial, primero, el recurrir constantemente y con espíritu crítico al
evangelio
(depositado originariamente en la sagrada Escritura) y, segundo, el llevar a cabo
constantes reformas
prácticas acordes con las normas de ese evangelio (
Ecclesia semper reformanda
). Tal actitud evangélica está en contraposición con el tradicionalismo y sincretismo «romano-católico», que no tiene nada que ver con la tradición y la universalidad auténticamente católicas.
Si, dicho esto, se ponen en mutua relación ambas actitudes básicas —la verdaderamente católica y la verdaderamente evangélica—, resulta que, bien entendidas, la posición católica y la evangélica
no se excluyen en absoluto
mutuamente. En concreto: