Crimen En Directo (37 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #novela negra

BOOK: Crimen En Directo
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Anna puso cara de asco y volvió a reír. Se había reído mucho y muy a menudo últimamente. Era como si tuviese que recuperar varios meses de risas. Y, en cierto modo, así era.

Cuando volvió a bajar, Dan había puesto la mesa con unos bocadillos.

—¡Ñam! ¡Qué rico! —dijo sentándose a la mesa.

—Sí, pensé que nos vendría bien. Y esto es lo único que tengo que ofrecer en estos momentos. Las niñas me dejaron el frigorífico vacío y no he tenido tiempo de ir a comprar.

—Bocadillos es perfecto —replicó Anna dando un gran mordisco a uno de queso.

—¿Cómo van los preparativos de la celebración? —preguntó Dan preocupado—. Tengo entendido que Patrik se pasa los días trabajando y no quedan ni cuatro semanas para el día de la boda.

—Sí, puede decirse que vamos con el tiempo justo... Pero lo vamos resolviendo entre Erica y yo, así que creo que lo conseguiremos. Siempre y cuando la madre de Patrik se mantenga al margen.

—¿Por qué? —preguntó Dan curioso. Anna le respondió con una animada descripción de la última visita de Kristina.

—¡Anda ya! ¡Estás de broma! —repuso muerto de risa.

—Te lo juro —aseguró Anna—. Fue tal y como te lo he contado.

—Pobre Erica —dijo Dan—. Y yo que pensaba que la madre de Pernilla se metía en todo cuando íbamos a casarnos. —Dan meneó la cabeza.

—¿La echas de menos? —preguntó Anna. Dan fingió no haberla entendido.

—¿A la madre de Pernilla? No, ni lo más mínimo, la verdad.

—Venga, hombre, ya sabes a quién me refiero. —Anna lo observó con una mirada escrutadora.

Dan se tomó unos minutos para reflexionar.

—No, creo que puedo decir sinceramente que ya no —dijo al fin—. Antes sí, pero no estoy seguro de que la echase de menos a ella, sino más bien lo que teníamos... como familia, no sé si me explico.

—Sí y no —respondió Anna con una súbita expresión de infinita pena—. Creo que quieres decir que echabas de menos el día a día, la seguridad, lo predecible. Yo eso jamás lo tuve con Lucas. Nunca jamás. Pero, en medio del miedo y, más tarde, del terror auténtico, tengo la sensación de que eso era lo que yo añoraba también. Un poco de rutina de lunes. Un poco de vida predecible. Lo cotidiano.

Dan puso su mano sobre la de ella.

—No tienes por qué hablar de eso.

—No pasa nada —replicó Anna cerrando los ojos para contener las lágrimas—. He hablado tanto durante las últimas semanas que empiezo a cansarme de mi propia voz. —Anna se rió y se sonó en una servilleta.

Dan mantuvo la mano sobre la de ella.

—Pues yo no me canso lo más mínimo de oírte. Por lo que a mí respecta, podrías estar hablando días enteros.

Se hizo un plácido silencio mientras los dos se miraban a los ojos. El calor de la mano de Dan se extendía por todo el cuerpo de Anna e incluso llegó a derretir partes que ni siquiera sabía que tenía congeladas. Dan abrió la boca para decir algo pero, justo en ese momento, sonó el móvil de Anna. Se sobresaltaron y Anna retiró la mano para sacar el teléfono, que tenía en el bolsillo. Miró la pantalla.

—Es Erica —dijo como disculpándose antes de levantarse para contestar.

En esta ocasión, Patrik decidió convocar a sus colegas en la cocina. Había tanto que digerir entre lo que pensaba exponerles que creyó que podrían necesitar tanto una taza de café bien cargado como algún bollo. Dejó que se fueran sentando, aunque él permaneció de pie. Todos lo miraban tensos según iban entrando. Era evidente que algo pasaba, pero Annika no les había revelado nada, así que ninguno sabía aún de qué se trataba. Sólo que era algo importante, a juzgar por la expresión grave de Patrik. Un pájaro pasó volando ante la ventana de la cocina y, en un acto reflejo, todos se volvieron atraídos por el movimiento, pero enseguida fijaron de nuevo la vista en Patrik.

—Servíos café y bollos antes de empezar —los animó Patrik con voz grave. Se oyó un murmullo mientras todos se servían café del termo y se pedían unos a otros la cesta de los bollos, pero enseguida volvió a reinar el silencio—. A petición mía, Annika envió el lunes pasado una consulta sobre casos de fallecimiento que presentasen similitudes con los asesinatos de Rasmus y Marit.

Hanna alzó la mano y Patrik le indicó con un gesto que podía hablar.

—¿Qué, exactamente, se pedía en la consulta?

Patrik asintió, dando a entender que comprendía la pregunta.

—Enviamos una lista de puntos característicos de estos dos casos de asesinato. Y, en la práctica, abarcan dos ámbitos: el modo en que murieron y el objeto hallado cerca de las dos víctimas.

Esto último constituía una novedad para Gösta y Hanna, que se inclinaron hacia Patrik con gesto inquisitivo.

—¿Qué objeto es ése? —preguntó Gösta.

Patrik echó una ojeada hacia Martin y explicó:

—Cuando Martin y yo revisamos la mochila que Rasmus llevaba cuando murió, encontramos un objeto que también hallamos cerca del cadáver de Marit. En su caso, en el asiento del acompañante. No reaccionamos al verlo porque lo consideramos parte de la basura que había en el coche. Sin embargo, al encontrarlo también en la mochila...

—Pero ¿qué es? —insistió Gösta inclinándose aún más hacia Patrik.

—Una página arrancada de un libro. De un libro infantil, para ser exactos —explicó Patrik.

—¿Un libro infantil? —repitió Gösta incrédulo. Hanna también parecía desconcertada.

—Sí, son páginas del cuento de
Hansel y Gretel,
ya sabéis, de los cuentos de los hermanos Grimm.

—Tú estás de broma —afirmó Gösta.

—Por desgracia, no. Y no sólo eso. Ese dato, en combinación con los detalles sobre el modo en que murieron Rasmus y Marit, nos ha llevado a localizar otros dos casos seguramente relacionados con el nuestro.

—¿Dos casos más? —Ahora le tocó a Martin preguntar sin dar crédito a lo que oía.

Patrik asintió.

—Sí, hemos recibido la información esta mañana. Otros dos casos encajan en el patrón. Uno en Nyköping y el otro en Lund.

—O sea, dos casos más —repitió Martin como un eco, como si a su cerebro le costase asimilar la información que Patrik acababa de exponer. Éste lo entendía a la perfección.

—¿Es totalmente seguro que los cuatro casos guardan relación? —preguntó Hanna—. Suena demasiado increíble, por decirlo de alguna manera.

—Murieron de forma idéntica y todos tenían cerca una página arrancada del mismo cuento. De modo que sí, creo que podemos dar por hecho que los cuatro casos están relacionados —repuso Patrik con acritud, un tanto sorprendido y molesto al ver cuestionada su afirmación—. En cualquier caso, seguiremos con la investigación, o con las investigaciones, partiendo de la base de que existe una conexión entre ellas.

Martin pidió la palabra. Patrik se la concedió con un gesto de asentimiento.

—¿Las otras víctimas también eran abstemias?

Patrik meneó la cabeza despacio. Eso era lo que más lo irritaba.

—No —dijo al fin—. La víctima de Lund había consumido muchísimo alcohol, y la policía no disponía de ese dato con respecto a la víctima de Nyköping, pero había pensado que tú y yo podríamos ir a hablar con ellos y averiguar más detalles.

Martin asintió.

—Claro, ¿cuándo salimos?

—Mañana —respondió Patrik—. Bien, si nadie quiere añadir nada más, podemos dar por finalizada la reunión y ponernos manos a la obra. Si hay algo que haya quedado poco claro, propongo que leáis mi resumen. Annika ha sacado copias y podéis ir cogiendo un ejemplar cada uno según vayáis saliendo.

Se levantaron taciturnos y meditabundos. Todos pensaban en las dimensiones del caso al que se enfrentaban y trataban de incorporar a su vocabulario la expresión «asesino en serie». Jamás, en toda la historia de la comisaría de Tanumshede, habían tenido que recurrir a ella. No era un hito agradable.

Gösta se dio la vuelta al oír a alguien a su espalda cuando iba a entrar en su despacho.

—Martin y yo nos vamos mañana y estaremos fuera dos días —explicó Patrik.

—¿Y? —preguntó Gösta.

—Había pensado que Hanna y tú os encargarais de lo demás entretanto. Por ejemplo, podríais revisar la carpeta de Marit. Yo he leído su contenido tantas veces que creo que sería beneficioso que alguien lo hiciese con nuevos ojos. Y haced lo mismo con lo que tenemos de Rasmus Olsson, por cierto. Además, Martin había comenzado a elaborar una lista de todos los propietarios de galgos españoles del país, y estaría bien que continuaseis con ella. Habla con Martin esta tarde y le preguntas hasta dónde llegó. Y... ¿qué más había? Ah, sí, el periodista del
Kvállstídningen
ha enviado por fax una copia del diario de Lillemor Persson. Nos enviarán también el original, pero llega por correo ordinario y no tenemos tiempo que perder esperándolo. Yo me llevo una copia, pero Hanna y tú podéis ir echándole un vistazo.

Gösta asintió agotado.

—Bien —concluyó Patrik—. Entonces en marcha. ¿Se lo cuentas tú a Hanna?

Gösta volvió a asentir. Más agotado si cabe. Vaya mierda tener que trabajar de aquel modo. Estaría totalmente exhausto antes de que la temporada de golf hubiese empezado siquiera.

Capítulo 7

Era por las noches cuando más cercano sentía el horror. ¿Y si venían mientras ella estaba durmiendo? ¿Y si no le daba tiempo de despertar hasta que no fuese demasiado tarde? En el dormitorio, él y su hermana tenían cada uno su cama. Ella solía ir por las noches a taparlos hasta la barbilla y a darles un beso en la frente, primero a él, luego a su hermana. Un dulce «buenas noches» y apagaba la luz. Y cerraba con llave. Y era entonces cuando el mal campaba a sus anchas dominando sus sentidos. Sin embargo, supieron hallar consuelo. Con pasos cautos y de puntillas, se pasaba a la cama de su hermana y se acostaba pegado a ella bajo el edredón. No acostumbraban a hablar, simplemente se quedaban así, muy cerca, sintiendo el calor mutuo. Tan cerca que se intercambiaban el aliento, aire ardiente que llenaba sus pulmones y se extendía hasta sus corazones invadiéndolos de una sensación de seguridad.

A veces se quedaban así, despiertos, mucho rato. Cada uno veía el miedo en los ojos del otro, aunque incapaces de formularlo con palabras. En esos instantes, sentía a veces tal amor por su hermana que creía que podría estallar. Llegaba a cada rincón de su ser y lo impulsaba a querer acariciar cada centímetro de su piel. La veía tan indefensa, tan inocente, tan atemorizada por lo de fuera. Más asustada aun que él mismo. En su caso, el miedo convivía mezclado con el anhelo de lo que existía allá fuera. Aquello a lo que habría tenido acceso, de no ser por su condición de pájaro cenizo, y de no ser porque lo desconocido lo aguardaba allí.

A veces, cuando yacía así por las noches, con su hermana en sus brazos, se preguntaba si lo terrible guardaba alguna relación con la mujer de la voz agria. Después, el sueño se apoderaba de él. Y con el sueño, los recuerdos.

Martin se mareaba en coche desde siempre. Aun así, trataba de leer las páginas fotocopiadas del diario de Lillemor.

—¿Quién será ese «él» del que habla y al que dice reconocer? —preguntó desconcertado sin dejar de leer, por si encontraba más pistas.

—No lo explica —respondió Patrik, que había leído las copias antes de partir—. Ni siquiera parece estar segura de haberlo visto, o de dónde lo vio.

—Pero sí dice que le produce una sensación desagradable —observó Martin señalando el lugar de la página donde acababa de leerlo—. Resulta increíble que haya sido casualidad que la mataran después.

—Sí, estoy de acuerdo —admitió Patrik mientras aceleraba para adelantar a un camión—. Pero no hay nada más en el diario que resulte de interés, de todos modos. Y puede ser cualquiera. Alguien del pueblo, alguien del grupo de participantes, alguien del equipo de producción... Lo único que sabemos es que se trata de un hombre. —Se detuvo, pues oyó que Martin empezaba a respirar con dificultad—. ¿Te encuentras bien? ¿Te estás mareando? —Una simple ojeada a la cara de Martin le confirmó que así era. Sus pecas relucían rojizas en contraste con la palidez de su cara, más acentuada que de costumbre, y el pecho se le agitaba subiendo y bajando al ritmo de su respiración—. ¿Quieres que abra la ventanilla para que entre un poco de aire fresco? —preguntó algo preocupado. Por un lado, lo sentía por el colega; por otro, no tenía ninguna gana de hacer el viaje hasta Lund con una vomitona en el coche. Martin asintió y Patrik bajó la ventanilla del lado del acompañante. Martin se apoyó en la ventanilla y respiró con avidez el oxígeno, aunque venía mezclado con el humo de los coches, por lo que no le reportó el alivio que esperaba.

Unas cuantas horas más tarde, con las piernas entumecidas y con dolor de espalda, entraron en el aparcamiento de la comisaría de policía de Lund. No se habían permitido más que una breve pausa para orinar y estirar las piernas, ya que ambos estaban ansiosos por saber qué sacarían de la reunión con el comisario Kjell Sandberg. Sólo tuvieron que aguardar unos minutos en recepción: el comisario bajó enseguida. En realidad, el hombre libraba aquel sábado, pero después de la llamada de Patrik, aceptó acudir a la comisaría.

—¿Qué tal el viaje? —preguntó Kjell Sandberg echando a andar delante de ellos.

Era un hombre de muy baja estatura —poco más de uno sesenta, calculó Patrik—, pero parecía compensarlo con la gran cantidad de energía acumulada en su breve persona. Hablaba con todo el cuerpo y gesticulaba sin cesar, y tanto a Martin como a Patrik les costó seguir su carrera por el pasillo. La marcha culminó por fin en una sala de descanso y entonces Kjell los invitó a pasar primero.

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