Crimen En Directo (44 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #novela negra

BOOK: Crimen En Directo
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—Me ha ido estupendamente —respondió Hanna con vivacidad, inconsciente de que Patrik la estuviese observando—. Me encanta, de verdad, y me gusta estar ocupada al máximo. —Miró a su alrededor, observó todos los documentos y las fotografías que cubrían las paredes, y guardó silencio—. Bueno, comprendo que puede sonar un poco absurdo, pero tú me entiendes.

—Sí, te entiendo —sonrió Patrik—. Y Mellberg, ¿se ha... portado bien?

Hanna rompió a reír. Por un instante, su expresión se relajó un poco y Patrik reconoció en ella a la mujer que empezó en la comisaría hacía cinco semanas.

—Apenas lo he visto, si he de ser sincera, así que bueno, podemos decir que sí, que se ha portado bien. Lo que he aprendido a lo largo de estas cinco semanas es que, en la práctica, todos te consideran jefe a ti. Y he de decir que haces honor a tal consideración.

Patrik sintió que se ruborizaba sin poder remediarlo. No solían alabarlo, y no sabía cómo reaccionar.

—Gracias —murmuró con timidez y cambió de tema enseguida—. Habrá una nueva reunión dentro de una hora. He pensado que nos veamos en la cocina. Esto se nos queda muy estrecho.

—¿Ha habido alguna novedad? —preguntó Hanna irguiéndose en la silla.

—Pues... sí, podría decirse que sí —respondió Patrik sin poder contener media sonrisa—. Puede que hayamos encontrado la clave de la relación entre los cuatro casos —declaró sonriendo ya abiertamente.

Hanna se revolvió en la silla.

—¿La conexión? ¿Has encontrado la conexión?

—Bueno... yo no. Digamos que me la han traído. Pero he de hacer dos llamadas para confirmarlo, así que no quisiera decir nada antes de la reunión. Por ahora, sólo he informado a Mellberg.

—Vale, pues nos vemos dentro de una hora —convino Hanna antes de levantarse para salir. Patrik seguía sin poder librarse de la sensación de que algo le pasaba, pero se dijo que, llegado el momento, Hanna acudiría a él para contárselo.

Cogió el auricular y marcó el primer número.

—Hemos encontrado la conexión que estábamos buscando.

Patrik miró a su alrededor para disfrutar del efecto provocado por semejante declaración. Su mirada se detuvo un segundo en Annika y se inquietó al notar que parecía haber estado llorando. Aquello era del todo inusual, Annika siempre estaba alegre y tenía una actitud positiva en todas las situaciones, de modo que se dijo que debería hablar con ella después de la reunión, a fin de averiguar qué le ocurría.

—Sofie Kaspersen nos ha traído hoy la pieza decisiva del rompecabezas. Entre las pertenencias de su madre, encontró un viejo artículo y decidió venir a entregárnoslo. Está claro que Gösta y Hanna, que estuvieron en casa de su padre la semana pasada, supieron transmitirle la necesidad de que colaborasen, lo que la llevó a tomar esa resolución. ¡Buen trabajo! —dijo asintiendo alentador en la dirección de los dos colegas—. El artículo... —No pudo resistir la tentación de hacer una pequeña pausa de efecto al sentir la expectación que reinaba en la sala—. El artículo explica que, hace veinte años, Marit sufrió un accidente de tráfico en el que hubo un muerto. Su vehículo colisionó con el de una señora mayor que falleció en el acto y, cuando la policía acudió al lugar del siniestro, comprobaron que Marit sobrepasaba la tasa de alcohol permitida. La condenaron a once meses de cárcel.

—¿Por qué no hemos sabido nada al respecto hasta el momento? —preguntó Martin intrigado—. ¿Fue antes de que se mudara aquí?

—No. Ella y Ola tenían veinte años y llevaban ya uno viviendo en Tanumshede cuando tuvo lugar el accidente. Pero de eso hace mucho tiempo, la gente olvida, y quizá lo veían con cierta condescendencia. La tasa de alcohol estaba justo por encima del límite legal, y cogió el coche después de haber estado cenando en casa de una amiga, donde tomó un poco de vino. Lo sé porque he localizado los documentos relacionados con el accidente. Los teníamos en el archivo.

—O sea, que durante toda la investigación, hemos tenido los papeles que demostraban lo que dices ahí abajo, ¿no? —preguntó Gösta incrédulo.

—Sí, ya sé —asintió Patrik—, pero no es extraño que no lo encontrásemos. Ocurrió hace tantos años que no figuraba en ningún archivo electrónico, y no existía razón alguna para revisar los documentos del archivo así, al azar. Y, desde luego, tampoco existía razón alguna para revisar el cajón de las sentencias por conducción bajo los efectos del alcohol.

—Ya, pero aun así... —masculló Gösta abatido.

—Lo he comprobado con Lund, Nyköping y Boras. Rasmus Olsson sufrió sus lesiones en un accidente de tráfico. El conducía, se le fue el coche contra un árbol y su acompañante, un amigo de su misma edad, falleció a consecuencia de la colisión. Börje Knudsen tenía un repertorio delictivo tan largo como mi brazo. Uno de ellos es un accidente, ocurrido hace quince años, en el que provocó un choque frontal con un vehículo que venía en sentido contrario. Una niña de cinco años murió en aquel accidente. Es decir, en tres de los cuatro casos, nuestras víctimas, en estado de embriaguez, protagonizaron un accidente de tráfico que causó la muerte de otra persona.

—¿Y Elsa Forsell? —quiso saber Hanna clavando la mirada en Patrik, que hizo un gesto de resignación.

—Es el único caso en que aún no cuento con la confirmación necesaria. No hay ninguna sentencia contra ella en Nyköping, pero el sacerdote de su comunidad religiosa nos habló con insistencia de la «culpa» de Elsa. Y yo creo que se trata de una culpa del mismo tipo, sólo que no la hemos encontrado todavía. Voy a llamar al sacerdote, Silvio Mancini, después de nuestra reunión a ver si puedo sacarle algo más.

—Buen trabajo, Hedström. —Lo felicitó Mellberg desde el lugar donde estaba sentado, junto a la mesa de la cocina común. Su intervención fue tan inesperada que todas las miradas se volvieron hacia él.

—Gracias —respondió Patrik tan perplejo que ni siquiera se sintió avergonzado. Un elogio por parte de Mellberg era como... No, ni siquiera se le ocurría un buen símil. Sencillamente, Mellberg no elogiaba a nadie y punto. Un tanto desconcertado por lo inesperado del comentario, prosiguió—: En otras palabras, ahora hemos de trabajar partiendo de los nuevos datos. Averiguar tanto como podamos de aquellos accidentes. Gösta, tú te encargarás de Marit. Martin, tú dedícate al caso de Boras. Hanna, tú indaga en el de Lund. Yo trataré de averiguar algo más sobre Nyköping y Elsa Forsell. ¿Alguna pregunta?

Nadie se pronunció, de modo que Patrik dio por concluida la reunión y se marchó dispuesto a telefonear a Nyköping. Reinaba en la comisaría una especie de frenesí, una energía y una tensión renovadas. Era tan evidente que Patrik pensó que podría palparlo con la mano. Se detuvo en el pasillo, respiró hondo y entró para hacer aquella llamada.

Cuando iba a Italia a ver a la familia y los amigos, todos acostumbraban a hacerle siempre las mismas preguntas. ¿Cómo podía vivir a gusto en el frío norte? ¿No eran los suecos una gente muy rara? Por lo que ellos sabían, siempre estaban encerrados en sus casas y apenas hablaban con nadie. Además, no sabían entendérselas con el alcohol: bebían como esponjas y siempre se emborrachaban. ¿Cómo quería vivir allí?

Silvio solía dar un trago de un buen vaso de vino tinto y contemplar unos segundos los olivares de su hermano antes de responder:

—Los suecos me necesitan.

Y, de hecho, era lo que sentía. Cuando, treinta años atrás, partió rumbo a Suecia, le pareció una aventura. La oferta de un trabajo temporal que le hizo la comunidad católica de Estocolmo le brindó la oportunidad que siempre había buscado, la oportunidad de conocer un país que siempre se le había antojado mítico y extraordinario. Una vez allí, quizá no le resultó tan extraordinario. Y era verdad que, el primer invierno, estuvo a punto de morir de frío, hasta que aprendió que, para salir a la calle en enero, debía ponerse tres capas de ropa. Pese a todo, fue un amor a primera vista. Se enamoró de la luz, de las comidas, de la fría apariencia y el interior ardiente de los suecos. Aprendió a apreciar y a comprender sus pequeños gestos, lo obsequioso de sus comentarios, la amabilidad discreta de que hacían gala los rubios hombres del norte. Aunque esto último no era del todo cierto. En realidad, se quedó muy sorprendido cuando aterrizó en tierra sueca y comprobó que no todos los suecos eran rubios de ojos azules.

En cualquier caso, allí permaneció. Después de diez años en la comunidad de Estocolmo, se le ofreció la posibilidad de dirigir su propia parroquia en Nyköping. Con el transcurso de los años había adquirido incluso cierto acento de Sórmland, mezclado con su sueco italianizado, y le encantaba comprobar el regocijo que semejante mezcla provocaba en su auditorio de vez en cuando. Reír era algo que los suecos hacían con poquísima frecuencia. Quizá el común de los mortales no asociara el catolicismo a la alegría y a la risa, pero para él la religión era eso precisamente. Si el amor a Dios no era luz y deleite, ¿qué podía serlo en la vida?

Aquello sorprendió a Elsa al principio. Elsa acudió a él quizá con la esperanza de encontrar allí cilicio y látigo. En cambio, halló una mano cálida y una mirada afable. Llegaron a conversar tanto sobre ello... Su sentimiento de culpa, su necesidad de verse castigada... A lo largo de los años, la fue guiando por todos los estratos de los conceptos de culpa y perdón. La parte más importante del perdón era el arrepentimiento. El arrepentimiento sincero. Y eso lo había sentido Elsa de un modo desmedido. Durante más de treinta años, había sentido arrepentimiento, cada día y cada segundo. Demasiado tiempo para llevar un yugo tan pesado. Silvio se alegraba de haber aligerado su carga levemente, para que pudiera respirar un poco, al menos durante unos años, hasta el día de su muerte.

Silvio frunció el entrecejo. Había pensado mucho en la vida de Elsa —y también en su muerte— desde que recibió la visita de los policías. En realidad, había pensado mucho en ello antes también, pero sus preguntas removieron una infinidad de sentimientos y de recuerdos. Sin embargo, la confesión era sagrada. El sacerdote no podía traicionar la confianza que los fieles depositaban en él. Y lo sabía. Aun así, las ideas giraban en su cabeza, el anhelo de romper una promesa a la que estaba obligado por Dios. Pero sabía que era imposible.

Cuando sonó el teléfono que tenía en el escritorio, supo instintivamente quién llamaba. Respondió con una mezcla de esperanza y de angustia.

—Aquí Silvio Mancini.

Sonrió al oír la voz del policía de Tanumshede. Escuchó un buen rato lo que Patrik Hedström tenía que decirle y, finalmente, respondió al tiempo que meneaba la cabeza:

—Lo siento, me es imposible desvelar lo que Elsa me confió.

—Lo sé, está sujeto al voto de silencio.

El corazón le latía acelerado en el pecho. Por un instante, creyó ver a Elsa en la silla de enfrente. Tan erguida, con su melena corta de color gris ceniciento y aquella delgadez. Silvio intentó hacerla engordar un poco a base de pasta y de galletas, pero nada parecía arraigar en sus huesos. Elsa lo contemplaba con dulzura.

—Lo siento muchísimo, pero no puedo. Tendrán que encontrar otras vías para... —Elsa asentía animándolo desde la silla y Silvio trató de comprender qué deseaba transmitirle. ¿Acaso quería que hablase? No servía de nada, pues le era imposible. Elsa seguía observándolo y, de repente, tuvo una idea. Muy despacio, le dijo a Patrik:

—No puedo revelar lo que Elsa me dijo, pero sí lo que es conocido por todos. Elsa era de su región. Era de Uddevalla.

Desde su lugar en la silla de enfrente, Elsa le sonrió antes de desaparecer. Silvio sabía que no había sido real, sino producto de su imaginación. Pero fue un alivio verla.

Cuando colgó el auricular, se sintió en paz. No había traicionado a Dios, y tampoco había traicionado a Elsa. El resto era cosa de la policía.

Erica comprendió que algo había ocurrido en cuanto Patrik cruzó la puerta. Caminaba con paso ligero y con los hombros relajados.

—¿Te ha ido bien hoy? —preguntó cauta acercándosele con Maja en brazos. La pequeña se echó radiante en sus brazos y Patrik la cogió.

—Sí, hoy ha ido estupendamente —respondió dando unos pasos de baile con su hija. Maja se rió tanto que le entró hipo. Papá era tan divertido que era para morirse de risa. Y ella lo sabía desde muy temprana edad.

—Cuéntame —le pidió Erica y entró en la cocina para terminar de preparar la cena, seguida de Patrik y Maja. Anna, Emma y Adrian estaban viendo en la tele
Bolibompa,
y lo saludaron abstraídos con la mano. El oso Björne reclamaba toda su atención.

—Hemos encontrado la conexión —dijo Patrik dejando a Maja en el suelo. La pequeña se quedó allí un momento, debatiéndose entre su padre y Björne, pero al final se decidió por el más peludo de los dos y se marchó gateando en dirección a la tele—. Siempre me deja, siempre voy en segundo lugar —suspiró melodramático mirando a Maja.

—Eh, pero para mí sigues siendo el número uno —dijo Erica abrazándolo largamente antes de volver a los preparativos de la cena. Patrik se sentó a mirarla.

Erica carraspeó y lanzó una mirada elocuente hacia las verduras que había en la encimera.

Patrik se levantó de un salto y empezó a cortar el pepino para la ensalada.

—Ordéname que salte y sólo te preguntaré a qué altura —aseguró entre risas y se hizo a un lado para esquivar un amago de patada que Erica fue a darle en broma.

—Espera y verás, a partir del sábado, el látigo restallará en esta casa con renovada intensidad —repuso Erica intentando en vano infundir temor. Sólo de pensar en la boda, se ponía de buen humor.

—Pues a mí me parece que restalla bastante bien ya —le dijo inclinándose para besarla.

—¡Eh, parad ya! —se oyó gritar a Anna desde la sala de estar—. ¡Os oigo besaros, muac, muac! Que sepáis que aquí hay menores.

—Ejem... Quizá deberíamos dejarlo para más tarde —propuso Erica guiñándole un ojo a Patrik—. Bueno, a ver, cuéntame las novedades.

Patrik le expuso brevemente lo que habían averiguado y la sonrisa se borró del rostro de Erica. Era tan trágico, tanta muerte y, pese a que la investigación había experimentado un avance significativo, comprendía que iba a resultar difícil también en lo sucesivo.

—De modo que la víctima de Nyköping también había causado la muerte de alguien con un coche, ¿no?

—Bueno, aún no conocemos los detalles. Ese accidente es mucho más antiguo que los otros, así que nos llevará tiempo averiguar algo más. Pero hoy he estado hablando con los colegas de Uddevalla y nos enviarán todo el material de que dispongan en cuanto lo encuentren. A algún pobre diablo le tocará arrastrarse y rebuscar un buen rato entre cajones polvorientos.

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