Criopolis (13 page)

Read Criopolis Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Criopolis
11.26Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Ah, sí, Roic siente mucho más respeto hacia los procedimientos policiales que yo. —Miles dio su primer sorbo de té caliente con profundo alivio—. Y el chico… espere. ¿Quién es usted?

Miles miró a Yuuichi, que se había refugiado con Johannes al otro lado de la cocina.

—Es el empleado de nuestro consulado, Yuuichi Matson —intervino Vorlynkin—. Nuestro empleado más valioso. Lleva con nosotros cinco años.

El empleado dirigió una mirada de agradecimiento a su jefe e inclinó la cabeza ante Miles.

En realidad, era el único empleado del consulado, y como Vorlynkin llevaba aquí dos años, y Johannes sólo había llegado el año pasado, Matson era también el más veterano, en tiempo de servicio aunque no de edad. «¿De quién te fías, lord Auditor?» En una situación como ésta, de nadie más que de Roic, supuso Miles, pero la prevención mal entendida podía ser un error tan grande como la fe mal entendida. Con cuidado, pues, pero no completamente paralizado.

—¿Qué le pasó a Jin?

—Lo enviamos de vuelta exactamente como usted indicó, milord. No obstante, tuvimos la precaución de colocar un rastreador microscópico en el sobre.

No era exactamente la orden de no seguirle que había escrito Miles, pero sería hipócrita debatir sobre sutilezas ahora. Resultados, después de todo.

—A primeras horas de la tarde, el sobre quedó depositado en lo que creemos que es la sala de pruebas de la comisaría central de policía de Northbridge. Está en ese edificio, al menos. El chico, Jin, después de pasar por la policía, según parece, acabó en el centro de detención juvenil, donde ha pasado toda la noche. Con esos datos, el teniente Johannes pudo acceder a los archivos de los arrestos públicos de ayer e identificarlo por un proceso de eliminación. ¡Parece que el nombre completo del chico es Jin Sato, y es un fugitivo que lleva desaparecido más de un año!

—¿Sí? —dijo Miles—. Ya lo sabía.

El tono diplomático de Vorlynkin se hizo más forzado.

—¿Cómo demonios… señor… ha implicado usted a un niño como ése en sus asuntos… cualesquiera que sean?

—Tiene once años —replicó Miles.

—¡Once! ¡Aún peor!

—Cuando mi padre tenía once años —dijo Miles razonablemente—, se convirtió en ayuda de cámara del general-mi-abuelo durante una guerra civil a gran escala. A los trece le había ayudado a derrocar a un emperador. No me pareció que un paseo vespertino por su ciudad natal, ida y vuelta, y además en un planeta pacífico, estuviera por encima de la capacidad de Jin.

Sin embargo, al parecer se había equivocado. Miles dio un respingo por dentro. No había pensado en las implicaciones del estatus de fugitivo de Jin en un lugar tan controlado como éste, aunque hubiera elegido de manera rutinaria su propia ruta para evitar llamar la atención.

El chico estaría ahora frenético pensando en sus animales, pero eso era lo de menos.

—Es un error que tengo que corregir, entonces. No abandono a mi gente si puedo evitarlo. Tendremos que rescatarlo.

Vorlynkin se quedó boquiabierto.

—Es menor de edad. ¿Cómo? ¡No tenemos ningún derecho sobre él!

—Llevaba también todo nuestro dinero en efectivo —intervino Johannes—. Lo habría intentado recuperar yo mismo, pero no podemos demostrar que era nuestro.

Miró a Miles con el ceño fruncido, la queja implícita de haber hecho exactamente lo indicado.

«Bueno, siempre está el trazador», pero antes de que Miles pudiera expresarlo en voz alta, Vorlynkin continuó:

—Si su correo menor de edad habla, espero que la policía de Northbridge nos visite. Con algunas preguntas muy difíciles de responder.

Miles vaciló, alerta.

—¿Han venido?

—Todavía no.

Y si no venían, eso implicaba que Jin había mantenido la boca cerrada, y en condiciones que tenían que ser bastante aterradoras para él.

—Eso es… interesante.

—¿Dónde encontró a ese chico, milord? —preguntó Vorlynkin.

—En realidad, me encontró él a mí. En la calle, más o menos.

Miles hizo una rápida corrección interna. Después de todo, le había dado tácitamente a Suze su palabra de no revelar su escondrijo a cambio de información, y desde luego había recibido información, aunque no estuviera seguro todavía de qué hacer con ella.

—Leyó usted mi nota, ¿no?

Vorlynkin asintió.

—Bien, como decía, la droga con la que los secuestradores intentaron sedarme disparó en cambio alucinaciones maníacas, y acabé perdido en las Criotumbas.

No hacía falta decir cuánto tiempo: la situación era lo suficientemente elástica para abarcar el día perdido que había pasado con Jin y compañía.

—Cuando recuperé el sentido y encontré el camino, seguía un poco paranoico por si mis secuestradores volvían a encontrarme, y estaba demasiado agotado para continuar. Jin me ayudó amablemente, y se lo debo.

Vorlynkin miró a Miles con dureza.

—¿Está diciendo que no estaba en sus cabales?

—Ésa podría ser una buena explicación, si hace falta una. ¿Tiene este consulado un abogado local?

—Bajo contrato, sí.

La práctica habitual. «¿Puedo confiar en que guarde nuestros secretos?» Era una pregunta que Miles no estaba preparado para formular en voz alta todavía.

—Bien. En cuanto sea posible, contacte con el abogado y averigüe qué podemos hacer para recuperar a Jin.

Tendió la taza para pedir más té; Yuuichi, el empleado, lo sirvió amablemente. La mano de Miles temblaba de cansancio, pero consiguió no derramar el té camino de sus labios.

—Una ducha es tan buena como tres horas de sueño. La ducha primero, y luego la comuconsola, por favor.

—¿No debería descansar, milord? —dijo Vorlynkin.

Miles reprimió un impulso de gritar «¡No discuta conmigo!», lo cual era un buen indicador de que, sí, maldición, debería descansar, pero había unas cuantas cosas clave que tenía que hacer primero.

—Más tarde —dijo. Y entonces concedió—: Pronto. —Después de un instante, añadió, reacio—: Será mejor que comuniquen a la policía de Northbridge que escapé, me perdí en las Criotumbas y volví al consulado por mi cuenta… No quiero que malgasten sus recursos buscándome. Pueden decirles que no estoy herido pero sí enormemente fatigado, y que estoy descansando aquí. Pueden enviar a alguien a tomarme declaración mañana, si necesitan una. No mencionen a Jin a menos que pregunten. Si alguien más pregunta por mí… consúltenme antes.

Esto provocó otra dura mirada de Vorlynkin, pero el cónsul tan sólo asintió.

Johannes condujo a Miles a los dormitorios de arriba (parecía que los dos solterones barrayareses se ahorraban el alquiler viviendo en el consulado), y el personal se ganó un millón de puntos en la estima de Miles al proporcionarle sus ropas y equipo, recuperadas junto con las cosas de Roic en su hotel después de los secuestros. Johannes miró el equipo de comunicación seguro del Auditor (de lo mejorcito de Seglmp) con el debido respeto, antes de entregarlo. Las pertenencias personales que los secuestradores le habían quitado a Miles estaban todavía en manos de la policía, que las había encontrado en un callejón y las conservaba como prueba, a excepción de su sello de Auditor, que Vorlynkin había conseguido recuperar con, supuso Miles, una buena dosis de vigorosa persuasión diplomática.

Media hora más tarde, lavado, afeitado y vestido con ropa limpia, Miles dejó que Johannes lo condujera al sótano del consulado y su habitación hermética, y lo colocara delante de una comuconsola segura. Miles cuadró la espalda y extendió los dedos, y luego introdujo el primer término de su búsqueda: Lisa Sato.

—¿Quién es ésa? —preguntó Johannes, asomado por encima de su hombro.

—La madre de Jin.

—¿Es importante?

—Algunos pensaron que sí, teniente. Algunos decididamente pensaron que sí.

Cuando la placa vid parpadeó, Miles se inclinó para mirar el flujo de datos.

6

Una breve conversación con milord a través de la comuconsola de la comisaría de policía de Northbridge, una vez llegados allí los delegados rescatados, alivió a Roic de su peor pesadilla, la de perder al pequeño gi… a milord. Nuevas curiosidades ocuparon su lugar. ¿Por qué insistía milord en que Roic llevara al doctor Durona?

—Lo cierto es que pensaba regresar al hotel de la conferencia para recoger mi equipaje —intervino Raven, asomándose al receptor vid.

—Venga a verme a mí primero —respondió milord.

—Perderé mi nave de salto.

—Hay una a diario. De hecho, no reserve su camarote todavía.

Raven alzó sus negras cejas.

—Mi tiempo es dinero.

—Lo tendré en cuenta.

Raven se encogió amistosamente de hombros ante el seco tono de milord, y siguió a Roic, ambos ataviados con las zapatillas de papel que sus anfitriones les habían proporcionado mientras esperaban a que aparecieran sus zapatos robados.

Era ya media tarde cuando la policía por fin dejó a Roic y su divertido compañero en el consulado. La casa, en opinión de Roic, parecía indebidamente modesta, aunque suponía que mantener la dignidad del Imperio a esta distancia era bastante costoso. Pero parecía que podrían proporcionarles una ducha y un lugar donde echar una cabezada, las dos necesidades más acuciantes de Roic desde que la policía dio de comer a los cautivos liberados, o al menos tantas tabletas de raciones como quisieran comer. Ricas en vitaminas y proteínas, sabían a masilla recubierta de chocolate con caca de gato: parecía que algunos horrores eran universales.

Roic contuvo su deseo de lavarse y dejó que el teniente Johannes lo condujera directamente a ver a milord, situado ya como una araña invasora en la sala de comunicaciones del consulado. En la mayoría de las embajadas planetarias que Roic había visitado a la estela de milord, la sala hermética parecía el centro nervioso secreto de los asuntos de la embajada, silenciosa y urgente. Aquí, parecía más bien una sala de recreo olvidada en el sótano donde se practicaban aficiones muy antiguas… dotada de alta tecnología.

Milord giró en su silla ante la consola e indicó a Roic y Raven que tomaran asiento, despidiendo a Johannes con un «Gracias, teniente». Johannes, que parecía tener ganas de quedarse a escuchar, asintió y se marchó diligentemente, cerrando la puerta con ese sonidito apagado que indicaba un buen aislante acústico. Roic ignoró el leve ambiente de asesino en serie de la cámara sin ventanas, y trató de apreciar que aquí al menos podía disfrutar de una conversación verdaderamente privada.

—¿Están bien los dos? —Una pregunta protocolaria: milord ni siquiera esperó a que Raven asintiera y Roic gruñera, antes de continuar—. Cuéntenme todo lo que les ha pasado. Y, sí, quiero los detalles.

Milord escuchó, tensando las cejas, mientras contaban la historia completa del secuestro y el rescate, hasta recompensar a los narradores al final con un mero «hum». Se dirigió a Raven.

—Me alegro de que esté bien. No me habría gustado tener que explicarle su pérdida a sus hermanos-clones, ni al mío. La verdad es que pensaba que el Grupo Durona enviaría a su hermana Rowan.

—No, está demasiado ocupada estos días para hacer viajes planetarios —dijo Raven—. Es la jefa de nuestro departamento de criogenia: tenemos más de quinientos empleados, entre nuestros servicios clínicos, los de investigación y los administrativos. Y ella y ese tecnomed escobariano con el que se casó tienen planeado sacar a su segundo hijo del replicador uterino un día de éstos.

—No es clonado, ¿eh?

—No, todo se hizo a la antigua usanza, un óvulo y esperma en un tubo de ensayo. Ni siquiera hicieron ninguna modificación genética, aparte de la comprobación rutinaria de defectos, naturalmente.

—Naturalmente —murmuró milord, sin hacer más comentarios—. Así que la buena de Lily Durona es ahora abuela de verdad… o tía, dependiendo de cómo se mire. ¿Sigue gozando de buena salud para su edad, espero?

—Así es.

—Interesante.

Raven se tiró con aire ausente de la trenza, que le caía por encima del hombro, y continuó:

—Como jefa del departamento, Rowan dice que echa de menos el trabajo quirúrgico directo. Apenas hace dos resurrecciones por semana, hoy en día. Yo hago de dos a seis al día, dependiendo de las complicaciones. Nada tan complicado como lo suyo… usted requirió a Rowan, a mí, y a dos turnos de tecnomeds dieciocho horas seguidas.

—Hicieron un buen trabajo.

—Gracias. —Raven asintió con un gesto que a Roic le pareció de relamida satisfacción.

—Dele mis saludos a Rowan, cuando la vea.

—Oh, sí, me dijo que le diera recuerdos.

Esto se ganó una mirada extrañamente irónica, y un gesto de asentimiento.

—¿He de entender —intervino Roic— que el doctor Durona aquí presente no estaba en la conferencia por casualidad?

—Por supuesto que no. Le pedí al Grupo Durona que me proporcionara una evaluación técnica independiente de la crioconferencia, y de lo que pudiera suceder.

—El grupo había recibido la invitación a la conferencia mucho antes de que usted lo pidiera, lord Vorkosigan. Íbamos a enviar a uno de nuestros residentes: este lugar no carece de interés para nosotros.

—¿Y han observado algo especial hasta ahora? Técnicamente.

Milord se acomodó en su asiento y cruzó los dedos, dirigiendo a Raven una mirada especulativa.

—Nada nuevo para nosotros en el aspecto técnico. Sí me fijé en que parecían más interesados en congelar a la gente que en descongelarla.

—Sí, las criocorporaciones están haciendo juegos malabares con los votos delegados de sus clientes… Patronos, los llaman.

—Pues por lo que parece, el juego les sale muy bien.

Milord asintió.

—Apenas se discutió en la conferencia, pero parece que hay bastante debate sobre el tema. En las calles y otras partes.

—Los L.L.N.E. desde luego se quejaban vigorosamente.

—Sí, pero no con mucha efectividad —dijo Roic—. Esos lunáticos son su peor publicidad.

—¿Les parece un debate libre, tal como están las cosas? ¿Ruidoso?

—Bueno, sí —dijo Raven—. No tan ruidoso como la política de Escobar.

—Pero sí más ruidoso que Barrayar —respondió Roic.

—Mucho más ruidoso que Jackson's Whole —reconoció Raven, con una mueca torcida.

—Eso no es política, son depredadores contra presa —murmuró milord.

—¿Nuevas respuestas? —preguntó Roic, elevando sabiamente una ceja.

—Mejor. Toda una hornada de nuevas preguntas.

Other books

The Defiant Bride by Leslie Hachtel
All in One Place by Carolyne Aarsen
kate storm 04 - witches dont back down by conner, meredith allen
Rush by Daniel Mason
Next of Kin by Dan Wells
Under Fragile Stone by Oisín McGann