«¿Qué, despertar, todavía siendo una rareza, en algún tiempo y lugar extraños, con todos mis amigos desaparecidos?», le había dicho Taura a Roic, entre sus protestas, con aquella terrible voz amenazante. «¡Pero podrías hacer nuevos amigos!», fue un argumento que no consiguió conmoverla, en el agotamiento de su metabolismo en crisis.
Roic hizo un gesto de indefensión.
—Podría haberle ordenado lo contrario. Después de que ya no tuviera fuerzas para negarse, ordenar que la crioprepararan.
Dios sabía que milord era capaz de estar por encima de la voluntad de un montón de gente.
Milord se encogió de hombros, el rostro serio con el recuerdo compartido.
—Eso habría sido en beneficio nuestro, no de ella. Pero Taura prefirió el fuego antes que el hielo. Eso, al menos, no me resultó difícil comprenderlo. La alta temperatura de la cremación no deja ningún ADN.
A ella le había parecido indiferente dónde se esparcieran sus cenizas, mientras no fuera en Jackson's Whole, así que milord buscó un hueco para su urna en su propio cementerio familiar de Vorkosigan Surleau, delante del gran lago, una tarea de la que milord y Roic se habían encargado personalmente.
—Nadie —murmuró Roic— debería morir de vejez a los treinta años.
Desde luego, no un espíritu apasionado como había sido Taura.
Milord parecía meditabundo.
—Si la investigación antienvejecimiento de los Durona o de quien sea tiene éxito alguna vez, me pregunto si la muerte a los trescientos o quinientos años nos parecerá escandalosa.
—O a los dos mil —dijo Roic, tratando de imaginarlo. Unos cuantos betanos y cetagandeses conseguían vivir hasta dos siglos, según había oído decir Roic, pero su salud había sido garantizada genéticamente antes de su concepción. Para la gente corriente ya viva no era ninguna ayuda.
—Dos mil no, probablemente —repuso milord—. Alguien con mentalidad de contable calculó una vez que si todas las causas de enfermedad se eliminaran, la persona media sólo llegaría a una media de ochocientos antes de encontrarse con un accidente fatal. Supongo que eso significa que alguien se mataría a los dieciocho y otros a los ochocientos, pero al final seguiría siendo el mismo juego. Sólo que con un nuevo equilibrio.
—Hace que uno piense en los Negadores.
—Ciertamente. Si el dios que postulan esperó miles de millones de años a que ellos nacieran, unos cuantos años extra hasta que mueran apenas significará una diferencia para Él. —Milord contempló algún retorcido espacio mental interno—. A la gente le preocupa no existir después de la muerte, pero nadie parece dedicar un momento a no haber existido antes de ser concebidos. O no haberlo hecho en absoluto. Después de todo, un esperma distinto y habríamos sido nuestras hermanas, y nunca nos habrían echado de menos.
Como no parecía haber respuesta a esto que no hiciera que a Roic le doliera la cabeza tratando de reflexionar sobre ello, se mantuvo en silencio. Por fin atravesaron la vieja cancela de las instalaciones de la señora Suze.
Hacían falta muchas horas para subir la temperatura nuclear de Lisa Sato de la crionización profunda a por debajo del punto de congelación. Miles envió a Johannes de vuelta al consulado y, mientras la noche se estiraba, se turnó con Roic para echar una cabezada en un jergón improvisado en una habitación frente al laboratorio de resurrección de Raven, emplazado en el tercer piso del antiguo edificio de recepción. También Raven y la tecnomed Tanaka hicieron turnos en las guardias de noche. El amanecer del nuevo día marcó el principio de los procedimientos químicos: el vaciado del antiguo criofluido, su rápida sustitución por lo que a Miles le parecieron cubos de nueva sangre sintética. La piel de la figura postrada de la mesa de operaciones pasó con la transfusión de color gris barro a un esperanzado marfil cálido. El criofluido borboteó por el sumidero.
Si hubieran tenido el tiempo y el equipo, por no mencionar una muestra de la sangre de la paciente, habrían implantado sangre idéntica a la original. La sangre sintética carecía de los glóbulos blancos únicos que el cuerpo de la paciente producía, así que la persona rediviva tendría que estar aislada durante un tiempo indeterminado, hasta que su propia médula ósea empezara a rellenar los huecos inmunológicos. Miles había pasado esa fase durmiendo, según le contó Raven, pero claro, él había sufrido más traumas, quirúrgicos y de todo tipo. Ako se había pasado toda la noche limpiando y preparando la cabina de aislamiento.
Raven se mostraba enloquecedoramente impreciso respecto a cuándo podría ser interrogada su paciente, y dejó claro que sus hijos tenían prioridad como primeras visitas. Miles no discutió: no se le ocurría nada mejor para motivar a la mujer a recuperar sus facultades.
Miles estaba ansioso por ofrecer ayuda, pero a medida que se fueron acercando al punto de no retorno del procedimiento, Raven lo hizo sentarse en un taburete apartado con una mascarilla sobre la boca. El memoristick alrededor de los bordes se ajustaba a su piel con un sello flexible pero eficaz, y los electroporos incluso filtraban los virus. Con todo, Miles no estaba del todo seguro de que la mascarilla fuera solamente para bloquear los gérmenes, así que se mordió la lengua en vez de gritar cuando Raven murmuró:
—Maldición… esto no va bien.
—¿Qué no va bien? —preguntó Miles, mientras Raven y la tecnomed seguían trabajando y no le contestaban.
—No hay latencia eléctrica en el cerebro —dijo Raven, justo antes de que Miles empezara a repetir la pregunta en voz alta—. Debería haberse producido ya… Tanaka, probemos con una buena y anticuada descarga eléctrica.
La cabeza de Lisa Sato tenía puesto algo que parecía un gorrito de natación, repleto de sensores y componentes electrónicos, pegado al oscuro cabello aplastado por el criogel. Raven tocó algo en su pantalla de control, y el gorrito emitió un sonido chasqueante que hizo que Miles diera un salto y casi se cayera del taburete. Raven miró los indicadores con el ceño fruncido. Extendió la mano enguantada, casi inconscientemente según le pareció a Miles, para masajear la mano flácida de su paciente.
—Cierre ese sumidero —dijo Raven, de forma brusca e inexplicable, y la tecnomed corrió a obedecer. Se retiró un paso—. Esto no funciona.
El estómago de Miles dio un vuelco enfermizo.
—Raven, no puede parar.
»Dios mío, no podemos permitirnos cagarla ahora. Esos pobres chicos están esperando que les entreguemos a su madre. Prometí…
—Miles, he hecho más de siete mil resurrecciones. No necesito pasarme la siguiente media hora saltando sobre el cadáver de esta pobre mujer para saber que está muerta. Su cerebro es gelatina, a nivel microscópico. —Raven suspiró y se apartó de la mesa. Se quitó la mascarilla y los guantes—. Reconozco una mala preparación cuando la veo, y ésta fue una mala preparación. No es culpa mía. No he podido hacer nada. De ninguna manera.
Raven era un hombre demasiado controlado como para arrojar los guantes sobre la mesa y maldecir, pero no hacía falta: Miles podía leer sus emociones en su rostro serio, aún más feroz por el brusco contraste con su habitual buen humor.
—¿Crees que ha sido… asesinada?
—Las cosas pueden salir mal sin que intervenga nadie. De hecho, es la norma estadística. Aunque no contigo, supongo.
—Ni en este caso, creo.
Raven hizo una mueca.
—Sí. Puedo hacer una autopsia, en un momento. —Cuando hubiera recuperado la calma, presumiblemente—. Y descubrir exactamente por qué fue una mala preparación. Hay varias opciones. Ya me pareció que había algo raro en la viscosidad de ese líquido de retorno… —Hizo una pausa—. Déjeme que lo exprese de otra forma. Insisto en hacer la puñetera autopsia. Quiero saber exactamente cómo me he encontrado con este fracaso. Porque no me gusta que me la jueguen así.
—Amén —gruñó Miles. Se levantó de la silla, se puso la mascarilla, y se acercó a la mesa con su muda carga. El bombeo de sangre todavía mantenía la piel esperanzadamente sonrosada, una promesa engañosa. Como ausente, Raven extendió la mano y desconectó el aparato. El silencio dolió.
¿Cómo iba a explicarle esto a Jin y Mina? Porque Miles sabía que ésa tendría que ser su próxima tarea. En su prisa, en su arrogancia, había roto su esperanza… No, sólo había roto su falsa esperanza. Este final era al parecer inevitable, no importaba cómo o cuándo se hubiera producido, tarde o temprano, por su mano o por la de otro. Esta reflexión no le consoló demasiado.
«Os haré justicia»… No. No estaba en situación de hacerles ese tipo de juramentos. Y «lo intentaré» parecía demasiado débil, un mero preámbulo de otra excusa de adulto. Pero la culpabilidad avivó su ira contra su desconocido enemigo como nada más podía hacerlo. Qué extraño, qué sospechoso. Qué inútil.
Llamaron bruscamente a la puerta del quirófano. ¿Roic, despierto otra vez? Tampoco iba a recibir con alegría la noticia de su metedura de pata. Miles cuadró los hombros, recogió su bastón, se acercó a la puerta y miró a través del estrecho cristal. Y de inmediato se alegró de no haber gritado «¡Adelante, Roic!». Porque fuera estaba el cónsul Vorlynkin, con aspecto de tener prisa, con Jin y Mina detrás, tirándole cada uno de un brazo.
Miles salió por la puerta y la bloqueó, apoyando en ella la espalda.
—¿Qué está usted haciendo aquí? Tenían que esperar hasta que yo llamara.
Como si hubiera podido oponerse, por cómo empujaban a Vorlynkin. Supuso que era buena cosa que los niños parecieran haberle perdido el miedo al hombre, pero habría sido mejor si no se hubiera convertido en plastilina en sus manos. «Sí, como si yo hubiera podido oponerme.»
—Insistieron —explicó Vorlynkin, innecesariamente—. Les dije que ella no despertaría hasta mañana… y usted les contó la mala cara que se te queda cuando sales de la crio… pero ellos siguieron insistiendo. Aunque sólo pudieran verla a través del cristal.
»Creo que no han dormido en toda la noche. Me despertaron tres veces… Pensé que si pudieran verla, se calmarían. Y dormirían la siesta más tarde, o algo por el estilo. —La voz de Vorlynkin se apagó cuando se dio cuenta de la sombría expresión de Miles. Así que sólo silabeó, sin pronunciar las palabras «¿Qué ocurre?».
Miles no estaba preparado todavía. Demonios, no estaría preparado nunca. Había pasado antes por la nada envidiable tarea de comunicar a los parientes de amigos que se habían quedado en el sitio, pero siempre habían sido adultos. Nunca niños, nunca tan abiertos y desprotegidos. La emoción de Mina y Jin se aplacó al mirarlo. Porque si las cosas hubieran salido bien, ¿no estaría alardeando ya, llevándose todo el mérito? No había manera de mejorar esto, y sólo una forma de terminarlo. Quiso arrodillarse, suplicar, pero lo único que parecía adecuado era mirar a Jin a los ojos. Inspiró profundamente.
—Lo siento, lo siento muchísimo. Algo salió mal con la criorre… No, con la criopreparación. Raven-sensei no pudo hacer nada. Intentamos… Creemos que tu madre murió durante su criopreparación hace dieciocho meses, o poco después.
Jin y Mina se quedaron quietos, en estado de shock. Pero no lloraron, todavía no. Tan sólo se quedaron mirando a Miles. Mirando y mirando.
—Pero queríamos verla —dijo Mina, con voz débil—. Dijo usted que la veríamos…
La voz de Jin sonó ronca, recia, nada propia de él.
—Nos prometió…
El trío se había apartado ante el golpe de la noticia. De manera espontánea, la mano de Jin había encontrado la de Mina. La otra mano de Mina tembló y agarró con fuerza la de Vorlynkin, quien la miró con desazón.
—¿Ahora? —dijo—. ¿Estás segura…? —Su dura mirada se alzó como para clavar a Miles en la pared.
—Tienen derecho —respondió Miles, reacio—. Aunque no sé si un recuerdo feo es mejor que ningún recuerdo. Simplemente… no lo sé.
—Ni yo —admitió Vorlynkin.
Mina se mantuvo firme.
—Quiero ver. Quiero verla.
Jin tragó saliva y asintió.
—Esperad un momento, entonces…
Miles atravesó la puerta y dijo:
—Raven, tenemos visita. Parientes. ¿Podemos, uh, arreglarla un poco?
Raven, el supuesto tipo duro de Jackson's Whole, pareció profundamente conmocionado por la noticia.
—Oh, dioses, ¿no serán esos pobres niños? ¿Qué están haciendo aquí? ¿Tienen que entrar?
—Tienen derecho —repitió Miles, preguntándose por qué esas palabras parecían resonar en su mente. Debería saberlo, pero hoy en día no podía echar la culpa de sus vacíos de memoria a sus diez años de criorresurrección.
Raven, Tanaka y Miles corrieron a tapar decentemente a la silenciosa figura, quitar la inútil maraña de tecnología que la rodeaba, tubos y electrodos, y el extraño gorrito. Miles le alisó el negro pelo corto sobre las orejas. Su lisura volvió sofisticado el rostro femenino de mediana edad, aunque parecido a una calavera, y Miles se preguntó cómo llevaba el pelo la madre de los niños. Cosas pequeñas como ésa podían adquirir una importancia desproporcionada. Un arreglo rápido e inútil, éste.
«Bueno, terminemos de una vez.» Miles se acercó a la puerta y la abrió de par en par.
Jin y Mina y Vorlynkin entraron. La mirada que Vorlynkin dirigió a Miles al pasar contenía muy poco amor. Jin se agarró a la mano libre del cónsul mientras se acercaban a la mesa. Porque ¿a quién más podía aferrarse, en esta hora aciaga?
Los niños se quedaron mirando un rato. Mina abrió asombrada la boca. Jin alzó los ojos hacia Miles con un «¿Eh?» medio susurrado.
A caballo entre la ira y el desdén, Mina exclamó:
—¡Pero si ésta no es nuestra madre!
Miles apenas pudo evitar farfullar como un idiota «¿Estás segura?». Ninguno de los dos chicos tenía la menor duda.
—Entonces… —se atragantó, volviéndose para mirar a Raven y a la figura cubierta sobre la mesa—, ¿quién es la que acabamos de…?
«Asesinar» era injusto, además de inadecuado. Y, sospechaba, sería profundamente ofensivo para el molesto especialista en criorresurrección.
—Que acabamos…
Por fortuna, parecía que nadie esperaba que llenara el espacio en blanco.
—Sus números estaban bien —dijo Raven—. O al menos eran los números que usted me dio.
Así que o bien Miles había cogido el código equivocado de los datos de crioalmacenamiento, cosa que sabía muy bien que no había hecho, o los números habían sido trastocados en algún lugar de las alturas. Por alguien. Por algún motivo. ¿Para ocultar algo? ¿Para proteger a Lisa Sato de un posible secuestro por sus seguidores o alguien como los L.L.N.E.? ¿O por Miles…? No, Miles no pensaba que nadie en Kibou-daini podría haber imaginado que un ruidoso Auditor Imperial barrayarés se tomaría este interés. ¿O podría haberse tratado de un error auténtico? En ese caso, Miles imaginó los millones de criocajones que había en o debajo de Northbridge tan sólo, y el corazón se le vino abajo. La idea de que nadie pudiera saber de verdad dónde habían guardado a Lisa Sato era demasiado horrible para pensar en ella más de un instante.