Criopolis (26 page)

Read Criopolis Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Criopolis
9.07Mb size Format: txt, pdf, ePub

O (la idea era tan fascinante que Miles contuvo la respiración) alguien más se le había adelantado, con la misma intención. En cuyo caso… No. Antes de que sus visiones internas pudieran proliferar como locas, sería mejor que las asegurara al menos con unos cuantos hechos. Físicos, no todas estas tentadoras inducciones de tenues tentáculos.

Miles inspiró profundamente, para detener los martilleos de su corazón.

—Muy bien. Muy bien. Empezaremos con lo que podemos saber. Primero es identificar a esa pobre… patrona. Que sea una prioridad en su autopsia, Raven. Yo volveré a la cámara hermética del consulado y…

Miles se interrumpió cuando Vorlynkin se aclaró ominosamente la garganta. Vorlynkin hizo un gesto con la cabeza hacia Jin y Mina, que permanecían juntos en silencio, las caritas blancas. Miles no estaba seguro de si interpretar sus posturas como miedo o furia, aunque al menos no estaban llorando. En cualquier caso, Vorlynkin probablemente tenía razón: de nada serviría discutir los feos detalles de una autopsia delante de ellos ahora mismo, aunque después de todo no fuera su madre. Los niños, como Miles tenía buenos motivos para saber, oscilaban naturalmente entre lo profundamente sensible y lo notablemente sangriento; a veces, y ahí venía la confusión, el mismo niño en momentos distintos. ¿Tratar con las mujeres era la práctica para tratar luego con niños? Menos mal que no tenía tiempo para seguir esa línea de pensamiento. Con una señal, Miles condujo a Vorlynkin y sus pupilos al pasillo.

—Lamento todo esto —repitió Miles estúpidamente—. Os prometo… —maldición, tenía que desterrar esa frase de su vocabulario— que voy a seguir buscando a vuestra madre. El problema se ha vuelto de pronto mucho más interesante. Esto… difícil. Se ha vuelto un poco más difícil. Necesito más datos…

«Necesito más datos, joder», era un viejo mantra suyo, casi reconfortante en su familiaridad. Algunos contratiempos eran simplemente contratiempos. Otros eran oportunidades que llamaban disfrazadas a la puerta. Pensar que se trataba del segundo tipo era razonar por delante de sus datos («¿recuerdas, los datos?»). Bueno, eso era lo que podía garantizarte la experiencia: un alto grado de seguridad mientras cometías errores…

—Pero ¿qué nos va a pasar a nosotros ahora? —preguntó Mina.

—No irán a devolvernos con tía Lorna y tío Hikaru, ¿verdad? —añadió Jin ansiosamente.

—No. Al menos todavía no. El cónsul Vorlynkin os llevará de vuelta al consulado por el momento, hasta que lleguemos a alguna parte con todo esto o…

—¿O? —repitió Vorlynkin, cuando Miles guardó silencio.

—Lleguemos a alguna parte.

«Sólo que no sé adónde.»

—Me quedaré aquí para la limpieza, y me reuniré con todos más tarde. Cuando vuelva, Vorlynkin, haga que el teniente Johannes efectúe un barrido preliminar en busca de datos por mí. Quiero tratar de encontrar a ese tal doctor Leiber, el que estuvo relacionado con el grupo de Lisa Sato aquí hace dieciocho meses.

No era una gran pista, pero tenía que apañárselas con lo que tenía a mano. Miles se preguntó hasta qué punto sería común ese apellido en Kibou. Bueno, lo descubriría dentro de poco.

Vorlynkin asintió y se llevó a los niños. Jin miró alrededor, como echando de menos su refugio perdido. Mina se agarró a la mano del cónsul, algo que le hizo dar un leve respingo, posiblemente de culpabilidad, pero lo soportó como un hombre. Esto era claramente inquietante para los niños. «Demonios, es inquietante para mí.»

Roic, con cara de sueño, asomó la cabeza por la puerta del dormitorio improvisado y entornó los ojos cuando el trío desapareció en la esquina.

—He oído voces. ¿Qué es lo que pasa?

Miles lo puso al día. Su expresión, cuando se enteró de que habían robado diestramente el cuerpo equivocado, era la que Miles había imaginado. Por supuesto, había que llevar tratando a Roic un tiempo para poder leer todos los matices que podían expresar su rostro inexpresivo y su postura. ¿Había alguna especie de escuela secreta para que los hombres de armas lo aprendieran, o era todo aprendizaje? El comandante Pym era un maestro, pero Roic lo estaba alcanzando.

—¿Sabe? —dijo Roic, como no habría hecho Pym, porque Pym habría tenido una expresión neutra exacta para cubrirlo—, si se hubiera retirado mientras estaba ganando, justo después de lo de Wing, ahora mismo estaríamos camino de casa.

—Bueno, no puedo dejarlo ahora —respondió Miles, agriamente.

—Lo comprendo, milord.

Con un suspiro, Roic lo siguió de vuelta al laboratorio.

Raven lo había recogido todo y estaba preparándose para su siguiente tarea. La tecnomed Tanaka estaba colocando una serie de instrumentos bastante inquietantes en una bandeja junto a la mesa de criorresurrección. Alzó la cabeza cuando ellos entraron y preguntó:

—¿Seguiremos teniendo nuestras criorresurrecciones gratis, entonces?

—Sí, por supuesto —dijo Miles automáticamente—. Un trato es un trato, después de todo.

Le sorprendía que Tanaka todavía confiara en ellos, pero era vagamente agradable que ella estuviera de acuerdo con el análisis de Raven. Miles no añadió «y puede que volvamos»: se estaba volviendo más cauteloso. Demasiado tarde.

Raven tamborileó con los dedos sobre la mesa y examinó los instrumentos.

—¿Quiere que envíe alguna muestra a un laboratorio comercial para analizarla o que intente hacerlo aquí?

—¿Qué es más rápido, y qué es mejor?

—Si quisiera hacer un buen trabajo aquí, necesitaría traer de Escobar a algunos miembros de mi equipo. Probablemente tardaría más que en enviar las muestras. Las dos cosas corren el riesgo de llamar la atención. Los resultados deberían ser los mismos.

—Bueno… mi instinto me dice que mantengamos esto en secreto hasta que sepamos con qué estamos tratando. Yo diría que lo mejor es seguir solo hasta donde pueda, y luego hacer recuento. Mi hipótesis de trabajo es que ésta fue una sustitución deliberada, ocurrida en los últimos dieciocho meses. Si supiéramos quién era esta mujer, de dónde procedía, podría decirnos algo de quién pudo ponerla en lugar de Lisa Sato.

«O no.»

—Es importante saber si se produjo un cambiazo, o si la congelaron en lugar de Sato desde el principio, y en ese caso…

Raven frunció el ceño.

—¿Cree que la madre de Jin y Mina podría estar viva en alguna parte? En ese caso, ¿por qué no se lo ha hecho saber a los pobres críos?

—Depende completamente de lo peligroso que pudiera ser ese conocimiento.

El gesto de preocupación de Raven aumentó.

—Bueno, puedo decirles una cosa ya mismo —dijo la tecnomed Tanaka, inclinándose para retirar un trozo de membrana de plástico de la papelera antes de alzarlo a la luz—. Esta mujer no ha sido congelada en lugar de la que están buscando, no en los últimos dieciocho meses al menos. Este estilo de envoltorio es más antiguo.

Tres cabezas se volvieron súbitamente hacia ella.

—¿Cómo de antiguo? —preguntó Miles—. ¿Y cómo lo sabe?

Los arrugados párpados de la mujer se entornaron.

—Oh, cielos. No he visto esta marca con la red hexagonal desde mis días de estudiante. Al menos tiene treinta años, tal vez cincuenta.

Miles gruñó.

—Entonces, ¿esta mujer podría proceder de cualquier momento entre doscientos años atrás y cincuenta?

—No, porque había otros estilos y marcas antes. Y después. Este tipo sólo estuvo en el mercado unas tres décadas.

—Gracias, tecnomed Tanaka —dijo Miles—. Es un principio.

Parecía que su misterio se había dividido en dos. Mitosis mistérica. Una especie de retroceso.

Raven cogió su primer instrumento y se inclinó hacia su «paciente convertida en sujeto».

Permanecieron muy callados en la aerofurgoneta en la primera parte del viaje de regreso al consulado. La decepción atenazaba la garganta de Jin. Mina, amarrada en el centro del asiento trasero, estaba pálida y demacrada. Vorlynkin pilotó a mano entre el tráfico hasta que estuvieron lejos del escondite de Suze-san, y luego conectó con la red de control municipal y se acomodó en su asiento con un suspiro.

Se volvió para mirar a Jin y Mina.

—Lamento todo este lío.

—No ha sido culpa suya —concedió Jin.

Vorlynkin abrió la boca para decir algo, evidentemente se lo pensó mejor, y simplemente lo sustituyó por un «Gracias». Un momento después, añadió:

—Aunque si fuerais mi hija, me habría enfurecido que os arrastraran a una cosa así.

Antes de que Jin pudiera decir «creí que éramos nosotros quienes lo habíamos arrastrado a usted», Mina preguntó con ansiedad:

—¿Tiene usted una hija? ¿Qué edad tiene? ¿Puede jugar con nosotros?

Vorlynkin hizo una mueca.

—Annah tiene seis años, así que probablemente le gustaría jugar con vosotros, pero me temo que no. Está en Escobar. Con su madre.

—¿Van a volver pronto? —preguntó Mina.

—No. —Vorlynkin vaciló—. Estamos divorciados.

Tanto Jin como Mina dieron un leve respingo ante la temible palabra.

—¿Por qué se divorciaron? —preguntó Mina.

Si hubieran estado sentados juntos, Jin le habría dado una patada en el tobillo para hacerla callar, pero por desgracia estaba fuera de su alcance.

Vorlynkin se encogió de hombros.

—No fue culpa de nadie, en realidad. Ella era de Escobar. La conocí cuando estaba destinado en la embajada como subsecretario. Cuando nos casamos, di por hecho que me seguiría a donde me llevara mi carrera. Pero cuando me ofrecieron el ascenso y el traslado a la embajada de Barrayar en Pol, Annah había nacido ya. Y mi esposa cambió de opinión. Con un bebé al que cuidar, no quiso dejar la seguridad de su familia y su mundo. O no se fiaba lo suficiente de mí. O algo. —Después de un momento de silencio, que Jin soportó con cierto rubor y Mina, al parecer, con completa fascinación, Vorlynkin añadió—: Mi ex esposa se volvió a casar hace poco. Con otro escobarés. Me escribió diciendo que su nuevo marido quiere adoptar a Annah. No sé. Tal vez sea mejor para ella que un padre al que ve unos tres días cada tres años. Es difícil decidir. Renunciar.

Había hablado mirando a su regazo, pero de pronto, inesperadamente, alzó la mirada azul hacia Jin y Mina.

—¿Qué pensáis vosotros?

Mina parpadeó, y contestó rápidamente:

—Yo querría a mi padre de verdad.

Vorlynkin no pareció terriblemente animado con esta respuesta.

—Depende, supongo —dijo Jin, con más cautela—. De si el nuevo es un buen tipo o no.

—Eso creo. No lo conozco todavía. Supongo que debería tomarme algún tiempo antes de aceptarlo. Pero tal vez ir de visita de nuevo tan sólo confunda a Annah. Seguro que no se acuerda mucho de mí.

—¿No le envía mensajes y esas cosas? —preguntó Mina, frunciendo el ceño.

—A veces.

—¿No podía haber elegido quedarse usted con su esposa? —dijo Jin lentamente—. ¿En vez de ir a Pol?

Dondequiera que eso estuviese, parecía bastante lejos de Escobar.

—Ser diplomático no es como ser soldado, ¿no? ¿No puede dimitir?

Vorlynkin le dirigió una sonrisa a Jin con algo de ironía, llevándose un dedo a la frente, y Jin se sintió aún más incómodo. Tal vez no debería haber hecho ese comentario.

—Sí, podría haber tomado esa decisión. Entonces. Ahora ya no puedo dar marcha atrás, claro. Esa oportunidad ya ha pasado de largo.

Mina hizo una mueca despectiva.

—Parece que ya ha elegido.

—Mi yo más joven lo hizo, sí. Tendré que pensar en él, algún día…

El piloto automático pitó cuando se acercaron al consulado, y de algún modo, para alivio de Jin, Vorlynkin se giró para volver a hacerse cargo de los controles.

De nuevo en la cocina del consulado, Vorlynkin les preparó a todos un tentempié, y luego se fue a la habitación que parecía una oficina para atender algo que quería su empleado. Mina cogió a Lucky y se fue al piso de arriba. Jin salió a comprobar cómo estaban sus criaturas. Cuando subió al dormitorio que compartía con su hermana, ella estaba enroscada en la cama abrazando posesivamente a la gata. Lucky soportaba el abrazo como un juguete de peluche, sin protestar más que meneando perezosamente el rabo un par de veces.

Jin era demasiado mayor para echar una siesta, pero su cama parecía enormemente atrayente. Supuso que, si intentaba quitarle Lucky a Mina, ella empezaría a chillar. ¿Debía esperar a que se quedara dormida? Tenía la cara abotargada e hinchada, los ojos enrojecidos, como si hubiera estado llorando.

Mientras se sentaba en la cama y planeaba cómo recuperar la gata, Mina sorbió por la nariz y dijo:

—Mintieron.

—Los adultos siempre mienten —reflexionó Jin—. Mamá mentía. Siempre decía que todo iba a salir bien, y no fue así.

Mina se enroscó con más fuerza, torciendo el rostro, y volvió a lloriquear. Un poco después, relajadas la cara y la presa, Jin se inclinó y recuperó a Lucky, cuidando de no despertar a Mina. Acarició a la gata hasta que ronroneó reconociendo el trato, y luego fue a enroscarse con ella en su propia cama. Era una cama bonita, más bonita que nada de lo que tuviera en el refugio de Suze-san, pero seguía deseando poder volver allí. Tal vez el cascarrabias de Yani tenía razón después de todo cuando quiso dejar a Miles-san en la calle…

Lo despertó Roic llamándolo por su nombre, mientras sacudía amablemente su hombro con una de sus manazas. Mina estaba ya sentada y frotándose las arrugas que la almohada le había marcado en la cara. Lucky se había largado a alguna parte. La luz en la alfombra había cambiado de posición. Jin miró el reloj y advirtió que habían pasado un par de horas.

—Lamento despertaros —dijo Roic—. Milord quiere que le echéis un vistazo a algo en la comuconsola de la sala hermética.

Roic esperó pacientemente mientras los dos niños visitaban el cuarto de baño, asegurándose de que se lavaban las manos antes de acompañarlo abajo. Ahora que se estaba acostumbrando al hombretón, a Jin empezó a caerle bien Roic. Para Miles-san, debía de ser como poseer a tu propio adulto privado que te sigue y hace todo tipo de cosas por ti. Excepto que había que decirle lo que tenía que hacer, en vez de al revés. Jin deseó poder ser dueño de un Roic.

Había un montón de gente en la extraña sala sellada del sótano donde, según había deducido ya Jin a estas alturas, el consulado guardaba todas esas cosas secretas de los espías. Miles-san y Vorlynkin estaban sentados ante una comuconsola. Raven-sensei había regresado, y estaba inclinado ante la mesa alargada con Johannes, concentrado en una máquina pequeña.

Other books

Her Husband's Harlot by Grace Callaway
Trial by Fire by Josephine Angelini
A Summer Remade by Deese, Nicole
Zooman Sam by Lois Lowry
On the Merits of Unnaturalness by Samantha Shannon
City of Masks by Hecht, Daniel
Nick's Blues by John Harvey