A estas palabras siguió un profundo mutismo entre los barrayareses presentes. Vorlynkin se aclaró la garganta, se apoyó en una mano y miró la comuconsola.
—Bien, lord Auditor. Y… hum… ¿cómo planeamos devolverle la voz a esa mujer?
—No aterrice sobre las gallinas —dijo Jin, asomándose ansiosamente al asiento entre Johannes, que pilotaba la aero-furgoneta, y Miles, que ocupaba el asiento de pasajeros.
Johannes esbozó una mueca e hizo avanzar suavemente el vehículo bajo el dosel del refugio de Jin en el tejado, y luego se detuvo de nuevo mientras Jin bajaba para apartar la mesita, mirar debajo de la furgoneta, parecer aliviado, e indicarle a Johannes que continuara. Mientras Johannes los posaba con cuidado sobre el tejado, una mujer al fondo de la tienda los observaba con recelo, las manos en las caderas, aunque sonrió un instante cuando Jin corrió hacia ella. El zumbido del vehículo quedó en silencio.
—Ah, Ako, bien, ha sido fiel —dijo Miles, y abrió su puerta—. Los demás que esperen hasta que yo dé la señal —añadió por encima de su hombro—. No queremos que la pobre mujer salga en estampida.
«Ni parecer un coche de payasos», no llegó a añadir en voz alta. Johannes y Raven asintieron en silencio; el ceño fruncido de Roic hacia la señal de Miles tal vez no fuera audible.
Ako intentaba darle de comer a Gyre: llevaba unos gruesos guantes de cocina y empuñaba un largo tenedor con un pedazo de carne cruda colgando. Cuando saludó a Jin, el ave se estiró hacia delante y capturó el bocado, torció la cabeza y lo engulló. Ako dio un respingo.
—Muerde, ¿sabes? —le dijo a Jin, casi en tono de disculpa.
—No muy fuerte —respondió Jin.
—Necesité una pomada antibiótica y vendas de plástico la primera vez, muchas gracias. Pero concedo que no me arrancó el dedo. —Se llevó de nuevo las manos a las caderas y miró con mala cara a Miles—. ¡Así que ha vuelto! Me ha dado un susto, apareciendo de tapadillo con esa furgoneta.
Miles esperaba que su maniobra hubiera tenido éxito. Aunque no podía ocultarse a escáneres más sofisticados, al menos el techo de la tienda protegía sus actividades de toda observación casual, con esta luz de la mañana. Discreto, aunque no secreto.
—Estaba empezando a pensar que no volvería, y me preguntaba qué hacer con todos estos animales. ¡Pero ha encontrado a Jin después de todo!
Miles leyó en sus ojos que ya casi había decidido que se había largado sin ninguna intención de encontrar a Jin.
—Nos retrasamos ambos —dijo Miles—. Jin fue quien me encontró a mí, pero en cualquier caso, ahora estamos reunidos. Muchas gracias por cuidar de sus criaturas. Para él significan mucho.
Ella arrugó la nariz, no del todo descontenta con ver reconocidos sus esfuerzos.
—Lo sé.
Jin terminó de hacer un rápido inventario de sus animales, incluyendo el recuento de gallinas.
—Miles-san va a llevarnos a mí y a todas mis criaturas a su casa. Durante un tiempo —le dijo a Ako.
Ella frunció el ceño.
—Ah, ¿sí?
—Sí, y tengo que hablar con la señora Suze al respecto —dijo Miles. Ako pareció marginalmente satisfecha por este reconocimiento a la autoridad—. ¿Telbury me dijo que era usted algo parecido a una aprendiz de tecnomed? —Miles se reuniría de nuevo con ella pronto, si las cosas salían como esperaba. Era mejor tranquilizarla.
Ako se puso en guardia.
—La ayudo a limpiar y eso. En la enfermería.
—Muy bien.
Miles hizo un gesto hacia la furgoneta; el resto de su séquito bajó. Miles se ahorró el problema de las presentaciones dejando que Jin se encargara de hacerlo, posiblemente mejor de lo que lo habría hecho él mismo.
—Éste es Raven-sensei, es un amigo de Escobar. Éste es Roic-san, trabaja para Miles-san; éste es el teniente Johannes, no hay problema con él.
Ako se inclinó y susurró:
—Jin, no serán policías, ¿no? Sabes bien…
—No, son galácticos de Barrayar.
Ako se mordió los labios, pero pareció aceptar esta garantía provisional. Vio cómo se dividían: Johannes y Roic se quedaron en la furgoneta hasta que Jin volviera a supervisar la carga; Raven y Jin acompañaron a Miles.
—Debería ir con usted —murmuró Roic al oído de Miles.
—A esta gente los extranjeros los ponen justificadamente nerviosos. No conseguiré lo que quiero si los asaltamos en masa, y tú eres una masa en ti mismo. —Miles dio un golpecito en su comunicador de muñeca—. Te llamaré si te necesito.
Roic le dirigió el Suspiro, el resumen familiar de la discusión habitual. Miles dejó que Jin lo condujera junto con Raven hacia la torre térmica. Ako los acompañó hasta la cocina, donde Miles prudentemente se desvió para coger una cafetera llena y algunas tazas. Se los quedó mirando mientras se dirigían a la suite de Suze.
Mientras esperaban una respuesta a la llamada de Miles, éste volvió la cabeza y le dijo a Jin:
—Será mejor que se lo diga a mi manera. Ya avisaré cuando puedas entrar.
Jin, nervioso, tragó saliva y asintió.
Un leve sonido de pasos arrastrándose en el interior preludió la apertura de la puerta, apenas una rendija. Suze asomó un ojo hinchado.
—¡Otra vez usted! —dijo—. Creía que me lo había quitado de encima. —Miró bizqueando a Jin—. A los dos. —El ojo se dirigió a Raven—. ¿Quién demonios es usted?
—Raven Durona, de Escobar —respondió Raven al punto—. Encantado de conocerla.
—Es un amigo —dijo Miles—. Como en «adelante, amigo». —Agitó la cafetera—. ¿Podemos entrar?
—Eh…
Reacia, pero sin apartar el ojo abierto de la cafetera, Suze los dejó pasar. Llevaba la misma ropa negra suelta que antes; probablemente dormía con ella puesta. Su cámara interior tenía el mismo olor geriátrico. Se acercó a la ventana y cambió la polarización para que admitiera una pizca más de luz, y le indicó a Miles, su cafetera, las tazas y sus seguidores, los ajados asientos.
—Veo que ha encontrado su cartera —dijo, sentándose frente a ellos.
A un gesto de Miles, Jin se apresuró a servir el café.
—Sí, y mi equipaje y a mis amigos. Vuelta al trabajo.
—¿Y cuál es su trabajo…? Gracias, Jin.
—Digamos que soy investigador.
Suze detuvo la taza a medio camino de sus labios. Su rostro arrugado parecía congelado de pánico.
—Pero no trabajo para las autoridades de Kibou —añadió Miles.
—Fraude de seguros —intervino Jin rápidamente, para tranquilizarla—. No es policía. Ni médico ni abogado, aunque asistiera a esa conferencia. El médico es Raven-sensei.
Miles alzó las cejas ante esta descripción de sí mismo. Estaba claro que en algún momento iba a tener que llevar a un lado al chico y explicarle con más detalle lo que era ser Auditor Imperial, pero quizás esto sería suficiente por ahora.
—No exactamente, pero bastante cerca. Da la casualidad de que los poderes en Kibou son el tema de mis investigaciones, no sus patrocinadores. No tengo ningún interés en cerrar su negocio. De hecho, me gustaría usar sus instalaciones. Podría venirle bien.
Suze entornó los ojos mirando la taza de café. Finalmente, bebió.
—Aquí vamos tirando porque no atraemos la atención de nadie.
—Yo tampoco deseo atraer ninguna atención.
Suze se echó hacia atrás en el asiento, arrugando sus labios correosos.
—¿Quiere congelar ilegalmente a alguien? ¿Espera poder sobornarme para que le guarde el cuerpo? —Su tono era notablemente neutral, ni indicativo ni orientador.
Su sugerencia parecía demasiado dispuesta: dioses, ¿había proporcionado Suze esos servicios, quizá para el mundo subterráneo local? ¿Había un mundo subterráneo en Kibou-daini? Aparte del literal donde Miles se había perdido, claro está. ¿Podría esto ser la fuente de parte de su protección? Porque los señores del crimen también querrían burlar a la muerte. Aunque cabía pensar que podrían permitirse sus propios acuerdos privados, necesitarían beneficios para repartir entre sus sicarios. Y para eliminar discretamente a sus enemigos aquellas filas de cajones anónimos sin duda eran mejores que tirar a la gente en el río más cercano con un peso en los pies. Incluso podía hacer que el asesinato fuera reversible, si habías interpretado demasiado a la ligera las órdenes de un señor del crimen, o si habías cometido un error. «Tío, si yo quisiera esconder un cadáver en Kibou…» Miles se obligó a no pensar en este fascinante camino lateral.
—¿Ha hecho antes este tipo de favores? —preguntó cautelosamente.
Suze se encogió de hombros, su alarma dio paso a un seco regodeo al advertir su consternación.
—Si lo hubiera hecho, ¿se lo diría?
—No tengo ninguna necesidad de saberlo —le aseguró Miles. Querer saberlo sí, pero claro, él lo quería saber todo—. Mi necesidad es justo la contraria. Deseamos hacer una criorresurrección privada. Y eso requiere instalaciones adecuadas. Y discreción. Ustedes podrían proporcionarnos ambas cosas.
Esto sí la pilló por sorpresa. Meneó la mandíbula y ocultó su confusión tomando otro sorbo de café. Luego sonrió.
—Jin, trae mi medicina del armario —ordenó. Jin se puso en pie de un salto, buscó el frasco cuadrado y se lo llevó. Siguiendo un gesto suyo, lo abrió y sirvió su contenido. Escasamente, advirtieron Miles y Suze, según le pareció, pero ella no se quejó mientras el chico volvía a sentarse—. ¿Criorresurrección? ¿Cómo?
—El doctor Durona, aquí presente, es un afamado especialista en criorresurrección. Si sus instalaciones encajan con sus necesidades, nos gustaría… a ver si lo expreso bien… alquilarlas.
Una larga pausa.
—¿Cuánto? —preguntó Suze por fin.
—Pensaba ofrecerles algo que no se puede comprar con dinero. A cambio de permitirnos revivir a nuestra… patrona (y por la discreción, naturalmente), Raven efectuará una resurrección de primera clase para otro candidato de su elección.
Suze trabó la mandíbula. Se hundió en su asiento. Y después de un instante, susurró:
—Diablo.
El dinero habría funcionado, pensó Miles. Pero algunas cosas funcionaban mejor.
Suze ladeó la cabeza hacia Raven.
—¿Cómo es de bueno?
Por respuesta, Miles se desabrochó la túnica gris y la camisa blanca.
—Esto —su mano siguió la red de pálidas cicatrices— fue una granada de agujas, muy bien apuntada, a quemarropa. Hace diez años. Raven me revivió.
«Ayudó a revivirme, estrictamente hablando», pero Raven había adquirido una década más de experiencia y veteranía desde entonces.
—Le garantizo que como desafío médico nada de lo que tengan ahí abajo puede compararse.
Suze apartó la mirada mientras él volvía a abrocharse.
—La vejez es más lenta que una granada —dijo—, pero mucho más concienzuda.
—Eso es desafortunadamente cierto —comentó Raven—, aunque puede que tenga unas cuantas ayudas para eso. Lo que yo sugeriría es que la señora Suze hiciera una lista de media docena o así de candidatos, y que me deje examinarlos para tener la máxima posibilidad de éxito médico. Esto debería producir el resultado más satisfactorio para todos.
—Humm… —dijo ella. Alzó lentamente la mano y se frotó el pecho, sobre el corazón—. Humm…
Jin, incapaz de seguir conteniéndose, estalló:
—¡Por favor, Suze-san! ¡Déjelos!
Las cejas de oruga se alzaron.
—¿Y a ti qué te importa, niño?
Jin apretó los labios y miró suplicante a Miles.
—¿Seguro que quiere saberlo? —inquirió Miles.
Suze fue lo suficientemente taimada para vacilar un largo instante antes de que su curiosidad superara su mejor juicio.
—Sí.
Miles le hizo un gesto con la mano a Jin, que gritó:
—¡Miles-san ha prometido devolverme a mi madre!
El rostro de Suze se retorció horrorizado.
—Oh, ¿y cree que eso no va a llamar la atención, señor investigador galáctico? ¡Lisa Sato sólo llamaba la atención!
—Puede que acabemos atrayendo un poco de atención, pero no hacia ustedes —dijo Miles tranquilamente—. En cuanto su recuperación lo permita, la llevaremos al consulado de Barrayar y haremos que se reúna con sus dos hijos. Ninguna relación con este sitio.
—¿Eso cree? ¡Los que la congelaron sin duda querrán averiguar quién la descongeló! ¡Y eso los llevará directamente a mi regazo, que no es suficientemente grande para albergarlos, se lo aseguro!
—Sí, pero a quien primero se encontrarán es a mí. Planeo…
Miles vaciló. No tenía exactamente ningún plan todavía. Más bien tanteaba en la oscuridad. Todavía no estaba seguro de qué iba a encontrarse…
—¿Qué? —preguntó Suze.
—Pienso darles otras cosas de las que preocuparse. —Miró a Raven—. Gran parte depende de la señora Sato, tanto lo que tenga que decir como cuándo pueda decirlo. Yo tuve una severa crioamnesia. Que se postergó incómodamente.
—Lo recuerdo —dijo Raven—. Puede que fuera incómoda, pero no duró demasiado. Entonces íbamos apurados de tiempo. La señora Sato… Bueno, no puedo darle ninguna garantía a estas alturas.
Miles asintió comprensivo, tanto por lo que se decía como por lo que no se decía, y se volvió de nuevo hacia Suze.
—Necesito un favor más. Me gustaría coger prestado un criocadáver.
—¿Qué… —empezó a decir Suze con tono alarmado, que se debilitó en un—: clase?
—Hembra, unos cincuenta kilos. Tan joven como sea posible. ¿Algo más, Raven?
Raven negó con la cabeza.
—Eso debería ser suficiente.
—Nos encargaremos de no dañarla de ninguna forma que pudiera comprometer su futura resurrección —continuó Miles, esperando no parecer demasiado despreocupado.
—¿Eso es una garantía, galáctico?
—No estará completamente bajo mi control, pero si las cosas salen como quiero, todo debería ir bien. —«Espero»—. En toda operación encubierta —continuó—, la gente corre… sus riesgos.
Raven dio un respingo: ah, tal vez no era el mejor paralelo que trazar ahora, después de haber mostrado el pecho.
—¿Cuándo?
—Pronto. Posiblemente esta noche, no más tarde que mañana por la noche.
Las aletas de la nariz de Suze se dilataron en una larga y dubitativa toma de aire.
Miles alzó un par de dedos.
—Dos criorresurrecciones de su elección.
Suze volvió la cabeza e hizo un gesto de despedida.
—Vaya a ver a la tecnomed de la planta. Vristi Tanaka. Jin les mostrará el camino. Si puede convencerla para que participe en este absurdo, aunque supongo que lo hará… Cháchara, cháchara, cháchara. Me cansa.