Criopolis (23 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Criopolis
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Miles se levantó rápidamente, para no estropear su recibimiento ni la decisión.

—Gracias, señora Suze. Le prometo… —«que no lo lamentará», era una hazaña diplomática demasiado grande incluso para él— que esto será interesante —terminó de decir.

Suze los despidió con un bufido.

La enfermería estaba en la segunda planta del viejo edificio de recepción. Jin condujo a Miles y Raven a través de unas puertas dobles hasta un pasillo con dos o tres habitaciones aparentemente preparadas para la acción, a juzgar por el fresco olor médico. Encontraron a Tenbury ante una de ellas, apoyado contra la pared cruzado de brazos, con un estrecho transportador flotante a sus pies.

—¡Jin! —dijo, satisfecho—. ¡Dijeron que te habías perdido!

Pareció algo menos contento al ver a Miles.

—Otra vez usted.

Miró a Raven con el ceño fruncido.

—Veníamos a ver a Tanaka-san —explicó Jin—. Es importante.

—Ahora mismo está ocupada —Tenbury señaló con un pulgar la sala de detrás—, pero deberían terminar pronto.

Raven estiró el cuello para asomarse a una estrecha ventanita de cristal que había en la puerta.

—Ah, ¿criopreparación en progreso? Me gustaría verlo.

—Raven-sensei es doctor. De Barrayar —empezó a decir Jin.

Tenbury parecía preocupado, y comenzó a hablar. Miles interrumpió el debate en seco simplemente llamando a la puerta.

Una mujer abrió la puerta, el ceño fruncido, la piel marrón como el cuero viejo, de constitución pequeña y con el pelo blanco y liso mientras el de Suze era hirsuto y rizado, pero de una edad similar, juzgó Miles, y sin los efluvios del alcohol. Su rostro se iluminó cuando vio a Jin.

—¡Ah, te han encontrado, Jin! ¿Y a quién han lastimado ahora tus criaturas? ¿Pueden esperar?

—A nadie, Tanaka-san. Pero es urgente. Nos envía Suze-san.

Miles dejó que Jin hiciera las presentaciones, en las que el chico empezaba a ser un maestro. Entonces dijo:

—Hemos acordado con la señora Suze usar sus instalaciones para una criorresurrección privada, si cumplen las necesidades del doctor Durona. ¿Podemos pasar?

—¡Humm! —dijo ella, y cedió el paso, mirando a Raven.

Miles se preguntó si de haber arrugado las ropas de Raven, revuelto su ordenado pelo y empapado con ginebra habría parecido menos fuera de lugar, menos alarmante para esta gente. Demasiado tarde.

En una mesa al fondo yacía el cuerpo desnudo de un frágil anciano, detenido, pensó Miles, en la frontera entre la vida y la muerte. Una sábana sobre su torso le prestaba una brizna de dignidad, toda la que podía conseguirse cuando estás en manos de tubos de plástico y la voluntad o el capricho de los demás. Una criosábana envuelta en su cráneo aceleraba la congelación del cerebro. Un tubo de un tanque colocado arriba, dividido hacia la mitad, insuflaba un líquido claro en ambas arterias carótidas. Un tubo más ancho, de una vena en su muslo, trasladaba un líquido rosa oscuro a una tina a la altura de las rodillas y a un sumidero, con un hilillo de agua de un grifo para mantenerlo todo en marcha. A juzgar por la palidez de la piel y las uñas, y el color del feo fluido de salida, el anciano cuerpo estaba casi completamente impregnado de criosolución.

Ako supervisaba el proceso: evidentemente había oído algo a través de la puerta, porque alzó la cabeza y dijo entusiasmada:

—¿Un doctor? ¿Vamos a tener un doctor de verdad?

Miles sofocó esta esperanza, antes de que pudiera hacerse grande y morder.

—Sólo viene de visita. Lo explicaremos todo cuando hayan terminado aquí.

Jin estaba mirando; Miles se preguntó lo perturbador que podría ser este proceso para el chico, o si lo había visto antes. Era perturbador para Miles, y él lo había hecho antes, o se lo habían hecho. ¿Tal vez estaba más inquieto por eso? Por primera vez, se preguntó hasta qué punto la noticia de su propio encuentro con la granada de agujas le habría parecido a su padre que la historia se repetía, si no habría levantado antiguos recuerdos no deseados de la fea muerte de la princesa-y-condesa Olivia. «Debo pedirle disculpas por eso la próxima vez que nos veamos.»

—Casi parece demasiado sencillo —le murmuró a Raven.

—La complejidad se encuentra en el fluido de crioconservación, que tiene detrás toda una industria farmacéutica. O eso esperamos. ¿De dónde sacan el criofluido, señora Tanaka?

La boca de la anciana tecnomed mostró una sonrisa plana.

—El concentrado se obtiene de unas cuantas puertas de carga de los hospitales de la ciudad. Tiran sus suministros caducados un par de veces al año. Nosotros destilamos nuestra propia agua para reconstituirlo.

Miles alzó las cejas.

—Eso… ¿está bien? ¿Desde un punto de vista médico?

Raven se encogió de hombros.

—Si la fecha de caducidad es sólo indicativa, sí.

Miles supuso que no era cuestión de decidir entre fluido descartado y fresco, sino entre descartado y ningún fluido. Recordó de nuevo que este sitio era una operación parásita, aferrada al bajo vientre de una economía más funcional, sin la cual no podría seguir existiendo. Desde luego, si su economía anfitriona funcionara mejor, no necesitaría existir.

Los sensores médicos parpadearon. Ako retiró los tubos y selló las incisiones de entrada y salida con vendas plásticas, y con cuidado untó la piel con ungüento. La tecnomed Tanaka y ella metieron el cuerpo en una especie de guante corporal de plástico, y luego unieron fuerzas con Tenbury para pasarlo a la plataforma transportadora flotante, donde Tenbury lo cubrió con una sábana más digna de un cadáver. Sacó la plataforma por la puerta.

—¿Quieres ayudarme, Jin? —preguntó esperanzado Tenbury por encima del hombro. Jin negó obstinadamente con la cabeza. Tenbury suspiró y se marchó con su carga.

Ako se dedicó al proceso de limpieza, Raven se apoyó en una mesa, y Miles encontró un taburete en el que encaramarse. Mientras la tecnomed se cruzaba de brazos y escuchaba vacilante, Miles se embarcó en la misma arenga que le había presentado a la señora Suze, recalcando que ésta los había enviado aquí con todas sus bendiciones. Como Tanaka parecía sentir simpatía hacia el muchacho, Miles también dio rienda suelta a Jin para que soltara una juiciosa andanada de apasionadas súplicas.

Como resultado, el ceño fruncido de la mujer al final pareció más técnico que político.

—Hace años que no hemos abierto la mayor parte de esa sección. Después desapareció el equipo que no se llevaron cuando desmantelaron el lugar.

«Robado o empeñado o vendido», supuso Miles.

—Pero conservo… bueno, creo que tendremos que subir y echar un vistazo.

No un «no, imposible» tajante, entonces. Bien hasta ahora.

—Para eso está aquí Raven —le aseguró Miles—. Suze dijo… ¿Ése es su nombre o su apellido, por cierto?

—Ambos —respondió la tecnomed—. Se llama Susan Suzuki.

—¿Lleva mucho tiempo trabajando con ella?

—Desde el principio. Fuimos tres las que elaboramos el plan: Suze, su hermana, que era ayudante del controlador, y yo. Reclutamos muy pronto a Tenbury.

—Era más joven, ¿no? Obviamente, estaban en un momento crítico para la criopreparación. ¿Tenían planes para el otro extremo, las resurrecciones?

Ella soltó una risita.

—En su momento, no creí que aguantáramos más de un año sin acabar en la cárcel. Imaginaba que era más una protesta sin esperanza que otra cosa. Entonces la gente de la calle empezó a venir, aún más desesperados que nosotros, y descubrimos que no podíamos dejarlo. No podíamos traicionarlos como había hecho todo el mundo.

—El mundo lo crea la gente que acude a hacer el trabajo —reconoció Miles.

La tecnomed Tanaka miró a Ako, que había terminado de limpiar y se había acercado a escuchar.

—Eso es cierto. Ako y su tía abuela llevaban un restaurante. Lo de costumbre: la mujer enfermó, las facturas médicas las dejaron en la ruina, el restaurante se vino abajo, las desahuciaron… y acudieron a nosotros. Ako no había terminado el colegio, pero sabía limpiar y no temía trabajar, así que la acepté.

La diligente pero tímida Ako, dedujo Miles, nunca habría conseguido ser admitida en una academia de tecnomedicina, ni mucho menos graduarse en ella. Este lugar le daba una dimensión completamente nueva a la expresión «sin licencia».

—¿No deberíamos llevar arriba a Raven-sensei? —instó Jin.

Subieron una planta hasta el pasillo directamente superior, que al parecer fue en su tiempo una instalación de criorresurrección completamente equipada, con media docena de quirófanos, una sala de recuperación y algunas unidades de cuidados intensivos. La mayor parte estaba oscura y polvorienta y, en efecto, tristemente despojada, pero la tecnomed Tanaka al parecer había mantenido una sala en funcionamiento para procedimientos que exigieran algo más que ungüento antibiótico, pegamento quirúrgico y buenos consejos. Raven y ella se enzarzaron en una intensa pero en absoluto deprimente tecno-cháchara, división médica, que acabó enviando a Jin abajo para que hiciera venir a Tenbury para nuevas consultas.

—¿Quién es el propietario de este sitio? —preguntó Miles a la tecnomed mientras esperaban—. Si fue legalmente abandonado, pensaba que la ciudad lo habría requisado ya como pago por los impuestos atrasados.

—Ha habido un par de supuestos dueños, a lo largo de los años. La ciudad no lo puede requisar por el mismo motivo que el actual propietario, pobre diablo, no puede quitárselo de encima. La responsabilidad legal de dos o tres mil criocadáveres indigentes. Era un contratista que lo compró por lo que creyó que era una bicoca y sólo entonces descubrió lo que se le había venido encima. Suze lo tiene controlado por ahora. Creemos que el mayor peligro es que intente resolver el problema por medio de un incendio provocado, pero montamos guardia.

—No parece una situación muy estable.

—Nunca lo ha sido. Sólo intentamos vivir al día. Es sorprendente dónde se puede acabar, de esa forma.

Raven, advirtió Miles, escuchaba atentamente todo esto, sin sentirse escandalizado en lo más mínimo. Bueno, era jacksoniano, después de todo. El juramento hipocrático, si había oído hablar alguna vez de él, aquí era considerado probablemente sólo un consejo.

Tenbury volvió, y entonces hubo más tecno-cháchara, y luego la visita a otras cámaras con algunos alarmantes tropezones y estropicios. Miles envió al temeroso Jin de vuelta a su tejado para supervisar la carga de sus animales. Cuando los sonidos del inventario se apagaron por fin, Raven regresó.

—¿Bien? —preguntó Miles—. ¿Sirve o no sirve?

—Sirve —dijo Raven—. Habrá que hacer alguna puesta a punto, pero parece que esta gente es buena improvisando. Y los impedimentos físicos se compensan con una deliciosa falta de papeleo.

—¿Cuándo estará preparado para que yo lo intente? Probablemente querré que esté en la recuperación, por cierto, por si nos topamos con algún problema que sea médico además de relacionado con la seguridad. ¿Qué le parece arriesgarse a ser detenido?

Raven se encogió de hombros.

—Estoy seguro de que su hermano me rescatará si usted no puede. De todos modos, puede hacer su movimiento en cualquier momento. La señora Sato puede esperar aquí hasta que estemos preparados.

—Mi tiempo no es infinitamente elástico.

Además de querer irse a casa, por supuesto, no podía saber qué lata de gusanos se vaciaría en su plato con la resurrección de la madre de Jin. Miles estaba ansioso por saberlo.

—Puede llevar al chico de vuelta al consulado. Creo que estaré trabajando hasta tarde aquí —continuó Raven—. Puedo volver a mi hotel en el transporte público.

Miles señaló el comunicador de muñeca proporcionado por el consulado.

—Compruebe primero. Canal seguro. Querré un informe. Y tal vez sea mejor enviar a Johannes a recogerlo.

—De hecho… —Raven vaciló—. Creo que querré pasarme por el consulado de todas formas. ¿Puedo usar sus enlaces seguros de tensorrayo para informar a mi jefe en Escobar?

—¿Lily o Mark?

—Ambos. Aunque no estoy seguro de dónde andará ahora mismo lord Mark. ¿Lo sabe usted?

Miles negó con la cabeza.

—Sus empresas se han vuelto bastante complicadas. No lo sigo a diario. ¿Tiene pensado preparar la fianza por adelantado?

—Bueno, es una idea, pero sobre todo porque he descubierto aquí algunos elementos interesantes para el Grupo Durona.

—Si se inmiscuyen en mi investigación, quiero estar informado de todo. O aunque no lo hagan.

—Comprendido.

Miles le indicó que volviera al trabajo, y luego regresó a través del laberinto del sótano y subió al tejado de Jin.

Mientras descargaban la furgoneta, el cónsul Vorlynkin salió a ver qué estaban dejando en su jardín trasero. Mina se le adelantó y saltó sobre Lucky con un grito de emoción, y frotó su cara contra el suave pelaje.

—¡Lucky! ¡Creía que estabas muerta!

La vieja gata gris soportó el abrazo, pero se zafó enseguida.

—¿Tienes todavía tus ratitas, Jin?

—Sí —respondió Jin, alzando la jaula que transportaba para enseñarlas—. Jinni y la mayoría de sus hijos.

—Qué bonito —dijo Vorlynkin, inspeccionando a Gyre, encadenado a su percha, desde una prudente distancia—. ¿Cómo impides que se coma tus gallinas?

Galli y Twig, liberados de la caja por el teniente Johannes, pasaron corriendo a su lado, agitando las alas y graznando, y luego se detuvieron a mirar con sorprendente alegría la zona de hierba que tenían delante, cálida y oliendo a verde bajo el sol de mediodía.

—Bueno, las grandes más o menos se defienden solas. Tuve que encadenar a Gyre a su percha cuando eran pollitos. Aquí tendré que tenerlo encadenado de todas formas, hasta que admita que es donde pertenece.

Jin vio cómo el soldado Roic, con mucho cuidado, depositaba un montón de terrarios sobre el estante que habían traído de su refugio. Apoyado contra el fondo de la casa y protegido por los aleros, ocultos por la casa, los altos muros de piedra del jardín, y todos los árboles y matorrales, el estante y su contenido estarían casi tan a salvo como en su refugio-tienda en la casa de Suze-san.

—¿Gatos y ratones juntos también? —continuó Vorlynkin—. ¿Qué será lo próximo, leones y corderos?

—Ratas —corrigió austeramente Jin—. ¡Aunque ojalá tuviera un león…! Pero Lucky es demasiado vieja y perezosa para molestarse con las grandes, y guardo a las pequeñas en cajas tapadas. —Miró alrededor con satisfacción—. Ahora que he recuperado a todas mis criaturas, puedes quedarte con la Señora Murasaki. —Le dio generosamente a Mina.

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