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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

Cronicas del castillo de Brass (38 page)

BOOK: Cronicas del castillo de Brass
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Hawkmoon comprendió de repente cuál era el sino de Erekose. Comprendió que también era el suyo. Se sumió en el silencio, avergonzado.

—Recuerdo que fui, soy o seré Dorian Hawkmoon —dijo Erekose, en un tono más conciliador—. Me acuerdo.

—Y ése es vuestro grotesco y terrorífico sino —dijo Corum—. Todos compartimos la misma identidad, pero sólo vos, Erekose, las recordáis todas.

—Ojalá mi memoria no fuera tan precisa —suspiró el hombre—. Durante mucho tiempo he buscado Tanelorn y a mi Ermizhad. Y ahora se acerca la Conjunción del Millón de Esferas, cuando todos los mundos se cruzan y se abren senderos entre ellos. Si encuentro el camino correcto, veré a Ermizhad de nuevo. Veré a todos mis seres queridos. Y el Campeón Eterno descansará. Todos descansaremos, porque nuestros destinos están íntimamente entrelazados. Mi hora ha llegado otra vez. Ahora sé que ésta es la segunda conjunción de la que soy testigo. La primera me arrancó de mi mundo y me lanzó a guerrear sin tregua. Si desaprovecho la segunda, nunca conoceré la paz. Ésta es mi única oportunidad. Rezo para que naveguemos hacia Tanelorn.

—Yo rezo con vos dijo Hawkmoon.

—Debéis hacerlo —dijo Erekose—. Debéis hacerlo, señor.

Cuando los otros dos se marcharon, Hawkmoon accedió a jugar una partida de ajedrez con Corum, aunque seguía reacio a pasar mucho tiempo en su compañía. La partida fue extraña; cada uno anticipaba con toda exactitud la jugada de su oponente. Corum aceptó la experiencia con aparente buen humor. Rió y se reclinó en la silla.

—Es un poco absurdo continuar, ¿no?

Hawkmoon asintió, tranquilizado, y aún se tranquilizó más cuando Brut de Lashmar entró con una jarra de vino caliente en su mano enguantada.

—Con los saludos del capitán —dijo, y depositó la jarra en un hueco situado en el centro de la mesa—. ¿Habéis dormido bien?

—¿Dormir? —se sorprendió Hawkmoon—. ¿Vos habéis dormido? ¿Dónde dormís?

Brut frunció el ceño.

—¿Nadie os ha informado de las literas que hay abajo? ¿Cómo habéis podido pasar tanto tiempo despierto?

—Dejémoslo correr —se apresuró a intervenir Corum.

—Bebed el vino —dijo Brut en voz baja—. Os revivificará.

—¿Nos revivificará, o nos inducirá el mismo sueño?

Rabia y amargura se estaban apoderando de Hawkmoon.

Corum sirvió vino a los dos y casi empujó la copa hacia la mano de Hawkmoon. Parecía alarmado.

Hawkmoon hizo ademán de tirar el vino, pero Corum apoyó su mano plateada sobre el brazo de Hawkmoon.

—No, Hawkmoon. Bebed. Si el vino consigue que el sueño sea coherente para todos nosotros, tanto mejor.

Hawkmoon titubéo un momento, disgustado por los pensamientos que cruzaban por su mente, y bebió. El vino estaba bueno. Ejerció la misma influencia que el vino del capitán. Su estado de ánimo mejoró.

—Tenéis razón —dijo Corum.

—El capitán desea que los Cuatro se reúnan con él, ahora —anunció Brut.

—¿Tiene más información que proporcionarnos? —preguntó Hawkmoon, consciente de que los otros guerreros presentes escuchaban con atención. Uno a uno se acercaron a la jarra de vino y se sirvieron. Bebieron como él había bebido, con rapidez.

Hawkmoon y Corum se levantaron y siguieron a Brut. Mientras caminaban por la cubierta, rodeados de niebla, Hawkmoon intentó ver algo más allá de la barandilla, pero no pudo. Entonces, observó a un hombre apoyado en la barandilla, en actitud pensativa. Reconoció a Elric y le llamó en un tono más cordial que antes.

—El capitán solicita que los Cuatro nos reunamos con él en su camarote.

Hawkmoon vio que Erekose salía de su camarote y les saludaba con un movimiento de cabeza. Elric se apartó de la barandilla y les precedió hasta la cubierta de proa y la puerta rojiza. Entraron en el calor y el lujo del camarote.

El rostro ciego del capitán les dio la bienvenida. Indicó con un gesto el cofre donde guardaba la jarra y las copas de plata.

—Servíos, amigos míos.

Hawkmoon descubrió que tenía muchas ganas de beber, al igual que sus compañeros.

—Estamos cerca de nuestro destino —informó el capitán—. No tardaremos en desembarcar. No creo que nuestros enemigos nos esperen, aunque la batalla contra esos dos será muy dura.

Hawkmoon había tenido la impresión de que iban a luchar contra mucha gente.

—¿Dos? ¿Sólo dos?

—Sólo dos.

Hawkmoon miró a los otros, pero tenían la vista fija en el capitán.

—Hermano y hermana —dijo el ciego—. Hechiceros de otro universo. Debido a los recientes desajustes en el tejido de nuestros mundos, de los cuales tanto Hawkmoon como Corum saben algo, han quedado en libertad ciertos seres que carecerían del poder que ahora poseen. Y como poseen un gran poder, anhelan más, todo el poder que existe en nuestro universo. Estos seres son amorales de una forma diferente a los Señores de la Ley y del Caos. No luchan por apoderarse de la Tierra, como los otros dioses. Su única ambición es utilizar para sus fines la energía esencial de nuestro universo. Creo que, en su universo, acarician un proyecto que experimentaría un gran salto hacia adelante si lograran sus propósitos. En el momento actual, pese a que las condiciones son muy favorables para ellos, aún no han alcanzado toda su plenitud, pero ya falta poco. En idioma humano se llaman Agak y Gagak, y escapan al poder de nuestros dioses, de modo que ha sido necesario reunir un grupo más poderoso: vosotros.

Hawkmoon quiso preguntar cómo podrían ser más poderosos que dioses, pero logró controlarse.

—El Campeón Eterno —continuó el capitán—, en cuatro de sus encarnaciones (cuatro es el número máximo al que podemos arriesgarnos, sin precipitar más desajustes indeseables entre los planos de la Tierra), Erekose, Elric, Corum y Hawkmoon. Cada uno estará al mando de cuatro seres más, cuyos destinos están vinculados al vuestro, grandes guerreros también, aunque no compartan vuestros destinos en todos los sentidos. Podéis elegir a vuestros cuatro acompañantes. Creo que no os costará tomar la decisión. Recalaremos dentro de poco.

Hawkmoon se preguntó si el capitán le desagradaba.

—¿Nos acaudillaréis? —preguntó, con la sensación de desafiarle.

El capitán aparentó un auténtico pesar.

—No puedo. Sólo me está permitido llevaros a la isla y esperar a los supervivientes…, si queda alguno.

Elric frunció el ceño y verbalizó las reservas de Hawkmoon.

—Creo que ésta no es mi guerra.

El capitán respondió con convicción y autoridad.

—Lo es, y también mía. Iría a tierra con vosotros, pero no me está permitido.

—¿Por qué? —preguntó Corum.

—Lo sabréis algún día. —Las facciones del capitán se ensombrecieron—. No tengo valor para decíroslo. Sólo os deseo lo mejor, creedme.

Hawkmoon pensó de nuevo con ironía en el valor de ciertas afirmaciones.

—Bien —dijo Erekose—, como mi destino es luchar, y como busco Tanelorn, al igual que Hawkmoon, deduzco que tendré alguna posibilidad de lograr mi propósito si vencemos. Acepto ir a luchar contra ese par, Agak y Gagak.

Hawkmoon se encogió de hombros y asintió.

—Estoy de acuerdo con Erekose, por motivos similares.

Corum suspiró.

—Y yo.

Elric miró a los otros tres.

—No hace mucho, me creía sin camaradas. Ahora tengo muchos. Sólo por este motivo combatiré con ellos.

Sus palabras complacieron a Erekose.

—Puede que sea la mejor de las razones.

El capitán tomó la palabra de nuevo, los ciegos ojos perdidos en la lejanía.

—Esta misión carece de recompensa, excepto la certidumbre de que vuestro éxito ahorrará al mundo muchos sufrimientos. Vos, Elric, aún obtendréis una recompensa inferior a la de los demás.

Elric aparentó disentir, pero Hawkmoon no pudo leer la expresión del albino cuando contestó.

—Tal vez no.

—Como digáis. —El capitán adoptó un tono más relajado—. ¿Más vino, amigos míos?

Bebieron y esperaron a que continuara. Levantó la cabeza, como si se dirigiera al cielo, y habló con voz distante.

—En esa isla hay unas ruinas, acaso de una ciudad llamada en otro tiempo Tanelorn, y en el centro de estas ruinas se alza un solo edificio. Es el que utilizan Agak y su hermana. Debéis atacarlo. Supongo que lo reconoceréis enseguida.

—¿Y hemos de matar a ese par?

Erekose habló como si la tarea fuera ínfima.

—Si podéis. Tienen servidores que les ayudan. También habéis de matarlos. Después, el edificio ha de ser pasto de las llamas. Esto es muy importante. —El capitán hizo una pausa—. Incendiado. No debe ser destruido de otra forma.

Hawkmoon observó que Elric sonreía.

—Existen pocos métodos más para destruir un edificio, señor capitán.

Hawkmoon consideró la observación absurda, y muy educada la respuesta del capitán.

—Sí, cierto. No obstante, es mejor que recordéis mis palabras.

—¿Conocéis el aspecto de esos dos, Agak y Gagak?

El capitán meneó la cabeza.

—No. Es posible que parezcan seres de nuestros mundos, y es posible que no. Pocos les han visto. No ha mucho que han podido materializarse.

—¿Cuál es la mejor manera de vencerles? —preguntó Hawkmoon, casi en son de broma.

—Con valentía e ingenio —respondió el capitán.

—No sois muy explícito, señor dijo Hawkmoon, en un tono similar al de Hawkmoon.

—Soy lo más explícito posible. Ahora, amigos míos, sugiero que descanséis y preparéis vuestras armas.

Salieron a la sempiterna niebla. Se aferraba al barco como un animal desesperado, que se agitaba y les amenazaba.

El estado de ánimo de Erekose había cambiado.

—Tenemos escaso libre albedrío, por más que queramos engañarnos. Tanto si morimos como si no en esta empresa, poco influirá en el esquema general de las cosas.

—Creo que sois pesimista, amigo —dijo Hawkmoon con sarcasmo.

Habría continuado, pero Corum le interrumpió.

—Realista.

Llegaron al camarote que compartían Erekose y Elric. Corum y Hawkmoon les dejaron y se dirigieron a su camarote, para elegir a los cuatro que les seguirían.

—Somos los Cuatro Que Son Uno —dijo Corum—. Tenemos un gran poder. Lo sé.

Hawkmoon estaba cansado de conversaciones que consideraba demasiado místicas para su mente práctica.

Levantó la espada que estaba afilando.

—Este es el poder en el que deposito mayor confianza —dijo—. Acero afilado.

Muchos guerreros asintieron.

—Ya veremos —dijo Corum.

Mientras pulía la hoja, Hawkmoon recordó el contorno de la espada que asomaba bajo la capa de Elric. Sabía que la reconocería en cuanto la viera. Sin embargo, ignoraba por qué le daba tanto miedo, y esta ignorancia le inquietaba. Pensó en Yisselda, en Yarmila y en Manfred, en el conde Brass y en los Héroes de la Kamarg. En parte, esta aventura había empezado por su esperanza de encontrar a sus seres queridos y viejos camaradas. Ahora, acechaba la amenaza de no volver a verles jamás. Aún así, valía la pena luchar por la causa del capitán si cabía la posibilidad de encontrar Tanelorn y, en consecuencia, a sus hijos. ¿Dónde estaría Yisselda? ¿También la encontraría en Tanelorn?

No tardaron en estar preparados. Hawkmoon había elegido a John ap-Rhyss, Emshon de Ariso, Keeth el Apenado y Nikhe el Tránsfuga, en tanto que el barón Gotterin, Thereod de las Cavernas, Chaz de Elaquol y Reingir la Roca, despertado por fin de su borrachera, formaban el grupo de Corum. Hawkmoon opinaba en secreto que había elegido a los mejores hombres.

Avanzaron entre la niebla hasta un costado del barco. El ancla ya estaba dispuesta. Divisaron una tierra rocosa, una isla de aspecto inhospitalario. ¿Era posible que albergara a Tanelorn, la mítica ciudad de la paz?

John ap-Rhyss sorbió el aire con suspicacia, secó la humedad de su bigote y apoyó la otra mano sobre el pomo de la espada.

—Nunca había visto un lugar más inhóspito dijo.

El capitán salió de su camarote, acompañado del timonel. Ambos iban cargados con tizones.

Hawkmoon observó estremecido que la cara del timonel era idéntica a la del capitán, pero no era ciego. Sus ojos eran penetrantes, llenos de conocimiento. Hawkmoon casi no pudo mirarle a la cara cuando cogió su tizón y lo metió en el cinto.

—Sólo el fuego destruirá a este enemigo para siempre.

El capitán tendió a Hawkmoon una caja de madera que le serviría para encender el tizón cuando llegara el momento.

—Os deseo éxito, guerreros.

Ahora, cada hombre tenía en su poder una caja de madera y un tizón. Erekose fue el primero en bajar por la escalerilla. Alzó la espada para que no tocara el agua y se zambulló en el lechoso mar hasta la cintura. Los demás le siguieron y vadearon las aguas hasta llegar a la orilla. Entonces, lanzaron una última mirada al barco.

Hawkmoon observó que la niebla no llegaba hasta la isla, cuya tierra había adquirido cierto color. En circunstancias normales, habría pensado que el paisaje era monótono, pero en contraste con el barco resultaba luminoso: rocas rojas engalanadas con líquenes de diversos tonos amarillentos. Sobre su cabeza flotaba un gran disco, inmóvil y de un rojo sangre, que era el sol. Arrojaba enormes sombras, pensó Hawkmoon.

Tardó bastante en darse cuenta de que arrojaba muchas sombras, sombras que no podían pertenecer tan sólo a las rocas, sombras de todos los tamaños y todas las formas.

Algunas, advirtió, eran sombras de hombres.

4. La ciudad encantada

El cielo semejaba una herida infectada, un caos de azules enfermizos, pardos, rojos oscuros y amarillos, poblado de sombras que, al contrario de las vistas en tierra, se movían.

Un tal Hown Encantaserpientes, miembro del grupo de Elric, cuya armadura era de color verde mar y centelleaba, dijo:

—He estado pocas veces en tierra, lo reconozco, pero éste es el paisaje más extraño que he visto en mi vida. Tiembla. Se distorsiona.

—Sí —contestó Hawkmoon.

Había observado el haz de luz parpadeante que pasaba de vez en cuando sobre la isla y que distorsionaba los contornos de los alrededores.

Un guerrero bárbaro llamado Ashnar el Lince, con trenzas y de ojos brillantes, estaba mucho más inquieto que los demás.

—¿De dónde salen estas sombras? —gruñó—. ¿Por qué no vemos lo que las arroja?

Se internaron en la isla, si bien todos se resistían a abandonar la orilla y la visión tranquilizadora del barco. Corum parecía el menos turbado. Habló en un tono de curiosidad filosófica.

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