Y entonces, el llamado Hown Encantaserpientes, el guerrero de la armadura verde mar, se puso a cantar.
Cantó con una voz que recordaba el sonido de una cascada en la montaña. Cantaba con tranquilidad, pese a la expresión preocupada de su rostro, y poco a poco las serpientes fueron soltando a los hombres, y poco a poco resbalaron hacia el suelo, como dormidas.
—Ahora comprendo vuestro mote —dijo Elric.
—No estaba seguro de que la canción surtiera efecto sobre éstas —dijo el encantador de serpientes—, porque no se parecen a ninguna serpiente que haya visto en mi vida, ni siquiera en los mares de mi mundo.
Dejaron atrás las serpientes y continuaron ascendiendo. Cada vez era más difícil caminar sobre el suelo resbaladizo. El calor no cesaba de aumentar y Hawkmoon pensó que se desmayaría si no respiraba pronto aire más fresco. Poco a poco se acostumbró a reptar sobre su estómago para pasar por estrechas aberturas del pasillo, a extender los brazos en ocasiones para mantener el equilibrio cuando altas cavernas se agitaban y derramaban un líquido pegajoso sobre su cabeza, a manotear para defenderse de pequeños seres, similares a insectos, que atacaban de vez en cuando, y a escuchar los gritos de la voz misteriosa.
—¿Dónde? ¿Dónde? ¡Oh, este dolor!
Nubes de insectos, apenas visibles pero siempre presentes, picoteaban sus rostros y manos.
—¿Dónde?
Hawkmoon, casi ciego, se obligó a continuar, reprimió las ansias de vomitar, anhelando respirar aire puro. Veía que los guerreros caían y apenas tenía fuerzas para ayudarles a levantarse. El pasillo ascendía cada vez más, torcía en todas direcciones y Hown Encantaserpientes no cesaba de cantar, porque el suelo estaba sembrado de serpientes.
Ashnar el Lince había perdido su fugaz júbilo.
—No sobreviviremos mucho tiempo más. No estaremos en condiciones de enfrentarnos a los hechiceros, si alguna vez les encontramos.
—Yo opino lo mismo convino Elric—, pero ¿qué otra cosa podemos hacer, Ashnar?
—Nada —oyó que Ashnar murmuraba—. Nada.
Y la misma palabra se repitió, a veces en voz alta, a veces en voz más baja.
—¿Dónde? —decía.
—¿Dónde? —preguntaba.
—¿Dónde? ¿Dónde? ¿Dónde?
Y la voz no tardó en convertirse en un grito. Retumbó en los oídos de Hawkmoon. Arañó sus nervios.
—Aquí —murmuró—. Aquí estamos, hechicero.
Llegaron por fin al extremo del pasillo y vieron una arcada de regulares proporciones, y al otro lado una estancia bien iluminada.
—Los aposentos de Agak, sin duda dijo Ashnar el Lince.
Entraron en una cámara octogonal.
Los lados en pendiente de la cámara eran cada uno de un color lechoso diferente; cada color cambiaba al mismo tiempo que los otros. De vez en cuando, un lado se hacía casi transparente y era posible ver las ruinas de la ciudad que se extendía más abajo y el otro edificio, todavía conectado por una red de tubos y cables.
Se escuchaban ruidos en la cámara. Suspiros, susurros, burbujeos. Procedían de un gran estanque situado en el centro de la estancia.
Los guerreros fueron entrando de mala gana en la cámara, y de mala gana miraron al interior del estanque y vieron la sustancia que contenía, tal vez la materia de la propia vida, que se movía sin cesar, adoptaba formas (rostros, cuerpos, miembros de toda clase de animales y hombres), estructuras que rivalizaban con las de la ciudad por su variedad arquitectónica, paisajes en miniatura, firmamentos, soles y planetas desconocidos, seres de increíble belleza o absoluta fealdad, escenas de batallas, de familias compartiendo la paz de sus hogares, de cosechas, ceremonias, festejos, vehículos conocidos y extraños a la vez, que surcaban los cielos, la oscuridad del espacio, o navegaban bajo las aguas, de materiales desconocidos, maderas inusuales, metales peculiares.
Hawkmoon tenía la vista clavada en el estanque, fascinado, hasta que una voz rugió desde su interior, revelando por fin su origen.
—¿QUE? ¿QUÉ? ¿QUIÉN ME INVADE?
Hawkmoon vio en el estanque la cara de Elric. Vio la cara de Corum, y también la de Erekose. Cuando reconoció la suya, reculó.
—¿QUIEN ME INVADE? ¡AY, ESTOY DEMASIADO DÉBIL!
Elric fue el primero en reaccionar.
—Somos aquellos que van a destruirte. Somos aquellos de los que deseas alimentarte.
—¡AY! ¡AGAK! ¡AGAK! ¡ESTOY ENFERMA! ¿DONDE ESTAS?
Hawkmoon, Corum y Erekose intercambiaron miradas de perplejidad. Ninguno supo explicar la reacción del hechicero.
Hawkmoon vio a Yisselda en el estanque, y a otras mujeres que le recordaron a Yisselda, aunque no se le parecían. Gritó y se precipitó hacia adelante. Erekose le contuvo. Las figuras de las mujeres se evaporaron y fueron sustituidas por las torres retorcidas de una ciudad extraña.
—ME DEBILITO… NECESITO ABASTECERME DE ENERGIA… HEMOS DE PROCEDER AHORA, AGAK… NOS COSTO TANTO LLEGAR A ESTE LUGAR. PENSÉ QUE POR FIN IBA A DESCANSAR, PERO LA ENFERMEDAD REINA AQUI. SE HA APODERADO DE MI CUERPO. AGAK. DESPIERTA, AGAK. ¡DESPIERTA !
Hawkmoon controló los estremecimientos que sacudían su cuerpo.
Elric miraba con suma atención al estanque. Su rostro pálido expresó una repentina comprensión.
—¿Algún sirviente de Agak, encargado de defender la cámara? —sugirió Hown Encantaserpientes.
—¿Despertará Agak? —Brut paseó la mirada por la cámara octogonal—. ¿Vendrá?
—¡Agak! —Ashnar el Lince levantó la cabeza en un gesto de desafío—. ¡Cobarde!
—¡Agak! —gritó John ap-Rhyss, mientras desenvainaba la espada.
—¡Agak! —aulló Emshon de Ariso.
Los demás, salvo los cuatro héroes, se unieron al griterío.
Hawkmoon empezaba a intuir el significado de las palabras. Y una idea empezó a forjarse en su mente; empezó a comprender cómo debían morir los hechiceros. Sus labios formaron la palabra "no", pero no pudo pronunciarla. Escrutó los rostros de los otros tres aspectos del Campeón Eterno. Comprobó que también tenían miedo.
—Somos los Cuatro Que Son Uno.
La voz de Erekose era temblorosa.
—No…
Fue Elric quien habló ahora. Intentaba envainar la espada negra, pero el arma parecía resistirse a entrar en la funda. Había pánico y terror en los ojos del albino.
Hawkmoon retrocedió un paso, henchido de odio hacia las imágenes que pasaban por su mente y hacia el impulso que se había apoderado de su voluntad.
—¡AGAK! ¡DEPRISA!
El estanque se puso en ebullición.
—Si no lo hacemos —dijo Erekose—, devorarán todos nuestros mundos. No quedará nada.
Hawkmoon permaneció indiferente.
Elric, el más cercano al estanque, se aferraba su cabeza albina, a punto de caer. Hawkmoon hizo ademán de acercarse a él. Oyó los gruñidos de Elric, oyó la voz imperiosa de Corum detrás de él, se sintió hermanado por una desesperada y sincera camaradería con sus tres duplicados.
—Hemos de hacerlo —dijo Corum.
Elric jadeaba.
—Yo no —dijo—. Yo soy yo.
—¡Y yo!
Hawkmoon extendió una mano, pero Elric no la vio.
—Es el único modo posible para la unidad que formamos —dijo Corum—. ¿No lo comprendéis? Somos los únicos seres de nuestros mundos que poseemos los medios de matar a los hechiceros…, ¡de la única manera posible!
Los ojos de Hawkmoon se encontraron con los de Elric, con los de Corum, con los de Erekose. Los Hawkmoon sabían y el Hawkmoon individual rechazó aquel conocimiento.
—Somos los Cuatro Que Son Uno —dijo con firmeza Erekose—. Nuestras fuerzas unidas son superiores a la suma. Hemos de actuar juntos, hermanos. Hemos de vencer aquí antes de soñar en vencer a Agak.
—No… —musitó Elric, expresando los sentimientos de Hawkmoon.
Pero algo más fuerte que Hawkmoon le impulsaba desde dentro. Se dirigió a un lado del estanque y permaneció inmóvil. Observó que los demás habían tomado posiciones a cada uno de los lados.
—¡AGAK! —exclamó la voz—. ¡AGAK!
Y la actividad del estanque adquirió mayor violencia.
Hawkmoon no podía hablar. Vio que los rostros de sus duplicados estaban tan petrificados como el suyo. Apenas era consciente de la presencia de los demás guerreros. Se habían apartado del estanque para montar guardia en la entrada, y acechaban cualquier señal de peligro que amenazara a los Cuatro, pero con ojos aterrorizados.
Hawkmoon vio que la gran espada negra se alzaba, pero ya no sintió temor hacia ella cuando su espada subió a su encuentro. Las cuatro espadas se tocaron, y las cuatro puntas se encontraron sobre el centro exacto del estanque.
Cuando las espadas se encontraron, Hawkmoon notó que un gran poder henchía su alma. Oyó el grito de Elric y adivinó que el albino experimentaba la misma sensación. Hawkmoon odió aquel poder. Le esclavizaba. Deseó huir de él, incluso ahora.
—Comprendo. —Era la voz de Corum, pero surgía de los labios de Hawkmoon—. Es la única manera.
—¡Oh no, no!
Y la voz de Hawkmoon brotó de la garganta de Elric.
Hawkmoon sintió que su nombre se desvanecía.
—¡AGAK! ¡AGAK! —La sustancia del estanque se retorció, bulló y saltó—. ¡DEPRISA! ¡DESPIERTA!
Hawkmoon sabía que su personalidad se estaba disolviendo. Era Elric. Era Erekose. Era Corum. Y también era Hawkmoon. Algo de él seguía siendo Hawkmoon. Y era miles más… Urlik, Jherek, Asquiol… Formaba parte de una gigantesca y noble bestia…
Su cuerpo había cambiado. Flotaba sobre el estanque. Los vestigios de Hawkmoon lo vieron un segundo antes de que se integraran en el ser principal.
A cada lado de su cabeza había una cara, y cada cara era la de un compañero. Serenas y terribles, sus ojos no parpadeaban. Tenía ocho brazos y los brazos estaban inmóviles; se había arrodillado ante el estanque sobre ocho piernas, y los colores de su armadura e indumentaria se mezclaban y diferenciaban al mismo tiempo.
El ser aferró una gigantesca espada con sus ocho manos y la espada despidió una siniestra luz dorada.
—Ay, ahora estoy completo —pensó.
Los Cuatro Que Eran Uno bajaron la monstruosa espada hasta apuntar directamente a la frenética materia que hervía en el estanque. La materia temía a la espada. Gimoteó.
—Agak, Agak…
El ser de quien Hawkmoon formaba parte reunió todas sus energías y clavó la espada en la materia.
Olas sin forma aparecieron en la superficie del estanque. Su color viró de un amarillo enfermizo a un verde malsano.
—Agak, me muero…
La espada siguió bajando, inexorablemente. Tocó la superficie.
El estanque se agitó de un lado a otro. Trató de salirse por los bordes y derramarse sobre el suelo. La espada se hundió más y los Cuatro Que Eran Uno notaron que la espada extraía nuevas energías. Se oyó un quejido; poco a poco, el estanque se serenó. Quedó en silencio, quieto, gris.
Entonces, los Cuatro Que Eran Uno descendieron al estanque para que les absorbiera.
Hawkmoon cabalgaba hacia Londra, acompañado de Huillam D'Averc, Yisselda de Brass, Oladahn de las Montañas Búlgaras. Bowgentle el filósofo y el conde Brass. Todos llevaban un yelmo espejeante que reflejaba los rayos del sol.
Hawkmoon sostenía en sus manos el Cuerno del Destino. Se lo llevó a los labios. Sopló para anunciar en la noche al advenimiento de la nueva tierra, en la noche que precedía al nuevo amanecer. Y aunque la nota del cuerno fue triunfante, los sentimientos de Hawkmoon eran muy diferentes. Estaba poseído de una infinita tristeza y una infinita soledad, y ladeó la cabeza mientras el sonido se propagaba.
Hawkmoon revivió el tormento que había padecido en el bosque, cuando Glandyth le había cortado la mano. Chilló cuando el dolor acudió de nuevo a su muñeca y sintió fuego en la cara y supo que Kwll le había arrancado del cráneo el ojo enjoyado de su hermano, ahora que había recuperado sus poderes. Una neblina roja remolineó en su cerebro. Un fuego rojo le robó sus fuerzas. Un dolor rojo consumió su carne.
Y Hawkmoon habló en un tono de indecible tormento.
—¿Qué nombre llevaré la próxima vez que me llames?
—Ahora, la Tierra está en paz. El aire silencioso sólo transporta carcajadas, murmullo de conversaciones, los pequeños ruidos emitidos por pequeños animales. Nosotros y la Tierra estamos en paz.
—¿Cuánto tiempo durará?
—Oh, ¿cuánto tiempo durará?
La bestia que era el Campeón Eterno veía ahora con suma claridad.
Analizaba su cuerpo. Controlaba cada extremidad, cada función. Había triunfado; había revitalizado el estanque.
Gracias a su único ojo octogonal miraba en todas direcciones al mismo tiempo sobre las ruinas de la ciudad. Luego, dedicó toda la atención a su gemelo.
Agak se había despertado demasiado tarde, pero lo había hecho por fin, alarmado por los gritos agonizantes de su hermana Gagak, cuyo cuerpo habían invadido los mortales, cuya inteligencia habían sometido, cuyo ojo utilizaban ahora y cuyos poderes no tardarían en intentar emplear.
Agak no necesitó volver la cabeza para mirar al ser que aún consideraba su hermana. Al igual que ella, su enorme ojo octogonal albergaba su inteligencia.
—¿Me has llamado, hermana?
—Me limité a pronunciar tu nombre, hermano.
Aún quedaban suficientes vestigios de la fuerza vital de Gagak en los Cuatro Que Eran Uno para imitar su forma de hablar.
—¿Has gritado?
—Un sueño. —Los Cuatro hicieron una pausa y siguieron hablando—. Soñé que había algo amenazador en la isla.
—¿Es posible? No sabemos gran cosa sobre estas dimensiones, o sobre los seres que habitan en ella. Sin embargo, no hay ninguno tan poderoso como Agak y Gagak. No temas nada, hermana. Pronto empezaremos a trabajar.
—No es nada. Ya me he despertado.
Agak se quedó perplejo.
—Hablas de una forma extraña.
—El sueño… —respondió el ser que había penetrado en el cuerpo de Gagak, destruyéndola.
—Hemos de empezar —dijo Agak—. Las dimensiones giran y el momento ha llegado. Ah, lo presiento. Tanta y tan rica energía. ¡Cuán glorioso será nuestro regreso al hogar!
—Lo presiento —replicaron los Cuatro, y era cierto.
Eran conscientes de que todo su universo, dimensión tras dimensión, giraba a su alrededor. Estrellas, planetas y lunas, plano tras plano, llenos de la energía con que Agak y Gagak deseaban alimentarse. Y aún quedaba lo suficiente de Gagak dentro de los Cuatro para que experimentaran una voracidad anticipada que, ahora que las dimensiones se acercaban a la conjunción precisa, sería satisfecha sin dilación.