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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Intriga, Policíaco.

Cruel y extraño (29 page)

BOOK: Cruel y extraño
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Abrí un sobre de papel marrón y saqué tres sobres más pequeños de plástico transparente. Dos de ellos contenían las plumas recogidas tras los homicidios de Jennifer Deighton y Susan Story, en tanto que el tercero contenía un portaobjetos de microscopio con el residuo gomoso encontrado en las muñecas de Eddie Heath.

—Creo que ésta es la mejor —observé, señalando la pluma que había recogido del camisón de Jennifer Deighton.

La sacó del sobre y comentó:

—Es un plumón; una pluma del pecho o del dorso. Está bastante poblada. Eso es bueno. Cuanta más pluma tengamos, mejor —Tomó unas pinzas con las que arrancó algunos de los filamentos o «barbas» de los dos lados del astil y, situándose ante el microscopio estereoscópico, las depositó sobre una fina capa de xileno que previamente había derramado sobre un portaobjetos. Esto sirvió para que las minúsculas estructuras se separasen unas de otras, y cuando consideró que todas las barbas estaban nítidamente separadas, tocó el xileno con la punta de un secante verde a fin de absorberlo. Después añadió el medio de soporte Flo—Texx y a continuación una cubierta, y colocó el portaobjetos bajo el microscopio de comparación, que estaba conectado a una cámara de vídeo.

—Para empezar, le diré que la estructura de las plumas es básicamente igual en todas las aves —me explicó—. Tenemos un eje central o astil del que surgen unas barbas, que a su vez se ramifican en bárbulas, parecidas a pelos, y tenemos una base más ancha, encima de la cual hay un poro llamado el umbilicus superior. Las barbas son los filamentos que confieren a la pluma su apariencia «plumosa», y cuando las vea al microscopio comprobará que en realidad vienen a ser como unas mini plumas que crecen en el astil —Conectó el monitor—. Esto es una barba.

—Parece un helecho —comenté.

—En muchos casos, sí. Ahora vamos a ampliarla un poco más para echar una buena ojeada a las bárbulas, porque son las características de las bárbulas las que nos permiten establecer una identificación. Lo que más nos interesa, en concreto, son los nódulos.

—A ver si lo entiendo bien —dije—. Los nódulos son una característica de las bárbulas, las bárbulas son una característica de las barbas, las barbas son una característica de las plumas y las plumas son una característica de las aves.

—Exacto. Y en cada familia de aves las plumas tienen su propia estructura distintiva.

Lo que vi en la pantalla del monitor fue una imagen anodina parecida a un dibujo esquemático de una hierba o la pata de un insecto. Las líneas se conectaban en segmentos por medio de unas estructuras triangulares tridimensionales que Downey dijo que eran los nódulos.

—La clave está en el tamaño, la forma, el número y la pigmentación de los nódulos, y en su distribución sobre la bárbula —me explicó con paciencia—. Así, por ejemplo, los nódulos en forma de estrella son característicos de las palomas, los nódulos en forma de anillo corresponden a pollos y pavos, y si encuentra pestañas ensanchadas con engrosamiento prenodular es que se trata de cucos —Señaló hacia la pantalla—. Éstos son claramente triangulares, o sea que nada más verlos ya sé que su pluma es de pato o de ganso. No es para sorprenderse en exceso. Las plumas recogidas en los casos de robo, violación y homicidio proceden típicamente de almohadas, edredones, chaquetas o guantes. Y por lo general el relleno de estos artículos se compone de plumón y pluma triturada de pato o de ganso, y en los más baratos, de pollo.

»Pero en este caso los pollos podemos descartarlos. Y estoy llegando a la conclusión de que esta pluma tampoco procede de un ganso.

—¿Por qué? —pregunté.

—Bien, si tuviéramos una pluma entera sería fácil decirlo. El plumón es más difícil. Pero por lo que estoy viendo aquí, en conjunto no hay suficientes nódulos. Además, no están repartidos por toda la bárbula, sino en una posición más distal, es decir, situados más hacia el extremo de la bárbula. Y ésta es una característica de los patos.

Abrió un armario y sacó varias bandejas de portaobjetos para microscopio.

—Vamos a ver. Tengo unas sesenta muestras de patos. Para mayor seguridad, voy a pasarlas todas e iré eliminando sobre la marcha.

Empezó a colocar las platinas una a una bajo el microscopio de comparación, que básicamente consiste en dos microscopios compuestos combinados en una unidad binocular. En el monitor de vídeo aparecía un campo de luz circular partido diagonalmente por una fina línea, con la muestra conocida a un lado de la línea y la pluma que pretendíamos identificar al otro lado. Descartamos rápidamente el pato silvestre común, el pato criollo, el arlequín, la focha, el pato negro y la cerceta americana, y docenas más. Downey no necesitaba examinar las muestras durante mucho tiempo para saber que no correspondían al ánade que buscábamos.

—¿Ésta es más delicada que las otras o sólo son figuraciones mías? —pregunté, refiriéndome a la pluma en cuestión.

—No son figuraciones. Ésta es más delicada, más aerodinámica. ¿Ve cómo las estructuras triangulares no se abren tanto?

—Lo veo. Ahora que me lo indica.

—Y eso nos da una pista importante respecto al ave. Esto es lo fascinante del asunto. La naturaleza tiene un motivo para todo lo que hace, y sospecho que en este caso el motivo es la capacidad de aislamiento. La función del plumón consiste en retener el aire, y cuanto más finas sean las bárbulas, más ahusados o aerodinámicos los nódulos y más distal la situación de los nódulos sobre las bárbulas, más eficazmente lo retiene. Cuando el aire queda retenido o estancado, es como hallarse en un cuartito aislado sin ventilación. Dentro se está caliente.

Colocó otro portaobjetos al microscopio, y esta vez me di cuenta de que nos aproximábamos. Las bárbulas eran finas, los nódulos ahusados y en posición distal.

—¿Qué tenemos aquí? —quise saber.

—He dejado los principales sospechosos para el final —Se le veía complacido—. Los patos marinos. Y los más destacados de la lista son los eideres. Aumentaré la ampliación a cuatrocientos —Cambió de objetivo, reguló el enfoque y seguimos pasando muestras—. No es el eider real ni el de anteojos, y no creo que sea el eider de Steller por esa pigmentación pardusca que aparece en la base del nódulo. La pluma que ha traído usted no la tiene, ¿lo ve?

—Lo veo.

—Así que probaremos con el eider común. Muy bien. Hay concordancia de pigmentación —observó, contemplando fijamente la pantalla—. Y, vamos a ver, un promedio de dos nódulos distalmente situados sobre la bárbula. Además, está ese ahusamiento que confiere mayor calidad aislante…, y eso es importante cuando se dedica uno a nadar por el océano Ártico. Creo que ha de ser éste, el Somateria mollissima, que suele habitar las costas de Islandia, Noruega, Alaska y Siberia. Haré otro examen con el SEM —añadió, refiriéndose al microscopio de barrido electrónico.

—¿En busca de qué?

—Cristales de sal.

—Naturalmente —comenté, fascinada—. Porque los eideres son aves marinas.

—Exacto. Y muy interesantes, además; un notable ejemplo de explotación. En Islandia y Noruega se protege a las colonias de cría contra predadores y otros peligros, a fin de recolectar el plumón con que las hembras revisten el nido y cubren los huevos. Luego, este plumón se lava y se vende a los fabricantes.

—¿Fabricantes de qué?

—Habitualmente, de edredones y sacos de dormir —Mientras hablaba iba preparando varias barbas velludas de la pluma encontrada en el automóvil de Susan Story.

—Jennifer Deighton no tenía nada parecido en su casa —señalé—. Nada que estuviera relleno de plumas.

—Entonces seguramente debe tratarse de una transferencia secundaria o terciaria, en la que la pluma se transfirió al asesino, que a su vez la transfirió a la víctima. Esto es muy interesante.

Apareció la pluma en el monitor.

—También es de eider—observé.

—Eso parece. Probemos con el portaobjetos que ha traído. ¿Esto es del chico?

—Sí —respondí—. De un residuo adhesivo recogido de las muñecas de Eddie Heath.

—Que me cuelguen.

El residuo microscópico dio en el monitor una fascinante variedad de colores, formas, en la que se advertían las conocidas bárbulas y los nódulos triangulares.

—Bien, esto abre un gran boquete en mi teoría personal —dijo Downey—. Si se trata de tres homicidios cometidos en lugares distintos y en distintas fechas.

—De eso se trata.

—Si sólo una de estas plumas fuera de eider, me sentiría tentado a sopesar la posibilidad de que fuese un contaminante. Ya me entiende, ve esas etiquetas que dicen cien por cien fibra acrílica y luego resulta que es noventa por ciento fibra acrílica y diez por ciento nylon. Las etiquetas engañan. Si antes de los jerséis acrílicos la fábrica ha producido, por ejemplo, un lote de cazadoras de nylon, los primeros jerséis que salgan llevarán contaminantes de nylon. A medida que van pasando jerséis, el contaminante se elimina.

—Dicho de otro modo —intervine—: si alguien lleva un anorak relleno de plumón o tiene un edredón en el que entraron contaminantes de eider durante la confección, la probabilidad de que dicho anorak o edredón pierda únicamente los contaminantes de eider es prácticamente nula.

—Precisamente. Por eso supondremos que la prenda en cuestión está rellena exclusivamente con plumón de eider, y eso es sumamente curioso. Lo que suelo ver en los casos que pasan por aquí son los típicos anoraks, guantes o edredones de hipermercado, rellenos de pluma de pollo o quizá de ganso. El plumón de eider es un producto especial, un artículo muy selecto. Cualquier chaleco, anorak, edredón o saco de dormir que vaya relleno de esta clase de plumón es seguro que tendrá muy poca pérdida, una buena confección… y un precio prohibitivo.

—¿Había encontrado antes plumón de eider como evidencia en algún caso?

—Es la primera vez.

—¿Por qué es tan valioso?

—Por las cualidades aislantes que ya he citado antes. Pero el atractivo estético también tiene mucho que ver. El plumón del eider común es blanco inmaculado; normalmente el plumón suele tener un tono sucio.

—Y si yo comprara una prenda de calidad rellena de esta clase de plumón, ¿tendría manera de saber que está rellena de un plumón blanco especial o quizá la etiqueta diría sencillamente «plumón de pato»?

—Estoy seguro de que lo sabría —me aseguró—. Probablemente la etiqueta diría algo así como «ciento por ciento plumón de eider». Tendría que haber algo que justificara el precio.

—¿Puede ordenar una búsqueda informatizada de los distribuidores de plumón?

—Desde luego. Pero, para mencionar lo evidente, ningún distribuidor podrá decirle si el plumón que ha encontrado es suyo a menos que les muestre la prenda o el artículo del que procede. Por desdicha, una pluma no basta.

—No lo sé—dije yo—. Podría ser que sí.

A mediodía, después de andar dos manzanas, llegué al lugar donde había aparcado el coche, entré en el vehículo y puse la calefacción a toda potencia. Estaba tan cerca de la avenida New Jersey que me sentía como la marea atraída por la luna. Me abroché el cinturón de seguridad, jugueteé con la radio y dos veces extendí la mano hacia el teléfono pero cambié de idea. Era una locura pensar siquiera en llamar a Nicholas Grueman.

De todos modos tampoco iba a encontrarlo, pensé, mientras volvía a extender la mano y marcaba su número.

—Grueman al habla —dijo una voz.

—Soy la doctora Scarpetta —El ventilador de la calefacción me obligó a subir el tono.

—Bien, hola. Justamente el otro día estuve leyendo, algo sobre usted. A juzgar por el sonido, diría que me llama desde un teléfono móvil.

—Y así es. Estoy en Washington.

—Me halaga muchísimo que haya pensado en mí al pasar por mi humilde ciudad.

—Su ciudad no tiene nada de humilde, señor Grueman, ni esta llamada es de cortesía. He creído que usted y yo teníamos que hablar de Ronnie Joe Waddell.

—Comprendo. ¿A qué distancia está del Centro jurídico?

—A diez minutos.

—Todavía no he almorzado, y supongo que usted tampoco. ¿Le parece que haga subir unos bocadillos?

—Me parece muy bien —respondí.

El Centro jurídico quedaba a unas treinta y cinco manzanas del campus principal de la universidad, y recordé el desengaño que había sufrido muchos años antes al saber que mi vida estudiantil no incluiría pasear por las viejas calles sombreadas de los Heights ni asistir a clase en hermosos edificios de obra vista del siglo XVIII. En cambio, tendría que pasar tres largos años en un entorno recién estrenado y desprovisto de encanto, situado en uno de los distritos más bulliciosos y agitados de Washington. La decepción, sin embargo, no me duró mucho. Había cierto atractivo, por no hablar de la comodidad, en estudiar Derecho a la sombra del Capitolio de los Estados Unidos. Pero quizá lo más importante fue que no llevaba mucho tiempo como alumna cuando conocí a Mark.

Lo que mejor recordaba de mis encuentros iniciales con Mark James durante el primer semestre de nuestro primer año era el efecto físico que producía sobre mí. Al principio, el mero hecho de verlo me alteraba, aunque no tenía ni idea de por qué. Luego, cuando empezamos a tratarnos, su presencia me provocaba descargas de adrenalina. Se me desbocaba el corazón y de pronto me encontraba absolutamente pendiente de todos sus ademanes, incluso los más comunes. Durante estas semanas, nuestras conversaciones eran un trance que se prolongaba hasta la madrugada. Nuestras palabras no eran tanto elementos del habla como notas de un secreto e inevitable crescendo, que se produjo una noche con la deslumbrante e imprevista fuerza de un accidente.

Desde entonces, el marco físico del Centro jurídico se había ampliado y había cambiado sustancialmente. La sección de justicia Criminal estaba en el cuarto piso, y cuando salí del ascensor no había nadie a la vista y todas las oficinas parecían desiertas. Después de todo, aún duraban las vacaciones, y sólo los más implacables o desesperados podían sentirse inclinados a trabajar. La puerta del departamento 418 estaba abierta, el escritorio de la secretaria vacío, la puerta del despacho interior de Grueman entornada.

Para no darle un sobresalto, lo llamé en voz alta mientras me acercaba a su puerta. No respondió.

—¿Hola, señor Grueman? ¿Está usted ahí? —insistí, y abrí más la puerta.

Su escritorio estaba cubierto por varios centímetros de papeles que se empantanaban en torno de un ordenador, y en el suelo, al pie de las abarrotadas estanterías, había montones de transcripciones y expedientes de casos. A la izquierda del escritorio había una mesa con una impresora y un fax que se afanaba en enviar algo a alguien. Mientras lo contemplaba todo desde el umbral, el teléfono llamó tres veces y dejó de sonar. La ventana que había tras el escritorio tenía la persiana bajada, quizá para eliminar reflejos en la pantalla del ordenador, y apoyada en la repisa había una gastada y arañada cartera de piel marrón.

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