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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Intriga, Policíaco.

Cruel y extraño (33 page)

BOOK: Cruel y extraño
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—Marino y yo estamos muy implicados en todo esto, Kay. El Departamento de Policía de Richmond está implicado. El FBI está implicado. O bien tenemos por ahí suelto un psicópata que hubiera debido ser ejecutado, o bien tenemos a alguien que parece empeñado en hacernos creer que anda suelto alguien que habría debido ser ejecutado.

—Marino no quiere que intervenga en absoluto —señalé.

—Porque se encuentra en una situación imposible. Es el principal responsable de investigar los homicidios que se cometen en la ciudad y es miembro de un equipo VICAP del FBI, pero también es colega y amigo tuyo. Debe averiguar todo lo que pueda sobre ti y sobre lo que ha ocurrido en tu oficina, pero sobre todo se siente inclinado a protegerte. Intenta ponerte en su lugar.

—Lo intentaré. Pero él ha de ponerse en el mío.

—Me parece justo.

—Tal como habla, Benton, se diría que medio mundo tiene una vendetta contra mí y desearía verme pasto de las llamas.

—Quizá no medio mundo, pero hay otras personas aparte de Ben Stevens que están esperando con latas de gasolina y cajas de cerillas a punto.

—¿Qué personas?

—No puedo darte nombres porque no los conozco. Y no voy a decir que destruir tu carrera profesional sea el principal motivo de quienquiera se esconda detrás de todo esto, pero sospecho que entra en su programa, aunque sólo sea porque los casos quedarían gravemente comprometidos si se sospechara que toda la evidencia que ha pasado por tu oficina está viciada. Por no mencionar que, sin ti, la Commonwealth perdería a uno de sus principales forenses —Me miró a los ojos—. Has de considerar lo que valdría tu testimonio en estos momentos. Si en este mismo instante comparecieras ante un tribunal, ¿ayudarías o perjudicarías a Eddie Heath?

Este comentario me llegó al alma.

—En este mismo instante, no le sería de gran ayuda —concedí—. Pero si me retiro, ¿de qué le serviría eso a él o a nadie?

—Es una buena pregunta. Marino no quiere que salgas más perjudicada, Kay.

—Entonces, quizá puedas hacerle entender que la única respuesta razonable en tan irrazonable situación es que yo le deje hacer su trabajo mientras él me deja hacer el mío.

—¿Vuelvo a llenarlos? —Se incorporó y fue en busca de la botella. Esta vez no nos tomamos la molestia de añadir hielo.

—Hablemos del asesino, Benton. A la luz de lo ocurrido con Donahue, ¿qué ideas tienes en estos momentos?

Dejó la botella y atizó el fuego. Permaneció unos instantes ante el hogar, de espaldas a mí, las manos en los bolsillos. Luego se sentó en el borde de la chimenea con los codos en las rodillas. Hacía mucho tiempo que no veía a Wesley tan inquieto.

—Si quieres que te diga la verdad, Kay, este animal me tiene muy asustado.

—¿En qué se diferencia de los demás asesinos que has perseguido?

—Creo que empezó con una serie de reglas y luego decidió cambiarlas.

—¿Reglas suyas ó de otra persona?

—Creo que al principio no eran suyas. Al principio, las decisiones las tomaba quienquiera que esté detrás de la conspiración para liberar a Waddell. Pero ahora este individuo se ha hecho sus propias reglas. O tal vez sería mejor decir que ahora no hay reglas. Es astuto y cuidadoso. Por ahora, él tiene el control.

—¿Y el motivo? —inquirí.

—Es difícil decirlo. Quizá sería mejor expresarlo en términos de una misión o un encargo. Sospecho que hay un método en su locura, pero lo que le gusta es la locura. Se excita jugando con la mente de las personas. Waddell se pasó diez años encerrado, y de pronto se repite la pesadilla de su primer asesinato. La noche de su ejecución, un chico es víctima de un crimen con componentes de sadismo sexual que recuerda poderosamente el caso de Robyn Naismith. Luego mueren otras personas, y todas ellas están relacionadas de algún modo con Waddell. Jennifer Deighton era amiga suya. Susan, por lo visto, estaba implicada, al menos indirectamente, en esta especie de conspiración. Frank Donahue era el alcaide de prisión y habría debido supervisar la ejecución que se produjo la noche del trece de diciembre. ¿Y en qué afecta esto a todos los demás, a los restantes jugadores?

—Me imagino que cualquiera que haya tenido alguna relación con Ronnie Waddell, legítima o no, debe de sentirse muy amenazado —respondí.

—Exacto. Si anda suelto un asesino de policías y eres policía sabes que puedes ser el siguiente. Yo mismo podría salir esta noche de tu casa y caer acribillado por ese tipo desde la oscuridad. Podría estar circulando por ahí con su coche, buscando a Marino o tratando de encontrar mi casa. Podría estar pensando en eliminar a Grueman.

—O a mí.

Wesley se levantó y empezó a arreglar otra vez el fuego.

—¿Te parece que debería enviar a Lucy de vuelta a Miami? —le pregunté.

—Dios mío, Kay, no sé qué decirte. Ella no quiere volver a casa, eso es evidente para cualquiera. Quizá te sentirías mejor si volviera a Miami esta misma noche. De hecho, es probable que todos, tú, Marino, Grueman, Vander, Connie, Michelle y yo, nos sintiéramos mejor si nos fuésemos todos de la ciudad. Pero, ¿quién quedaría entonces?

—Quedaría él —contesté—. Quienquiera que sea.

Wesley le echó una mirada al reloj y dejó el vaso sobre la mesita.

—Ninguno de nosotros debe interferir en los demás —dijo—. No podemos permitírnoslo.

—Tengo que limpiar mi nombre, Benton.

—Es exactamente lo que yo haría. ¿Por dónde quieres empezar?

—Por las plumas.

—Explícate, por favor.

—Es posible que el asesino fuera y se comprara una prenda de lujo rellena de plumón de eider, pero me parece bastante probable que la robara.

—Es una teoría plausible.

—No podemos seguirle el rastro a la prenda si no tenemos la etiqueta o al menos un fragmento que nos remita a su fabricante, pero quizás haya otro ,modo de hacerlo. Quizá podría aparecer algo en el periódico.

—No creo que sea conveniente hacerle saber al asesino que va dejando plumas por todas partes. Lo primero que haría sería deshacerse de la prenda en cuestión.

—De acuerdo. Pero tal vez podrías pedirle a uno de tus contactos en la prensa que publique un artículo amañado acerca de los eideres y de su valioso plumón, explicando que las prendas rellenas de este material son tan caras que se han convertido en piezas muy buscadas por los ladrones. Quizá podría hacerlo venir a cuento de la temporada de esquí o algo parecido.

—¿Y qué? ¿Esperas que algún desconocido llame para decir que le abrieron el coche y le robaron un anorak relleno de plumón?

—Sí. Si el periodista cita el nombre de un inspector supuestamente a cargo de estos robos, los lectores sabrán a quién pueden llamar. Ya sabes, la gente lee un artículo y piensa: «A mí me ha pasado lo mismo.» Su primer impulso es colaborar. Quieren sentirse importantes. Así que descuelgan el teléfono.

—Tendré que pensarlo un poco.

—Es una posibilidad muy remota, desde luego.

Echamos a andar hacia la puerta.

—Hablé brevemente con Michele antes de salir del Homestead —comentó él—. Lucy y ella ya se han puesto en contacto. Michele dice que tu sobrina intimida bastante.

—Ha sido un terror de Dios desde el día en que nació.

Wesley sonrió.

—Michele no lo decía en este sentido. Según ella, lo que le intimida es el intelecto de Lucy.

—A veces temo que es demasiada potencia para un recipiente tan frágil.

—No estoy seguro de que sea tan frágil. Recuerda, apenas he pasado dos días con ella. Lucy me ha dejado muy impresionado en muchos aspectos.

—No intentes reclutarla para el FBI.

—Esperaré a que termine la carrera. ¿Cuánto puede tardar? ¿Un año entero?

Lucy no salió del estudio hasta que Wesley se hubo marchado, cuando yo estaba llevando los vasos a la cocina.

—¿Te lo has pasado bien? —le pregunté.

—Mucho.

—Bien, he oído decir que te llevas de maravilla con los Wesley.

Cerré el grifo y volví a sentarme a la mesa en que había dejado la libreta de notas.

—Son unas personas muy agradables.

—Se rumorea que tú también eres muy agradable.

Abrió el frigorífico y contempló distraídamente el interior.

—¿Por qué ha venido Pete hace un rato?

Se me hizo extraño oír que llamaba a Marino por el nombre de pila. Me imaginé que Lucy y él habían superado la fase de guerra fría cuando la llevó a practicar tiro.

—¿Qué te hace suponer que ha estado aquí? —pregunté.

—Al llegar a casa he olido cigarrillos. Deduzco que ha estado aquí, a menos que hayas empezado a fumar otra vez —Cerró la puerta del frigorífico y vino a la mesa.

—No he vuelto a fumar, y Marino ha estado aquí unos minutos.

—¿Qué quería?

—Quería hacerme muchas preguntas —dije.

—¿Acerca de qué?

—¿Por qué quieres conocer todos los detalles?

Su mirada se desvió de mi cara al montón de papeles financieros, y de ahí a la libreta de notas cubierta con mi caligrafía indescifrable.

—No importa por qué, puesto que es evidente que no quieres decírmelo.

—Es complicado, Lucy.

—Siempre dices que algo es complicado cuando quieres dejarme al margen —replicó al tiempo que me volvía la espalda y se alejaba.

Me sentía como si mi mundo estuviera viniéndose abajo, y la gente que había en él se dispersara como semillas secas al viento. Cuando observaba las relaciones entre padres e hijos, me maravillaba la gracia espontánea de su trato y temía secretamente carecer de un instinto que no podía aprenderse.

Encontré a mi sobrina en el estudio, sentada ante el ordenador. Columnas de números combinados con letras llenaban la pantalla, e incrustados aquí y allá había fragmentos de lo que supuse debían ser datos. Lucy estaba haciendo cálculos a lápiz sobre papel pautado, y no volvió la cabeza cuando me acerqué.

—Lucy, sé que tu madre ha hecho pasar por casa a muchos hombres, y comprendo lo que eso te ha hecho sentir. Pero ni ésta es tu casa ni yo soy tu madre. No debes sentirte amenazada por mis amigos y colegas. No necesitas buscar constantemente indicios de que ha estado aquí algún hombre, y cualquier sospecha de que mantengo relaciones con Marino, con Wesley o con quien sea es absolutamente infundada.

No me contestó.

Le puse una mano en el hombro.

—Tal vez no sea la presencia constante en tu vida que ojalá pudiera ser, pero eres muy importante para mí.

Lucy borró unas cifras del papel y barrió las partículas de goma con el canto de la mano.

—¿Van a acusarte de algún crimen? —preguntó.

—Claro que no. No he cometido ningún crimen —Me incliné hacia la pantalla.

—Lo que estás viendo es un enredo hexadecimal —me explicó.

—Tenías razón: es un jeroglífico.

Apoyó los dedos sobre el teclado y empezó a desplazar el cursor mientras hablaba.

—Lo que estoy haciendo ahora es intentar localizar la posición exacta del número SID, es decir, el número de identificación estatal, que es el único identificador que hay. Todas las personas que figuran en el sistema tienen su propio número SID, incluyéndote a ti, puesto que tus huellas también están en el AFIS. Con un lenguaje de cuarta generación, como el SQL, podría plantear la búsqueda por el nombre de columna, pero en hexadecimal el lenguaje es técnico y matemático. No hay nombres de columna, sólo posiciones en la estructura de datos. En otras palabras, si quisiera ir a Miami, en SQL me limitaría a decirle al ordenador que quiero ir a Miami, mientras que en hexadecimal tendría que decir que quiero ir a un punto situado a tantos grados al norte del Ecuador y tantos grados al este del meridiano de Greenwich.

»O sea que, para seguir con la analogía geográfica, ahora estoy calculando la latitud y la longitud del número SID, y también del número que indica el tipo de registro. Cuando conozca estos datos, podré escribir un programa que busque todos los números SID cuyo registro sea de tipo dos, que significa un borrado, o de tipo tres, que es una modificación. A continuación, pasaré este programa por todas las cintas de diario.

—Eso quiere decir que das por supuesto que si alguien ha manipulado algún registro lo que ha hecho ha sido cambiarle el SID, ¿no es así? —pregunté.

—Digamos que resultaría muchísimo más fácil manipular el número SID que trastear con la imagen real de las huellas dactilares que está registrada en el disco óptico. Y, de hecho, eso es todo lo que hay en el AFIS: el número SID y las huellas correspondientes. El nombre de la persona, los antecedentes y toda la información personal están en su CCH, el historial criminal informatizado, que reside en el CCRE, o registro central de antecedentes penales.

—Según entiendo, los datos del CCRE se relacionan con las huellas del AFIS por medio del número SID.

—Exactamente.

Lucy seguía trabajando cuando fui a acostarme. Me quedé dormida inmediatamente, pero sólo para despertar de nuevo a las dos de la madrugada. No volví a dormirme hasta las cinco, y no había transcurrido una hora cuando sonó el despertador. Conduje mi coche hacia el centro por las calles todavía oscuras mientras escuchaba las noticias de última hora en una emisora de radio local. El locutor dijo que la policía me había interrogado y que yo me había negado a proporcionar información acerca de mis movimientos bancarios. Acto seguido, le recordó a todo el mundo que Susan Story había ingresado tres mil quinientos dólares en su cuenta corriente escasas semanas antes de morir asesinada.

Llegué a la oficina y apenas me había quitado el abrigo cuando llamó Marino.

—Ese condenado alcalde no puede tener la boca cerrada —dijo de buenas a primeras.

—Es evidente.

—Mierda, lo siento.

—No es culpa suya. Ya sé que debe usted informarle.

Marino vaciló.

—Tengo que preguntar por sus pistolas. No tiene ninguna de calibre veintidós, ¿verdad?

—Usted sabe qué armas tengo: una Ruger y una Smith & Wesson. Y si le pasa este dato al alcalde Cunnigham, estoy segura de que lo oiré por la radio antes de una hora.

—Doctora, el alcalde quiere que las presente en el laboratorio de Armas de Fuego.

Por un instante creí que Marino estaba bromeando.

—Dice que no debería tener usted ningún inconveniente en presentarlas para que las examinen —añadió—. También dice que sería una buena idea demostrar inmediatamente que las balas que mataron a Susan, al chico Heath y a Donahue no pudieron ser disparadas con sus pistolas.

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