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Authors: Frank García

Cruising (3 page)

BOOK: Cruising
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—Cuando te afeites el pecho.

—Estás loco. El pelo de mi pecho me da masculinidad, además es suave y está muy pegadito a la piel. Me hace muy macho.

—Tienes un cuerpo perfecto y afeitado marcarías todos los músculos.

—Deja tranquilos mis músculos, si tienen que estar ocultos por el pelo, que lo estén, pero esta cabecita estaría mejor rapada. Eres un tipo muy guapo y tienes una forma de cabeza muy bonita.

—¿Me estás tirando los tejos?

—No. Sabes que soy muy sincero. Estarías mucho más guapo con la cabeza rapada. Como lo llevo yo. Queda muy varonil.

Se incorporó y se sentó sobre mi polla. Se tocó el pelo y me miró.

—¿Por qué no? Rápame.

—¿Estás convencido? Levántate y mírate al espejo del armario y piénsalo unos minutos.

Me obedeció y se colocó frente al espejo. En aquel momento sólo pensé en lo bueno que estaba el cabrón y aún sin pareja. Me la ponía muy dura cada vez que lo veía desnudo y sobre todo cuando me besaba. Es un buen macho y en cambio, está cargado de miedos y fantasmas.

Mide cerca del metro ochenta. Su cuerpo está muy bien formado, sin vello corporal, de piernas y brazos bien torneados y con los pectorales cuadrados donde destacan sus pequeños y sonrosados pezones y los abdominales, la envidia de todos. En su rostro se dibuja la masculinidad y la inocencia por igual. Los ojos almendrados y de un tono marrón claro, la boca carnosa y la mandíbula fuerte. Sus nalgas, mi debilidad personal: redondas y muy duras. Su polla es algo pequeña, unos doce centímetros y delgada, pero al igual que el resto de su piel: fina y de un color muy claro. Su vello púbico rizado y muy negro como el de la cabeza y los sobacos.

Carlos apareció en mi vida una noche que salí sólo. Aquel fin de semana lo estaba pasando en casa de una amiga y ella esa noche no salió, por lo que decidí ir a Chueca. No me encontré a ningún conocido. Todos habían huido de Madrid en aquel puente de la Constitución. Entré en el café
La Troje
de la calle Pelayo. Me senté en una mesa y pedí un cubata de ron. Cuando el camarero se fue, me fije que enfrente había un chico leyendo la revista Odisea y en la mesa reposaba un vaso y un cigarrillo humeando en el cenicero. Me resultó muy guapo. Llevaba una camisa blanca muy ceñida al cuerpo y abiertos los dos primeros botones y por lo que pude ver, unos tejanos también ajustados. Su cabello negro en media melena ondulada caía hasta los hombros y una tez muy blanca que contrastaba con sus ojos. Me miró y sonrió, le devolví la sonrisa y permanecí observándole durante un largo tiempo. Luego me dije que por qué no y me levanté dirigiéndome hacia él.

—Hola, perdona mi atrevimiento. He estado viendo que estás solo y yo también. ¿Te apetece compañía?

—Sí. La verdad que estaba a punto de irme a casa. Hoy no hay nadie en la ciudad.

—Está llena pero de gente de fuera como yo.

—¿No eres de Madrid?

—No, pero eso que importa. Yo estoy solo, tú estás solo y si te apetece nos podemos conocer.

—Perfecto. Pero si te parece bien, podemos ir a otro sitio. Tengo el culo planchado de estar aquí sentado —se levantó y me fijé en sus nalgas bien apretadas por el pantalón.

—Pues no me quiero imaginar cuando ese culo no está planchado. Disculpa, pero no lo he podido evitar.

Se rió y pagamos las consumiciones. Salimos fuera y un aire helado nos azotó la cara.

—¡Joder que frío hace! —comentó mientras se abrochaba el chaquetón.

—El normal para estas fechas. Estamos en diciembre.

—No soporto el frío, me deja atenazado —me miró—. Te propongo algo. Vivo muy cerca de aquí. ¿Qué te parece si nos vamos a mi casa y vemos una película mientras nos tomamos un cubata?

—¿Es una proposición?

—No te estoy proponiendo tener sexo. Tengo frío pero me apetece estar acompañado. Lo mismo podemos tomar una copa en un bar que en mi casa y en vez de estar escuchando el ruido infernal de una música que no se disfruta, podemos ver una buena película.

—Acepto. No se hable más. Rumbo a esa casa calentita en busca de una buena película. Podemos parar en una tienda de 24 horas y comprar unas palomitas. Me encanta ver una película con palomitas.

—Estás loco. Decididamente loco.

—Sí. ¡Viva la locura controlada!

Y el plan resultó todo un éxito. El piso de Carlos es muy acogedor. Tiene dos habitaciones. La suya que es muy amplia, como ya he descrito, y la otra más pequeña con una cama individual, un armario de dos puertas, una mesilla y una mesa escritorio. El salón comedor da a la cocina americana y luego el amplio baño con todo lo necesario.

Lo primero que sentí al entrar fue el calor.

—¡Uf! Aquí parece que estamos en verano.

—Sí. Ya te he dicho que me gusta el calor y no me importa lo que tenga que gastar en calefacción —dijo mientras se quitaba el chaquetón y la camisa—. Espero que no te moleste si me libero de algo de ropa.

—Joder, como para no quitarse ropa. Es como estar en una sauna —me reí— Si no te importa, yo también me pondré cómodo.

—Como si estuvieras en tu casa —se dirigió a la habitación y volvió en slip con las zapatillas puestas y otras en la mano.

—Toma, por si te las quieres poner.

—Sí, me acomodaré como tú. ¿Dónde puedo dejar la ropa?

—En esa habitación.

Mientras me dirigía a ella no puede dejar de observar el cuerpo de Carlos. Estaba realmente bueno y su culo era toda una tentación. Me quedé con el pantalón puesto porque tenía una fuerte erección. Se sonrió al verme con el pantalón.

—No seas tímido, si te quieres quitar el pantalón lo puedes hacer sin problemas. Ya te he dicho que te he invitado a ver una película.

—Si me quito el pantalón… —me sonreí mirando al paquete—. Mi hermana se ha despertado cuando te ha visto con ese slip blanco que… Mejor no pensar en ello, que se vuelva a dormir.

—Está bien —se rió—. ¿Qué tipo de cine te gusta? O mejor dicho, elige en esa estantería mientras preparo los cubatas.

—A mí, si tienes, ponme uno de…

—Ron, ya lo sé. Me di cuenta cuando te lo servían.

—Joder tío, cuantas películas tienes.

—Me gusta mucho el cine. Están clasificadas por géneros.

—Ya me doy cuenta. La verdad que me apetece una porno.

—Esas están en el estante de abajo, en el cajón de la derecha. Pero… ¿Crees qué es adecuada una película de esas?

—Sí.

—Terminaremos follando.

—¿Algún problema?

—No, ninguno. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión? Hace unos segundos no te querías quitar el pantalón porque la tenías dura y ahora…

—No sé, tío. Pero me siento cómodo contigo y echar un polvo sí que me apetece —me quité los pantalones y los dejé caer en el sofá. Carlos se quedó mirándome el paquete mientras me daba el cubata.

—¡Joder lo que gastas! Espero que ese bulto sea porque está dura.

—No, ya no lo está. Mira, —y me bajé por unos segundos los gayumbos— se ha dormido, pero a tu lado se volverá a despertar enseguida.

—Buena polla cabrón ¿Cuánto te mide?

—Unos veintisiete centímetros —se la tocó antes de subirse los gayumbos—. Es la joya de la corona —sonrió mientras la ocultaba de nuevo y cogía una de las películas—. Quiero ver esta película "Sementales en la universidad" parece que salen tíos muy buenos.

—Es una de mis favoritas, me he pajeado tantas veces con ella que me la sé de memoria.

—¿Dónde tienes el DVD?

—Si quieres podemos verla en la habitación, la televisión es más grande.

—Sí. Mejor. Faltan las palomitas.

—Ve colocando la película en el DVD, está debajo de la televisión. Ahora voy.

Entré en la habitación, coloqué la película y dejé sólo encendida la luz de la lámpara de pie. Carlos entró con el recipiente de palomitas y el cubata. Lo colocó todo en la mesilla de la derecha y yo puse el mío en la otra y me tiré encima de la cama. Me acomodé colocando los amplios cojines que había sobre la almohada y Carlos hizo lo mismo. Entre los dos puso las palomitas.

La película enseguida me la puso dura. Seis chicos se duchaban en el vestuario de un gimnasio, así empezaba la película.

—Se ha despertado —me comentó riendo Carlos.

—Sí —me quité el slip—. Ahora sí está en acción.

—¡Hostias tío! ¡Qué rabazo! Eso mide más de veintisiete centímetros y que gorda.

—Pues toda tuya.

No hizo falta decirle más, quitó las palomitas y las colocó en el suelo. Se lanzó hacia ella y me la devoró.

—Joder, como la mamas, que boca más caliente.

No dijo nada, siguió mamando mientras comencé acariciando su espalda. Fui buscando la postura hasta meter la mano dentro su slip. Dejó de mamarla por un rato y se lo quitó.

—Ponte encima de mí y dame ese culo.

Me ofreció sus nalgas, redondas, duras y jugosas. Las acaricié mientras él seguía mamando, las separé e introduje mi lengua en su culo. Olía muy bien, estaba muy limpio y mi lengua comenzó a jugar alrededor de su ano. Apretó con fuerza mi polla con sus labios, lo que me hizo suponer que le gustaba y me dediqué por completo a complacer aquel agujero. Su ano se fue abriendo poco a poco por las caricias de mi lengua y mis dedos que fueron lentamente relajando toda la zona. Metí la mano entre sus piernas y le toqué su polla que estaba muy dura. Le giré, me apetecía un buen 69 con él y así lo hicimos durante un largo rato. Luego él dejó de mamar y se levantó, abrió uno de los cajones del sinfonier y sacó una caja de condones. Volvió a la cama, se sentó encima de mi polla mientras abría uno de ellos y luego me lo colocó. La agarró con fuerza y la fue introduciendo en su culo, poco a poco. En su cara se dibujaba una expresión entre placer y dolor.

—Si te duele, no tenemos porque follar.

—Nunca me he metido nada tan grande, pero la deseo. Tío, me pones muy bruto y este rabo lo quiero entero dentro —me relajé y dejé que lo hiciera él. Si conseguía meterla y relajarse, sabía que íbamos a disfrutar. El muy cabrón tenía un hermoso culo, bueno, tenía y tiene. Poco a poco fue entrando más y más y su cara cambió de expresión, ahora sonreía y a mí, el calor de las paredes de su ano, me hacía estremecer.

—Ya está. Toda dentro.

—Sí —sonreí—, ahora noto el calor de las nalgas, de tus hermosas nalgas.

—Empecemos a disfrutar —comenzó a cabalgar suavemente y poco a poco aumentó el ritmo y yo me empecé a poner muy cachondo. Cuando consideré que su ano estaba ya adaptado a mi polla empecé a controlar la situación. La saqué y le tumbé boca arriba, le abrí las piernas y dejé que fuera entrando ella sola. Cuando mi pubis tocó su piel empecé a envestirle con fuerza. No dijo nada, de vez en cuando se mordía los labios pero luego sonreía—. Sí, así —susurraba— dale más fuerte, como si te fuera la vida en ello — aquellas palabras me calentaron como a un toro en celo y las embestidas variaban según la postura que adoptábamos. Me corrí y él también y sin descansar volví a penetrarlo y volvimos a gozar hasta el punto de corrernos de nuevo, pero no deseaba terminar y seguí follando.

—Para por favor. Deja que me recupere. Me duele.

—Disculpa —la saqué suavemente y suspiró cuando sintió su ano libre de mi polla.

—Hostias tío, eres demasiado fogoso. ¿No tienes límite?

—Cuando un tío se entrega no y cuando alguien tiene el culo que tú tienes, mi rabo no quiere salir.

—No te preocupes, lo tendrás todo el fin de semana si quieres. Tú también me gustas y eres un tipo muy caliente.

Me quité el condón y me fui a duchar. Él me siguió y entró en la ducha conmigo. Nos acariciamos y nos enjabonamos el uno al otro. Mi rabo se volvió a poner duro y me la bajó con una buena mamada. Salimos, nos secamos y volvimos a la habitación. Al pasar frente al espejo del armario me reflejé en él y me detuve unos instantes.

—Estás muy bueno tío —me dijo.

Observé mi cuerpo: Mi casi metro noventa, mi fuerte musculatura, el vello suave y pegado al cuerpo me daban la apariencia del macho que era. Las piernas y brazos también los tenía bien proporcionados y lo mejor: la polla. Una polla grande, gorda, con un glande que imitaba perfectamente a la punta de una flecha y circuncidada, de piel fina y algo morena como el resto de mi cuerpo. Las venas ahora apenas se veían, pero cuando se ponía bruta, se hinchaban de tal manera que parecía iban a estallar de un momento a otro. El pubis siempre recortado y muy negro. En mi rostro destacaban los ojos verdes, herencia de mi madre, los labios carnosos y fuertes, la barba de diez días y mi cabeza rapada. Algunos amigos me decían que parecía un
marine.

Carlos me abrazó por detrás acariciando suavemente mi pecho con las manos y bajando poco a poco hasta coger mi rabo. No se levantó y la acarició. Por el espejo contemplé como sonreía

—Te gusta, ¿verdad?

—Es increíble. Nunca había tenido una polla tan grande entre mis manos y creo que mide más de lo que dices.

—Tal vez. Una vez me la medí en reposo y resultaron veintisiete centímetros.

—Pues un día la tienes que medir dura. Estoy seguro que sobrepasa los treinta.

—Que más da tres centímetros arriba o abajo.

—En tu rabo tal vez no, a mí me gustaría que la mía midiera más.

—La tuya me gusta. No disfruto mamando pollas grandes. Así que la tuya es perfecta para mi boca.

—Me alegro. ¿Dormimos un poco? —me preguntó.

—Sí, te abrazaré mientras lo hacemos.

Nos tumbamos. Se colocó de lado y yo me pegué a su espalda. Sintió mi polla dura pegada al culo.

—¿Pero esa cabrona no descansa nunca?

—No cuando está a gusto y yo también lo estoy. Me siento bien contigo y acabamos de conocernos.

—Durmamos.

—Sí —le abracé y acaricié su torso mientras los dos nos dejamos llevar por el sueño.

Al día siguiente recogí la maleta de casa de mi amiga y me fui a la de Carlos. Pasamos todos los días en casa. Sólo salíamos para comprar algo o dar una vuelta y despejar la mente y descansar un poco de tanto sexo. Desde entonces, cada fin de semana que iba a Madrid me quedaba en su casa y aunque algunas noches salíamos por separado, siempre terminábamos follando, aunque al final, nuestra forma de tener sexo, cobró una dimensión distinta. No era como follar con otros, como ya dije, en nuestra forma de hacer sexo, entraron los sentimientos y me gustaba aquella sensación. Sólo con él y en su casa, mi coraza caía al mismo tiempo que la ropa. Junto a él me desnudaba en cuerpo y alma, porque él me daba esa confianza. Nuestra confidencialidad creó unos fuertes lazos de amistad.

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