—¿Y el desarrollo?
—Fácil. Si la niña es mía, no daré opción. Vendrán conmigo a vivir de inmediato y nos casaremos en cuanto sea posible.
—¿Fácil? Creo que tu concepto de fácil difiere ligeramente del mío... —comentó Carlos divertido. O Marcos era muy obtuso o se estaba imaginando cosas que no eran... En definitiva, el final iba a ser el mismo ¡batacazo!
—De acuerdo. Quizá me cueste un poco, pero conseguiré que no conciban la vida sin mí, que me necesiten para reír, para ser felices. Y de paso mataré a cualquier hombre que se acerque.
—Vaya. —Carlos no esperaba esa vehemencia posesiva en su amigo, o al menos no tanta—. ¿Y si no es hija tuya?
—Entonces, no tendré excusas para convencerlas con rapidez y me tendré que tomar mi tiempo para conquistar a la niña y a la madre. Persuadirlas de que soy bueno para ellas. De que me necesitan. No creo que tarde más de un par ele semanas. Luego nos casaremos, adoptaré a la niña y mataré a cualquier hombre que se acerque.
—¡Un par de semanas! Dios, qué prisas. Tío, estás colgado por ella. Total e irremisiblemente enamorado —comentó Carlos riendo. Lo cierto es que se veía venir desde niños.
—¿Es amor? No lo sé. No creo en el amor. Creo en la necesidad. Necesito comer para alimentarme, y si ella no está conmigo, si está enfadada, si no la veo, no puedo comer. Necesito respirar para vivir, y cuando pienso que ella no está conmigo, que está lejos, con otra persona, no puedo respirar. Necesito dormir, y si ella no está a mi lado, no puedo cerrar los ojos. En definitiva, necesito que esté a mi lado, que sea feliz, que me necesite como yo la necesito a ella para poder vivir.
—Aja. —¡Dios! Ahora se ponía filosófico. Carlos esperaba no decir esas idioteces en caso de enamorarse alguna vez.
—Por eso necesito averiguar si la niña es mía o no, por el desarrollo. Y si te soy sincero. Ojalá fuera mía, porque entonces no habrá excusa que valga. Ni esperas, ni planes de conquista. Si es mía, se acabó, no habrá opción, se vienen conmigo. Es lo lógico, la familia debe estar junta.
—No sé yo si Ruth lo verá de esa manera. —De hecho lo dudaba mucho.
—Lo verá.
—Aja, pues entonces ve al barrio —ordenó Carlos.
—¿Qué?
—Que vayas al barrio. Los niños tienen vacaciones por Navidad. Lo mismo tienes suerte y la cría baja a la calle a jugar y todo eso que hacen los críos. Estate pendiente de la zapatería del hermano de Ruth, y en cuanto veas entrar a alguna niña, presta atención y mira a ver si se parece a ti.
—¿No crees que eso es dejarlo todo al azar?
—No tiene por qué. Si Ruth está trabajando, sus hermanos se harán cargo de la niña, y si Darío baja a abrir la zapatería, lo lógico es que lleve a la niña con él para que no se quede en casa sola. Así que, si ves salir a Darío con una niña, pues ya lo tienes. Te fijas, y si se parece a ti, ya tienes la respuesta.
—¡Ves demasiados culebrones! En la vida real los niños no necesariamente se parecen a sus padres —gruñó Marcos.
—¡Vale! Mira, tío, haz lo que te dé la gana. Consigue un poco de ADN de la niña y hazte la prueba de paternidad. Lo mismo Grissom del CSI te ayuda.
—Vete a la mierda —exclamó Marcos furioso a la vez que abría la puerta de la cocina para irse a dar una vuelta y refrescarse las ideas—. ¡Mamá! ¿Qué coño estás haciendo?
—A mí me parece que tu amigo tiene toda la razón. Es un plan muy astuto e inteligente —comentó Luisa poniendo la espalda muy recta y alzando la barbilla.
—Piénsatelo Marcos. Es un buen plan —continuó Carlos cogiendo al vuelo el apoyo de Luisa—. Consigues la información y a partir de ahí planeas cómo conseguir lo que quieres.
—¿Planear?
—Claro. Si resulta que es tuya... ¿qué pretendes hacer? ¿Agarrar a Ruth y decirle: "Yo Tarzán, tú Jean" y llevártela a rastras a...? —Carlos se paró a pensar— ¿Dónde narices has pensado irte a vivir con ella?
—Eh, esto... no lo he pensado —respondió Marcos frunciendo el ceño. Mierda, no se le había pasado por la cabeza dónde ir... Solo que tenía que llevárselas consigo.
—Exactamente hijo, no piensas. Hay que planearlo todo cuidadosamente —argumentó Luisa cogiendo a ambos hombres de la mano y llevándolos al salón—. Lo que tienes que hacer es enamorarla, hacer que viva por ti, que respire el mismo aire que tú respiras. Y sobre todo conquistar a la niña.
—Eso es imprescindible —coincidió Carlos.
—Tanto si es tuya como si no lo es, aunque yo estoy segura de que es tuya. Luisa tenía muy presente sus telenovelas, y esas no fallaban—. Lo primero que tienes que conseguir es que te vea como un padre. Y para eso, necesitas tiempo y paciencia. Conquistando a la hija tendrás a la madre. Y si además de amor, le ofreces estabilidad, seguridad y tranquilidad, tendrás medio camino recorrido. Tiene que verte como el mejor hombre del mundo, como el mejor marido, como el mejor padre y como el mejor amante. Y todo eso hay que planificarlo y trabajarlo.
—Efectivamente —confirmó Carlos—. Si quieres que se case contigo, lo primero de todo es tener un lugar donde podáis vivir juntos.
—Y mi casa es perfecta —terció Luisa, que ahora que tenía a su hijo en casa veía la culminación de su papel de madre abnegada y estaba dispuesta a tener también a su nuera y a su nieta— Es grande, tiene cuatro habitaciones y dos cuartos de baño, a mí me sobra. Prepararemos un cuarto para los niños, convertiremos la habitación en el sueño de una recién casada y adaptaremos cada rincón de la casa para que cuando entren no quieran salir nunca.
—Bueno, mamá, la verdad, yo prefiero tener casa propia. —¿En qué momento se le había ido todo de las manos?
—Sí, hijo, claro que sí... pero comprar una casa lleva tiempo y tú tienes prisa... —Se calló al ver la mirada de Marcos—. Aunque si te das prisa, en un par de meses lo mismo lo consigues.
—De todas maneras, no olvidemos que estamos trazando planes a largo plazo, no vas a convencer a Ruth de que se vaya a vivir contigo en una semana. Puedes tardar meses, años... La seducción es un tema lento.
—¡Ya la he seducido! —exclamó Marcos—. ¿Cómo pensáis si no que ha tenido a mi hija?
Carlos y Luisa lo miraron estupefactos.
—Hijo, no entiendes nada. Te has acostado con ella. Pero no la has seducido.
—Exactamente —convino Carlos—, una cosa es tener sexo casual, y otra muy distinta que la persona con la que tienes sexo quiera irse a vivir contigo.
—Tonterías —gruñó Marcos—. Y no hemos tenido sexo casual.
—¿No? —preguntó Carlos divertido. Su amigo estaba perdiendo la paciencia.
—¡No! Ha sido mágico, inesperado, sublime... Joder, no me puedo creer que esté hablando de esto con mi madre.
—Hijo, ¿quién mejor que yo para aconsejarte?
—Me reservo la respuesta a esa pregunta.
—Pero aun así... ha sido casual. —Siguió Carlos con el tema.
—¡No lo ha sido! Ha sido algo inevitable. ¡Estamos hechos el uno para el otro! Y eso no es casual.
—Pero no es contigo con quien duerme los sábados —acotó Luisa, que a veces tenía una mala uva increíble—, por tanto, tienes que conquistarla.
—Joder. —Marcos no dijo nada más. Miró a sus acompañantes airado y a continuación salió del salón enfadado, recorrió el pasillo con pasos furiosos y abandonó la casa dando un portazo tremendo.
—Eso ha sido un golpe bajo, Luisa.
—No. Eso ha sido una dosis de realidad. Y ahora sigamos planeando nuestra estrategia.
Los planes son inútiles,
pero la planificación es indispensable.
EISENHOWER
El barrio era el típico de cualquier ciudad. Tres bloques alargados formando una enorme "U" encerraban una plaza pequeña y pavimentada rodeada por una estrecha carretera de un solo sentido. En los bajos de cada bloque se situaban pequeños comercios: la peluquería, la papelería, la zapatería, los ultramarinos...
Marcos centró su atención en la pequeña tienda ubicada entre la papelería y los frutos secos. Tenía las rejas echadas. De hecho todos los comercios estaban cerrados. Se apoyó contra la esquina de uno de los bloques y esperó como un idiota. O al menos eso pensaba él.
Eran las cuatro y media de la tarde del 2 de enero del 2009, estaba como un pasmarote pasando frío siguiendo un plan que parecía salido de un culebrón, y más cachondo es que se sentía como un puñetero espía, eso sí, de los cutres, sólo recabaría información, luego se lo pasaría al centro de mando, es decir, Carlos y su madre y, entre los tres —si tenía suerte y le dejaban meter baza— pensarían un plan de actuación. ¡Joder! ¿Cómo era posible que se hubiera metido en ese embrollo? Y además voluntariamente.
Vale, sí. Tenían razón, no podía actuar como Tarzán pero, carajo, tampoco hacía falta que le dijeran cómo proceder. Sabía de sobra comportarse. Oír, y callar. Comprobar si la cría se parecía a él o no. ¡Já! Y luego comenzar a conquistarlas poco a poco, a ella y a su madre. ¡No era tan difícil! Ser cariñoso, amable, atento, divertido. ¡Diablos! Él era así, no tenía por qué seguir un plan, quizás era un poco visceral y tendía a improvisar de vez en cuando, pero tenía dos dedos de frente. No se presentaría ante Ruth reclamando su paternidad y la secuestraría, ni nada por el estilo. Hoy comprobaría parecidos ¡Já! Y el lunes acudiría al centro e invitaría a Ruth a comer, se disculparía por su actuación de la última noche —aquí le rechinaron los dientes— y sería el hombre perfecto. Lo mismo haría el día siguiente y al otro, y al otro... durante un par de meses —como mucho— hasta que ella se rindiera a sus encantos —palabras literales de su madre—, entonces le propondría irse a vivir juntos, porque en ese tiempo le habría dado tiempo a visitar pisos, pedir un préstamo y comprar uno. "Un hombre debe un nido en el que alojar a su pareja o irse a vivir a la hacienda familiar", le decía a su madre una y otra vez. Mierda, le dolía la cabeza de tantos planes. Se subió el cuello de la cazadora, se colocó la mochila a la espalda y metió manos en los bolsillos sin dejar de mirar la entrada del portal del que supuestamente saldrían su hija y su futuro cuñado. "Mesura y tranquilidad, Marcos", se repitió para sus adentros.
El teléfono sonó exactamente a las cinco menos cuarto. Ruth estaba revisando e| cuento que narraría en su taller. Suspiró y levantó el auricular. Por supuesto era Héctor. Desde que se había hecho el esguince —el cual no mejoraba lo que se dice rápidamente—, había tomado la costumbre de llamarla para recordarla que a las seis menos diez estaría en el centro para recogerlos, a ella y a Ricardo. ¡Como si ella lo fuese a olvidar! En fin. Colgó el teléfono tras asentir varias veces y termina de recoger su mesa.
Estaba a punto de salir cuando Elena entró por la puerta contoneándose. Tenía una sonrisa satisfecha, peligrosa. Ruth se puso alerta.
—He estado revisando el expediente de Mercedes y he llegado a la conclusión de que debemos cursar su salida del centro. —Le entregó un impreso de salida a nombre de la anciana.
—¿A Mercedes? ¿Por qué, en nombre de todos los santos, íbamos a expulsar a Mercedes del centro? —repuso Ruth leyendo rápidamente el impreso.
—Su yerno, es decir el marido de su tutora legal, no está trabajando, así que no es imprescindible que el centro cuide de Mercedes, lo puede hacer él mismo —¡dijo con satisfacción—. Hay muchísimos ancianos que necesitan nuestros servicios en lista de espera, y tener a uno que no los necesita no me parece oportuno. —Finalizó posando falsamente una mano sobre su corazón. ¡Como si lo tuviera!
—Su yerno está en el paro, pero continúa buscando trabajo. Se levanta a las cuatro de la mañana todos los días para ir a Mercamadrid a destrozarse la espalda cargando y descargando camiones por una miseria, y luego recorre las obras buscando trabajo, presentándose a los encargados y dejando curriculums. Si tuviera que cuidar a Mercedes durante el día, no podría hacerlo y para conseguir empleo es imprescindible que lo haga. —Había hablado innumerables veces con la familia de Mercedes y sabía que estaban pasando por ciertas dificultades debido a la crisis. La ayuda que el centro les prestaba era absolutamente necesaria.
—Pues que la cuide su hija.
—¡Es la única que ingresa dinero en la casa! ¡Cómo puedes proponer tal desatino! No. Tu propuesta es absoluta y categóricamente inviable —finalizó Ruth rompiendo el impreso.
—¡Cómo te atreves! ¿Acaso has olvidado que soy tu superior? —dijo entornando los ojos.
—No lo he olvidado, Elena, pero este caso está fuera de toda discusión. Mercedes necesita permanecer en el centro. No voy a dar curso a una salida que se salta todas y cada una de las premisas por las que fue creado este centro Mercedes precisa atención continuada por parte de personal cualificado y su familia no dispone de los ingresos necesarios para proporcionársela. Con esas condiciones doy por cancelado el expediente de salida.
—Mentira. Es una vieja maleducada que roba comida mientras su yerno está en casa tocándose los huevos.
—Es una mujer con demencia senil diagnosticada y su tutora legal, en este caso su hija, trabaja fuera de casa manteniendo su hogar, mientras su cónyuge se marcha de su casa a diario en busca de sustento y empleo.
—Te tiene completamente engañada. No está loca, se lo hace.
—Un psicólogo geriátrico le ha diagnosticado demencia senil leve, y que yo sepa no tienes ninguna titulación que te cualifique para anular dicho diagnóstico, por lo tanto, no puedo dar por válida tu opinión. Si adjuntas al expediente un informe médico que contrarreste el dictamen lo tendré en cuenta. Mientras continuará siendo inviable —argumentó Ruth terminando de recoger sus papeles y dirigiéndose apoyada en las muletas a la puerta del despacho.
—Me da lo mismo lo que digas. Mercedes se va. Tengo el poder de echarla y sé exactamente lo que voy a hacer. Si no quieres hacerlo tú, se lo ordenaré a Sara y abriré un recurso administrativo por negarte a obedecer las órdenes de un superior.
—Estás en tu derecho —contestó Ruth fijando su mirada en Elena—. Yo, mi parte, informare al Sr. Director que expulsas residentes basándote en percepciones personales, a la vez que solicitaré una investigación basándome en el trato discriminatorio que has otorgado a Mercedes al expulsarla sin que su situación haya incumplido las premisas del centro. Además, y para que entiendas por completo la situación a la que te expondrás, instaré al organismo pertinente que exija una auditoría de las cuentas del centro. Eso implica las cuentas de las tarjetas, los comprobantes de compras a nombre del empleado que los compró, los justificantes corroborando que se adquirieron productos necesarios el centro, tales como material farmacéutico, y así mismo la acreditación que las reuniones establecidas y abonadas bajo la cuenta del centro, fueron donadas con potenciales inversores del centro para la consecución de fondos alimentarios. Así mismo, te advierto que para confirmar todo lo anterior serán necesarias facturas que lo justifiquen. En definitiva, no creo que sean admitidas Barbie, una salida a la bolera, o... —Sacó un informe del cajón y leyó—: Una de tampones, otra de preservativos y dos de píldoras anticonceptivas de la remesa de farmacia firmada por ti. —Volvió a guardar el informe.