Cuando te encuentre (43 page)

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Authors: Nicholas Sparks

BOOK: Cuando te encuentre
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Beth

Por suerte o por desgracia, Nana se hallaba en el despacho cuando Keith irrumpió en la casa y cerró la puerta tras él, actuando como si fuera el dueño y señor de aquella propiedad. Incluso desde la cocina, Beth podía ver las venas de su cuello completamente hinchadas y tensas. Él cerró las manos en un puño cuando posó los ojos sobre ella.

Cuando Keith atravesó el comedor, Beth se sintió desfallecer: un miedo incontenible se apoderó de ella. Nunca antes lo había visto en aquel estado. Retrocedió, buscando refugio en los recodos de los armarios. Keith la sorprendió al detenerse en la puerta de la cocina. Le sonrió, pero su expresión no era cordial, sino que exhibía una mueca grotesca, una caricatura demente de lo que se suponía que tenía que ser.

—Siento haber entrado así, sin llamar —dijo él con una exagerada cortesía—, pero tenemos que hablar.

—¿Qué haces aquí? No puedes entrar de este modo…

—Preparando la cena, ¿eh? —la atajó él—. Recuerdo cuando me preparabas la cena.

—Márchate, Keith —dijo ella, con un tono ronco.

—No pienso marcharme —replicó, mirándola como si no entendiera su descortesía. Señaló hacia una silla—. ¿Por qué no te sientas?

—No quiero sentarme —susurró, indignada consigo misma por no poder ocultar su tono asustado—. Quiero que te marches.

—No me iré —anunció él. Volvió a sonreír, pero con tan poco éxito como en el primer intento. Había algo extraño en su mirada, un matiz que ella no había visto nunca antes.

A Elizabeth se le aceleró el pulso.

—¿Me das una cerveza, por favor? —le pidió él—. No he tenido un buen día, no sé si me comprendes.

Ella tragó saliva, temerosa de apartar la vista.

—No me quedan cervezas.

Asintió con la cabeza, echando un vistazo a la cocina antes de volver a clavar sus ojos en su exmujer. Señaló hacia un lado.

—Pues yo veo una allí, junto al horno. Y tiene que haber más. ¿Te importa si echo un vistazo en la nevera? —No esperó a la respuesta. Enfiló hacia la nevera y la abrió antes de inclinarse directamente hacia el compartimento inferior, de donde sacó una botella—. ¡Vaya! ¡He encontrado una! —Miró fijamente a Beth mientras abría la botella—. Supongo que te habías equivocado, ¿no? —Tomó un buen sorbo y le guiñó un ojo.

Ella se esforzó por no perder la calma.

—¿Qué quieres, Keith?

—Ah, nada importante. Solo quería saber cómo va todo. Por si tienes algo que contarme.

—¿Sobre qué? —le preguntó ella, notando que se le encogía el corazón.

—Sobre
Tai-bolt
.

Ella fingió no darse cuenta de la mala pronunciación del nombre.

—No sé de qué me hablas.

Keith tomó otro sorbo, saboreando la cerveza mientras asentía con la cabeza. Tragó el líquido, haciendo un exagerado ruido con la garganta.

—Esperaba que me contaras por qué habías ido en coche hasta su casa —soltó él, con un tono desenfadado—. Mira, Beth, te conozco más de lo que crees. —La apuntó con la botella de cerveza—. Hace tiempo no sabía si realmente te conocía, pero eso ha cambiado en los últimos años. Criar a un hijo es un buen método para unir a una pareja, ¿no te parece?

Ella no contestó.

—Por eso estoy aquí, ya sabes. Por Ben. Porque quiero lo mejor para él, y justo ahora, no estoy seguro de que tengas las ideas muy claras que digamos.

Avanzó un paso hacia ella y tomó otro largo sorbo de cerveza. La botella ya estaba prácticamente vacía. Se secó la boca con el reverso de la mano antes de continuar.

Mira, he estado pensando que tú y yo no siempre hemos mantenido una buena relación, y eso no es bueno para Ben. Él necesita saber que todavía nos llevamos bien, que seguimos siendo amigos. ¿No crees que es una lección importante que hemos de enseñarle? ¿Qué aunque los padres se divorcien, todavía pueden ser buenos amigos?

A Elizabeth no le gustaba el tono de aquel monólogo, pero tenía miedo de interrumpirlo. Tenía miedo de aquel nuevo Keith Clayton…, un Keith Clayton peligroso.

—Creo que es importante —continuó él. Dio otro paso hacia ella—. De hecho, no se me ocurre nada más importante.

—No te acerques —le ordenó ella.

—¿Por qué no? —Él la fulminó con una mirada severa—. Veo que en los últimos dos días no has estado pensando correctamente.

Mientras se le acercaba, ella procuraba alejarse más, disimuladamente, aferrándose a las puntas de los armarios, intentando no darle la espalda.

—No te acerques más. Te lo advierto.

Keith continuaba acortando la distancia, mirándola fijamente con aquellos ojos peligrosos.

—¿Ves a lo que me refiero? Actúas como si pensaras que voy a hacerte daño. Nunca te haría daño. Deberías saberlo.

—Estás loco.

—No. Un poco enfadado, quizá, pero te aseguro que no estoy loco. —Cuando él volvió a sonreír, su mirada se llenó de odio y a Elizabeth se le heló la sangre. Keith prosiguio—: ¿Sabes que a pesar de todo lo que me has hecho pasar sigo creyendo que eres muy guapa?

A Elizabeth no le gustaba el cariz que iba tomando la conversación. En absoluto. En aquel momento, quedó acorralada en una esquina.

—Márchate, por favor. Ben está arriba y Nana regresara dentro de un minuto…

—Lo único que quiero es un beso. No creo que sea pedir demasiado.

Ella no estaba segura de si lo había oído correctamente.

—¿Un beso? —repitió.

—Por ahora eso es todo lo que quiero —dijo él—. Solo para recordar los viejos tiempos. Luego me marcharé. Me iré rápidamente. Te lo prometo.

—No pienso besarte —le contestó, completamente asqueada.

Keith estaba ahora de pie delante de ella.

—Sí que lo harás, y más adelante me darás más. Pero, de momento, me conformo con un beso.

Ella arqueó la espalda, intentando mantenerse alejada.

—Por favor, Keith. No quiero hacerlo. No quiero besarte.

—Lo superarás —replicó él. Cuando se inclinó hacia ella, Elizabeth le dio la espalda. La agarró por los hombros. Mientras él le rozaba el lóbulo de la oreja con los labios, Beth podía notar cómo se intensificaba su sensación de pánico.

—¡Me haces daño! —masculló asustada.

—De acuerdo, Beth —le susurró. Ella podía notar la calidez de su aliento en el cuello—. Si no quieres besarme, no pasa nada. Lo acepto. Pero he decidido que quiero que seamos algo más que amigos.

—¡Márchate! —gritó ella, apretando los dientes.

Tras soltar una carcajada, Keith la dejó ir.

—Muy bien, de acuerdo, me marcho —declaró, retrocediendo un paso—, pero antes quiero advertirte de lo que pasará si no hallamos una solución a este conflicto.

—¡Márchate! —gritó ella.

—Creo que deberíamos salir a… cenar de vez en cuando. Y no pienso aceptar un no por respuesta.

El modo como pronunció la palabra «cenar» hizo que a Beth se le erizara el vello de los brazos. No podía creer lo que estaba oyendo.

—Después de todo, ya te previne acerca de
Tai-bolt
—agregó—. Pero ¿dónde estabas hoy? En su casa. —Sacudió la cabeza—. Eso ha sido un grave error. ¿No entiendes que me resultaría muy fácil alegar que él está obsesionado contigo y que está abusando de ti? Por esos dos motivos es un tipo peligroso; sin embargo, tú has decidido ignorar mis advertencias. Y de ese modo involucras a Ben en una situación peligrosa.

La expresión de Keith era neutral, pero ella se quedó paralizada ante tales palabras.

—No me gustaría tener que recurrir a los tribunales y contarles lo que estás haciendo. Y estoy seguro de que esta vez me concederán la custodia total de mi hijo.

—No serás capaz… —susurró ella.

—Lo haré. A menos que… —Su evidente tono de júbilo asustó más a Beth. Keith hizo una pausa, para que ella pudiera asimilar su amenaza, antes de volver a hablar usando el tono de un profesor que pretende aleccionar a su alumna—: Quiero asegurarme de que esta vez lo has comprendido bien. Primero le dirás a
Tai-bolt
que no quieres volver a verlo nunca más. Luego le pedirás que se marche del pueblo. Y después tú y yo saldremos juntos a cenar. Para recordar los viejos tiempos. O bien me obedeces, o bien Ben se vendrá a vivir conmigo.

—¡No pienso irme a vivir contigo! —gritó una vocecita desde el umbral de la puerta de la cocina.

Beth miró por encima de Keith y vio a Ben, que los observaba con cara de susto. El niño empezó a retroceder.

—¡No quiero ir a vivir contigo!

Ben dio media vuelta y salió disparado hacia la puerta principal, antes de dar un portazo y perderse bajo la tormenta.

Clayton

Beth forcejeó con Clayton para que la dejara pasar, pero él la inmovilizó agarrándola nuevamente del brazo.

—¡Todavía no hemos terminado! —ladró él. No iba a dejarla marchar sin antes asegurarse de que esta vez lo había comprendido.

—¡Ben se ha escapado!

—No le pasará nada. Quiero confirmar si comprendes cómo será nuestra relación a partir de ahora.

Beth no lo dudó ni un instante. Lo abofeteó en plena cara con la mano libre, y él se tambaleó aturdido. Cuando la soltó, ella le propinó un empujón con todas sus fuerzas, al darse cuenta de que él todavía no había recuperado el equilibrio.

—¡Lárgate de aquí! —rugió ella, encolerizada. Tan pronto como él recuperó el equilibrio, ella volvió a golpearlo con fuerza en el pecho—. ¡Estoy harta de que tú y tu familia me digáis lo que puedo o lo que no puedo hacer! ¡No lo soporto más!

—Qué pena —replicó él, con un tono sereno—. No tienes alternativa. No pienso permitir que Ben esté cerca de tu maldito novio.

En vez de contestar, como si estuviera cansada de escucharlo, le propinó otro empujón y enfiló hacia la puerta.

—¿A dónde vas? ¡No hemos terminado! —la increpó él.

Beth atravesó el comedor con paso airado.

—Voy a buscar a Ben.

—¡Solo es un poco de lluvia!

—¡Está diluviando!

Él la vio salir corriendo al porche, como si esperara encontrar a Ben allí, pero entonces vio que ella miraba a un lado y después al otro y que desaparecía rápidamente de vista. Un relámpago iluminó la puerta, seguido de un trueno, que había sonado cerca, demasiado cerca. Clayton se dirigió hacia la puerta y la vio en la otra punta del patio, buscando a Ben por aquella zona. Justo en ese momento, vio que Nana subía con un paraguas.

—¿Has visto a Ben? —gritó Beth súbitamente.

—No —respondió Nana, con expresión desconcertada, mientras la lluvia arreciaba a su alrededor—. ¿Por qué, qué pasa? —Se detuvo en seco al ver a Clayton—. ¿Qué hace aquí? —quiso saber.

—¿Estás segura de que no lo has visto por los caniles? —preguntó Beth, emprendiendo la carrera súbitamente hacia los peldaños.

—No pasa nada —comentó Clayton, sabiendo que todavía tenía que zanjar el tema con Beth—. Ya volverá…

Beth se detuvo de golpe y lo miró a la cara. De repente, él se dio cuenta de que su incontenible enfado se había trocado en algo distinto, una clara expresión de pánico. El ruido de la tormenta le pareció súbitamente muy lejano.

—¿Qué pasa? —le preguntó desconcertado.

—La cabaña del árbol…

Clayton solo necesitó un instante para entenderla. Notó un peso asfixiante en el pecho.

Un momento después, los dos corrían hacia el bosque.

Thibault, Beth y Clayton

Thibault alcanzó finalmente el sendero de la residencia canina, con las botas encharcadas y pesadas.
Zeus
procuraba seguirle el paso, aminorado únicamente a causa del agua que le llegaba hasta las rodillas. Más arriba, Thibault vio el coche y la furgoneta, así como otro todoterreno. Al acercarse más, distinguió las luces en la parte superior del todoterreno y supo que Clayton estaba allí.

A pesar del agotamiento, se precipitó hacia delante, salpicándolo todo a su paso.
Zeus
brincaba por encima del agua como un delfín saltando sobre las olas. Cuanto más corría Thibault, más inalcanzable le parecía la casa, pero finalmente pasó por delante del despacho de la residencia canina y enfiló el tramo final hacia la vivienda. Solo entonces se fijó en Nana, de pie en el porche, enfocando con una linterna hacia el bosque.

Incluso a lo lejos, la anciana parecía aterrorizada.

—¡Nana! —gritó él, pero la tormenta amortiguó el sonido de su voz y ella no lo oyó. Sí que debió de oírlo unos momentos más tarde, porque se giró súbitamente hacia él y lo iluminó con la linterna.

—¿Thibault?

Él hizo un último esfuerzo por cubrir la distancia que lo separaba de ella. La lluvia caía implacable a su alrededor, y la mortecina luz del atardecer entorpecía la visión. Aminoró la marcha, intentando recuperar el aliento.

—¿Qué ha pasado? —gritó.

—¡Ben se ha escapado! —gritó ella.

—¿Cómo que se ha escapado? ¿Qué ha pasado?

—¡No lo sé! —gritó Nana—, Clayton estaba aquí. Beth ha salido en busca de Ben… Luego los dos han empezado a correr hacia el arroyo. Han dicho algo sobre la cabaña del árbol.

Un momento más tarde, Thibault corría hacia el bosque, con
Zeus
a su lado.

Las ramas los fustigaban inclementemente, arañándoles la cara y las manos. El sendero había quedado bloqueado por un centenar de ramas caídas, y Beth y Keith se vieron obligados a sortear el espacio bloqueado abriéndose paso entre los arbustos. Por dos veces, ella tropezó y cayó; a su espalda, oyó que Keith también se caía. El lodo era denso y viscoso; a mitad del camino hacia la cabaña, Beth perdió un zapato, pero no se detuvo.

La cabaña en el árbol. El puente. La corriente. Solo la adrenalina y el miedo impedían que Beth vomitara. En su mente podía ver a su hijo en el puente mientras súbitamente este cedía y Ben caía al agua.

En medio de las sombras, volvió a tropezar con un tronco de un árbol caído y sintió un intenso dolor en el pie. Se levantó tan rápidamente como pudo, intentando no hacer caso del dolor. Sin embargo, en cuanto apoyó el peso del cuerpo en el pie, perdió el equilibrio y volvió a caer al suelo.

En aquel momento, Keith había llegado a su lado y la levantó sin decir ni una palabra. Rodeándola por la cintura con un brazo, la arrastró hacia delante.

Los dos sabían que Ben estaba en peligro.

Clayton se obligó a no sucumbir al pánico. Se dijo que Ben era inteligente, que sabría detectar el peligro cuando lo viera, que no tentaría la suerte. No era el niño más valiente del mundo. Por primera y única vez en su vida, se alegró de que no lo fuera.

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