Cuentos completos (198 page)

Read Cuentos completos Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
3.6Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Tenemos nuestro trabajo, Noreen. El trabajo que escojamos.

—El que escojamos mientras no sea importante, y aun eso nos lo pueden arrebatar caprichosamente, como a Hines. ¿Y cuál es tu trabajo, Ron? ¿Los juegos matemáticos? ¿Trazar líneas en un papel? ¿Elegir combinaciones numéricas?

Bakst tendió la mano en un ademán de súplica.

—Puede ser importante. No es una tontería… —Hizo una pausa, ansiando dar una explicación, pero sin saber si era seguro—. Estoy trabajando en ciertos problemas profundos de análisis combinatorio, basados en patrones genéticos que se pueden utilizar para…

—Para que tú y unos pocos os divirtáis. Sí, te he oído hablar de tus juegos. Decidirás cómo pasar de A a B en una cantidad mínima de jugadas y eso te enseñará cómo ir del vientre a la tumba con la menor cantidad de riesgos, y todos le daremos las gracias a Multivac mientras tanto. —Noreen se puso de pie—. Ron, te someterán a juicio, estoy segura. A nuestro juicio. Y te expulsarán. Multivac te protegerá de todo daño físico, pero sabes que no nos obligará a verte ni a hablarte ni a tener la menor relación contigo. Descubrirás que sin el estímulo de la interacción humana no podrás pensar, ni jugar con tus juegos. Adiós.

—¡Noreen! ¡Aguarda!

Ella se giró ya en la puerta.

—Por supuesto, tendrás a Multivac. Puedes hablar con Multivac, Ron.

Se perdió camino abajo, atravesando esos parques cuyo verdor y salud ecológica se mantenían gracias a la discreta labor de robots silenciosos que nadie veía jamás.

Sí, tendré que hablar con Multivac, pensó él.

Multivac ya no estaba en una sede determinada. Era una presencia planetaria integrada por cables, fibras ópticas y microondas. Tenía un cerebro dividido en cien auxiliares, pero actuaba como uno. Existían terminales por doquier y ninguno de los cinco millones de seres humanos se encontraba lejos de alguno de ellos.

Había tiempo para cualquier persona, pues Multivac podía hablar simultáneamente con todos los individuos sin apartar su atención de problemas más importantes.

Bakst no se hacía ilusiones en cuanto a la fortaleza de Multivac. Su increíble complejidad era sólo un juego matemático que Bakst había llegado a comprender hacía una década. Sabía el modo en que los enlaces iban de un continente a otro, en una vasta red cuyo análisis podía conformar la base de un juego fascinante. ¿Cómo organizar la red para que el flujo de información nunca se atasque? ¿Cómo organizar las conexiones? Demuestra que sea cual fuere la configuración siempre queda por lo menos un punto que, al desconectarse…

Una vez que Bakst aprendió el juego, renunció al Congreso. ¿Qué podían hacer, salvo hablar, y eso de qué servía? Multivac permitía que se hablara de cualquier cosa y de cualquier modo, precisamente porque no tenía importancia. Multivac sólo impedía, desviaba o castigaba las acciones.

Y la acción de Hines estaba provocando la crisis; y antes de que Bakst estuviera preparado para ella.

Tenía que darse prisa, y solicitó una entrevista con Multivac sin confiar en el desenlace.

Uno podía hacerle preguntas a Multivac en cualquier momento. Había un millón de terminales como el que resistió el repentino ataque de Hines, ante los cuales se podía hablar. Multivac respondería.

Una entrevista era otra cosa. Requería tiempo, requería intimidad y, sobre todo, requería que Multivac la considerase necesaria. Aunque Multivac tenía aptitudes que no se agotaban ni siquiera ante todos los problemas del mundo, no regalaba su tiempo. Tal vez fuera resultado de su continuo autoperfeccionamiento. Cada vez era más consciente de su propia valía y menos paciente con las trivialidades.

Bakst debía confiar en la buena voluntad de Multivac. Su renuncia al Congreso, cada uno de sus actos posteriores, incluso su testimonio contra Hines, estaban destinados a granjearse esa buena voluntad. Sin duda era la clave del éxito en este mundo.

Tendría que dar por sentada esa buena voluntad. Tras presentar la solicitud, viajó por aire a la subestación más próxima. No se limitó a enviar su imagen; quería estar en persona, pues pensaba que su contacto con Multivac sería más íntimo de ese modo.

La sala era casi igual que una sala de reuniones de seres humanos por multivisión cerrada. Por un instante, Bakst pensó que Multivac tomaría forma humana en imagen, con el cerebro hecho carne.

Pero no fue así. Se oía el susurro de operaciones incesantes, una constante en la presencia de Multivac. Y por encima se oyó la voz.

No fue la voz habitual de Multivac. Era una voz serena, bella e insinuante, que acariciaba el oído.

—Buenos días, Bakst. Eres bienvenido. Tus congéneres humanos están enfadados contigo.

Multivac siempre va al grano, pensó Bakst.

—No importa, Multivac. Lo que cuenta es que acepto tus decisiones por el bien de la especie humana. Estabas diseñado para ello en las versiones primitivas de ti mismo y…

—Y mis autodiseños han continuado ese enfoque inicial. Si tú lo entiendes, ¿por qué no lo entienden tantos seres humanos? Aún no he concluido el análisis de ese fenómeno.

—Te he traído un problema.

—¿Cuál es?

—He dedicado mucho tiempo a problemas matemáticos inspirados por el estudio de los genes y sus combinaciones. No puedo hallar las respuestas necesarias y los ordenadores caseros no me sirven de ayuda.

Se oyó un extraño chasquido y Bakst sintió un escalofrío al pensar que Multivac disimulaba una carcajada. Era un toque más humano de lo que incluso él podía aceptar. Oyó la voz de Multivac en el otro oído:

—Hay miles de genes en la célula humana. Cada gen tiene un promedio de cincuenta variaciones existentes y un sinfín de variaciones que nunca han existido. Si intentásemos calcular todas las combinaciones posibles, si yo intentara tan sólo enumerarlas a mi velocidad más rápida, de forma continua, en la vida más larga posible del universo, sólo llegaría a una fracción infinitesimal del total.

—No se requiere una lista completa. En eso se basa el juego. Algunas combinaciones son más probables que otras y al concadenar unas probabilidades con otras podemos reducir enormemente la tarea. Te pido que me ayudes a conseguir el modo de lograr esa concatenación de probabilidades.

—Aun así me llevaría muchísimo tiempo. ¿Cómo podría justificarlo ante mí mismo?

Bakst titubeó. No tenía sentido complicar la situación. Con Multivac, la línea recta era la distancia más corta entre dos puntos. Así que dijo:

—Una combinación genética apropiada podría generar un ser humano más propenso a dejarte a ti las decisiones, más dispuesto a creer en tu objetivo de hacer felices a los hombres, más ansioso de ser feliz. No puedo encontrar la combinación apropiada, pero tú podrías y, con ingeniería genética guiada…

—Entiendo a qué te refieres. Es… una cosa buena. Le consagraré algún tiempo.

Bakst tuvo dificultades para comunicarse con la longitud de onda privada de Noreen. Tres veces se cortó el contacto. No lo sorprendió. En los dos últimos meses, la tecnología demostraba una creciente tendencia a los fallos menores (nunca prolongados ni graves), y él saludaba cada ocasión con un sombrío placer.

Esa vez funcionó. Apareció el rostro de Noreen, una imagen holográfica tridimensional. Parpadeó un instante, pero se mantuvo.

—Respondo a tu llamada —dijo Bakst, con voz impersonal.

—Resultaba imposible encontrarte. ¿Dónde has estado?

—No me ocultaba. Estoy aquí, en Denver.

—¿Por qué en Denver?

—El mundo está a mi disposición, Noreen. Puedo ir a donde me plazca.

Ella hizo una mueca.

—Y hallarlo vacío por todas partes. Vamos a juzgarte, Ron.

—¿Ahora?

—¡Ahora!

—¿Y aquí?

—¡Y aquí!

Parpadeos de aire vibraron en torno de Noreen. Bakst miró de un lado al otro, contando. Catorce, seis hombres y ocho mujeres. Los conocía a todos. Poco tiempo atrás eran buenos amigos suyos.

Detrás de los simulacros se extendía el agreste paisaje de Colorado en el atardecer de un grato día estival. Hubo una época en que existía allí una ciudad llamada Denver. El sitio aún llevaba ese nombre, aunque la ciudad era sólo un recuerdo, como la mayoría de las ciudades. Había diez robots a la vista, absortos en sus tareas.

Mantenimiento ecológico, supuso Bakst. No conocía los detalles, pero Multivac sí, y mantenía cincuenta millones de robots trabajando con eficacia en toda la Tierra.

Detrás de Bakst estaba una de las cuadrículas convergentes de Multivac, casi como una pequeña fortaleza de autodefensa.

—¿Por qué ahora? —preguntó—. ¿Y por qué aquí?

Se volvió automáticamente hacia Eldred. Era la más anciana y la que disponía de autoridad, si podía decirse que un ser humano disponía de autoridad.

El rostro oscuro de Eldred aparecía fatigado. Sus ciento veinte años se notaban, pero la voz sonó firme e incisiva:

—Porque ahora tenemos la prueba final. Que Noreen te lo diga. Es la que mejor te conoce.

Bakst miró a Noreen.

—¿De qué delito se me acusa?

—Vayamos al grano, Ron. Con Multivac no hay delitos, excepto buscar la libertad, y tu delito humano es no haber cometido ningún delito con Multivac. Por eso, juzgaremos si algún ser humano vivo desea tu compañía, desea oír tu voz, compartir tu presencia o responderte.

—¿Por qué me amenazáis con el aislamiento?

—Has traicionado a todos los seres humanos.

—¿Cómo?

—¿Conque niegas que pretendes generar seres humanos que sean dóciles a Multivac?

—¡Ah! —Con lentitud Bakst se cruzó los brazos sobre el pecho—. Lo habéis averiguado pronto. Pero, claro, sólo teníais que preguntárselo a Multivac.

—¿Niegas que pediste ayuda para producir, mediante ingeniería genética, una raza humana diseñada para aceptar la esclavitud sin cuestionar a Multivac?

—Sugerí la creación de una humanidad más satisfecha. ¿Eso es traición?

Eldred intervino:

—Ahórranos tus sofismas, Ron. Nos los sabemos de memoria. No nos repitas que es imposible oponerse a Multivac, que no tiene sentido luchar, que hemos conquistado la seguridad. Lo que tú llamas seguridad es esclavitud para el resto de nosotros.

—¿Pasaréis a juzgarme ya, o se me permite una defensa?

—Ya has oído a Eldred —dijo Noreen—. Conocemos tu defensa.

—Todos hemos oído a Eldred, pero nadie me ha oído a mí. Mí defensa no es lo que ella llama mi defensa.

Las imágenes se miraron en silencio.

—¡Habla! —le ordenó Eldred.

—Le pedí a Multivac que me ayudara a resolver un problema en el campo de los juegos matemáticos. Para conquistar su interés, señalé que se basaba en la combinación genética y que la solución podría ayudarlo a diseñar una combinación genética que no empeorase la actual situación del hombre, pero que le permitiera al ser humano aceptar de buen grado el mandato de Multivac y acatar sus decisiones.

—Eso es lo que hemos dicho —le interrumpió Eldred.

—Era el único modo de lograr que Multivac aceptara la tarea. Esa nueva raza es deseable para la humanidad desde la perspectiva de Multivac, y desde esa perspectiva él debe afanarse por lograrlo. Como la finalidad es deseable, tendrá que examinar complicaciones cada vez mayores de un problema cuya vastedad excede incluso su capacidad. Todos sois testigos.

—¿Testigos de qué? —preguntó Noreen.

—¿No habéis tenido problemas para comunicaros conmigo? En los últimos dos meses ¿no habéis notado pequeños problemas en lo que antes funcionaba sin dificultad? No decís nada. ¿Puedo tomarlo como un asentimiento?

—¿Y qué pasa, si es así?

—Multivac ha consagrado todos sus circuitos libres al problema. Gradualmente ha ido desplazando la gestión del mundo al mínimo de sus esfuerzos, pues nada, desde su perspectiva ética, debe interponerse en el camino de la felicidad humana y no hay mayor incremento de esa felicidad que aceptar sin condiciones a Multivac.

—¿Qué significa todo esto? —protestó Noreen—. Multivac aún tiene capacidad suficiente para gobernar el mundo, nosotros incluidos, y si trabaja con menor eficiencia eso sólo añadirá incomodidades transitorias a nuestra esclavitud. Sólo transitorias, porque no durará demasiado. Tarde o temprano, comprenderá que el problema no tiene solución o lo resolverá, y en cualquiera de los dos casos su distracción terminará. En el segundo caso, la esclavitud se volverá eterna e irrevocable.

—Pero por ahora está distraído —indicó Bakst—, y podemos entablar esta peligrosa charla sin que él lo note. Aunque no me atrevo a hacerlo por mucho tiempo, así que os ruego que me entendáis deprisa. Tengo otro juego matemático: la organización de redes según el modelo de Multivac. He podido demostrar que, por muy compleja y excesiva que sea la red, habrá por lo menos un lugar al que todas las corrientes pueden encauzarse en determinadas circunstancias. Si se obstaculiza ese lugar, se producirá el fatídico ataque de apoplejía, pues ocasionará una sobrecarga en otra parte, la cual se descompondrá originando una sobrecarga en otra parte… y así indefinidamente, hasta que todo se descomponga.

—¿Y bien?

—Y de eso se trata. ¿Por qué otra cosa he venido a Denver? Y Multivac lo sabe, y ese punto está custodiado, electrónicamente y por robots, hasta el extremo de que es impenetrable.

—¿Y bien?

—Pero Multivac está distraído, y además confía en mí. Me he esforzado en obtener esa confianza, al coste de perderos a vosotros, porque sólo si hay confianza es posible la traición. Si alguno de vosotros intentara aproximarse a ese punto, Multivac podría despertar de su actual distracción. Si no estuviera distraído no permitiría que ni siquiera yo me acercara. Pero está distraído, y yo estoy aquí.

Caminó hacia la cuadrícula convergente, con un andar tranquilo, y las catorce imágenes lo acompañaron en su movimiento. Los rodeaba el suave susurro de un atareado centro Multivac.

—¿Por qué atacar a un oponente invulnerable? —dijo Bakst—. Mejor lograr que primero sea vulnerable y luego…

Procuró mantener la calma, pero todo dependía de ese momento. ¡Todo! Con un tirón brusco, desenganchó una conexión. (Si por lo menos dispusiera de más tiempo para estar más seguro…)

Nada lo detuvo. Contuvo el aliento, notando que los ruidos cesaban, que los susurros callaban, que Multivac se apagaba. Si ese ruido no regresaba en un instante, significaría que había acertado en el punto clave y que la recuperación sería imposible. Si los robots no empezaban a acercarse…

Other books

City of the Lost by Will Adams
The Promise by Lesley Pearse
Forest Whispers by Kaitlyn O'Connor
Hellifax by Keith C. Blackmore
Lover Avenged by J. R. Ward
Compromised Hearts by Hannah Howell
Crosscut by Meg Gardiner