Cuentos completos (385 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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»No les culpo por sentir de ese modo. En su lugar, yo sentiría lo mismo.

»Pero, ¿va a quedar mi anhelo insatisfecho? Piénsenlo…

»Supongan que he ido hacia atrás en el tiempo, digamos veinticinco años. Una cifra encantadora; exactamente un cuarto de siglo. Usted, Adams, tenía cuarenta años. Había acabado de llegar aquí, como profesor titular, tras su cese en el Case Institute. Había hecho allí un buen trabajo en diamagnética, aunque su esfuerzo en conseguir algo con el hipocromito de bismuto, del que no informó a nadie, fue un fracaso que hubiera hecho reír a todo el mundo.

»Cielos, Adams, no se muestre tan sorprendido. No creerá que no conozco su vida profesional hasta el más mínimo detalle…

»Y en cuanto a usted, Muller, tenía por aquel entonces veintiséis años, y estaba enfrascado en el proceso de elaborar su tesis doctoral sobre la relatividad general, que fue algo fascinante por aquel entonces, pero que es mucho menos satisfactoria en retrospectiva de lo que fue en aquel tiempo. Si hubiera sabido interpretarla correctamente, hubiera anticipado la mayor parte de las conclusiones posteriores de Hawking, como bien sabe ahora. Pero no la interpretó correctamente entonces, y ha conseguido usted ocultar ese hecho con éxito hasta hoy.

»Me temo, Muller, que no es usted muy bueno en la interpretación. No interpretó su propia tesis doctoral para sacarle el mejor provecho, y no ha interpretado correctamente su gran Teoría del Campo. Quizá, Muller, no sea una desgracia tampoco. La falta de interpretación es un acontecimiento común. Puede que no poseamos el
knack
interpretativo, y el talento de extraer consecuencias viables puede que no se produzca en la misma mente que posee el talento de la brillantez de conceptos. Yo poseo lo primero sin lo segundo, así que, ¿por qué no debería poseer usted lo segundo sin lo primero?

»Si tan sólo pudiera usted crear sus maravillosos pensamientos, Muller, y dejar que yo me encargara de las igualmente maravillosas conclusiones. Qué equipo podríamos formar usted y yo, Muller…, pero usted no querría saber nada de mí. No me quejo por ello, porque yo tampoco querría saber nada de usted.

»En cualquier caso, todo eso carece de importancia. No puedo hacerle ningún daño de ninguna manera, Adams, con el asunto de su estúpido fracaso con las sales de bismuto. Después de todo, consiguió usted, aunque con una cierta dificultad, ocultar su error antes de embalsamarlo en las páginas de alguna revista científica…, de modo que se libró de cualquier tipo de enjuiciamiento. Y no puedo nublar el sol que brilla sobre usted, Muller, señalando su fracaso en deducir lo que hubiera podido ser deducido de sus conceptos. Podría considerarse incluso como una medida de su genio; había tantas cosas apiñándose en su pensamiento que ni siquiera usted era lo suficientemente genial como para extraer de todo aquello un gramo más de consecuencias.

»Pero si pudiera hacerlo, ¿qué ocurriría? ¿Cómo podrían cambiar las cosas del modo que yo quiero? Afortunadamente, pude estudiar la situación durante un lapso de… lo que sea…, que mi conciencia podía interpretar como años, sin que el tiempo transcurriera físicamente para mí, de modo que no envejecía en absoluto. Mis procesos mentales seguían adelante, pero mi metabolismo físico no.

»Sonríen ustedes de nuevo. No, no sé cómo se produce el fenómeno. Seguramente nuestros procesos mentales son parte de nuestros cambios metabólicos. Sólo puedo suponer que, fuera del flujo del tiempo, los procesos mentales no son procesos mentales en su sentido físico, sino algo distinto que es su equivalente.

»Y si estudio un momento determinado en el tiempo, y busco un cambio que pueda dar como resultado lo que yo deseo que dé, ¿cómo puedo hacerlo? ¿Podía efectuar el cambio, avanzar por el tiempo, estudiar las consecuencias y, si no me gustaban, volver de nuevo hacia atrás, volver a cambiar el cambio, e intentar otro? Si lo hacía cincuenta veces, mil veces, ¿podría terminar hallando el cambio correcto? El número de cambios, cada uno de ellos con innumerables consecuencias, cada uno de ellos con posteriores innumerables consecuencias, es algo que está más allá de todo cálculo o comprensión. ¿Cómo podía descubrir el cambio que estaba buscando?

»Pero podía. Podía aprender cómo, y no puedo decirles cómo lo aprendí, o lo que hice después de haberlo aprendido. ¿Es algo tan difícil? Piensen en las cosas que normalmente aprendemos.

»Estamos de pie, andamos, corremos, saltamos…, y lo hacemos todo sin pensar siquiera que nos hallamos constantemente en equilibrio sobre un extremo de nuestro cuerpo. Estamos en un completo estado de inestabilidad. Permanecemos en pie solamente gracias a que los gruesos músculos de nuestras piernas y torso están constantemente contrayéndose y distendiéndose lo suficiente como para mantener el equilibrio de nuestro cuerpo, como un equilibrista circense manteniendo en equilibrio una pértiga sobre la punta de su nariz.

»Físicamente, es difícil. Es por eso por lo que permanecer mucho tiempo en pie inmóviles nos resulta siempre desagradable, y agradecemos el poder sentarnos al cabo de un rato. Es por eso por lo que permanecer en posición de firmes durante un período de tiempo excesivamente largo puede conducirnos al colapso. Sin embargo, excepto cuando lo llevamos a sus extremos, lo resistimos bastante bien, ni siquiera somos conscientes de estarlo haciendo. Podemos estar de pie y andar y correr y saltar y pararnos durante todo el día y no caernos nunca, o ni siquiera perder seriamente el equilibrio. Bien, descríbanme cómo lo hacen de un modo que alguien que jamás lo ha probado pueda hacerlo también. No pueden.

»Otro ejemplo. Podemos hablar. Podemos tensar y contraer los músculos de nuestra lengua y labios y mejillas y paladar en una rápida y arrítmica sucesión de cambios que producen exactamente la modulación de sonidos que deseamos. Resulta bastante difícil de aprender cuando somos niños, pero una vez lo hemos aprendido, podemos producir docenas de palabras por minuto sin ningún esfuerzo consciente. Bien, ¿cómo lo hacemos? ¿Qué cambios producimos para decir “Como lo hacemos”? Descríbanle esos cambios a alguien que jamás ha hablado, de modo que pueda emitir esos mismos sonidos. No se puede.

»Pero podemos producir los sonidos. Y sin el menor esfuerzo.

»Disponiendo del tiempo suficiente…, ni siquiera sé cómo describir lo que quiero dar a entender. No es tiempo; llamárnosle “duración”.

Disponiendo de la suficiente duración sin paso del tiempo, aprendí cómo ajustar la realidad del modo que deseaba. Era como un niño balbuceando, pero aprendiendo gradualmente a captar y elegir entre sus propios balbuceos los sonidos adecuados para construir palabras. Aprendí a elegir.

»Era arriesgado, por supuesto. En el proceso de aprendizaje pude cometer algo irreversible; o al menos algo que, para invertir su efecto, hubiera requerido cambios sutiles que estaban más allá de mí. No me ocurrió. Quizá tuve mejor suerte que nadie.

»Y empecé a gozar con ello. Era como pintar un cuadro, modelar una escultura, era mucho más que eso; era tallar una nueva realidad… Una nueva realidad sin ningún cambio con respecto a la nuestra en sus puntos clave. Seguí siendo exactamente quien soy; Adams siguió siendo el eterno Adams; Muller, el quintaesencial Muller. La universidad siguió siendo la universidad; la ciencia, la ciencia.

»Bien, entonces, ¿no cambió nada? Pero estoy perdiendo su atención. Ya no creen en mí y, si soy buen juez, sienten un desprecio burlón hacia lo que estoy diciendo. Me parece que me he dejado arrastrar por mi entusiasmo y he empezado a actuar como si el viaje por el tiempo fuera algo real y yo hubiera hecho realmente lo que hubiera deseado hacer. Perdónenme. Considérenlo todo una imaginación…, una fantasía… Estoy refiriéndome a lo que yo hubiera hecho si el viaje por el tiempo fuera algo real y si yo hubiera tenido realmente el talento como para efectuarlo.

»En ese caso…, en mi imaginación…, ¿no cambió nada? Tenía que haberse producido algún cambio; uno que hubiera dejado a Adams siendo exactamente Adams pero le hubiera incapacitado para ser el jefe del departamento; a Muller seguir siendo Muller, y sin embargo retirarle toda posibilidad de convertirse en el presidente de la universidad y sin muchas posibilidades de ser elegido para el Premio Nobel.

»Y yo tenía que seguir siendo yo mismo, detestado y complotando contra todo, e incapaz de crear…, y sin embargo poseyendo las cualidades que podían hacerme a mí presidente de la universidad.

»No podía ser nada científico; tenía que ser algo completamente apartado de la ciencia; algo desagradable y sórdido que descalificara a dos excelsos caballeros…

»Oh, vamos. No merezco esas miradas de desdén y presumida auto-satisfacción. ¿Están completamente seguros que en sus vidas no han hecho nada desagradable y sórdido? ¿Cómo pueden estar seguros? ¿Ninguno de los dos, si las circunstancias se han presentado, ha caído en lo que podríamos llamar… pecado? ¿Quién de nosotros ha podido resistirse a él, si la tentación ha sido la adecuada? ¿Quién de nosotros está sin pecado?

»Piensen, piensen… ¿Están seguros que sus almas son puras? ¿No han hecho nada equivocado, nunca? ¿Nunca han caído en el pozo? Y si han conseguido no caer, ¿no ha sido gracias a unas circunstancias afortunadas, debidas más a la casualidad que a su propia virtud interior? Y si alguno de ustedes ha estudiado detenidamente todas sus acciones y notado los golpes de fortuna que lo han mantenido a salvo y lo han librado del peligro en alguna ocasión, ¿cree que nunca ha obrado mal?

»Por supuesto, si hubieran vivido unas vidas completamente pecaminosas y sórdidas, hasta el punto que la gente les volviera la espalda con desdén y desagrado, nunca hubieran podido alcanzar sus actuales puestos honorables. Hubieran caído en desgracia hace mucho tiempo, y yo no hubiera podido subirme sobre sus cuerpos en desgracia, porque ustedes no estarían ahora aquí para servirme de peldaños.

»¿Se dan cuenta de lo complejo que es todo esto?

»Pero cuanto más complejo, más excitante. Si yo fuera hacia atrás en el tiempo y descubriera que la solución no era compleja, que con un solo golpe podía conseguir mi meta, podría extraer un cierto placer de todo ello y de sus resultados, pero me faltaría la excitación intelectual.

»Si estuviéramos jugando al ajedrez y supiera que apenas empezar iba a hacerles mate en tres jugadas, sería una victoria peor que una derrota. Estaría jugando contra un oponente muy por debajo de mi altura, me sentiría avergonzado haciéndolo.

»No. La victoria que vale la pena es aquella que debe arrancarse lenta y dolorosamente de la reluctante presa del adversario; una victoria que parece inalcanzable; una victoria que es tan agotadora, tan torturante, tan desesperada como la peor de las derrotas, pero en la que, a diferencia de esta última, mientras estás resollando y jadeando en un total agotamiento tienes en tu mano el gallardete por el que estás luchando, el trofeo.

»La duración que pasé luchando con el más indomeñable de todos los materiales, la realidad, estuvo llena con todas las dificultades que yo mismo había establecido. Insistí tercamente no sólo en conseguir mi meta, sino también en conseguirla a mi manera; rechazando todo lo que no fuera exactamente tal y como yo deseaba que fuera. Un fracaso relativo era considerado por mí como un fracaso total; un casi logro era eliminado como si no fuera un logro en absoluto. En mi blanco, tenía que acertar en el centro mismo de la diana y en ningún otro sitio.

»E incluso una vez hubiera vencido, tenía que ser una victoria tan sutil que ustedes no supieran que yo había vencido hasta que yo les hubiera explicado el asunto hasta su más mínimo detalle. Hasta el último momento no tenían que saber ustedes que su vida había dado un vuelco completo. Es por eso que…

»Pero esperen, me he dejado algo. He estado tan absorto en la intensidad de mi exposición relativa a nosotros y la universidad y la ciencia, que no he explicado que otras cosas, por supuesto, iban a cambiar profundamente. Habría multitud de cambios en las fuerzas sociales, políticas y económicas, así como en las relaciones internacionales. Pero, ¿a quién le importan esas cosas, después de todo? Evidentemente, no a nosotros tres.

»Esa es la maravilla de la ciencia y de los científicos, ¿no? ¿No es gracias a nosotros que se efectúan las elecciones en nuestros queridos Estados Unidos, o se vota en las Naciones Unidas, o sube o baja la bolsa, o la interminable danza de las naciones sigue uno u otro ritmo? Mientras la ciencia siga aquí y las leyes de la naturaleza estén firmemente sujetas y el juego que jugamos nosotros continúe, el fondo contra el cual jugamos es tan sólo una sucesión de luces y sombras sin significado.

»Quizá usted no crea abiertamente en esto, Muller. Sé muy bien que usted, en su tiempo, se sintió parte de la sociedad y efectuó declaraciones públicas acerca de esto y de aquello. En un grado menor, también lo hizo usted, Adams. Los dos pronunciaron exaltados discursos relativos a la Humanidad y a la Tierra y a otras varias abstracciones. Hasta qué punto lo hicieron, sin embargo, es algo que tendrán que sondear ustedes en sus propias conciencias, porque en el fondo, muy en el fondo, realmente no les importa nada de eso, mientras puedan seguir cómodamente sentados sobre sus pensamientos científicos.

»Esa es una de las grandes diferencias entre nosotros. A mí no me importa lo que le ocurra a la Humanidad mientras yo pueda seguir ocupándome de mi física. Soy completamente abierto al respecto; todo el mundo me conoce como un cínico y un insensible. A ustedes tampoco les importa, pero secretamente. Al cinismo y a la insensibilidad que me caracterizan, ustedes añaden la hipocresía, que encubre sus pecados a los irreflexivos, pero los hace peores cuando son descubiertos.

»Oh, no agiten sus cabezas. En mi búsqueda a lo largo de sus vidas he descubierto tanto sobre ustedes como lo que ustedes mismos saben; más, puesto que he visto claramente sus pecados menores, que ustedes mantienen ocultos incluso para ustedes mismos. Lo más divertido acerca de la hipocresía es que una vez ha arraigado con la suficiente fuerza, alinea al propio hipócrita entre sus víctimas. De hecho, es su principal víctima, puesto que resulta muy habitual que cuando el hipócrita es expuesto a todo el mundo, sigue pareciendo, honestamente, un santo para sí mismo.

»Pero les estoy diciendo todo esto no para difamarles. Se los digo a fin de explicarles que, si consideré necesario cambiar el mundo para mantenerlos a ustedes sin cambios, y situarme yo por encima de ambos, a ustedes no les importa realmente…, no en lo que al mundo respecta.

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