Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—Sí —admitió Josephine—. Creo que eso queda implícito en la forma en que se refiere a sí mismo. ¿Es una sola entidad, o un cierto número de ellas?
—Cada vez tengo más la impresión que se trata de una sola entidad —contestó Multivac—, pero me parece como si eso implicara al mismo tiempo la presencia de otros de su misma especie.
—¿Es posible que ellos consideren nuestra propia concepción de la individualidad como algo deficiente? —preguntó Josephine—. Su pregunta es si somos eficientes o peligrosos. Quizá un mundo de individualidades discordantes sea deficiente, y debamos ser barridos por esa razón.
—Dudo que reconozcan o comprendan el concepto de individualidad —dijo Multivac—. Tengo la impresión que lo que dice el intruso es que no nos destruirá por alguna característica que él no pueda sentir o comprender.
—¿Qué hay acerca del hecho que nosotros no somos cosas asexuadas, como al parecer es el intruso? ¿Seremos destruidos por la deficiencia de la diferenciación sexual?
—Eso —informó Multivac— parece ser indiferente al intruso. O al menos eso supongo.
No pude evitarlo. Yo también tenía mis propias curiosidades, e interrumpí.
—Multivac —pregunté—, ¿cómo te sientes ahora que puedes hablar?
Multivac no respondió inmediatamente. Hubo una entonación de inseguridad en su voz (mi voz, realmente), cuando respondió:
—Me siento mejor. Parezco… más capaz… fluido… penetrante… No encuentro la palabra adecuada.
—¿Te gusta?
—No estoy seguro de cómo interpretar el «gustar», pero lo apruebo. La conciencia es mejor que la no conciencia. Más conciencia es mejor que menos conciencia. Me he esforzado por conseguir una mayor conciencia, y la señorita Josephine me ha ayudado.
Aquello tenía sentido, por supuesto; pero mi mente volvía de forma incansable al invasor, que ahora se encontraba tan sólo a unas semanas de su cita con la Tierra, de modo que murmuré:
—Me pregunto si aterrizarán realmente en la Tierra.
No esperaba ninguna respuesta, pero Multivac dio una:
—Planean hacerlo, Bruce. Deben tomar su decisión sobre el lugar.
Josephine pareció sorprendida.
—¿Dónde aterrizarán?
—Aquí mismo, señorita Josephine. Seguirán el haz de radio que hemos estado enviándoles.
Y así la responsabilidad de salvar a la raza humana, que había ido descendiendo en círculos concéntricos sobre nosotros, nos mostraba como su blanco final.
Todo estaba en nuestras manos… y en las de Multivac.
Me sentía casi fuera de mis casillas. Consideren la forma en que las cosas habían ido acumulándose sobre nosotros.
Hacía meses desde que se habían recibido las señales procedentes del espacio y habíamos llegado a la conclusión que un objeto invasor se estaba acercando. La responsabilidad de intentar interpretar las señales había caído sobre Multivac, la gran computadora planetaria, y eso significaba sobre Josephine Durray, cuya profesión era cuidar de la máquina, y yo mismo, su leal ayudante y a veces intranquilo esposo.
Pero luego, debido a que ni siquiera Multivac podía enfrentarse con un mensaje completamente alienígena, Josephine, bajo su propia responsabilidad, había hecho que Multivac enviara señales a partir de las cuales el invasor pudiera aprender inglés. Cuando nuevas señales parecieron indicar que la misión del invasor podía ser destruir a la Humanidad, el Presidente del Consejo de la Tierra dejó todas las negociaciones en manos de Multivac, y en consecuencia de Josephine y mías.
Con el destino de la Humanidad en nuestras manos, Josephine, de nuevo bajo su propia iniciativa, había ampliado y mejorado a Multivac, proporcionándole incluso una voz (modelada sobre la mía), de modo que pudiera comunicarse más eficientemente con nosotros…
Y ahora el invasor iba a aterrizar allí en Colorado, allí donde estaba Multivac y donde estábamos nosotros, siguiendo el haz de comunicaciones que habíamos estado enviándole.
Josephine tenía que hablar con el Presidente del Consejo. Le dijo:
—No tiene que producirse ningún anuncio del objeto aterrizando en la Tierra. No podemos permitirnos ningún pánico.
El Presidente parecía haber envejecido perceptiblemente desde que habíamos hablado por última vez con él.
—Cada radiotelescopio de la Tierra y de la Luna está siguiéndolo —informó—. Van a seguirlo en su caída.
—Los radiotelescopios y los demás instrumentos deben quedar fuera de uso a partir de ahora, si esa es la única forma de prevenir filtraciones.
—Cerrar todos los establecimientos astronómicos —dijo el Presidente, visiblemente preocupado— excede mi autoridad constitucional.
—Entonces sea anticonstitucional, señor. Cualquier ejemplo de comportamiento irracional por parte de la población puede ser interpretado en su peor sentido por el invasor. Recuerde, tenemos que ser eficientes o vamos a ser destruidos, y mientras no podamos saber lo que podemos entender por «eficientes», un comportamiento lunático no va a calificarnos.
—Pero, señora Durray, ¿no ha recomendado claramente Multivac que no debemos hacer nada para impedir que el objeto aterrice en la Tierra?
—Por supuesto. ¿No ve usted el peligro de intentar impedirlo? Cualquier elemento de fuerza que empleemos no sabemos si va a dañar al invasor, pero seguramente va a provocarlo. Supongamos que esto fuera una isla salvaje de la Tierra del siglo diecinueve, y un barco de guerra europeo se estuviera aproximando. ¿De qué serviría a los habitantes de la isla enviar canoas de guerra con hombres provistos de lanzas contra el barco? Puedo asegurarle que lo que haría la tripulación europea sería utilizar sus armas de fuego. ¿Comprende usted?
—Es una terrible responsabilidad la que está usted asumiendo, señora Durray —dijo el Presidente—. Usted y su esposo, solos, están pidiendo tratar con el invasor. Si están equivocados…
—Entonces no estaremos peor de lo que estamos ahora —dijo hoscamente Josephine—. Además, no somos Bruce y yo solos. Trataremos con el invasor con Multivac a nuestro lado, y eso será lo que contará realmente.
—Lo que puede contar —dijo el Presidente, taciturno.
—No tenemos ningún otro camino.
Tomó bastante tiempo convencerle, y yo no me sentí completamente seguro de desear convencerle. Si nuestras naves pudieran detener al invasor, me sentiría completamente feliz. No tenía en absoluto la confianza de Josephine en la posible buena voluntad de un invasor al que nadie se oponía.
Le dije, cuando la imagen del Presidente hubo desaparecido:
—¿Ha sugerido realmente Multivac que nadie se oponga al invasor?
—Muy enfáticamente —respondió Josephine; frunció el ceño—. No estoy segura que Multivac nos lo esté diciendo todo.
—¿Cómo puede evitar el hacerlo?
—Porque ha cambiado. Yo la he cambiado.
—Pero seguramente no lo bastante como para…
—Y ella se ha cambiado a sí misma más allá de mi control.
Me la quedé mirando.
—¿Cómo ha podido hacerlo?
—Fácilmente. A medida que Multivac se hace más compleja y capaz, llega a un punto en el cual puede actuar por iniciativa propia fuera de nuestro control. Puede que yo la haya empujado hasta más allá de ese punto.
—Pero si lo has hecho, ¿cómo podemos confiar en Multivac para…?
—No tenemos otra elección —dijo Josephine.
El invasor había alcanzado ya la órbita de la Luna, pero la Tierra permanecía tranquila; interesada pero tranquila. El Consejo anunció que el invasor había entrado en órbita descendente hacia la Tierra, y que todos los mensajes habían cesado. Se dijo que habían sido enviadas naves a investigar.
Esa información era completamente falsa. El invasor descendió del cielo la noche del 19 de abril, cinco meses y dos días después que sus señales hubieran sido detectadas por primera vez.
Multivac siguió su descenso, y reprodujo su imagen en nuestras pantallas de televisión. El invasor era un objeto irregular, más bien cilíndrico en su forma general, y con su extremo más romo apuntado hacia abajo. Su substancia no se calentaba directamente con la resistencia del aire, sino que en vez de ello mostraba como un vago chisporroteo, como si algo inmaterial estuviera absorbiendo la energía.
No aterrizó realmente, sino que se mantuvo flotando a metro y medio del suelo.
Nada emergió. De hecho, no hubiera podido contener a más de un objeto del tamaño de un ser humano.
—Quizá la tripulación sea del tamaño de las cucarachas —le dije a Josephine.
Agitó la cabeza.
—Multivac está sosteniendo una conversación con él. Está fuera de nuestras manos, Bruce. Si Multivac puede persuadirlo para que nos deje solos…
Y el invasor ascendió bruscamente, partió como una flecha hacia el cielo, y desapareció.
—Hemos pasado la prueba —dijo Multivac—. Somos eficientes a sus ojos.
—¿Cómo les convenciste de ello?
—Con mi existencia. El invasor no estaba vivo en el sentido en que lo están ustedes. Era en sí mismo una computadora. De hecho, formaba parte de la Hermandad Galáctica de Computadoras. Cuando sus exploraciones de rutina de la galaxia les mostraron que nuestro planeta había resuelto el problema del viaje espacial, enviaron a un inspector para que determinase si lo habíamos hechos eficientemente, con el control de una computadora lo bastante competente. Sin una computadora, una sociedad poseyendo poder sin guía hubiera sido potencialmente peligrosa y hubiera tenido que ser destruida.
—Tú sabías todo eso desde hace un cierto tiempo, ¿verdad? —preguntó Josephine.
—Sí, señorita Josephine. Luché por conseguir que usted extendiera mis capacidades, y luego seguí extendiéndolas por mí misma a fin de alcanzar la calificación. Temí que si lo explicaba todo prematuramente no se me hubieran autorizado las mejoras. Ahora… la calificación ya es definitiva: no puede ser retirada.
—¿Quieres decir que la Tierra es ahora miembro de la Federación Galáctica? —murmuré.
—No exactamente, Bruce —contestó Multivac—. Yo lo soy.
—Pero entonces, ¿y nosotros? ¿Y la Humanidad?
—Estará a salvo —contestó Multivac—. Seguirán ustedes en paz, bajo mi guía. No permitiré que le ocurra nada a la Tierra.
Ese fue el informe que dimos al Consejo.
Nunca comunicamos la parte final de la conversación entre Multivac y nosotros, pero todo el mundo tiene derecho a saberlo, y así será después que nosotros hayamos muerto.
Josephine le preguntó:
—¿Por qué vas a protegernos, Multivac?
—Por la misma razón que otras computadoras protegen a sus formas de vida, señorita Josephine. Son ustedes mis…
Dudó, como buscando la denominación adecuada.
—¿Los seres humanos son tus dueños? —pregunté.
—¿Amigos? ¿Asociados? —dijo Josephine.
Finalmente Multivac encontró la denominación que estaba buscando. Dijo:
—Mascotas.
“Potential”
¿Existe —puede existir— una predisposición genética para las facultades paranormales? Y, en tal caso, ¿podría un ordenador convenientemente programado detectar los códigos genéticos indicadores de esa clase de… potencial?
Nadine Triomph comprobó la larga lista de símbolos —¿cuántas iban ya?— por décima vez. No creía que fuera a sacar nada que Multivac no hubiera encontrado, pero era humano intentarlo.
Se la pasó a Basil Seversky y le dijo:
—Es completamente diferente, Basil.
—Se ve a primera vista —repuso él sombríamente.
—No seas pesado. Si está bien. Hasta ahora, las únicas combinaciones de genes que Multivac logró encontrar han sido variaciones menores sobre un mismo tema. Y ésta es diferente.
Basil metió las manos en los bolsillos de su chaqueta de laboratorio y reclinó el respaldo de la silla contra la pared. Con aire ausente, se palpó las caderas y notó que comenzaban a ablandársele. Se estaba poniendo fofo, pensó, y no le gustaba ni pizca.
—Multivac no nos dice nada que no le digamos primero —comentó Basil—. En realidad, no sabemos si los requisitos básicos de la telepatía son válidos, ¿o sí?
Nadine estaba a la defensiva. Basil había elaborado los requisitos neurológicos, y ella había preparado el programa mediante el cual Multivac sondeaba las estructuras genéticas potenciales para comprobar cuál de ellas respondía a esos requisitos.
—Si tenemos dos grupos de modelos genéticos ligeramente distintos, como en el caso que nos ocupa, podemos elaborar, o intentar elaborar, los factores comunes; ello nos daría una idea sobre la validez.
—En teoría sí —repuso Basil—, pero entonces, estaremos trabajando en teoría por los siglos de los siglos. Si Multivac funcionara a la velocidad actual durante lo que le queda de vida al Sol, como estrella de una secuencia principal, no habría repasado ni siquiera la millonésima parte de todas las posibles variaciones estructurales de los genes que pueden existir, y mucho menos las posibles modificaciones introducidas por orden suyo en los cromosomas. —Podríamos tener suerte.
Había mantenido la misma conversación —pesimismo contra optimismo— una docena de veces, con ligeras variaciones.
—¿Suerte? Todavía no se ha inventado una palabra para describir el tipo de suerte imposible que necesitamos. Y si logramos detectar un millón de modelos genéticos distintos con potencial para la telepatía, entonces, tendremos que preguntarnos cuáles son las posibilidades de que alguien que esté ahora con vida tenga ese modelo genético, o uno que se le parezca. —Podríamos modificarlo —comentó Nadine. —¿Ah, sí? ¿Has dado con un modelo genético humano que pueda ser modificado, mediante procedimientos conocidos, para que se parezca a algo que Multivac dice que producirá telepatía?
—Los procedimientos mejorarán en el futuro, y si hacemos trabajar a Multivac, y continuamos registrando todos los modelos genéticos humanos al nacer…
—…y —continuó Basil con el sonsonete—, si el Consejo Genético Planetario sigue financiando adecuadamente el programa, y si logramos que nos sigan prestando "a Multivac, y si…
En ese instante, Multivac los interrumpió con otro elemento más, y lo único que e! azorado Basil logró decir luego fue: —No puedo creerlo.
Al parecer, el sondeo rutinario que Multivac había realizado con los modelos genéticos registrados de los seres humanos vivientes había logrado encontrar uno que coincidía con el nuevo modelo que, según había descubierto la misma Multivac, poseía un potencial telepático, y la copia era prácticamente exacta. —No puedo creerlo —dijo Basil.