Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
Leominster se puso de pie y miró su reloj.
—Me suena convincente. Iré a Connecticut mañana —casi tartamudeaba al hablar—. Caballeros, esto es muy excitante y espero que una vez que esté instalado todos vengan a cenar conmigo para festejar. Sobre todo usted, Henry. El razonamiento era tan simple que me asombra que ninguno de nosotros lo comprendiera.
—El razonamiento siempre es simple —dijo Henry— y también siempre incompleto. Veamos si usted encuentra realmente la estampilla. Sin eso, ¿de qué sirve la razón?
A veces me siento un poco incómodo por la trivialidad de los puntos sobre los que descansa una solución a un cuento del club de los Viudos Negros, pero es una tontería. Para ser francos, estos son cuentos de acertijo, y el tamaño del acertijo no importa mientras sea un desafío suficiente para la mente.
En cuanto a mí, tengo el doble placer de pensar en el punto enigmático primero, y de ocultarlo después bajo capas de argumento sin ser deshonesto con el lector.
“El No Abreviado” no lo envié a ninguna parte: lo reservé para esta recopilación.
“The Ultimate Crime”
—Los Irregulares de la Calle Baker —dijo Roger Halsted— es una organización de entusiastas de Sherlock Holmes. Quien no sabe eso, no sabe nada.
Sonrió por sobre su copa hacia Thomas Trumbull con una actitud que exhibía el único tipo de superioridad que existe: el insufrible.
Durante la hora del cóctel que antecedía al banquete mensual del club de los Viudos Negros la conversación se había mantenido al nivel de un murmullo civilizado, pero Trumbull, ceñudo, alzó la voz en ese momento y devolvió las cosas a la impropiedad más común que caracterizaba tales ocasiones.
—Cuando era adolescente —dijo— leí relatos de Sherlock Holmes con una especie de disfrute primitivo, pero ya no soy un adolescente. Advierto que no puede decirse lo mismo del resto.
Emmanuel Rubin, con su mirada de búho detrás de los gruesos cristales de sus anteojos, sacudió la cabeza.
—No hay nada de adolescente en eso, Tom. Los relatos sobre Sherlock Holmes señalaron el momento en que el relato policial llegó a ser reconocido como una rama mayor de la literatura. Tomaron lo que hasta entonces había estado confinado a los adolescentes y las novelitas de diez centavos y lo convirtieron en entretenimiento adulto.
Geoffrey Avalon, bajando sus ojos austeros desde su metro ochenta y pico hacia el metro sesenta de Rubin dijo:
—En realidad Sir Arthur Conan Doyle no era, en mi opinión, un escritor de policiales muy relevante. Agatha Christie es mucho mejor.
—Cuestión de gustos —dijo Rubin, que, como escritor de novelas policiales, era mucho menos obstinado y didáctico en ese único campo que en las otras mil ramas de la actividad humana en las que se consideraba una autoridad—. Christie tuvo la ventaja de leer a Doyle y aprender de él. No olvides, además, que las primeras obras de Christie eran bastante horrendas. Por otra parte —ahora iba entrando en calor— Agatha Christie nunca superó sus prejuicios conservadores, xenófobos. Sus norteamericanos son ridículos. Todos se llamaban Hiram y todos hablaban en una variedad del inglés que es desconocida para la humanidad. Era abiertamente antisemita ya través de las bocas de sus personajes proyecta sin cesar sus sospechas sobre cualquiera que sea extranjero.
—Sin embargo su detective era belga —dijo Halsted.
—No me malinterpreten —dijo Rubin—. Hercule Poirot me encanta. Creo que vale por una docena de Sherlock Holmes. Sólo señalo que podemos encontrar fallas en cualquiera. En realidad, todos los escritores ingleses de policiales de los años veinte y treinta eran conservadores y encopetados. Se lo puede descubrir por el tipo de problemas que planteaban: baronets apuñalados en las bibliotecas de sus mansiones… bienes raíces… posición opulenta. Hasta los detectives eran con frecuencia caballeros: Peter Wimsey, Roderick Alleyn, Albert Campion…
—En ese caso —dijo Mario Gonzalo, que acaba de llegar y había oído desde la escalera—, el tema policial se ha desarrollado en la dirección de la democracia. Ahora nos la vemos con agentes de policías ordinarios, y detectives privados borrachos y proxenetas y prostitutas y demás atracciones de la sociedad moderna. —Se sirvió, un trago y dijo—: Gracias, Henry. ¿Cómo empezó esto?
—Mencionaron a Sherlock Holmes, señor —dijo Henry.
—¿En conexión contigo, Henry?—Gonzalo parecía complacido.
—No, señor. En conexión con los Irregulares de la Calle Baker.
—Qué son… —Gonzalo parecía desorientado.
—Permíteme presentarte mi invitado de la noche, Mario —dijo Halsted—. Él te lo dirá. Ronald Mason, Mario Gonzalo. Ronald es miembro de los Irregulares de la Calle Baker y yo también, si vamos al caso. Adelante, Ron, cuéntale.
Ronald Mason era gordo, nítidamente gordo, con una calva brillante y un revuelto bigote negro.
—Los Irregulares de la Calle Baker —dijo— es un grupo de entusiastas de Sherlock Holmes. Se reúnen una vez al año en febrero en el viernes más próximo al cumpleaños del gran hombre, y durante el resto del año se dedican a otras actividades sherlockianas.
—¿Como ser?
—Bueno, ellos…
Henry anunció que la cena estaba lista, y Mason vaciló.
—¿Debo ocupar algún sitio en especial?
—No, no —dijo Gonzalo—. Siéntese cerca mío y podremos hablar.
—Espléndido —la ancha cara de Mason se abrió en una amplia sonrisa—. Estoy aquí exactamente por eso. Rog Halsted dijo que darían con algo para mí.
—¿En relación a qué?
—A las actividades sherlockianas —Mason partió un panecillo en dos y lo enmantecó con vigorosos golpes de cuchillo—. El asunto es que Conan Doyle escribió muchos relatos sobre Sherlock Holmes a la máxima velocidad posible porque los odiaba…
—¿Sí? En ese caso, por qué.
—¿Por qué los escribía? Por el dinero, por eso. Desde el primer relato, Estudio en rojo, el mundo enloqueció con Sherlock Holmes. Se convirtió en una figura de renombre mundial y es imposible calcular cuántas personas creyeron, en todas partes, que vivía realmente. Le dirigieron incontables cartas a su dirección: el número 221b de la Calle Baker, y acudieron a él miles de personas con problemas para resolver.
»Conan Doyle se sorprendió, como sin duda re habría pasado a cualquiera en esas circunstancias. Escribió relatos adicionales y los precios que obtenía subían sin cesar. Él no estaba complacido. Imaginaba que era un escritor de grandes novelas históricas y haberse convertido en un escritor de policiales de fama mundial era desagradable… sobre todo si el detective ficticio era con mucho el más famoso de los dos. Después de seis años de hacerlo escribió “El problema final”, en el que mató deliberadamente a Sherlock Holmes. Hubo un clamor mundial ante esto y después de unos años Doyle se vio obligado a razonar un método para resucitar al detective, y después continuó escribiendo otros relatos.
»Aparte del valor de los cuentos como misterios, y del personaje fascinante de Sherlock Holmes, los relatos constituyen un panorama variado de los últimos años de la era victoriana. Sumergirse en los escritos sagrados es vivir en un mundo donde siempre es 1895.
—¿Y qué es una actividad sherlockiana? —dijo Gonzalo.
—Oh. Les dije que a Doyle no le gustaba particularmente escribir sobre Holmes. Cuando escribió los distintos relatos, los escribió con rapidez y se preocupó muy poco por la coherencia interna. Hay muchos puntos contradictorios, en consecuencia: hilos sueltos, pequeños agujeros, y el juego es no admitir nunca que algo es sólo una equivocación o un error. En realidad, para un verdadero sherlockiano, Doyle apenas si existe: quien escribió los relatos fue el doctor John H. Watson.
James Drake, que había estado escuchando en silencio frente a Mason, dijo:
—Sé a qué se refiere. Una vez conocí a un fanático de Sherlock Holmes (hasta puede haber sido un Irregular de la Calle Baker) que me dijo que estaba trabajando en un ensayo que demostraría que tanto Sherlock Holmes como el doctor Watson eran católicos fervientes y yo dije: “Bueno, ¿acaso el propio Doyle no era católico?”, y lo era, desde luego. Mi amigo me dirigió una mirada muy fría y dijo: “¿Qué tiene que ver eso con el asunto?”.
—Exacto —dijo Mason—, exacto. La actividad sherlockiana más apreciada de todas es demostrar lo que uno afirma con citas de los relatos y mediante una razonamiento cuidadoso. Por ejemplo hay gente que ha escrito artículos que se supone demuestran que Watson era una mujer, o que Sherlock Holmes tuvo un enredo amoroso con su casera. O de lo contrario tratan de determinar detalles concernientes a los primeros años de la vida de Holmes, o el sitio exacto donde Watson recibió su herida de guerra, y así sucesivamente.
»Lo ideal sería que cada miembro de los Irregulares de Baker Street se ganara la admisión escribiendo un artículo sherlockiano, pero eso se aplica con descuido. Yo no he escrito aún un artículo semejante, aunque me gustaría hacerlo —Mason parecía un poco anhelante—. No puedo considerarme un auténtico Irregular hasta que lo haga.
Trumbull se echó sobre la mesa. Dijo:
—He estado tratando de captar lo que usted decía por sobre el monólogo de Rubin. Usted mencionó el número 221 b de la Calle Baker.
—Sí —dijo Mason—, allí vivía Holmes.
—¿Y por eso el club se llama los Irregulares de la Calle Baker?
—Ese era el nombre que Holmes le daba aun grupo de rapaces callejeros que actuaban como espías y fuentes de información —dijo Mason—. Eran sus tropas irregulares, en contraposición a la policía.
—Oh —dijo Trumbull—, supongo que es todo inofensivo.
—Y nos da un gran placer —dijo Mason con gravedad—. Salvo que en este momento me provoca un sentimiento agónico.
Fue en ese momento, poco después de que Henry trajera la ternera a la cordon bleu, que la voz de Rubin subió un grado.
—Desde luego —dijo— no hay modo de negar que Sherlock Holmes era derivativo. Toda la técnica holmesiana de detección fue inventada por Edgar Allan Poe; y su detective, Auguste Dupin, es el Sherlock original. Sin embargo. Poe escribió sólo tres cuentos sobre Dupin y fue Holmes quien atrapó realmente la imaginación del mundo.
»En realidad, yo siento que Sherlock Holmes llevó a cabo la notable hazaña de ser el primer ser humano, real o ficticio, que se convirtió en ídolo mundial sólo a causa de su carácter de ser raciocinante. No se trató de sus victorias militares, ni de su carisma político, ni de su liderazgo espiritual, sino sencillamente de su frío poder cerebral. No había nada místico en Holmes. Reunía hechos y hacía deducciones a partir de ellos. Sus deducciones eran siempre honestas; Doyle cargaba casi siempre los dados a su favor, pero todo escritor de policiales lo hace. Yo mismo lo hago.
—Lo que tú hagas no demuestra nada —dijo Trumbull.
Rubin no iba a permitir que lo distrajeran.
—Fue también el primer superhéroe creíble de la literatura moderna. Siempre se lo describía como delgado y estético, pero el hecho de que lograra sus triunfos mediante el uso del poder cerebral no debe ocultar el hecho de que también se lo describía como poseedor de un vigor casi sobrehumano. Cuando un visitante, en una amenaza implícita a Holmes, dobla un atizador para demostrar su fuerza muscular, Holmes lo vuelve a enderezar como de paso: una tarea más difícil. Por otra parte…
Mason asintió con la cabeza en dirección a Rubin y le dijo a Gonzalo:
—El señor Rubin sueña como si él mismo fuera un Irregular de la Calle Baker.
—No creo que sea así —dijo Gonzalo—. Sólo ocurre que lo sabe todo… pero no le diga que yo se lo dije.
—Tal vez pueda darme entonces algunos datos útiles sobre Holmes.
—Puede ser, pero si está en problemas, la persona indicada para ayudarlo es Henry.
—¿Henry? —la mirada de Mason recorrió la mesa como tratando de recordar los nombres.
—Nuestro mozo —dijo Gonzalo—. Él es nuestro Sherlock Holmes.
—No creo… —empezó Mason, dudando.
—Espere a que termine la cena. Ya verá.
Halsted le dio unos golpecitos a su vaso de agua y dijo:
—Caballeros, esta noche vamos a probar con algo distinto. El señor Mason tiene un problema que se refiere a la preparación de un artículo sherlockiano, y eso significa que le gustaría presentarnos un acertijo puramente literario, que no tiene la menor conexión con la vida real. Ron, explícate.
Mason recogió algo del helado derretido que quedaba en su plato de postre con una cuchara de té, se lo llevó a la boca como en un adiós final a la cena, y dijo:
—Tengo que preparar este ensayo porque es una cuestión de dignidad. Me gusta mucho ser un Irregular de la Calle Baker, pero es difícil llevar la cabeza en alto cuando toda persona que conozco allí sabe más que yo sobre el canon y cuando niños de trece años escriben ensayos que reciben aplausos por su ingenio.
»El problema es que no tengo mucha imaginación, ni el tipo de mentalidad caprichosa necesaria para la tarea. Pero sé lo que quiero hacer. Quiero escribir un ensayo sobre el doctor Moriarty.
—Ah, sí —dijo Avalon—. El villano del asunto.
Mason asintió con un movimiento de cabeza.
—No aparece en muchos relatos, pero es la contrapartida de Holmes. Es el Napoleón del crimen, el rival intelectual de Holmes y el adversario más peligroso del gran detective. Así como Holmes es el prototipo popular del detective ficticio, del mismo modo Moriarty es el prototipo popular del villano maestro. Para ser precisos, fue Moriarty quien mató a Holmes, y murió él mismo, en la lucha final de “El problema final”. Moriarty no fue resucitado.
—¿Y sobre qué aspecto de Moriarty quisieras hacer un ensayo? —dijo Avalon. Le dio un sorbo pensativo a su brandy.
Mason esperó que Henry volviera a llenarle la copa y dijo:
—Bueno, lo que me intriga es su rol como matemático. Sólo el sentido moral morboso de Moriarty lo convierte en un criminal maestro. Le encanta manipular vidas humanas y servir como agente de la destrucción. Si quisiera inclinar su enorme talento a temas más lícitos, sin embargo, podría ser famoso mundialmente (en realidad, era famoso mundialmente, en el mundo sherlockiano) como matemático.
»Sólo dos de sus hazañas matemáticas son mencionadas específicamente en el canon. Fue el autor de un agregado al binomio de Newton, por una parte. Además, en la novela El valle del miedo, Holmes menciona que Moriarty ha escrito una tesis titulada La dinámica de un asteroide, saturada de elementos matemáticos tan excéntricos y complejos que no había un solo científico europeo capaz de discutir el asunto.