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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (64 page)

BOOK: Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media
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Sin duda las investigaciones emprendidas por Saruman
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le habían procurado un conocimiento especial de las Piedras, objetos que por fuerza atrajeron su atención, y se convenció de que la Piedra Orthanc se encontraba todavía intacta en su torre. Obtuvo las llaves de Orthanc en 2759, nominalmente como guardián de la torre y lugarteniente del Senescal de Gondor. Por ese tiempo la Piedra Orthanc apenas habría despertado el interés del Concilio Blanco. Sólo Saruman, habiéndose ganado el favor de los Senes-cales, había estudiado lo bastante las crónicas de Gondor como para entender la importancia de las palantiri y los posibles usos de las que sobrevivían; pero de esto nada dijo a sus colegas. Los celos y el odio que Saruman sentía por Gandalf fueron causa de que dejara aquél de colaborar con el Concilio, que se reunió por última vez en 2953. Sin que mediara declaración formal alguna, Saruman estableció en Isengard su dominio y ya no hizo ningún caso de Gondor. El Concilio sin duda no aprobó esto; pero Saruman era un agente libre y tenía derecho, si así lo deseaba, a actuar independientemente de acuerdo con su propia política para resistir a Sauron.
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El Concilio en general, por vías independientes, debió de haber tenido conocimiento de las Piedras y sus antiguas propiedades; pero no las consideraron de gran importancia para los tiempos presentes: eran cosas que pertenecían a la historia de los Reinos de los Dúnedain, maravillosas y admirables, pero en su mayoría ahora perdidas o de escasa utilidad. Debe recordarse que las Piedras eran originalmente «inocentes» y no servían para fines malvados. Fue Sauron el que las hizo siniestras, e instrumentos de dominio y engaño.

Aunque (prevenido por Gandalf) el Concilio pudo haber empezado a desconfiar de los designios de Saruman en relación con los Anillos, ni siquiera Gandalf sabía que aquél se había convertido en aliado o sirviente de Sauron. Esto lo descubrió Gandalf sólo en julio de 3018. Pero aunque en años posteriores Gandalf amplió sus conocimientos y los del Concilio acerca de la historia de Gondor mediante el estudio de sus documentos, lo que más interesaba a todos era todavía el Anillo: nadie advertía las posibilidades latentes en las Piedras. Es evidente que sólo poco antes de la Guerra del Anillo el Concilio había advertido que sabían muy poco acerca del destino de la Piedra Ithil, y no entendió su significado (lo que es justificable aun en personas como Elrond, Galadriel y Gandalf, abrumados por el peso de sus preocupaciones) ni consideró cuál podría ser el resultado si Sauron se apoderaba de una de las Piedras. Fue necesaria la demostración de Dol Baran de los efectos de la Piedra Orthanc sobre Peregrin para que se pusiera súbitamente en evidencia que el «vínculo» entre Isengard y Barad-dûr (obvio después de descubrirse que las fuerzas de Isengard se habían unido a otras dirigidas por Sauron en el ataque contra la Comunidad) era de hecho la Piedra Orthanc… y alguna otra palantir.

El objeto inmediato de Gandalf en la conversación que sostuvo con Peregrin mientras iban montados en Sombragrís desde Dol Baran, era dar al Hobbit alguna idea sobre la historia de las palantiri para que pudiera empezar a darse cuenta de la antigüedad, la dignidad y el poder de las cosas con las que estaba mezclado. No le inte-resaba exhibir su propio proceso de descubrimiento y deducción, excepto con este fin: explicar cómo Sauron llegó a tener dominio de ellas, de modo que utilizarlas era peligroso para cualquiera, por más sabio que fuese. Pero al mismo tiempo la mente de Gandalf estaba afanosamente ocupada por las Piedras, y reflexionaba sobre las consecuencias de la revelación de Dol Baran sobre muchas cosas que había observado y pensado: tales como el conocimiento que tenía Denethor de acontecimientos distantes, y la prematura vejez de su aspecto, notable por primera vez cuando apenas había pasado de los sesenta años, aunque pertenecía a una raza y una familia que aún tenían normalmente una vida más larga que la de los otros hombres. Sin duda, la prisa de Gandalf por llegar a Minas Tirith, además de obedecer a la urgencia de la situación y a la inminencia de guerra, estaba acuciada por el súbito temor de que Denethor hubiera recurrido a una palantir, la Piedra Anor, y por el deseo de juzgar qué efecto había tenido esto sobre él: si en la prueba crucial de la guerra desesperada no resultaría él (como Saruman) indigno de confianza, y si no sería capaz de ceder ante Mordor. El trato que tuvo Gandalf con Denethor al llegar a Minas Tirith y en los días siguientes, y todo lo que, según las noticias conservadas del encuentro se dijeron, deben considerarse a la luz de la duda que albergaba la mente de Gandalf.
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La importancia que cobró la palantir de Minas Tirith en sus pensamientos arranca, pues, de la experiencia de Peregrin en Dol Baran. Pero el conocimiento o la conjetura que tuvo de su existencia, por supuesto, eran muy anteriores. Poco se sabe de la historia de Gandalf hasta el fin de la Paz Vigilada (2460) y la formación del Concilio Blanco (2463), y su interés especial por Gondor sólo parece haberse manifestado después de que Bilbo encontrara el Anillo (2941) y del evidente regreso de Sauron a Mordor (2951).
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Su atención se centró entonces (como la de Saruman) en el Anillo de Isildur; pero mientras leía los archivos de Minas Tirith, seguramente aprendió mucho acerca de las palantiri de Gondor, aunque con menor apreciación inmediata de su posible significado que la que mostró Saruman, cuya mente, a diferencia de la de Gandalf, siempre se sentía más atraída por los aparatos y los instrumentos de poder que por las personas. Sin embargo, ya probablemente en aquel tiempo tenía Gandalf un mayor conocimiento que Saruman acerca de la naturaleza y el origen de las palantiri, pues todo lo que se refería al antiguo reino de Amor y la historia posterior de esas regiones constituía su ámbito particular, y él tenía una estrecha alianza con Elrond.

Pero la Piedra Anor se había vuelto un secreto: ninguna mención de su destino después de la caída de Minas Ithil aparece en los anales o las crónicas de los Senescales. La historia aclararía que ni Orthanc ni la Torre Blanca de Minas Tirith habían sido nunca tomadas o saqueadas por los enemigos, y por tanto podía suponerse que las piedras seguían intactas en sus antiguos sitios; pero no era seguro que los Senescales no las hubieran retirado, y quizá «sepultado profundamente»
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en alguna cámara de tesoros secreta, tal vez incluso en algunos de los últimos refugios escondidos en las montañas, comparables a las Quebradas de los Túmulos.

Gandalf, según se afirmó, dijo que no creía que Denethor se hubiera atrevido a usarla, a menos que le fallara el tino.
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No podía afirmarlo como un hecho establecido, porque el hecho de que Denethor osara utilizar la Piedra, y cuándo y por qué, era y sigue siendo objeto de conjetura. Bien podía pensar Gandalf lo que pensaba sobre el asunto, pero es probable, teniendo en cuenta lo que se dice de Denethor, que empezara a utilizar la Piedra Anor muchos años antes de 3019, y antes de que Saruman se aventurara a utilizar la Piedra Orthanc o creyera útil hacerlo. Denethor accedió a la Senescalía en 2984, a los cincuenta y cuatro años: un hombre dominante, sabio y erudito muy por encima de lo corriente en aquellos días, y de fuerte voluntad, confiado en sus propios poderes y arrojado. Su «ferocidad» fue por primera vez evidente para los demás después de morir su esposa Finduilas en 2988, pero parece bastante probable que hubiera recurrido a la Piedra no bien tuvo acceso al poder, pues había estudiado durante largo tiempo el tema de las palantiri, y las tradiciones sobre ellas y sus usos preservados en los archivos especiales de los Senescales, asequibles sólo al Senescal Regente y a su heredero. Durante el final del gobierno de su padre, Ecthelion II, tuvo que haber tenido grandes deseos de consultar la Piedra mientras la ansiedad crecía en Gondor y su propia posición se debilitaba por causa de la fama de «Thorongil»
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y el favor que le dispensaba su padre. Uno de sus motivos, cuando menos, pudo haber sido los celos que sentía de Thorongil y la hostilidad hacia Gandalf, a quien, cuando Thorongil era influyente, su padre concedía gran atención; Denethor quería sobrepasar a estos «usurpadores» en co-nocimiento e información y también, de ser posible, mantenerlos vigilados mientras estaban lejos.

La fuerte ansiedad de Denethor cuando tuvo que hacer frente a Sauron ha de distinguirse de la ansiedad provocada por la Piedra.
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Esta última le pareció a Denethor que podía soportarla (y no sin razón); el enfrentamiento con Sauron casi de cierto no ocurriría aún por muchos años, y probablemente Denethor no lo previo en un principio. Para los usos de las palantiri y la distinción entre la posibilidad de «ver» a lo lejos y de comunicarse con otra Piedra afín y la persona «responsable» de ella (en este capítulo). Al cabo de un tiempo, a Denethor le fue posible enterarse de muchas cosas sobre acontecimientos distantes mediante el empleo de la sola Piedra Anor, y aun después de que Sauron supo de sus operaciones, pudo seguir haciéndolo, en la medida en que conservara las fuerzas para ajustar la piedra a sus propios fines, a pesar de que Sauron intentara siempre «arrancar» la Piedra Anor para sí. Es preciso también tener en cuenta que las Piedras no eran sino un pequeño detalle entre los vastos designios y operaciones de Sauron: un medio de dominar y despistar a dos de sus opositores, pero no estaba dispuesto a tener la Piedra Ithil en perpetua observación (por lo demás, no le era posible hacerlo). No era su costumbre dar semejantes instrumentos a sus subordinados; tampoco tenía entre sus sirvientes a nadie cuyos poderes mentales fueran superiores a los de Saruman o aun a los de Denethor.

En el caso de Denethor, la posición del Senescal estaba reforzada, incluso contra el mismo Sauron, por el hecho de que las Piedras se adaptaban mucho a las necesidades de sus legítimos usuarios: sobre todo de los verdaderos «Herederos de Elendil» (como Aragorn), pero también a las de una autoridad heredada (como Denethor), en contraposición a Saruman o Sauron. Hay que observar que los efectos fueron diferentes. Saruman cayó bajo el dominio de Sauron y deseó su victoria o ya no se opuso a ella. Denethor siguió firme en su rechazo de Sauron, pero creyó que la victoria de éste era inevitable y, por tanto, desesperó. Las razones de esta diferencia fueron sin duda, en primer lugar, que Denethor era un hombre de gran fuerza de voluntad, y mantuvo la integridad de su carácter hasta que su único hijo sobreviviente recibió la herida (aparentemente) mortal. Era orgulloso, pero no por motivos meramente personales: amaba a Gondor y a su pueblo, y se creía designado por el destino para conducirlos en esos tiempos de infortunio. Y en segundo lugar la Piedra Anor era suya por derecho, y solamente la conveniencia se oponía a su utilización, sumido como estaba en grave ansiedad. Debió de haber adivinado que la Piedra Ithil no estaba en buenas manos, y se arriesgó a ponerse en contacto con ella confiando en su fuerza. Su confianza no era del todo injustificada. Sauron no logró dominarlo, y sólo pudo influir en él recurriendo a engaños. Probablemente en un principio no miró hacia Mordor, sino que se contentó con las «perspectivas lejanas» que la Piedra procuraba; de ahí su sorprendente conocimiento de acontecimientos distantes. No se sabe si hizo alguna vez contacto con la Piedra Orthanc o Saruman; probablemente lo hizo, y con algún provecho. Sauron no podía irrumpir en estas conferencias: sólo al responsable que utilizara la Piedra Maestra de Osgiliath le era posible «escuchar» furtivamente. Mientras las otras dos piedras estuvieran en reposo, la tercera las encontraría a ambas en blanco.
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Tienen que haber habido abundantes historias acerca de las palantiri, conservadas en Gondor por los Reyes y los Senescales, y preservadas aun cuando ya no se utilizaban las piedras. Las palantiri eran un don inalienable de Elendil y sus herederos, los únicos a quienes pertenecían por derecho; pero esto no significa que sólo uno de estos «herederos» pudieran utilizarlas adecuadamente. Podían ser usadas con justicia por cualquiera que tuviera autorización del «Heredero de Anárion» o el «Heredero de Isildur», es decir, un Rey legítimo de Gondor o Arnor. En realidad, normalmente tendrían que haberlas utilizado las gentes delegadas. Cada Piedra tenía su propio custodio, uno de cuyos deberes era «examinar la Piedra», a intervalos regulares, o cuando se les ordenaba o en casos de necesidad.

También se designaba a otras personas para que visitaran las piedras, y los ministros de la Corona relacionados con la «inteligencia» las inspeccionaban regularmente, y en casos especiales ofrecían al Rey y al Consejo la información obtenida de esa manera, o en forma privada al Rey, según lo requiriera el asunto. En Gondor últimamente, cuando el cargo de Senescal cobró importancia y se volvió hereditario, a condición de constituir un «sustituto» permanente del Rey y un virrey inmediato en caso de necesidad, el mando y la utilización de las Piedras parecen haber estado princi-palmente en manos de los Senescales, y las tradiciones sobre su naturaleza y uso parecen haberse guardado y transmitido en la Casa. Como la Senescalía se había vuelto hereditaria, desde 1998 en adelante,
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la autoridad para usar las Piedras o delegar esta autoridad a los herederos, y por tanto pertenecía plenamente a Denethor.
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Sin embargo, es preciso tener en cuenta, en relación con EI Señor de los Anillos, que por esa autoridad delegada, aunque hereditaria, cualquier «Heredero de Elendil» (es decir, cualquier descendiente reconocido que ocupara un trono o un señorío en los reinos númenóreanos en virtud de su ascendencia) tenía derecho a utilizar cualquiera de las palantiri. Aragorn, pues, reclamó el derecho a tomar posesión de la Piedra Orthanc, pues por el momento carecía de dueño o custodio; y también porque era de jure el Rey legítimo tanto de Gondor como de Arnor, y podía, si así lo quería, cobrar para sí con justicia todas las concesiones previas.

La «historia de las Piedras» está ahora olvidada y sólo puede ser recuperada en parte por conjeturas y por algunas pocas noticias conservadas en los archivos. Eran esferas perfectas que, cuando estaban en reposo, parecían de vidrio o cristal, y de un profundo color negro. Las más pequeñas tenían un pie poco más o menos de diámetro, pero algunas, como sin duda las Piedras de Osgiliath y Amon Sûl, eran mucho más grandes, y un solo hombre no podía alzarlas. Originalmente se emplazaron en sitios adecuados a su tamaño y sus funciones específicas, sobre bajas mesas redondas de mármol negro en una copa o depresión central, donde en caso de necesidad podía hacérselas girar con la mano. Eran muy pesadas, pero perfectamente pulidas y no se dañaban si por accidente o mala intención caían y rodaban por el suelo. La violencia del hombre no podía dañarlas, aunque algunos creían que un gran calor, como el de Orodruin, podría llegar a romperlas, y pensaban que ése había sido el destino de la Piedra Ithil cuando la caída de Barad-dûr.

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