Clara esbozó un cuadro mentalmente, incluyó en él este nuevo descubrimiento y lo examinó. Había algo en ello que sugería alguna clase de beneficio, pero el perfil claro de este beneficio no le resultaba aparente en aquel momento. De alguna manera estaba relacionado con otra posibilidad que se le había ocurrido de un modo vago alguna que otra vez durante los pasados días.
—Dime —dijo Clara—, ¿este Barry Kinnett se siente atraído por ti?
—Sí.
—¿Esta situación es reciente?
—Ha surgido de vez en cuando desde que éramos niños.
La risa de Clara estuvo llena de comprensiva diversión.
—Todavía sois niños, querida. ¿Puedes contarme lo que ocurrió?
—Anoche —dijo Evelyn, diciéndose que debía callar, ahora, no dejar que Clara supiera esto—, tiró piedrecitas a mi ventana. Es una vieja señal. Y fue la primera vez en tres años. Fue la cosa más pura, más perfecta que jamás me ha sucedido.
—Piedrecitas en la ventana —murmuró Clara—. Una señal.
—Yo bajé…
—…y te arrojaste a sus brazos.
—Sí, yo…
Clara se echó a reír otra vez, y todo fue amabilidad y comprensión. Y Clara dijo:
—No es necesario que sigas. Sé exactamente lo que pasó. Y ha sido con este Barry con quien te has visto hoy, ¿no es verdad? Seguro que habéis dado un paseo juntos, por el parque. Y os habéis dicho las cosas más bonitas que se pueda imaginar uno. —De nuevo rodeaba a Evelyn con sus brazos, y añadió—: Vamos, ¿no es eso exactamente lo que ha ocurrido?
Evelyn afirmó con la cabeza.
—Lo has adivinado.
—No lo he adivinado, Evelyn. Es simple razonamiento. Estamos en primavera, querida. Analicemos tu situación. Tomemos los ingredientes uno a uno y veamos si podemos sacar de ellos alguna conclusión sensata.
Después Clara empezó a hacer preguntas y a obtener respuestas, observando los ojos de Evelyn y sabiendo que Evelyn le decía la verdad. Mientras esto se producía, Clara alcanzó una sección más profunda de su mente y volvió a aquella cuestión de las posibilidades y el beneficio. Poco a poco se fue haciendo claro, y las piezas no sólo encajaron, sino que se unieron con un sonido categórico. Esta posibilidad de Barry Kinnett equivalía a la estrategia de permitir que la chica entrara en relaciones con el chico de los Kinnett, y con eso conseguir que se fuera de casa. Pero parecía menos importante que la otra posibilidad, el joven Halvery con el que Evelyn se había estado viendo últimamente. Había algo en el asunto Halvery que presentaba un importante potencial. En seguida se dio cuenta Clara de que la situación Halvery había sido vaga sólo porque no había visto a Leonard Halvery más que una o dos veces, y aun entonces apenas un momento. Ahora Clara se sentía visiblemente estimulada, sentía el rápido crecimiento de un plan.
Clara dijo:
—Creo que lo he entendido bastante bien. Tienes unos sentimientos profundos por este Barry Kinnett y estás pensando en pasar el resto de tu vida con él.
—El resto de mi vida —dijo Evelyn en voz alta para sí misma.
—El resto de tu vida. —Clara examinó los ojos de Evelyn.
—Eso es lo que quiero —dijo Evelyn—. Sí, lo quiero. Quiero estar con Barry siempre, porque cuando no estoy con él…
—Piensas en él.
—Sí.
—¿Siempre que no estás con él?
—Bueno, desde esta tarde…
Clara se rió de nuevo y cogió la mano de Evelyn.
—Me alegro tanto de tener esta pequeña charla. Mira, querida, si ese joven no hubiera lanzado piedrecitas a tu ventana anoche, si no le hubieras visto, ¿hoy habrías pensado en él siquiera un momento?
Evelyn frunció el ceño.
Clara prosiguió:
—No te molestes en contestarme. Sólo contéstate a ti misma… honestamente.
Evelyn empezó a afirmar con la cabeza, pero luego hizo un gesto negativo y dijo:
—No, no habría pensado en él. Tengo que ser sincera conmigo misma. En estos tres años me había olvidado de él.
—Sincera contigo misma. Me alegro de oírte decir eso. Escúchame, Evelyn. Y cree lo que te digo. Quiero que me mires como a una amiga. Quiero orientarte, quiero ver que haces las cosas que realmente quieres hacer, y que tienes las cosas que te hacen feliz. Cuando tengas problemas, quiero que acudas a mí, y los solucionaremos juntas.
Evelyn bajó la cabeza.
—Eres muy amable al decir esto. —No advirtió que su voz sonaba ahora como si perteneciera a otra persona.
—Quiero ser amable —dijo Clara—. Quiero que seas feliz. La vida es tan corta, querida, y es tan estúpido estropear estos años con la desdicha y con sentimientos penosos. Estos años, Evelyn, son los mejores años. Quiero que saques de ellos el máximo que puedas. Por eso siempre te daré buenos consejos, basados en un pensamiento lógico. Quiero que me escuches y que hagas lo que sea mejor para ti. Con eso no quiero decir que no apruebe algunas cosas que haces ahora. Por ejemplo, eso de dibujar al carboncillo. Es un entretenimiento que merece la pena. He estado repasando esos dibujos, aunque tú nunca me has invitado a hacerlo. Espero que no te importe.
—En absoluto. ¿Qué piensas de ellos?
—Hay mucho trabajo bueno ahí. Tienes talento. ¿Sabes?, pienso que es una lástima, la manera de desperdiciar estos días importantes detrás de un mostrador, en la tienda. Deberías estar haciendo algo útil. Conocer a la gente que te conviene. Quiero que hagas cosas que proporcionen felicidad a tu padre. Es un hombre muy enfermo. Tienes que ayudarle a ponerse bien.
De la casa de al lado llegaron voces.
Evelyn miró hacia la pared que separaba la casa de los Ervin de la casa de los Kinnett.
Las voces se hicieron más fuertes, y Evelyn meneó la cabeza lentamente. Clara estaba sonriendo.
A las nueve y veinte George regresó a casa con el pastel. Había ido hasta el centro de la ciudad para comprarlo. Clara había indicado que tenía el capricho de tomar este pastel en concreto, que sólo vendían en una pequeña tienda del centro de la ciudad. Quería tomar un poco antes de irse a la cama, dijo. Lo quería con un poco de té. Estaban a once kilómetros del centro de la ciudad.
Cuando George entró en casa, con la caja blanca, Clara estaba descansando en el sofá. Llevaba un vestido de satén amarillo. Tenía la cabeza apoyada en unos almohadones y las piernas enroscadas en el sofá. Sobre la mesita de al lado del sofá estaba la caja de caramelos que había comprado y un paquete de cigarrillos a medio terminar. Clara estaba leyendo una revista de cine.
—Aquí tienes el pastel —dijo George.
—Gracias, George. —Clara estaba mirando la fotografía de una joven actriz de cine que salía de una piscina—. Llévalo a la cocina y ponlo en una fuente. Me lo tomaré más tarde. Y puedes poner la tetera al fuego. Después ven aquí. Quiero hablar contigo.
Clara alargó el brazo hacia la caja de caramelos mientras contemplaba la fotografía de dos hombres y dos mujeres que estaban sentados ante una pequeña mesa en un club nocturno de Hollywood. Masticando un caramelo, levantó la vista y vio a George que se encaminaba a la cocina. Arrojó la revista al otro extremo del sofá, bajó las piernas al suelo y luego encendió un cigarrillo. Con el cigarrillo en el centro de los labios, se miró las manos. Hizo cálculos contando con los dedos. Frunció el ceño, pensativa, y luego meneó la cabeza. Volvió a contar con los dedos. Esta noche era la que hacía once. Era la undécima noche.
Clara aspiró una profunda bocanada del cigarrillo y se recostó en los almohadones. Se miró los gruesos muslos, suaves, lisos y firmes bajo el satén amarillo. Les dio unas palmadas con afecto; luego, cruzó una pierna sobre la otra en el momento en el que George volvía a entrar en la sala de estar.
—Siéntate, George. Quiero hablar contigo.
Él miró las pulidas ondas anaranjadas en el cabello de Clara. Miró el satén amarillo. Se sentó.
Clara se inclinó hacia adelante ligeramente, tiró de los lados del vestido de satén amarillo de modo que se separó del centro de su pecho y mostró el prominente nacimiento de los senos.
—He tenido una larga conversación con Evelyn.
—Por favor, Clara. Por favor, no empecemos.
—Sólo un momento, George. Déjame terminar. Evelyn está durmiendo ahora. Antes de que se fuera a la cama, he ido a su habitación y hemos tenido una larga discusión. Razonable y amistosa. Lo hemos resuelto todo.
—Bueno, me alegro de veras de oírlo. —Sonrió esperanzado.
Clara miró el rostro cansado de George Ervin y dijo:
—Sabía que te alegrarías. Al fin y al cabo, sabes igual que yo que Evelyn ha sido bastante difícil. Tú mismo me admitiste que estaba terriblemente malcriada. Que era obstinada y tenía malos modales. A pesar de eso, he hecho todo lo que he podido para enseñarle las cosas que una chica de su edad debería saber. Equilibrio, por ejemplo. Y maneras. Y conocer su sitio. Y mezclar la humildad con la cantidad adecuada de dignidad. Nunca te lo había dicho, pero esto es lo que he estado haciendo. Aconsejándola siempre sobre estas pequeñas cosas, estas importantes pequeñas cosas. Y admito que no ha sido fácil. Ella nunca ha apreciado realmente mis consejos. Pero esta noche parece que se ha dado cuenta de lo muy equivocada que estaba. No quiero que sepa que te he contado esto, George, pero se ha derrumbado. Me ha dicho cuánto lamenta sus errores. Me ha rogado que la perdonara.
—¿De veras?
—Evelyn lloraba como una niña pequeña. Y la he rodeado con mis brazos. Le he dicho que estaba perdonada. No quiero que sepa que te estoy contando esto, George, pero a partir de ahora me mirará con respeto. Me lo ha prometido. Me ha prometido mostrarme el respeto y el afecto que se me deben. Y, George, antes de apagar la luz me he inclinado sobre su almohada y me ha dado un beso.
—Me alegro enormemente de oírlo.
—Sabía que te alegrarías. Pero no quiero que Evelyn sepa que te lo he contado. Quiero que piense que es algo completamente entre ella y yo.
—Sí, Clara. Imagino que es mejor así.
—Por supuesto que lo es, George. Y, ¿sabes?, he estado pensando…
—¿Sí?
—Evelyn no llegará nunca a ninguna parte en esa tienda.
—Bueno… ni por un momento he supuesto jamás que lo haría. Es sólo una manera de que se gane un poco de dinero. Es mejor que no hacer nada.
—Tiene diecinueve años. Pronto tendrá veinte. En lugar de perder el tiempo debería estar haciendo algo…
—¿Cómo qué?
—Algo cultural. Artístico. Algo que no sólo incremente la habilidad natural que pueda tener, sino que también le dé cierta educación, un poco de seguridad en sí misma; yo diría el ímpetu necesario para encajar fácilmente en el hueco social correcto. Eso es muy importante, George.
Él tenía aspecto preocupado. Estaba empezando a retorcerse.
—Bueno, Clara —dijo—, concretamente… ¿en qué has pensado?
—Su dibujo a carboncillo. Creo que tiene talento. Me estoy refiriendo a esto. Y sugiero que la envíes a la escuela de arte. Sé que hay una escuela muy buena en la ciudad, cerca de Rittenhouse Square. Una escuela pequeña. Muy selecta. Evelyn no sólo adquirirá unos conocimientos valiosos, sino que indudablemente conocerá a gente joven de posición distinguida…
—Pero esa gente joven procede de…
—Lo sé. Procede de familias extremadamente ricas. Pero buenas familias, George. Con sólidas bases. Eso es lo que quiero que Evelyn tenga. El beneficio de mezclarse con esa clase de jóvenes. Los amigos que tiene ahora, y por cierto apenas si tiene… no daría gran cosa por ellos.
—Sí, Clara, pero al fin y al cabo…
—Para una chica significa mucho dar un paso como éste. Es casi como si pudiera eludir todo lo que es vulgar y ordinario. Todo lo que es común y barato. Es casi como si diera un único gran paso al frente… a la parte alta de la ciudad.
—La parte alta.
—Sí, la parte alta de la ciudad. ¿Entiendes lo que quiero decir?
—Sí, pero Clara…
—¿Entiendes lo que quiero decir, George?
—Sí.
—George, lo siento, pero no estás mostrando el entusiasmo que yo esperaba.
—De verdad, Clara, yo…
—¿Cuál es tu objeción?
—Nada, nada, sólo…
—¿Es el dinero?
—Oh, no, no…
—Es el dinero, George. Es eso, ¿no? Evelyn ya no trabajará más. Y habrá gastos de matrícula y enseñanza. Estás pensando en todo eso, ¿no es verdad?
—Claro que no. Sólo es que…
—Piensas que no puedes permitírtelo. Dime la verdad, George.
—No he dicho eso. Sólo iba a decir…
—George, esta misma tarde te he hablado de tus ojos. He hecho hincapié en la necesidad de ir a ver a un médico. Tú has eludido el tema. Sólo podía haber una razón entonces. Y sólo puede haber una razón para tu actitud de ahora.
—Por favor, deja de llegar a estas conclusiones.
—¿Te das cuenta de que acabas de levantarme la voz?
—Lo siento, Clara. Yo…
—George, no discutiremos más esto. Lamento haber iniciado el tema.
—Oye, sólo es que… —Estaba inclinado hacia adelante, gesticulando torpemente, frenéticamente, tragando saliva con fuerza mientras contemplaba a Clara acomodarse en el sofá, inmersa en la suavidad de los almohadones. Metió la mano debajo, alisó el satén amarillo, y se retorció en las profundidades del sofá. Se puso un caramelo en la boca y cogió la revista. Mientras pasaba las páginas con calma, masticaba el caramelo despacio y concienzudamente.
—Por favor, Clara. Por favor, escúchame.
Ella bajó una mano y se la pasó por el muslo. La mano subía y bajaba por el muslo. Apretando despacio. Movió el muslo, su cuerpo se giró para exponer una redondez arrogante, y se acariciaba y apretaba su propia gordura. Y estaba mirando la fotografía de un hombre joven de pelo negro largo, con unos mechones que le caían sobre las puntas superiores de las orejas. Llevaba una chaqueta de sport a cuadros y un pañuelo de atrevido diseño en torno al cuello. Clara se preguntó si tenía el estómago plano. Después Clara empezó a contar despacio mentalmente. Siete y ocho. Y nueve y diez. Y once. Esta noche era la undécima. La undécima noche.
—Por favor, escúchame, Clara…
Hacía once noches que ella le había hecho pasar un mal rato y que finalmente le había apartado del todo. Era divertido probarle y ver su reacción cuando trataba de agarrar algo que no paraba de alejarse de su alcance. Era tan divertido. Y ella estaba pensando ahora que las cosas habían llegado al punto en que este hombre ya no podía satisfacerla. Muy bien, al menos podía servirle de diversión. Podría divertirla mientras ella daba los pasos necesarios para procurarse alguien que la satisfaciera. Este interludio particular en su vida estaba llegando a su fin, y ella estaba a punto para dar el siguiente paso. El paso hacia arriba. Conseguir a alguien que la satisfaciera por completo y que al mismo tiempo le diera todo lo que ella quisiera. Y ella quería muchas cosas. Y las tendría todas. Esta transacción concreta acabaría exactamente de la manera que ella quería que acabara. Había durado tres años y había funcionado razonablemente bien. Había sido bastante satisfactoria, en comparación con su situación anterior. Por un momento decididamente desagradable vio las secuencias de una celda de prisión y un alto muro, un automóvil girando sobre dos ruedas, una motocicleta estrellándose contra un árbol y otras tres motocicletas acercándose por la carretera. Oyó las pistolas y vio otra vez la celda de la prisión, pero una fantástica metamorfosis se estaba produciendo: las paredes de piedra estaban revestidas de madera, había cortinas de terciopelo, la piedra era mármol.