«No, aquí no. Pero fuera, en el bosque, puede que cambie la cosa.»
Media docena de hombres curtidos de Fuerte Terror montaba guardia ante las puertas del Gran Torreón.
—¿Otro puto baño? —preguntó el sargento al ver los cubos de agua humeante; él tenía las manos metidas bajo los sobacos para darse calor—. Ya se bañó anoche. ¿Cómo puede ensuciarse tanto una mujer que no sale de la cama?
«Es más fácil de lo que crees, si comparte esa cama con Ramsay», pensó Theon, recordando la noche de bodas y las cosas que les había obligado a hacer.
—Son órdenes de lord Ramsay.
—Pues entrad antes de que se congele el agua —replicó el sargento. Dos guardias abrieron las puertas.
La entrada era casi tan gélida como el exterior. Acebo se sacudió la nieve de las botas y se quitó la capucha.
—Creía que iba a ser más difícil. —Su aliento se condensaba en el aire.
—Hay más guardias arriba, ante el dormitorio de mi señor —le advirtió Theon—. Son hombres de Ramsay. —No se atrevió a llamarlos «bribones del bastardo» allí, donde cualquiera podía estar escuchando—. No os quitéis la capucha y agachad la cabeza.
—Haz lo que te dice, Acebo —intervino Serbal—. Puede que te reconozcan, y no queremos problemas.
Subieron por las escaleras, con Theon a la cabeza.
«He venido por aquí mil veces», se dijo Theon mientras encabezaba el ascenso por las escaleras. De niño subía corriendo y bajaba los escalones de tres en tres. En cierta ocasión se dio de bruces con la Vieja Tata y la derribó, con lo que se ganó la peor regañina que había recibido en Invernalia, aunque fue poco más que una caricia en comparación con las palizas que le daban sus hermanos en Pyke. Robb y él habían librado muchas batallas heroicas en aquellos peldaños, lanzándose estocadas con espadas de madera; un buen entrenamiento que les enseñó lo difícil que era subir por una escalera de caracol defendida por un rival tenaz. Ser Rodrik solía decir que un buen luchador, en una posición de ventaja, podía cortar el paso a cien hombres.
Pero de eso hacía mucho, y ya habían muerto todos. Jory; el viejo ser Rodrik; lord Eddard; Harwin; Hullen; Cayn; Desmond; Tom el Gordo; Alyn, con sus sueños de convertirse en caballero; Mikken, que le había dado la primera espada de verdad… Hasta la Vieja Tata, con toda probabilidad.
Y Robb. Robb, que había sido un hermano para Theon, mucho más que ninguno de los hijos engendrados por Balon Greyjoy.
«Asesinado en la Boda Roja, por los Frey. Yo tendría que haber estado con él. ¿Por qué no fui? Yo tendría que haber muerto con él.»
Theon se detuvo tan bruscamente que Sauce estuvo a punto de chocar contra su espalda. La puerta del dormitorio de Ramsay se alzaba ante él, vigilada por Alyn el Amargo y Gruñón, dos bribones del bastardo.
«Los antiguos dioses están con nosotros.» Como solía decir lord Ramsay, Gruñón no tenía lengua y Alyn el Amargo no tenía seso. Uno era brutal y el otro cruel, pero los dos se habían pasado la vida al servicio de Fuerte Terror y siempre hacían lo que les ordenaba.
—Traigo agua caliente para lady Arya —les dijo Theon.
—Prueba a bañarte tú, Hediondo —replicó Alyn el Amargo—. Hueles a meados de caballo.
Gruñón gruñó para indicar que estaba de acuerdo, o quizá ese gruñido intentara ser una risa. En cualquier caso, Alyn abrió la puerta del dormitorio e indicó a Theon y a las mujeres que entraran.
En la habitación no había amanecido; las sombras lo cubrían todo. El último leño crepitaba sin llamas entre las brasas moribundas de la chimenea, y en la mesilla de noche titilaba una vela que iluminaba la cama deshecha, vacía.
«No está —pensó Theon—. Se ha tirado por una ventana, desesperada.»
Pero los postigos estaban cerrados para proteger la habitación de la tormenta, y la nieve y el hielo los habían sellado firmemente.
—¿Dónde está? —preguntó Acebo. Sus hermanas vaciaron los baldes en la gran bañera redonda de madera. Frenya cerró la puerta y apoyó la espalda contra ella—, ¿Dónde está? —insistió Acebo.
En el exterior sonó un cuerno.
«Es una trompeta. Los Frey se reúnen para la batalla.» Theon sintió picor en los dedos que le faltaban.
Entonces la vio. Estaba acurrucada en el rincón más oscuro del dormitorio, en el suelo, hecha un ovillo bajo un montón de pieles de lobo. Tal vez no la habría encontrado en la vida de no ser porque temblaba, ya que se había subido las pieles hasta la cabeza para esconderse.
«¿De nosotros? ¿O acaso esperaba a su señor esposo?» La sola idea de que Ramsay pudiera llegar en cualquier momento le dio ganas de gritar.
—Mi señora. —Theon no era capaz de llamarla Arya, pero no se atrevía a llamarla Jeyne—. No hace falta que os escondáis. Estas mujeres son amigas.
Las pieles se movieron, y un ojo brillante de lágrimas los miró.
«Un ojo oscuro, muy oscuro. Es marrón.»
—¿Theon?
—Lady Arya. —Serbal se acercó más—. Tenéis que venir con nosotros enseguida. Hemos venido a llevaros con vuestro hermano.
—¿Con mi hermano? —El rostro de la niña emergió de entre las pieles de lobo— Yo no tengo hermanos.
«Ha olvidado quién es. Ha olvidado su nombre.»
—Cierto —dijo Theon—, pero los tuvisteis. Eran tres: Robb, Bran y Rickon.
—Están muertos. Ya no tengo hermanos.
—Tenéis uno —insistió Serbal—. Lord Cuervo.
—¿Jon Nieve?
—Venimos a llevaros con él, pero tenéis que daros prisa.
Jeyne se subió las pieles de lobo hasta la barbilla.
—No. Es una trampa. Es alguna argucia de… de mi señor, de mi amado señor. Os ha enviado para ponerme a prueba, para comprobar que lo quiero. ¡Lo quiero, lo quiero, más que a nada en el mundo! —Una lágrima le corrió por la mejilla—. Decídselo, id a decírselo. Haré lo que quiera… Todo lo que quiera… con él, o… con el perro, o… Por favor, no tiene por qué cortarme los pies, no intentaré escapar nunca, le daré hijos, lo juro, lo juro…
Serbal dejó escapar un silbido quedo.
—Maldito sea ese hombre.
—Soy una buena chica —sollozó Jeyne—. Me han entrenado.
—Que alguien la haga dejar de llorar —dijo Sauce con el ceño fruncido—. Ese guardia está mudo, no sordo. Van a oírnos.
—Ponla de pie, cambiacapas. —Acebo tenía el cuchillo en la mano—. Levántala, o la levanto yo. Tenemos que largamos. Levanta a esa putilla y dale un par de bofetadas, a ver si le entra un poco de valor.
—¿Y si grita? —preguntó Serbal.
«Si grita, podemos damos por muertos —pensó Theon—. Ya les dije que era una locura, pero no me hicieron caso. —Abel los había enviado a la perdición; todos los bardos estaban medio locos. En las canciones, el héroe siempre rescataba a la doncella del castillo del monstruo, pero la vida no era una canción, igual que Jeyne no era Arya Stark—. Tiene los ojos mal. Y aquí no hay héroes, solo putas.» Pero se arrodilló al lado de la niña, apartó las pieles y le acarició la mejilla.
—Me conoces, soy Theon, ¿te acuerdas? Yo también te conozco. Sé tu nombre.
—¿Mi nombre? —Ella sacudió la cabeza—. Mi nombre… es…
Theon le puso un dedo en los labios.
—Ya hablaremos luego de eso. Ahora, tienes que estar muy callada. Ven con nosotros. Conmigo. Te sacaremos de aquí. Te llevaremos lejos de él.
—Por favor —susurró Jeyne con los ojos muy abiertos—. Sí, por favor.
Theon le cogió la mano, y los muñones de los dedos le picaron cuando la ayudó a ponerse en pie. Las pieles de lobo cayeron al suelo; estaba desnuda, con los pequeños pechos blancos llenos de dentelladas. Oyó tragar saliva a una mujer, y Serbal le puso un fardo de ropa en las manos.
—Vístela. Fuera hace frío.
Ardilla se había quedado en ropa interior, y estaba revolviendo el contenido de un arcón de cedro para buscar algo con que abrigarse. Al final se decidió por un jubón acolchado de lord Ramsay y unos calzones muy usados que le ondeaban alrededor de las piernas como las velas de un barco en una tormenta.
Serbal ayudó a Theon a vestir a Jeyne Poole con la ropa de Ardilla.
«Si los dioses son misericordiosos y los guardias están ciegos, puede pasar por ella.»
—Ahora, vamos a salir y bajaremos por las escaleras —explicó Theon a la niña—. Mantén la cabeza gacha y no te quites la capucha. Sigue a Acebo. No corras, no llores, no hables y no mires a nadie a la cara.
—Quédate a mi lado —suplicó Jeyne—. No me dejes.
—No me apartaré de ti —prometió Theon mientras Ardilla se metía en la cama de lady Arya y se cubría con la manta. Frenya abrió la puerta del dormitorio.
—¿Qué, Hediondo? ¿La has bañado bien? —preguntó Alyn el Amargo cuando salieron.
Gruñón le dio un pellizco a Sauce en un pecho cuando pasó junto a él. Tuvieron suerte de que la eligiera e ella: si hubiera tocado a Jeyne, la niña habría gritado, y Acebo habría degollado al guardia con el cuchillo que llevaba en la manga. En cambio, Sauce se apartó y pasó de largo. Durante un momento, Theon estuvo a punto de desmayarse de alivio.
«No han mirado. No la han visto. ¡Hemos sacado a la niña delante de sus narices!»
Pero cuando llegaron a las escaleras, el miedo regresó. ¿Y si se encontraban con Desollador, con Damon Bailaparamí o con Walton Patas de Acero? ¿O con Ramsay en persona?
«¡Los dioses me amparen! Ramsay no, cualquiera menos Ramsay.»
¿De qué había servido sacar a la niña del dormitorio? Seguían en el castillo, con todas las puertas cerradas y atrancadas, y las almenas pobladas de centinelas. Los guardias apostados a la entrada del torreón iban a detenerlos, seguro. Acebo y su cuchillo no servirían de gran cosa contra seis hombres con armadura, espada y lanza.
Pero los guardias del exterior estaban acurrucados junto a las puertas, de espaldas al viento gélido que lanzaba la nieve contra ellos. Ni siquiera el sargento les dedicó más que un vistazo rápido. Durante un momento, Theon los compadeció. Cuando se diera cuenta de que su esposa había desaparecido, Ramsay los desollaría, y no quería ni imaginar qué haría con Gruñón y Alyn el Amargo.
A menos de diez pasos de la puerta, Serbal dejó caer el balde vacío y sus hermanas la imitaron. El Gran Torreón ya se había perdido de vista tras ellas, y el patio era una llanura blanca en la que los sonidos amortiguados resonaban con ecos extraños en la tormenta. Las trincheras de hielo se alzaban en torno a ellos a la altura de la rodilla, luego por la cintura, luego por encima de la cabeza. Estaban en el centro de Invernalia, en el corazón del castillo, pero no se veía ni rastro de él. Igual podrían haberse encontrado perdidos en la Tierra del Eterno Invierno, mil leguas más allá del Muro.
—Hace frío —sollozó Jeyne Poole, que se tambaleaba al lado de Theon.
«Y pronto hará más. —Al otro lado de la muralla del castillo aguardaba el invierno con sus colmillos de hielo—. Si es que llegamos hasta allí.»
—Por aquí —dijo cuando llegaron a una bifurcación.
—Frenya, Acebo, id con ellos —ordenó Serbal—. Nosotras iremos luego con Abel. No nos esperéis.
Sin añadir palabra, se volvió y se perdió en la nieve, en dirección al salón principal. Sauce y Mirto se apresuraron a seguirla, con las capas ondeando al viento.
«Esto es cada vez más demencial —pensó Theon. Ya le parecía improbable que consiguieran huir con la ayuda de las seis mujeres de Abel; con dos nada más, era imposible directamente, pero habían llegado demasiado lejos para devolver a la chica al dormitorio y fingir que no había pasado nada. Cogió a Jeyne del brazo y la arrastró camino abajo, hacia la puerta de las Almenas—. Solo es media puerta —se recordó—. Aunque los guardias nos dejen pasar, aún nos quedará la muralla exterior. —Los guardias le habían franqueado el paso en ocasiones, por la noche, pero siempre iba solo. No le resultaría tan fácil salir con tres criadas, y si los guardias le quitaban la capucha a Jeyne, reconocerían a la esposa de lord Ramsay.
El pasaje giró hacia la izquierda y, de repente, tras un velo de nieve que no dejaba de caer, apareció ante ellos la puerta de las Almenas, flanqueada por dos guardias que parecían osos con sus prendas de cuero y pieles. Sujetaba una lanza de tres varas.
—¿Quién vive? —gritó uno. Theon no reconoció la voz. El rostro del hombre estaba oculto casi por completo por una bufanda que solo dejaba a la vista los ojos—. ¿Eres tú, Hediondo?
«Sí», estuvo a punto de decir.
—Theon Greyjoy —se oyó responder—. Os… os traigo unas mujeres.
—Tenéis que estar helados, chicos —comentó Acebo—. Esperad, que voy a daros calor.
Apartó a un lado la lanza del guardia, le aflojó la bufanda medio congelada y le estampó un beso en la boca. Mientras sus labios se tocaban, el cuchillo de la mujer se clavó en la carne del cuello, justo debajo de la oreja. Theon vio como los ojos del hombre se abrían de par en par. Cuando Acebo retrocedió, tenía sangre en los labios, y también manaba sangre de la boca del guardia cuando se desplomó.
El segundo guardia seguía contemplando toda la escena, estupefacto, cuando Frenya le agarró la lanza por el asta. Forcejearon un momento, pero la mujer consiguió arrancársela de las manos y golpearlo en la sien con la madera. Cuando él se tambaleó hacia atrás, Frenya aprovechó para girar la lanza y clavarle la punta en la tripa.
Al verlo, Jeyne Poole soltó un alarido.
—¡Mierda puta! —exclamó Acebo—. Esto va a atraer a un montón de arrodillados. ¡Corred!
Theon le tapó la boca a Jeyne con una mano, la agarró por la cintura con la otra y la obligó a pasar entre el guardia muerto y el moribundo para cruzar la puerta y salvar el foso congelado. Tal vez velaran por ellos los antiguos dioses, porque el puente levadizo había quedado bajado para que los defensores de Invernalia pudieran ir y volver más deprisa de las almenas exteriores. Tras ellos oyeron el sonido de pies que corrían, y también una trompeta, en la cima de la muralla interior.
Cuando llegaron al puente levadizo, Frenya se detuvo y se volvió.
—Vosotros seguid; yo detendré aquí a los arrodillados. —Aún tenía la lanza ensangrentada en las manazas.
Cuando llegaron al pie de la escalera, Theon estaba tambaleándose. Se cargó al hombro a la niña y empezó a subir. Jeyne ya no se debatía, y además era tan menuda… Pero los escalones estaban resbaladizos por la capa de hielo que se había formado bajo la fina nieve en polvo, y a medio camino perdió pie y cayó sobre una rodilla. El dolor fue tan agudo que estuvo a punto de soltar a la niña, y durante un momento temió que aquel fuera el final de su fuga. Pero Acebo lo obligó a ponerse en pie, y entre los dos consiguieron subir a Jeyne a las almenas. Theon se apoyó contra una, jadeante. Abajo, los gritos señalaban el lugar donde Frenya luchaba contra una docena de guardias, rodeada de nieve.