Danza de dragones (155 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, Bélico, Fantástico

BOOK: Danza de dragones
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—Bueno —preguntó por pasar el rato—, ¿cuáles serán mis obligaciones en la compañía?

—Eres muy feo para ponerle el culo a Bokkoko, pero te podemos usar de carne de flecha, para ir en primera línea de combate.

—Y mejor de lo que crees —replicó Tyrion, negándose a morder el anzuelo—. Un hombre pequeño con un escudo grande vuelve locos a los arqueros. Me lo dijo alguien más listo que tú.

—Trabajarás con Tintas —replicó Ben Plumm el Moreno.

—Trabajarás para Tintas —corrigió el interesado—. Me ayudarás a llevar los libros, a contar monedas, a escribir cartas y contratos…

—Encantado. Me gustan los libros.

—¿Qué otra cosa puedes hacer? —se burló Kasporio—. Luchar, no, desde luego.

—Cuando era joven me pusieron al cargo de los desagües de Roca Casterly —comentó Tyrion como quien no quiere la cosa—. Algunos llevaban años atascados, pero los desatranqué. —Volvió a mojar la pluma; doce notas más y habría terminado—. Podría supervisar a las vivanderas del campamento, para que ningún hombre se encuentre una atascada, ¿no?

Ben el Moreno no le rió la gracia.

—Ni te acerques a las putas —le advirtió—. Casi todas tienen la sífilis, y hablan demasiado. No eres el primer esclavo fugado que se alista en la compañía, pero tampoco tenemos que proclamarlo. No te quiero a la vista de todo el mundo. Dentro de lo posible, no salgas de la tienda, y si tienes que cagar, que sea en el cubo. En las letrinas te vería todo el mundo. No se te ocurra salir del campamento sin mi permiso. Podemos darte una armadura de escudero y hacer creer que le pones el culo a Jorah, pero habrá quien no se lo crea. En cuanto tomemos Meereen y emprendamos la marcha hacia Poniente, puedes pavonearte lo que te dé la gana vestido de rojo y dorado, pero mientras…

—… me esconderé bajo una piedra y no haré el menor ruido. Te doy mi palabra. —«Tyrion de la casa Lannister», firmó una vez más con una rúbrica florida. Era el último pergamino. Quedaban tres notas que, a diferencia de las demás, eran nominales y estaban escritas en vitela fina. Diez mil dragones para Kasporio el Astuto y la misma cantidad para Tintas, cuyo verdadero nombre era, por lo visto, Tybero Istarion—. ¿Tybero? Suena a Lannister. ¿Somos primos lejanos, o qué?

—Puede. Yo también pago siempre mis deudas; es lo que se espera de un jefe de cuentas. Firma.

Firmó.

La nota de Ben el Moreno era la última, y estaba escrita en un rollo de badana.

Cien mil dragones de oro, cincuenta fanegas de tierra fértil, un castillo y el título de señor. Vaya, vaya, el amigo Plumm no se vende barato.

Tyrion se rascó la cicatriz y sopesó la posibilidad de fingir indignación. Cuando dan por culo a un hombre, lo normal es que chille un poco. Tal vez debería soltar unos cuantos tacos y maldiciones, protestar por el robo y negarse a firmar, para luego acceder de mala gana, rezongando. Pero estaba harto de tanta palabrería, así que hizo un gesto de dolor, firmó y entregó la nota a Ben el Moreno.

—Tienes la polla tan grande como dicen —comentó—. Me doy por jodido y bien jodido, lord Plumm.

Ben el Moreno sopló en la firma.

—No hay de qué, Gnomo. Ahora viene cuando te conviertes en uno de los nuestros. Tintas, trae el libro.

El libro, de cuero con bisagras de hierro, era tan grande como una mesa. Los nombres y fechas que había entre su pesadas cubiertas de madera se remontaban a hacía más de un siglo.

—Los Segundos Hijos somos una de las compañías libres más antiguas —comentó Tintas mientras pasaba las páginas—. Este es el cuarto libro. Aquí figuran el nombre y otros datos de todos los que han formado nuestras filas: cuándo se alistaron, dónde lucharon, cuánto tiempo sirvieron, cómo murieron… Todo está en el libro. Verás nombres famosos, algunos de tus Siete Reinos. Aegor Ríos sirvió un año con nosotros antes de crear la Compañía Dorada. Tú lo conoces como Aceroamargo. Aerion Targaryen, el Príncipe Luminoso, también fue segundo hijo, igual que Rodrik Stark, el Lobo Errante. No, con esa tinta no. Para esto se usa otra.

Abrió otro frasco y se lo puso delante. Tyrion ladeó la cabeza.

—¿Tinta roja?

—Es una tradición de la compañía —le explicó el jefe de cuentas—. En los primeros tiempos, cada vez que se alistaba un hombre, firmaba con su propia sangre, pero a la larga nos dimos cuenta de que la sangre, como tinta, no vale una mierda.

—A los Lannister nos encantan las tradiciones. Déjame ese cuchillo.

Tintas levantó una ceja, se encogió de hombros, desenvainó el puñal y se lo tendió por el puño.

«Por cierto, Mediomaestre, muchas gracias, pero todavía me duele —pensó Tyrion al tiempo que se pinchaba la yema del pulgar. Se apretó la herida para que una gruesa gota cayera en el tintero, cambió el puñal por una pluma limpia y escribió: “Tyrion de la casa Lannister, señor de Roca Casterly” con letra grande, decidida, justo debajo de la firma mucho más modesta de Jorah Mormont—. Y ya está.»

—¿Qué más queréis que haga? —El enano se balanceó en el taburete—. ¿Tengo que recitar un juramento? ¿Tengo que matar a un bebé? ¿Tengo que chuparle la polla al capitán?

—Por mí, chupa lo que quieras. —Tintas dio la vuelta al libro y espolvoreó la página con arena fina—. A casi todos los demás nos basta con la firma, pero oye, no queremos coartar a nuestro nuevo hermano de armas. Bienvenido a los Segundos Hijos, lord Tyrion.

«Lord Tyrion.» La verdad era que sonaba bien. Los Segundos Hijos no tenían la deslumbrante reputación de la Compañía Dorada, pero a lo largo de los siglos habían conseguido un puñado de victorias famosas.

—¿Han servido otros señores en la compañía?

—Señores sin tierras —dijo Ben el Moreno—. Igual que tu, Gnomo.

Tyrion se bajó del taburete de un salto.

—Acabé muy descontento con mi hermano anterior, así que espero más de los nuevos. ¿Cómo hago para que me den armas y armadura?

—¿También quieres una cerda para montar? —preguntó Kasporio.

—Ah, no sabía que tu mujer estuviera en la compañía —replicó Tyrion—. Te agradezco el ofrecimiento, pero prefiero un caballo.

El jaque se puso rojo, pero Tintas soltó una sonora carcajada, y hasta Ben el Moreno dejó escapar una risita.

—Que lo lleven a los carromatos, Tintas. Que elija lo que quiera del acero de la compañía. Y que vaya también la chica; debería ponerse un yelmo, una cota de malla, algo para que la tomen por un muchacho.

—Sígueme, lord Tyrion. —Tintas le abrió la cortina de la tienda—. Le diré a Snatch que te lleve a los carromatos. Ve a buscar a tu mujer y reuníos con él en la cocina.

—No es mi mujer. ¿Por qué no te la quedas tú? Últimamente no hace más que dormir y lanzarme miradas torvas.

—Deberías pegarle más fuerte y follártela más —le aconsejó el jefe de cuentas—. Tráela o no la traigas; a mí no me importa, y a Snatch, menos. Cuando tengas la armadura, ven a verme y te explicaré cómo llevamos los libros de cuentas.

—A tus órdenes.

Tyrion volvió a su tienda, donde Penny dormía en un rincón, acurrucada en un delgado lecho de paja y cubierta con unas mantas sucias. La tocó con la puntera de la bota y la chica dio media vuelta, lo miró entre parpadeos y bostezó.

—¿Hugor? ¿Qué pasa?

—Vaya, al parecer vuelves a tener lengua. —Aquello era mejor que el hosco silencio habitual. «Y todo por un perro y una cerda que tuvimos que abandonar. La salvé de la esclavitud; ya podría darme las gracias»—. Como sigas durmiendo, te vas a perder la guerra.

—Estoy triste. —Volvió a bostezar—. Y cansada, muy cansada.

«¿Cansada o enferma?» Se arrodilló junto a ella.

—Estás pálida. —Le tocó la frente.

«¿Aquí dentro hace calor, o tiene un poco de fiebre? —No se atrevió a formular la pregunta en voz alta. Hasta los hombres curtidos como los segundos hijos sentían pánico ante la idea de montar en la yegua clara. Si se les pasaba por la cabeza la posibilidad de que Penny estuviera enferma, la echarían sin pensárselo dos veces—. Hasta puede que nos devolvieran a los herederos de Yezzan, con notas o sin ellas. He firmado en su libro, y a la antigua usanza, con sangre. Ahora soy un segundo hijo.»

Penny se incorporó y se frotó los ojos somnolientos.

—¿Y yo? ¿También puedo firmar?

—Me parece que no. Hay compañías libres que aceptan mujeres, pero… Bueno, no parece que tengan segundas hijas.

—Tenemos —corrigió Penny—. Si eres uno de ellos, debes decir
tenemos,
no
tienen.
¿Alguien ha visto a Cerdita Bonita? Tintas dijo que preguntaría por ella. ¿Y Crujo? ¿Se sabe algo de Crujo?

«Solo si te crees lo que dice Kasporio.» El segundo al mando de Plumm, que no destacaba por su astucia, aseguraba que tres yunkios cazadores de esclavos recorrían los campamentos preguntando por un par de enanos fugados. Por lo que decía Kaspo, uno de ellos portaba una lanza con una cabeza de perro clavada en la punta. Pero con eso no iba a conseguir que Penny saliera de la cama.

—Aún no se sabe nada —mintió—. Vamos, tenemos que buscarte una armadura.

—¿Una armadura? —La chica lo miró con desconfianza—. ¿Por qué?

—Por una cosa que me dijo mi viejo maestro de armas: «No vayas desnudo a la batalla, chico». Siempre le he hecho caso. Ahora que he decidido convertirme en mercenario y vender mi espada al mejor postor, más me vale tener esa espada. —Ni aun así consiguió que se moviera. La agarró por la muñeca, la obligó a ponerse en pie y le tiró la ropa a la cara—. Vístete. Cúbrete con la capucha y agacha la cabeza. Tenemos que parecer un par de niños, por si vienen a buscarnos los cazadores de esclavos.

Cuando los enanos llegaron, Snatch estaba en la carpa que servía de cocina mascando hojamarga, con la capucha calada.

—Me han dicho que vais a luchar en nuestro bando —comentó el sargento—. Seguro que en Meereen se cagan de miedo. ¿Alguno de los dos ha matado alguna vez a alguien?

—Yo —respondió Tyrion—. Caen como moscas.

—¿Con qué los matas?

—Con un hacha, un puñal, una observación certera… Pero soy más mortífero con la ballesta.

Snatch se rascó la barbilla con la punta del garfio.

—Mala cosa, las ballestas. ¿A cuántos hombres has matado con eso?

—A nueve. —Su padre valía por nueve como mínimo. Señor de Roca Casterly, Guardián del Oeste, Escudo de Lannisport, mano del rey, esposo, hermano, padre, padre, padre…

—Nueve —bufó Snatch, y escupió un salivazo de flema rojiza. Tal vez apuntara a los pies de Tyrion, pero le dio en la rodilla. Obviamente, eso era lo que pensaba de sus nueve. Se llevó a la boca dos dedos rojos de hojamarga y silbó—. ¡Kem! ¡Ven aquí, imbécil! —Kem acudió a toda prisa—. Lleva a lord y lady Gnomo a los carromatos, y que Martillo les ponga un poco de acero de la compañía.

—Martillo debe de estar durmiendo la mona —le advirtió Kem.

—Pues méale en la cara y seguro que se despierta. —Snatch se volvió hacia Tyrion y Penny—. Aquí nunca hemos tenido ni a un puto enano, pero sí muchos chavales; eso no falta nunca. Los hijos de tal o cual puta, críos que se escapan de casa para correr aventuras, mocosos que ponen el culo, escuderos… Puede que algunas de sus mierdas valgan para los enanos. Son las mierdas que llevaban cuando murieron, pero seguro que, a un par de cabrones tan valientes como vosotros, eso os da igual. Nueve, ¿eh? —Sacudió la cabeza y se alejó a zancadas.

Las armaduras de la compañía se guardaban en seis carromatos grandes, cerca del centro del campamento. Kem los llevó hasta ellos, dando vueltas a la lanza como si fuera un bastón.

—¿Cómo ha acabado en una compañía libre un chico de Desembarco del Rey? —le preguntó Tyrion.

El muchacho lo miró de reojo con desconfianza.

—¿Quién te ha dicho que soy de Desembarco?

—Nadie. —«Cada palabra que dices apesta al Lecho de Pulgas»—. Te ha traicionado el ingenio; se dice que no hay nadie más astuto que un desembarqueño.

—¿Quién lo dice? —se sobresaltó.

—Todo el mundo —«Yo »

—¿Desde cuándo?

—Desde siempre. —«Desde que me lo he inventado hace solo un momento»—. Mi padre no paraba de repetirlo. ¿Llegaste a conocer a lord Tywin?

—¿A la mano? Lo vi una vez, subiendo a caballo por la colina. Sus hombres llevaban capa roja y un leoncito en el yelmo. Eran unos yelmos estupendos. —Apretó los labios—. Pero nunca me gustó. Saqueó la ciudad y luego nos aplastó en el Aguasnegras.

—¿Estuviste en aquella batalla?

—Con Stannis. Lord Tywin se presentó con el fantasma de Renly y nos atacó por el flanco. Yo solté la lanza y salí corriendo, pero luego, en los barcos, va un puto caballero y me suelta: «¿Dónde está tu lanza, chico? Aquí no queremos cobardes». Y se largaron y me dejaron plantado, como a varios millares de hombres. Luego me enteré de que tu padre los mandaba al Muro, a luchar contra Stannis, de modo que crucé el mar Angosto y me alisté en los Segundos Hijos.

—¿Echas de menos Desembarco del Rey?

—Un poco. Echo de menos a un chico; éramos… amigos. Y a mi hermano Kennet, pero murió en el puente de barcos.

—Demasiados hombres buenos murieron aquel día. —A Tyrion le picaba la cicatriz de manera insoportable, y se la hurgó con una uña.

—También echo de menos la comida —añadió Kem, pensativo.

—¿La que preparaba tu madre?

—La de mi madre no se la comían ni las ratas. Pero había un tenderete de calderos donde preparaban un guiso gordo increíble, tan espeso que la cuchara se tenía en pie, con trozos de muchas cosas. ¿Probaste el guiso gordo, Mediohombre?

—Un par de veces. Yo lo llamo Guiso del Cantor.

—¿Porqué?

—Porque está tan bueno que me da ganas de cantar.

—Guiso del Cantor. —A Kem le gustó la explicación—. Cuando vuelva al Lecho de Pulgas, lo pediré. ¿Tú qué echas de menos, Mediohombre?

«A Jaime —pensó Tyrion—. A Shae. A Tysha. A mi esposa, echo de menos a mi esposa, a la esposa que casi no llegué a conocer.»

—El vino, las putas y el dinero —respondió—. Sobre todo el dinero, porque con dinero se compran vino y putas. —«También se compran espadas, y Kems que las esgriman.»

—¿Es verdad que los orinales de Roca Casterly son de oro macizo? —le preguntó el chico.

—No te creas todo lo que oyes, y menos si es sobre la casa Lannister.

—Se dice que todos los Lannister son serpientes venenosas.

—¿Serpientes? —Tyrion se echó a reír—. ¿Oyes eso? Es mi señor padre, silbando de rabia en su tumba. Somos leones, o al menos eso decimos siempre. Pero tampoco importa, Kem. Si le pisas la cola a un león o a una serpiente, acabas igual de muerto.

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