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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Déjame entrar (31 page)

BOOK: Déjame entrar
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Mujer atacada en Blackeberg

Una mujer de cincuenta años fue atacada y herida en la noche del viernes en Blackeberg, en las afueras de Estocolmo. Un transeúnte que pasaba por ese lugar intervino y el delincuente, una mujer joven, huyó inmediatamente del lugar. Se desconoce el motivo de la agresión. La policía investiga ahora la posible relación de este suceso con otros hechos violentos ocurridos en la Zona Oeste en las últimas semanas. Las heridas de la mujer de cincuenta años, según hemos podido saber, no revisten gravedad.

Virginia dejó el periódico. Qué extraño leer acerca de sí misma de esta manera. «Una mujer de cincuenta años», «transeúnte», «no revisten gravedad». Todo lo que se ocultaba detrás de aquellas palabras.

«La posible relación». Sí, Lacke estaba totalmente convencido de que ella había sido atacada por el mismo niño que mató a Jocke. Aunque se había visto obligado a morderse la lengua para no contarlo en el hospital cuando una mujer policía y un médico le hicieron a Virginia una nueva revisión de las heridas el viernes por la mañana.

Pensaba
contarlo, pero quería informar antes a Gösta, creía que Gösta cambiaría de opinión ahora que incluso Virginia se había visto expuesta.

Virginia oyó unos crujidos y miró a su alrededor. Le llevó unos segundos comprender que era ella misma la que temblaba de tal manera que el periódico que tenía en las manos producía aquellos sonidos. Dejó el diario en la repisa que había encima de las batas de la charcutería, salió hasta donde estaba Berit.

—¿Algo que pueda hacer?

—Pero mi niña, ¿de verdad vas a trabajar?

—Sí, es mejor si hago algo.

—Lo entiendo. Pues entonces puedes ir pesando las gambas. En bolsas de medio kilo. Pero ¿no
deberías…
?

Virginia negó con la cabeza y volvió al almacén. Se puso una bata blanca y un gorro, sacó una caja de gambas del congelador, se envolvió la mano en un plástico y empezó a pesar. Removía en la caja de cartón con la mano enfundada, ponía las gambas en bolsas de plástico, las pesaba en la báscula. Un trabajo aburrido, mecánico; la mano derecha se le quedó congelada con la cuarta bolsa. Pero estaba haciendo algo, y eso mantenía su mente ocupada por un rato.

Por la noche, en el hospital, Lacke había dicho una cosa realmente extraña: que el niño que la había atacado no era una persona. Que tenía los dientes afilados y garras.

Virginia había desechado aquello como algo propio de la borrachera o de una alucinación.

No recordaba gran cosa del ataque, pero podía estar de acuerdo en una cosa: lo que había saltado sobre ella era demasiado ligero para que fuera un adulto, casi demasiado ligero para que fuera siquiera un niño. Un niño muy pequeño, en todo caso. Cinco, seis años. Recordaba que se había levantado con aquel peso en la espalda. Después todo se volvió negro hasta que se despertó en su piso con todos los colegas, menos Gösta, alrededor de ella.

Puso una pinza en la bolsa que tenía pesada, cogió otra, echó un par de puñados. Cuatrocientos treinta gramos. Siete gambas más. Quinientos diez.

Se lo regalamos.

Se miró las manos, que trabajaban con independencia de su cerebro. Las manos. Con uñas largas. Dientes afilados. ¿Qué había sido aquello? Lacke lo había dicho claramente: un vampiro. Virginia se había echado a reír, con cuidado para que no se le quitaran los puntos de la mejilla. Lacke ni siquiera había sonreído.

—Tú no lo viste.

—Pero Lacke… no existen.

—No. Pero ¿qué era entonces?

—Un niño. Con alguna fantasía extraña.

—¿Se había dejado crecer las uñas entonces? ¿Se había afilado los dientes? Me gustaría conocer al dentista que…

—Lacke, estaba oscuro. Tú estabas borracho, sería…

—Sí, lo estaba. Yo estaba borracho. Pero vi lo que vi.

Sentía calor y tirantez bajo el apósito del cuello. Se quitó la bolsa de la mano derecha, se puso la mano sobre el vendaje. La mano estaba helada y se sintió aliviada. Pero se sentía cansada, como si las piernas no pudieran sostenerla más.

Terminaría de pesar aquella caja y luego se iría a casa. Aquello no podía ser. Si descansaba durante el fin de semana seguro que se sentiría mejor el lunes. Se puso la bolsa de plástico y acometió el trabajo con cierto enfado. Odiaba estar enferma.

Un dolor agudo en el dedo meñique. Mierda. Eso es lo que pasa cuando uno no está pensando en lo que hace. Las gambas, puntiagudas por la congelación, habían hecho que se pinchara. Se quitó la bolsa de plástico y se miró el dedo meñique. Un pequeño corte del que empezaba a salir sangre.

Se llevó inmediatamente el dedo a la boca para chuparse la sangre.

Una mancha cálida, saludable y sabrosa se extendió desde el punto en que la yema de su dedo entró en contacto con la lengua, propagándose. Chupó con más fuerza. Su boca se llenó de una concentración de todos los sabores buenos. Un estremecimiento de placer le recorrió el cuerpo. Siguió chupándose el dedo, entregada al disfrute, hasta que se dio cuenta de lo que estaba haciendo.

Se sacó el dedo de la boca, lo miró. Estaba mojado de saliva y la pequeña cantidad de sangre que salía se diluía enseguida con aquélla como si fuera una pintura al agua demasiado clara. Miró las gambas que quedaban en la caja. Cientos de pequeños cuerpos de color rosa claro, cubiertos de escarcha. Y los ojos. Cabezas negras de alfiler pinchadas en lo rosa, un cielo estrellado del revés. Dibujos y constelaciones comenzaron a girar ante ella.

El mundo rotaba alrededor de su eje y algo le golpeó en la parte posterior de la cabeza. Delante de sus ojos apareció una superficie blanca con telarañas en los bordes. Se dio cuenta de que estaba tendida en el suelo, pero no tenía fuerzas para levantarse.

A lo lejos oyó la voz de Berit:

—Dios mío… Virginia…

A Jonny le gustaba estar con su hermano mayor, siempre y cuando no estuvieran sus odiosos colegas con él. Jimmy conocía a algunos tipos de Råcksta a los que Jonny tenía bastante miedo. Una tarde, hacía ya un año, se habían presentado en el patio para hablar con Jimmy, pero no quisieron subir a llamar. Cuando Jonny les dijo que Jimmy no estaba en casa le habían pedido que le hiciera llegar un mensaje:

—Dile a tu hermano que si no aparece el lunes con la pasta, alguien se encargará de ponerle la cabeza en un torno… ¿Sabes lo que es?… vale… y de darle vueltas hasta que la pasta le salga por las orejas. ¿Se lo dirás? Bien, vale. Te llamas Jonny, ¿no? Adiós, Jonny.

Jonny le había dado el recado a su hermano y Jimmy no había hecho más que asentir, diciendo que ya lo sabía. Luego había desaparecido dinero de la cartera de su madre y se lio una buena.

Jimmy no pasaba ahora mucho tiempo en casa. Era como si no hubiera sitio para él desde la llegada de su hermana pequeña. Jonny tenía ya dos hermanos menores y no contaban con más. Pero luego su madre había tenido un ligue y… bueno… lo que pasa.

Jimmy y Jonny, en cualquier caso, eran hijos del mismo padre. Éste trabajaba ahora en una plataforma petrolífera en Noruega y había empezado a mandar dinero suficiente no sólo para su mantenimiento, sino que a veces incluso les había hecho envíos extra para compensar. Su madre le había bendecido, sí, y estando borracha había llorado un par de veces pensando en él, diciendo que no volvería a encontrar a un hombre así. Era la primera vez, que Jonny pudiera recordar, que la falta de dinero no era el tema constante de conversación en casa.

Ahora se encontraban en una pizzería de la plaza de Blackeberg. Jimmy había ido a dar una vuelta a casa por la mañana, había discutido un poco con su madre y luego él y Jonny se habían marchado. Jimmy esparció la ensalada sobre su pizza, la enrolló, cogió el rollo y empezó a masticar. Jonny comió su pizza correctamente, pensando que la próxima vez que su hermano no estuviera presente la comería de aquella manera.

Jimmy masticaba, señalando con la cabeza el vendaje que Jonny llevaba en la oreja.

—Tiene una pinta de la leche.

—Sí.

—¿Te duele?

—No, está bien.

—La vieja dice que está totalmente destrozado. Que no podrás oír nada.

—Bueno. No sabían. A lo mejor se pone bien.

—Mmm. Vamos a ver si lo he entendido: ¿el chaval sólo cogió una rama de la hostia y te golpeó con ella en la cabeza?

—Mmm.

—Es una putada. ¿Qué? ¿Vas a hacer algo?

—No sé.

—¿Necesitas ayuda?

—… no.

—¿Qué pasa? Puedo decírselo a mis colegas y nos encargamos de él.

Jonny cortó con los dedos un trozo grande de pizza con gambas, su trozo favorito, se lo metió en la boca y lo masticó. No. Nada de mezclar a los colegas de Jimmy en esto, entonces sería mucho peor. Sin embargo Jonny sonrió sólo de pensar en lo nervioso que se pondría Oskar si apareciera en su patio con los amigos de Jimmy, imagínate si eran los de Råcksta. Meneó la cabeza.

Jimmy dejó su rollo de pizza en el plato, mirando gravemente a Jonny a los ojos.

—Vale, sólo te digo una cosa.
Una
cosa más y…

Apretó con fuerza los dedos, cerró el puño.

—Eres mi hermano, y no va a venir ningún cabrón y…
una
cosa más, luego podrás decir lo que quieras. Pero entonces voy a ir a por él. ¿Entendido?

Jimmy puso el puño cerrado sobre la mesa. Jonny cerró el suyo y empezó a boxear con el de Jimmy. Se sentía bien. Había alguien que se preocupaba por él. Jimmy asintió.

—Bien. Tengo una cosa para ti.

Se inclinó debajo de la mesa y sacó una bolsa de plástico que había llevado toda la mañana. De la bolsa de plástico extrajo un álbum de fotos no muy grueso.

—El viejo pasó por aquí la semana pasada. Se había dejado barba, casi no le conocía. Me trajo esto.

Jimmy le pasó a Jonny el álbum de fotos por encima de la mesa. Jonny se limpió los dedos con una servilleta y lo abrió.

Fotos de niños. De su madre. Tal vez diez años más joven que ahora. Y un hombre al que reconocía como su padre. El hombre empujaba a los niños en los columpios. En una de las fotos llevaba puesto un sombrero de vaquero demasiado pequeño. Jimmy, con unos nueve años, estaba a su lado con un rifle de plástico en las manos y el gesto ceñudo. Un niño pequeño que tenía que ser Jonny estaba sentado al lado, en el suelo, y los miraba con los ojos muy abiertos.

—Me lo ha dejado hasta la próxima vez que nos veamos. Quería que se lo devolviera, dijo que era… sí, joder, ¿qué fue lo que dijo?… «Su bien más preciado», creo que dijo. Pensé que a lo mejor a ti también te gustaría verlo.

Jonny asintió sin levantar la vista del álbum. Sólo había visto a su padre dos veces desde que se marchó cuando él tenía cuatro años. En casa había
una
fotografía suya, una foto bastante mala en la que aparecía sentado con otras personas. Esto era algo completamente distinto. Con esto uno podía hacerse una idea cabal de él.

—Una cosa más: no se lo enseñes a mamá. Yo creo que el viejo se las llevó cuando se largó, y si ella las llega a ver… bueno, en cualquier caso quiere que se las devuelva. Tienes que prometérmelo, que no se las vas a enseñar a mamá.

Todavía con la nariz sobre el álbum Jonny cerró el puño y lo puso sobre la mesa. Jimmy se echó a reír y un poco después sintió los puños de Jimmy sobre los suyos. Prometido.

—Venga, ya podrás mirarlas luego. Coge también la bolsa.

Jimmy le alargó la bolsa y Jonny cerró con desgana el álbum, lo guardó. Jimmy ya se había acabado la pizza, se echó hacia atrás en la silla dándose unos golpecitos en el estómago.

—Bueno, ¿y cómo andas de ligues?

El pueblo se deslizaba ante sus ojos. La nieve que arañaba la rueda de la moto salía disparada hacia atrás y bombardeaba las mejillas de Oskar. Él iba agarrado con fuerza al palo de enebro con las dos manos; se giró hacia un lado, fuera de la nube de nieve. Un crujido agudo cuando los esquís cortaron la nieve suelta. La parte exterior del esquí rozó el poste reflectante de color naranja que había en el arcén. Se tambaleó, recuperó el equilibrio.

En el camino que bajaba hasta Lågarö no habían quitado la nieve. La moto dejaba tras de sí tres profundas roderas en el manto intacto, y cinco metros detrás iba Oskar con los esquís haciendo dos roderas más. Iba haciendo zigzag sobre las roderas de la moto, deslizándose sobre un solo esquí como un patinador, acurrucándose como si fuera una pelota a gran velocidad.

Bueno, cuando su padre frenó bajando la larga cuesta que conducía hasta el viejo muelle de los barcos de vapor, Oskar iba a más velocidad que la moto y tuvo que frenar con cuidado para que la cuerda no se le quedara floja y luego le diera un tirón cuando la cuesta fuera menos empinada y la velocidad de la moto mayor.

La moto llegó justo hasta el muelle, y su padre la puso en punto muerto y frenó. Oskar tenía aún mucha velocidad y por un momento pensó soltar
el palo y sólo seguir
… sobre el borde del muelle, caer en el agua negra. Pero giró los esquís hacia fuera y frenó a unos metros del borde.

Se quedó jadeando un momento, mirando sobre el agua. Habían empezado a formarse delgadas placas de hielo que flotaban y se movían con las pequeñas olas de la orilla. Con un poco de suerte puede que se formara una capa de hielo de verdad este año. Así se podría pasear hasta la isla de Vätö, que estaba al otro lado. ¿O solían mantener un tramo abierto para los barcos hasta Norrtälje? Oskar no se acordaba, hacía varios años que no se formaban semejantes hielos.

Cuando Oskar venía aquí en verano solía pescar arenques en el muelle. Anzuelos sueltos en el hilo de la caña de pescar, un anzuelo de espejuelo en el extremo. Si encontraba un buen banco y tenía paciencia podía sacar un par de kilos, pero lo normal eran sólo diez, quince arenques. Suficientes para comer él y su padre; los que eran demasiado pequeños para freírlos se los echaban al gato.

Su padre se acercó y se puso a su lado.

—Esto ha ido bien.

—Mmm. Aunque a veces se abría.

—Sí, la nieve está algo suelta. Habría que apelmazarla un poco, de alguna forma. Claro, se podría… si uno cogiera una placa de masonita y la pusiera detrás y colocara un peso encima. Sí, si tú te sentaras encima con tu peso, pues…

—¿Lo hacemos?

—No, tendrá que ser mañana, en todo caso. Ya está oscureciendo. Deberíamos volver a casa e ir preparando el ave si es que queremos comer.

—Vale.

Su padre se quedó mirando al agua, permaneció callado un momento.

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