Idiomáticas. Hacerse el sota
. Hacerse el desentendido. No reaccionar ni intervenir. Sinónimo: Quedarse en la horma.
Buenos Aires, marzo 1988
. Trato de encontrar ideas para mi discurso en Pescara. Lo que se me ocurre bordea consideraciones del tipo de «el saber auténtico tardíamente reconocido por el saber burocrático».
Non dari
. Tampoco me aplaudirán si digo que este título convierte mi vida en una fábula. Cuando en procura de un diploma o doctorado me presentaba a los indispensables exámenes, tenía ansiedad y miedo. Ahora, que no piso la universidad y que no aspiro al doctorado, me doctoran.
Me dicen: «Muy buenas tus respuestas al reportaje del suplemento del domingo». Mejor creer que leen.
Últimas palabras
. El sueño de mi vida fue escaparme. Me parece que estoy por cumplirlo.
El cuerpo del viejo prepara su muerte. Cuando no lo hace, está distraído.
En cuanto a nuestra suerte, usemos el verbo
estar
, nunca el
ser
. Con indiferencia de lo que desea la mente, el cuerpo, cuando menos lo esperamos, planea una enfermedad o algo peor.
Hay que precaverse del
trop de zéle
, pero saber dónde está el justo medio no es fácil, requiere tino (algo que a torpes como yo excede los dominios de la voluntad). Por
trop de zéle
conseguí que explotara un disco de mi columna y convertirme en enfermo crónico. Sospecho (quiero creer) que, por
trop de zéle
en la limpieza de los dientes, logré un promontorio en la encía, detrás del último molar.
Lectura de mis
Diarios
. Algún hallazgo a costa de tristeza.
Apuntes historiográficos
. Los exámenes del colegio y de la facultad se presentaron ante mí como un interrogatorio policial: me aterrorizaba la idea de que me hallaran culpable de ignorancia. En dos o tres años, para los exámenes del colegio, me sobrepuse al miedo y llegué a sentirme seguro de mí mismo. Con los primeros exámenes de la facultad, volvieron los terrores, con mayor fuerza que nunca; bastante pronto pasaron y fui de nuevo un estudiante seguro de sus méritos.
De todos modos, los momentos de terror debieron dejar un recuerdo más vívido que los momentos de seguridad, porque siempre tuve la fantasía de llegar a un país donde no me conocen, decir que soy un escritor y un hombre culto y, cuando «por formalidad no más» me sometan a un examen quedar como un impostor que no sabe nada de nada: no recordar el nombre de Lope de Vega, ni el de Hume, ni el de mi amigo Eça de Queiroz, ni el de Proust, ni el de Hilario Ascasubi.
Durante un período enfrenté los reportajes periodísticos muerto de miedo, como si fueran mesas examinadoras.
Cuando visité Oxford tuve la fantasía de que me invitaran a pasar un semestre en algún
college
. Uno o dos años después me invitaron a pasar un semestre en un
college
. Quien firmaba la carta de invitación era mi amigo David Gallagher. Laboriosamente redacté una carta amistosa y franca; alegué mi incapacidad para hablar en público y señalé sin faltar a la verdad con cuánta pena y con cuánta gratitud declinaba la invitación. Un año después visité Londres y David, que me invitó a comer, me aseguró que no había creído una palabra de mis «pretextos»; pensaba que simplemente no quise ir a Oxford. Traté en vano de convencerlo, pero finalmente lo dejé en el error: en el fondo yo pensaba que era un poco vergonzoso alegar timidez. En mi fuero interno un desdoblamiento de mí reacciona y me reprende por tales debilidades; me reprende con una indignación que imita a las del doctor Johnson, por cierto sin lograr su expresión epigramática.
Fuite en avant
. Inteligente expresión francesa. Estuve leyendo cuadernos de mi
Diario
, del 56 y 57. Podría titularlo:
Testimonio de una vida inútil
. Para quien no es miope, ¿hay una vida útil? Que los seguidores de Smiles protesten.
Borges, que no admiraba a Guido Spano, solía recitar con agrado la estrofa de «Nenia»
Por qué cielos no morí
cuando me estrechó triunfante
entre sus brazos mi amante
después de Curupaytí
.
Idiomáticas. Ascuas
. Estar en ascuas: en expectativa ansiosa.
En la noche del 3 a14 de abril de 1988 soñé con mi padre. Era de mañana. Yo acababa de despertarme. Mi padre apareció vestido con un traje gris y se sentó en el borde de la cama. Le dije: «Estás jovencísimo». Me dijo tristemente: «Debo irme». O quizá me dijera que tenía que salir, pero yo comprendí que ese momento de estar con él sería fugaz, que ya entraba en el pasado, y que volvería a quedarme solo. Mientras lo miraba pensaba desconsolado en que el inmenso afecto que yo sentía por él no podía nada contra la muerte.
¡Qué idiota! Voy con lumbago al médico, pidiendo a los dioses que la visita se milagrosamente curativa, y si el médico me trata bien, salgo contento aunque el lumbago no amaine. Ayer pasó esto con mi visita al doctor Feldman. Cuando a la salida fui a pagar la visita, la secretaria me dijo: «A usted no se le cobra», salí tan ufano como si me hubieran sanado. Ufano, pero no por tacañería; por vanidad.
Me dijo que fue siempre un hombre con sentido imparcial de la justicia, y que las incontables libertades que a lo largo de la vida se había tomado a espaldas de su mujer, ahora habían levantado al unísono una minuciosa cárcel, donde ella era carcelera y él, recluso.
Me dijo: «Cuando chico yo me moría de ganas de ver un fantasma. O una sola prueba de que hubiera un más allá. Creo —tendrme aseguró— que si Dios me hubiera hecho cualquier seña, yo la habría advertido. A Dios le prevengo, eso sí, que no quiera darme, como prueba, la fe. La tendría por un intento de estafa».
La voz de la envidia
. Tras novecientos años de consagración al estudio, la Universidad de Bologna doctora honoris causa a Alfonsín.
Nuestros seguidores, que recogen y generalizan nuestras antipatías, nos molestan un poco.
Anotación para el
Diario de un viaje a Pescara y a Roma
.
[28]
Aquella noche de mi viaje, yo estaba durmiendo en una hostería, en el campo. Me levanté a orinar. Abrí la puerta que daba a un pasillo y entré en el baño. Encontré en la pared la llave de la luz, moví la palanquita; la luz no se encendió; busqué la llave de luz, moví la palanquita. Sentí algún malestar: la noche, el lugar desconocido, en un paraje perdido en la geografía de un país extranjero. Había en el pasillo otra puerta, cuya blancura se recortaba en la penumbra. Me dije: si la abro y me encuentro con un segundo baño, resuelvo la situación, pero si me encuentro con otra habitación y un pasajero que dormía y despierta sobresaltado puedo pasar un mal momento. En medio de esas perplejidades entreví un canasto de mimbre, lo reconocí, y con alivio comprobé que no estaba en una hostería, en un país extranjero; estaba en mi casa, en la calle Posadas. Por fin libre del sueño, que no interrumpí al levantarme de la cama, entré en mi baño, tiré de una perillita y prendí la luz.
Trac
. Palabra de argot francés, que pasó a nuestro idioma, pero no al inglés ni al italiano. Una prueba de nuestra vinculación con Francia en el siglo XIX y en los primeros treinta años del siglo XX. A diferencia de
la traque
,
le trac
es masculino y argot (lunfardo y de teatro). Empecé por buscar inútilmente la acepción de intimidación paralizante ante el público, en
la traque
en el Littré y otros diccionarios; después lo encontré, con la grafía
trac
, en un diccionario de argot. Recuerdo que el porfiado y bobo de Moyano repetía, acaso para consolarse: «Es el trac. El trac». No, por cierto,
la traque
.
Líneas aéreas llevando a todos los rincones del planeta prestigiosos moribundos: los viejos escritores a quienes se agasaja y se mata con premios, recepciones, entrevistas, doctorados
honoris causa
.
El cuento del sádico doctor Praetorius que en sus colonias de vacaciones mataba a los chicos por medios hedónicos: premios, música, hasta la postración definitiva, anticipado por los comités que premian a escritores y, como también los hospedan y les pagan las comidas, tratan de que esos días costosos sean pocos y bien aprovechados.
Al error consuetudinario, podría llamarlo simplemente el consuetudinario, porque ya se sabe que se trata de un error. Por ejemplo, lo que me sucedió ayer a la mañana. Esperaba a la profesora Nicolini y llegó el profesor Daniel Martínez, director del Museo de Bellas Artes. Martínez, que resultó un hombre inteligente y simpático, me pidió que le dedicara su ejemplar de
Memoria sobre la pampa y los gauchos
. De reojo y con astucia miré un sobre donde estaba escrito el nombre del profesor. Cuando escribí la dedicatoria puse: «A Daniel» (y ahora no recuerdo si continué con el correspondiente Martínez o si influido por el recuerdo de un tal Daniel Moyano no le endosé este último apellido a mi admirador).
Cuando se fue, tomé el coche, me dirigí a la estación de servicio de Salguero y Libertador y lo dejé para que lo engrasaran. Caminé hasta la embajada italiana, donde entraría a saludar a Javier Torre, a quien le hacían una distinción a las 12. No quise llegar antes de la hora —evidentemente no había nadie aún, porque no se veían coches esperando— y salí a dar una vuelta. Al rato se me ocurrió consultar la agenda. La visita de la profesora Nicolini y el acto de Javier Torre estaban anotados en la página del jueves; en la página del miércoles, el día de ayer, sólo estaba anotado Daniel Martínez.
Quiero seguir viviendo. ¿Aun con estos cascotes y tropiezos que me pone en el camino mi mente reblandecida? Sí, aun.
Sospecho que mis amigas, que detestan Francia, la detestan porque no entienden bien el francés. Oír los sonidos de conversaciones en un idioma que no entendemos irrita bastante.
El cuerpo del viejo es un niño que juega con dinamita.
Observación de una vieja: «A la como yo la fotografía nos trata más duramente que el espejo».
Leí
Corto viaje a Pescara y Roma
. Qué tedio. Aunque más no sea para animar un poco las descripciones de mi vida habrá que retomar el trato de las mujeres. Que los almuerzos den precedencia a la cama. Ah, es claro, pero ¿usted sabe una cosa?
Las fotografías, como los vinos, con el tiempo mejoran. Las que hoy te sacaron son horribles, pero no las destruyas; cuando las reveas, dentro de dos o tres años, las encontrarás buenas.
Idiomáticas
. Tallar.
Contra el destino
nadie la taya
.
¿Nadie discute? ¿Nadie protesta? El «destino» para mí, en ese verso, vendría a ser el orden natural de las cosas. Envejecer y morir, por ejemplo. Que me pase esto, que me va a pasar aquello, me hace decir, contra el destino nadie la talla. Otro destino, ¿hay?
1988
. Abril, mayo y ¿por junio, hasta cuándo? Los viajes, los honores, los premios, en lugar de la escritura.
Cuando el viajero llega a una ciudad que no conoce, suele ver en los primeros días una casa, un escaparate, que no volverá a encontrar.
Tras un mes de atribuladas hipótesis, he descubierto que en Italia a las chauchas las llaman
fagioli
.
Me corresponden
Vivir quiero conmigo, [&hellip
;]
a solas, sin testigo
,
libre de amor, de celo
,
de odio, de esperanzas, de recelo
y
Deduke men a selanna&hellip
;
¿«Mano a mano» me corresponde?
Tan a gritos hablan que en algún momento uno se pregunta: ¿No estarán queriendo decirme algo? No. Hablan entre ellos.
En el viaje, no subestime el viajero los trechos de viaje propiamente dicho. Mantienen la original dureza.
El casamiento es la meta de las mujeres, ¿porque les asegura, para toda la vida, el cargo de cocineras impagas?
El viaje propiamente dicho es penoso y siempre lo fue, salvo en el intervalo de los grandes barcos de pasajeros. Entonces viajar en barco era viajar en una casa, en un hotel.
Era costumbre defendida entre los estancieros emplear, para referirse a sus campos, el nombre de la estancia ferroviaria más próxima y no el que ellos mismos, o sus padres, les habían dado. En esto veo una expresión del pudor de nuestros hombres de campo, que evitan cuanto pueda parecer alarde. Dirán «Voy a Tapalqué» y no «Voy a Manantiales», nombre que deja entrever una estancia. Ignoro si continúa la costumbre. Los nombres de estaciones perdieron su razón cuando los trenes se volvieron impracticables o inexistentes (el día que Perón los nacionalizó).
21 junio 1988
. Silvina dijo que en la actual literatura argentina únicamente había dos tipos de escritores: los que imitan a quienes los precedieron y los que escriben disparates.
«No lo vi ni en caja de fósforos», se decía (cuando no había encendedores). Las cajas de fósforos, al abrirse, mostraban efigies de personas conocidas.
Términos referidos a la lluvia
.
Chispea: caen ínfimas, livianas gotas; nunca intensamente.
Garúa. Cae una llovizna. Ahí estaba Rinaldini, con su persistencia de llovizna (Gerchunoff). «Que le garúe finito». Por extensión: «Que le garúe Finochietto».
Llueve, llueve a cántaros.
Chaparrón. Lluvia fuerte, de corta duración.
Qué llovedero este año. Qué manera de llover.
Hoy (1988) high brows y low brows espontáneamente coinciden en la admiración por Pessoa. Todo interlocutor, si se habla de literatura portuguesa, proclama, como su maravilloso descubrimiento personal, a Pessoa y se muestra satisfecho de admirarlo. Como decía Borges, la admiración de unos trae la descalificación de otros. Una italiana, profesora de literatura portuguesa, a quien hablé de Eça de Queiroz, con resignación esperó que me callara y, después de un suspiro de alivio, me reveló, en el tono de quien dice «ahora hablando en serio», su admiración por Pessoa. Un vehemente Pessoa hubo cuarenta años atrás: Lorca. Tenemos Pessoas de entrecasa: Quiroga, Arlt, Marechal. Hay un Pessoa norteamericano: Scott Fitzgerald. Un Pessoa inglés: Malcolm Lowry. Uno irlandés: Synge. Uno galés: Dylan Thomas. Pálidos Pessoas franceses: Saint-John Perse, Claudel. Un irreprimible Pessoa polaco: Gombrowicz. Un Pessoa efímero: Juan Ramón Jiménez. Un Pessoa azucarado: Hermann Hesse. No descalificar a nadie por el hecho de ser, o haber sido, un Pessoa; tal vez, ni al mismo Pessoa (digo «tal vez», porque todavía no lo leí).