—¿Qué seres queridos? —preguntó Manauta.
—La novela —explicó Norberto.
—Ah, no la leí. ¿De quién es?
Me llamó la vecina. Con no recuerdo que pretexto se excusó y me dijo que «se decían» cosas horribles… Preguntó si yo estaba enterado; le dije que no y me dijo «mejor así, para no amargarte». Me aseguró que era necesario que habláramos y me propuso que un día la citara a tomar un café en La Biela o donde quisiera.
El primero de marzo, diversas personas, incluso el Ministro de Relaciones Exteriores, llamaron varias veces para que el viernes 2 fuera a una casa de la calle Juncal donde se reunirían los amigos de Beatriz Guido, porque era el cabo de año de su muerte. Legó también una carta de Lilly O'Connor, con la misma invitación. Nadie parecía conformarse con mis aceptaciones por
interposita persona
.
El 2 fui a la casa de la calle Juncal, que resultó una dependencia del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Caras desconocidas me desequilibran. Lo comprobé en Pescara y Chieti: pasé noches sin dormir, lo que es del todo insólito en mí. Me vi obligado, para restablecerme, a buscar el siempre hospitalario asilo de un cine y a no ver a nadie por cuarenta y ocho horas. Por cierto, en los tres días previos, recibí caras nuevas en dosis heroicas. La experiencia de toda mi vida no me había preparado debidamente para tan repentino aumento del número de personas con quienes hablar. Viví solo con pocos y asiduos amigos y con mujeres sucesivas. En mi pasado hay muchas horas de soledad y escritura, muchas horas de canchas de tenis, muchas horas de algún cuarto con alguna mujer. Vida pública apenas tuve.
Ahora la gente quiere verme, «tienen que hablar conmigo», o hacerme reportajes, o explicarme como adaptaron una historia mía para el cine. ¿Por qué suponen que su proposición me atrae? No les importa un pito que me atraiga o no. En cuanto a las adaptaciones, díganme por carta qué quieren y les contestaré, pero no me obliguen a leer lo que escribieron. No estoy interesado en lo que escribí sino en lo que escribo. Cuando se proyecte la veré, pero no con el adaptador, sino solo, para no tener que fingir (por compasión) que me gusta. Me fastidia que quieran verme. No dudan de su talento y quieren aplausos. Esa desaprensiva fe en sus escritos prueba que son incorregibles (unos y otros). ¿Por qué insisten en verme? ¿Porque soy un escritor conocido? ¿Dónde? En el país y un poco afuera. ¡Qué modestos! ¡Qué parecidos a las chicas de piernas gordas que rondan por el hotel Alvear en la esperanza de entrever, aunque sea de lejos, a un cantor mexicano. Pero, al fin y al cabo, las chicas obedecen en parte, quiero creer, al sexo que despierta!
El que ayer me trajo su adaptación (por más que protestara por los idiotas empeñados en verme y empeñados en obligarme a leer sus inepcias) en ningún momento se creyó comprendido por las generales de la ley. Él era otra cosa, su obra iba a interesarme; yo me daría el gusto de aplaudirla.
Pessoa comenta con alguna desconsideración a Virgilio. Qué bien se habrá sentido tras el valiente desahogo. Es claro que la poesía de Virgilio merece una consideración más atenta.
Para El fin de Fausto
. Le hubiera gustado morir como Louise de Vilmorin, en su cama, con todos los de la casa llorando. Ella dijo eso (en contestación al cuestionario de Marcel Proust) y así murió, de un ataque cardíaco, el 29 de diciembre de 1969.
Cf
. el agradable artículo de A.D.V., «El legendario encanto de Verrières», en
La Prensa
, del domingo 19 de marzo de 1989.
En la noche del 30 de marzo (1989) veo por televisión una película, con Claudia Cardinale y Franco Nero, titulada
Los guapos
. Los guapos eran miembros de la camorra napolitana. El significado del término concuerda con el que le damos aquí; aunque allá designaba (¿o designa?) precisa y únicamente a los miembros de la Camorra; de esos guapos se esperaba, como de los nuestros, que estuvieran siempre dispuestos a imponer su voluntad, o la de sus protegidos, por el coraje y que tuvieran el sentido del honor a flor de piel, rápidos en tomar ofensa y en levantada con arma blanca. El arma blanca de ellos era una navaja; de los nuestros, un cuchillo.
Aclaro ahora que la película no era doblada y que la palabra empleada por los actores era
guapo
. ¿Nada nuestro es nuestro? ¿También nos van a sacar el coraje criollo? El criollo del sainete que menosprecia a un pobre gringo, o tano, ¿aspira a merecer por su coraje un mote importado de Nápoles? Es claro que nos queda siempre una probabilidad de que los napolitanos hayan recibido la palabra de los españoles. En España el sentido del término parece haberse corrido hacia apuesto; en Nápoles y en nuestro país, se afianza en la acepción que primero da la Real Academia, de «animoso, bizarro y resuelto, que desprecia los peligros y los acomete». Por eso tiendo a creer que a nuestro «guapo» lo importamos de Nápoles.
Si la palabra hubiera aparecido en Nápoles muy a fines del siglo XIX, cabría la hipótesis, grata al patriotismo, de que un emigrante de vuelta a su país, la hubiera importado de la Argentina. En
guapo
Corominas dice: «En España, bien parecido; en América, valiente» o algo de idéntico significado.
Las enfermedades de las mujeres son el
opprobium medicorum
.
Veo
Corregir
en Corominas. De
regere, regir; gobernar
. Qué cierto. Al corregir uno rige, gobierna sus escritos; por eso no cabe esperar mucho de escritores que dicen: «Yo no corrijo, no puedo corregir».
En el Washington Park, en Portland, trabaja un grupo de estudiosos del elefante. Hay quienes ven con malos ojos la actividad de esa gente; creen que están aprovechando los elefantes, y martirizándolos, en aras del progreso de la ciencia. Uno de ellos (Schmidt) explica: «Nada de lo que aquí se hace es en beneficio de los hombres; todo es en beneficio de los elefantes».
Me parece admirable un mundo en que puede haber un grupo de hombres que consagra su vida y su inteligencia en una causa tan desinteresada como ésa.
8 abril 1989
. Silvina entra en mi cuarto y me dice: «No sé qué hacer. No tengo nada que hacer. ¿Comprendés? Absolutamente nada».
Juan Bautista Bioy, mi abuelo, solía decir: «En techo viejo hay goteras». En cuanto a mí, las goteras no esperaron la vejez para aparecer; me acompañaron a lo largo de la vida.
Las primeras goteras que me llegaron fueron las de nuestra querida, vieja casa del Rincón Viejo, en Pardo. Yo las veía como la enfermedad de esa casa; una enfermedad implacable, que la condenaba. Debí de intuir que el hecho de que la casa se lloviera, sumado a la circunstancia de que el rendimiento del campo, administrado por mí por poco fuera inferior a los gastos, sería un argumento de mi madre para lograr que diéramos el Rincón Viejo en arrendamiento.
Desde 1926 no volvimos allá. Íbamos a la estancia de mi familia materna, San Martín, en Vicente Casares. En esa casa no había goteras. Cuando yo retomé el Rincón Viejo, en 1035, tuve siempre alguna parte de la vieja casa en arreglo. Mientras por un lado yo arreglaba la casa, que es grande y vieja, por otro se desarreglaba. Desde luego, no acabé nunca con las goteras. Acabaron con ella mis padres, cuando volvieron a Pardo, después del cuarenta. En el 46, aproximadamente, reconstruyeron, desde los cimientos, la parte principal de la casa y le agregaron un piso alto. Las goteras desaparecieron, al menos por muchos años.
Ahora hay goteras en mi departamento de Posadas 1650. El metálico ruido de gotas en los cacharros que ponen para recibirlas me entristece. Ha de renovar en mí la angustia de cuando era chico y oía esas gotas con la desolada convicción de que me hacían perder el mágico paraje de Pardo.
Sueño
. Un médico que descubrió el modo de rejuvenecer a la gente y que había leído mis libros, me propuso ensayar su tratamiento conmigo. Me rejuveneció, no tuve más lumbagos y volví a jugar al tenis. En un campeonato para veteranos, en Cagnes-sur-Mer, barrí con mis adversarios.
Poco después me encontré con Willie Robson y le conté esta proeza. Con aire reflexivo comentó:
—¡Cómo habrá bajado el nivel del tenis internacional!
La contestación, que estaba en carácter, de pronto me hice recapacitar: Willie Robson había muerto —por eso mi triunfo fue para él una información reveladora sobre el actual nivel del tenis— y yo estaba soñando.
20 abril 1989
.
MI AMIGA: De tu libro publicado por Tusquets me dijeron que se vende mucho, lo que me dio bastante bronca.
YO, balbuceando: A mí me parece una muy buena noticia.
MI AMIGA: A mí me da bronca porque prueba que la gente prefiere leer libros sobre novelas y cuentos, a leer novelas y cuentos.
Tal vez tenga razón, pero ¿cómo no comprende que para mí tiene que ser muy buena noticia que mi último libro se venda? ¿Cómo no comprende que esa bronca suya me irrita un poco?
Comprobación
. Hace un tiempo mis amigas me preguntaban si llevaba un diario y expresaban la esperanza de que no las nombrara, ni dijera nada de lo «nuestro». Hoy, dos de ellas dejaron ver contrariedad cuando dije que en mi autobiografía no figuraban.
Quieren que las incluya. ¿No temen que diga algo que pueda molestarlas? Como los políticos y tantos otros, prefieren que las ridiculice a que las ignore. Además, ¿cómo alguien podría ridiculizarlas? Es triste que aun ex amantes nos quieran por nuestra fama, no por nuestras cualidades (
if any
).
Soy inconstante a largo plazo. Después de cinco años, me harto un poco de cualquier mujer y a los diez años no la aguanto más.
Un señor, extremadamente bajo, que no conozco, me detiene en el club y, mirando hacia arriba, sonriente y cortés me dice:
—Desde hace tiempo quería verlo, Bioy. Soy el doctor Fulano y le voy a dar un libro mío para que usted lo comente en
La Nación
. Es un Tratado de Derecho Administrativo.
—Yo ni siquiera soy abogado. ¿Cómo cree que puedo escribir sobre Derecho Administrativo?
—Estoy seguro de que puede hacerla. A mí me interesa que usted escriba sobre mi libro porque usted es una persona conocida. ¿No sé si soy claro? A mí me conviene que salga una nota sobre mi libro, que lleve una firma acreditada, como la suya. No sé si me explico.
En 1988 viajé dos veces a Italia, primero para recibir el doctorado en Chieti y después, el premio en Capri. En esta agradabilísima ciudad me agasajaron tanto que no pude menos que aceptar la presidencia del jurado del premio de 1989.
Los agasajos continuaron en Roma y, el último día, el presidente del jurado que me premió, en el momento de la despedida puso en mis manos cuatro o cinco novelas suyas para que yo le buscara un buen editor en la Argentina o en España. Me dije: «Me pasa la cuenta por el premio y las atenciones». Como ningún editor se interesó en esas novelas, me pregunté si realmente me ofrecerían la presidencia del jurado y si yo viajaría a Italia en 1989.
El 8 de mayo de este año, a la hora del desayuno, sonó la campanilla del teléfono. «Lo llaman de Roma», me dijeron. «Voy a pasar la comunicación a mi dormitorio», dije, porque no quería tener la conversación sobre el próximo viaje delante de Silvina. Mientras iba al dormitorio pensaba: «Tendré que apenar a Silvina con la noticia. Qué pereza me da la presidencia del jurado: uno premia a uno y deja de premiar a muchos. Qué pereza los viajes en avión, tan cansadores». Pasé la comunicación y desde mi dormitorio recibí el llamado. «Soy fulano de tal», me dijo una voz. «Soy un joven cineasta y quisiera filmar
La aventura de un fotógrafo
». Le dije que los derechos estaban libres y que esperaba su carta. Volví al comedor a concluir mi desayuno, un tanto desilusionado, porque el viaje a Italia seguía esfumándose. Cuando me felicitaron por la posibilidad de una película comenté: «
Joven cineasta
seguramente debe traducirse por
estrechez de fondos
».
Ya me pasó varias veces. Al ver una fotografía que apareció con un reportaje en La Época de Santiago, por un instante creo que es una fotografía de mi padre. No: es mía. Me digo que he de parecerme a mi padre, lo que me alegra.
Hasta lo que va de año me invitaron a la Feria del Libro de Miami, a las universidades de Colonia, de Dusseldorf y de Bonn y a México (por el Fondo de Cultura Económica). No acepté. Por los derechos cinematográficos de
La aventura de un fotógrafo
me llegaron pedidos de un joven cineasta de Roma y del cómico Gene Wilder de Hollywood. Todo en 24 horas.
Que la copulación empalidece tuve de sobra pruebas
contrario sensu
. Quiero decir que en el 79 yo estaba excesivamente pálido y ahora, capón, me felicitan por el buen color.
14 mayo 1989
. Estoy en la cola de una larga cola, frente a una de las mesas del comicio. Una muchacha bastante linda viene desde la mesa y me dice: «Le rogamos que pase primero». Como yo me resistía, la muchacha me dijo: «Por unanimidad la mesa lo invita». Acepté, bastante confundido. El presidente y todos los que estaban ahí me dieron la mano y me dijeron que era un honor para ellos que yo votara en su mesa. Me dije:
This is not what we were formerly told
.
14 mayo 1989
:
Gran victoria del Frejupo
.
Es la suerte que nos cupo
.
Los pueblos recuerdan con gratitud a los políticos que los empobrecieron; a los que intentan, y no consiguen sacarlos de la miseria, no los perdonan.
Si los seres humanos fueran únicamente automovilistas, no nos quedaría otro remedio que aborrecer a las mujeres. Coro: «Y a los viejos también».
Un señorito
.
Me dijo: «Apurarme no me cae nada bien, así que mi reloj está atrasado veinticuatro minutos. Llego tarde a todas partes, lo admito, pero voy a vivir más».
Me dijo que él, como todos los redactores de santorales, pasaba un momento difícil. Antes podían contar milagros, porque los milagros eran la admitida causa de consagración de los santos. Con el tiempo, no sabía explicar por qué, los milagros fueron menos creíbles, para decirlo francamente, se convirtieron «en burdos embustes, para la óptica de los lectores». Desprovista de milagros, la santidad de los santos parece menos justificada. «Hemos convertido a los santos, créame, en burócratas clericales, demasiado afortunados para sus méritos. Una situación nada satisfactoria desde nuestro punto de vista».