Read Deseo concedido Online

Authors: Megan Maxwell

Deseo concedido (38 page)

BOOK: Deseo concedido
5.65Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Pero ¿por qué me das esto? —preguntó sin entender sus intenciones.

—Porque siempre es bueno tener amigos —señaló esperando equivocarse con respecto a Duncan—. Si necesitas localizarme, dirígete a la cañada de Glenn Affric. Al oeste, encontrarás una pequeña aldea de casas de piedra rojiza junto al lago. Una vez que llegues allí busca al herrero, se llama Caleb, es un buen hombre y mejor amigo. —Apretándole las manos, susurró—: Él te hará llegar hasta mí. Y repito, no quiero nada a cambio. Sólo deseo que sepas que en Kieran O'Hara tienes a un amigo para toda la vida. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —sonrió cogiendo el papel. Después de una significativa mirada por parte de ambos, ella dijo—: Cuídate, ¿me lo prometes?

—Lo intentaré —sonrió alejándose—. Adiós, Megan, cuídate tú también.

Triste por la marcha de un buen amigo como Kieran, se levantó de la cama y, sin darle importancia al papel que éste le había dado, lo guardó en el saco donde llevaba sus pocas pertenencias personales: los pantalones de cuero marrones, las botas de caña alta y la capa gastada de su abuelo Angus. Con melancolía miró aquellas ropas que en un pasado no muy lejano le hicieron tan feliz. De pronto, al escuchar ruido de caballos, sujetándose el brazo que le dolía bastante, se asomó a la ventana. Observó cómo varios guerreros montaban sus caballos, mientras Kieran hablaba con Zac y sonreían. En ese momento, se escucharon nuevos golpes en la arcada. Era Niall.

—Hola, cuñada —dijo entrando con una maravillosa sonrisa—. ¿Estás mejor?

—Sí. ¿Has visto? Kieran se marcha.

Niall se asomó a la ventana y asintió.

—Tiene asuntos familiares que solucionar. —Y para hacerla sonreír dijo—: ¿Sabes lo que me ha dicho ese creído cuando se despedía de mí? Que se pasará por Dunstaffnage para saludar a Gillian, ¿lo puedes creer?

—No tienes nada que temer —sonrió sin brillo en los ojos—. Creo que Kieran es más amigo de lo que vosotros creéis. Es una buena persona.

—Ya lo sé —asintió mirando al guerrero que se despedía con cordialidad de McPherson—. ¿Qué crees que Gillian pensaría si le conociera?

Al escuchar aquella pregunta Megan miró a aquel guapo y joven
highlander
que siempre la apoyaba a pesar de sus continuas meteduras de pata y testarudez.

—¿Quieres sinceridad?

—¿Desde cuándo mi cuñada no es sincera en algo? —preguntó extrañado mirándola a los ojos.

—Muy bien —sonrió retirándole con cariño el pelo de la cara—. Cuando Gillian lo vea con esos impresionantes ojos azules, ese pelo tan rubio y esa maravillosa sonrisa, pensará: «Este O'Hara es un hombre muy guapo».

—¿Tú crees? —preguntó molesto al pensar en Gillian mirando a otro que no fuera él.

Su gesto contrariado hizo sonreír a Megan.

—Oh, sí, estoy segura. Pero en cuanto Kieran comience a acosarla, pensará: «Este O'Hara es muy pesado», y lo pondrá en su sitio. —Aquello hizo reír a Niall, por lo que aprovechó para preguntarle—: ¿Por qué no dejas de evitar lo inevitable?

—Porque no sé si soy lo suficientemente bueno para ella —respondió él contemplando cómo los guerreros iniciaban su marcha.

—Eso no lo sabrás hasta que lo intentes, Niall —susurró con tristeza en la voz y en la mirada—. Pero también te diré que, a veces, uno cree que es bueno para el otro. Hasta que un día te das cuenta de que estás equivocado y…

—Tú eres perfecta para Duncan —dijo al entender sus dolorosas palabras—. ¡No lo dudes, Megan! Nunca le había visto sonreír de la manera que sonríe cuando está contigo.

—Déjalo, Niall —susurró sin fuerzas mirando por la ventana—. Lo nuestro ha sido un tremendo error. Cuando vivía con el abuelo y Mauled podía ser yo en todo momento, ¿y sabes por qué? Porque nadie esperaba nada de mí que no fuera lo que ya conocía.

Sorprendido por sus palabras preguntó:

—¿Por qué dices eso?

—Porque no estoy a la altura de lo que tu hermano y tu clan esperan de mí. —Sollozó. Nunca la había visto llorar y eso no sabía cómo manejarlo—. Soy todo lo que no debe ser la mujer de un
laird
, y yo le advertí que no se casara conmigo, pero él se empeñó. Yo estaba tan desesperada que acepté y… y…

—No, no, no llores —repitió sin saber bien qué hacer, mientras la tristeza y las lágrimas compungían el bonito rostro moreno—. ¡No me hagas esto, Megan! ¡Por favor! —dijo mientras ella se tiraba a sus brazos y lloraba desconsolada.

Con paciencia y buenas palabras, Niall la convenció para que se acostara. No le gustaba verla así. Ella era una mujer fuerte y con carácter, no una mujer destrozada y falta de vida. Cuando salió de la habitación tremendamente enfurecido, fue en busca de su hermano. Lo encontró sentado frente a las cuadras, pensativo, bebiendo cerveza.

—¿Cuándo piensas subir a ver a tu mujer?

—Cuando lo crea necesario —respondió sin mirarle.

Duncan se levantó y entró en las cuadras, donde Stoirm y lord Draco lo recibieron resoplando.

—No te acerques a Stoirm —advirtió Niall al ver al animal moverse inquieto.

—¿Cómo ella fue capaz de acercarse sin que la mordiera? —preguntó intentando entender—. ¿Y cómo pudo montar sin que la tirara?

—No lo sé. Quizá sea más testaruda que él —respondió Niall.

—El abuelo y Mauled siempre decían que Megan sabía comunicarse con los animales —contestó de pronto Zac entrando en la cuadra—. Y cuando un caballo era testarudo o difícil de tratar, ella conseguía que dejara a un lado su testarudez y le hiciera caso.

Al escuchar la voz del niño, los dos
highlanders
se volvieron para mirarle.

—¿De dónde sales tú? —sonrió Niall agachándose para cogerle.

—¿Qué haces aquí? Deberías estar durmiendo con Ewen —lo regañó Duncan con una media sonrisa, viendo a Ewen a pocos metros.

El niño, tras mirarles con ojos tristones, respondió:

—No puedo dormir. Estoy muy preocupado.

Aquella contestación hizo sonreír a los hermanos.

—Veamos, ¿qué tipo de preocupación no te deja dormir? —preguntó Duncan con cariño mientras Niall le prestaba atención.

Zac, tras mirar unos instantes al guerrero, marido de su hermana, tragó con dificultad y preguntó:

—¿Es cierto que Megan y yo nos tendremos que marchar cuando tú no nos quieras?

—¿Qué? —susurró Niall sin entender lo que el niño decía.

—¿Cómo dices? —preguntó Duncan—. ¿Dónde has escuchado eso?

—Shelma dijo que si Megan no era buena contigo, tú no nos querrías y nos tendríamos que marchar. Y Megan, enfadada, gritó que si tú nos echabas de tus tierras, ella cuidaría de mí.

—Olvídalo, Zac —aclaró intranquilo Duncan mirando a su hermano, que le observaba desconcertado—. Nunca os echaré de mis tierras. Ahora ve a dormir tranquilo, pero no le digas a nadie lo que hemos hablado aquí, ¿de acuerdo?

El niño sonrió. Tenía la misma sonrisa que su hermana mayor, y eso le hizo latir el corazón.

—¡Vale! Pero no me gusta que hagas llorar a Megan —le reprochó el niño.

Duncan, clavando su mirada en él, preguntó:

—¿Por qué crees que he sido yo quien la hizo llorar?

—Porque ella dijo que tú le habías partido el corazón —respondió el niño sin entender que aquel comentario acababa de partírselo a él.

Al escuchar aquello, Duncan se quedó tan desconcertado que tuvo que ser Niall quien hablara.

—Anda, bichejo, ve a dormir —sonrió Niall.

Tras soltarlo, el pequeño corrió hasta Ewen, que con una sonrisa le cogió en brazos y se lo llevó.

Pasados unos instantes y al ver que su hermano no decía nada, Niall, dándole un puñetazo en el brazo, preguntó:

—¿Cómo se te ocurre partirle el corazón a Megan?

Rascándose la barba incipiente de su barbilla Duncan murmuró:

—No tenía ni idea. Pero Shelma me lo explicará ahora mismo —dijo echando a andar con decisión hacia el interior de la fortaleza.

Aquella noche, al no verle aparecer por su habitación, Megan se convenció de que Duncan seguía enfadado con ella. Harta de dar vueltas en la cama, decidió levantarse. Al asomarse por la ventana, escuchó los golpes que Stoirm propinaba en la cuadra. Por ello cogió unas hierbas de su talega y decidió bajar sin hacer ruido para intentar calmar al animal.

«¡Ya qué más da!», pensó encogiendo los hombros.

Con cuidado, se puso la bata que Gillian le regaló y, tras comprobar que todo estaba en orden, salió sin hacer ruido. Despacio, abrió la puerta de la fortaleza y llegó hasta las cuadras, donde lord Draco resopló al verla entrar.

—Hola, guapo —lo saludó dándole un beso en el hocico. Tras hablarle durante un rato y acariciarlo, se plantó frente al inquieto caballo, que al verla relinchó—. Hola, Stoirm —susurró extendiendo su mano para darle un poco de
azúcar
mezclado con hierbas—. Toma esto, te relajará. Lo necesitas.

Mientras el caballo chupaba la palma de su mano, ella con cuidado se fue acercando hasta terminar apoyada en su cuello. Con cariño le susurró cerca de la oreja:

—Siento decirte que mañana me voy hacia las tierras de mi marido, por lo que he venido a despedirme de ti. Me hubiera encantado llevarte conmigo, porque sé que tú y yo nos entenderíamos muy bien, ¿verdad? —Sonrió al ver al caballo menear la cabeza—. Pero tendrá que ser en otra vida porque en ésta lo veo difícil. Creo que tú, a tu modo, y yo, al mío, somos parecidos. Ninguno de los dos encajamos donde estamos y ninguno cumplimos con lo que se espera de nosotros. Stoirm, eres un buen caballo, además de hermoso. Espero que alguien se dé cuenta de que sólo necesitas un poco de cariño y atención —susurró tocando con su mano sana el cuello del animal. Con cariño lo besó antes de alejarse de él—. Adiós, Stoirm. Cuídate.

Con un nudo en la garganta, se dirigió hacia la salida de la cuadra cuando de pronto apareció una sombra en la oscuridad.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Duncan todo lo suave que pudo.

—Yo, pues… —suspiró angustiada al verse descubierta—. Lo siento. Sólo quería despedirme de… —Y sin mirarle a los ojos susurró—: Discúlpame, no volverá a ocurrir.

—De acuerdo —respondió al verla tan vulnerable con el brazo vendado y la tristeza en el rostro.

El silencio entre los dos se tornó incómodo. Ambos sabían que lo ocurrido aquella tarde les convertía de nuevo en rivales, no en amigos.

—Me gustaría regresar a la habitación, mañana tenemos un largo viaje —solicitó Megan.

—Volverás en cuanto hayas hablado conmigo —dijo Duncan—. ¿Podrías mirarme cuando te hablo?

Levantando el mentón, Megan le miró.

—Sí, por supuesto —asintió ella.

Al conectar con sus ojos, Duncan se dio cuenta de la inseguridad que transmitía la expresión de su mujer.

—Quería hablarte sobre lo que ha ocurrido hoy —comenzó a decir nervioso al ver que ella lo observaba de una manera que no expresaba ninguna emoción—. Lo primero de todo es disculparme por lo que te hice en el brazo. ¡No sé qué me pasó! Me he comportado como un auténtico animal y…

—Estás disculpado —respondió con excesiva serenidad—. Me lo merecía.

No le gustaba verla así. No quería verla así. Él adoraba a la Megan salvaje y contestona, aunque en ciertos momentos la estrangularía. Sentirla tan acobardada y sumisa, no le gustó. Le horrorizó.

—Megan —dijo cogiéndola del brazo con suavidad para atraerla hacia él—, no merecías que te hiciera lo que hice. Me comporté como un bruto y…

—En lo sucesivo, intentaré medir mejor mis actos y mis palabras —continuó sin escucharle—. Déjame recordarte que nuestra unión fue un
Handfasting
. Si en cualquier momento quieres que nuestros votos finalicen, dímelo. ¿Puedo volver ahora a la cama?

Aquella frialdad en sus palabras dañó el hasta ahora imperturbable corazón de Duncan, pero no dijo nada, calló.

—Por supuesto. —Desistió de seguir hablando con ella—. Saldremos al alba.

Agachando la cabeza, ella asintió.

—De acuerdo. Buenas noches.

Sin mirar atrás y con unas enormes ganas de maldecir y llorar, Megan regresó a su habitación. Aquella noche no sólo ella no durmió.

Al alba, una ojerosa Megan entró en el comedor tan correctamente peinada y vestida que atrajo la mirada de todos.

—¡Vaya, cuñada! —sonrió Niall al verla mientras comía junto a su silencioso hermano—. Hoy estás preciosa.

Con una tímida sonrisa hacia su cuñado, que hizo a Duncan temblar, ella le agradeció aquel cumplido.

Acercándose a la mesa donde distintos platos de comida esperaban a ser engullidos, Megan tomó un plato y se sirvió una pequeña porción. Luego se sentó junto a Shelma.

—¿Has pasado buena noche? —preguntó Shelma, que se sentía culpable por el estado de ánimo de su hermana.

—No he podido dormir mucho. El dolor del brazo no me ha dejado. —Y mirándola dijo—: Tienes mala cara. ¿Te ocurre algo?

Haciendo intentos por no llorar, Shelma respondió:

—Estoy cansada, tengo sueño y me duele un poco la cabeza.

Sin quitarle la vista de encima, Megan señaló tocándole la frente:

—No me gusta nada el color de cara que tienes.

Desde el otro lado de la mesa, un dichoso Anthony que la había observado entrar dijo:


Milady
, quiero presentaros a Briana, mi mujer.

Megan, al escuchar las palabras de Anthony, se levantó con rapidez.

—Oh…, perdonad mi despiste —sonrió con amabilidad acercándose a ellos—. Me gustaría que me llamarais Megan, por favor. —Tras coger las manos de aquella menuda y delicada mujer de pelo castaño y ojos color avellana, dijo—: Me alegro muchísimo de conocerte. —Tocando su todavía liso estómago, preguntó—: ¿Te encuentras bien?

—Es un placer conoceros,
milady
—asintió Briana, y al ver el gesto de aquélla rectificó—: Megan, creo que ambos estamos bien.

Una sonrisa entre las mujeres puso de manifiesto que se llevarían bien.

—¿Sabes? Viajarán con nosotros —le comunicó Shelma.

Megan, encantada por aquello, sonrió sin ver cómo su marido la miraba.

—Volvemos a Inverness —anunció Briana.

—Quería pediros disculpas por… —susurró Anthony mirándola a los ojos.

—Yo hubiera hecho lo mismo —le interrumpió Megan—. Eso ya es algo pasado. Ahora debemos mirar hacia delante.

Con brusquedad, Duncan se levantó de la mesa furioso por ser incapaz de acercarse a su mujer y rezongó:

—Esperaré fuera. Procurad no demorar mucho la salida.

BOOK: Deseo concedido
5.65Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Miracle at Speedy Motors by Smith, Alexander Mccall
Once Upon A Dream by Mary Balogh, Grace Burrowes
The Book of Ghosts by Reed Farrel Coleman
Killing Us Softly by Dr Paul Offit
Heart of Gold by Tami Hoag
A Silent Fury by Lynette Eason
Acid by Emma Pass
Belonging Part III by J. S. Wilder