Authors: Megan Maxwell
—Deseo concedido —respondió ella con una increíble sonrisa.
—Esa frase es mía —rio a carcajadas al escucharla.
—Ahora es mía también, como lo eres tú —sonrió llenándole de amor, mientras caminaban hacia el campamento con una enorme expresión de alegría en el rostro y en el corazón.
La comitiva, tras parar en el lago Lochy, reanudó su marcha. Después de besar a su mujer, Duncan cabalgó para reunirse con Lolach y Niall, que bromearon y se mofaron de él por su reluciente sonrisa. Megan, junto a Zac, que la abrazaba con ternura, atendía dentro de la carreta las preguntas de una inquieta y sonriente Shelma, hasta que los hermanos se durmieron.
—Echaré de menos mis tierras —murmuró Briana.
Y, sin vacilar en sus palabras, ante los ojos incrédulos de Megan, le contó lo ocurrido con su hermano y sus padres.
—Lo siento mucho —dijo Megan abrazándola tras escucharla.
—Todos pasamos por momentos duros en la vida —respondió con su dulce vocecita—. Sé por Anthony que tu vida tampoco ha sido fácil.
—Siempre ha sido complicada —señaló Megan con calidez.
En ese momento, Shelma se incorporó con rapidez, tomó un cesto vacío y vomitó.
—¡Puaj! —gritó Zac saltando hacia un lado—. ¡Qué asco!
—¡Por san Ninian! —exclamó Megan, preocupada—. ¡Shelma! ¿Estás bien?
Con el rostro ceniciento, Shelma respondió:
—Un poco revuelta por el viaje.
—¡Ewen! —llamó Megan al guerrero que conducía la carreta—. Zac se sentará contigo delante. —Y mirando a su hermano le indicó—: Pórtate bien. Shelma no se encuentra bien.
—Incorpórate —la ayudó Briana—. El aire no te vendrá mal.
—¿Qué te pasa? —se asustó Megan al ver a su hermana blanca como la leche—. ¿Te encuentras bien?
—No lo sé —respondió dándose aire para no volver a vomitar—. Me encuentro mareada. Serán los tumbos que vamos dando.
—No quisiera alarmarte —comentó Briana—. Pero ¿crees que existe la posibilidad de que estés embarazada?
—¡Oh…, Dios mío! —exclamó Shelma con una sonrisa, llevándose las manos a la cara.
—Imposible —aclaró Megan—. Apenas llevamos un mes casadas.
En ese momento, se abrió la cortinilla del carro. Era Duncan.
—¿A qué huele aquí?
Pero no hizo falta responder: Shelma volvió a coger el cesto y vomitó. Duncan, al ver la angustia de su mujer, ordenó parar.
—¿Por qué paramos? —preguntó Lolach acercándose extrañado.
Megan cogió su talega con rapidez y respondió:
—Necesito calentar agua. Debo dar a Shelma algo para calmar su estómago.
—Tu mujer no se encuentra bien —respondió Duncan bajándose del caballo para ayudar a las mujeres a descender de la carreta, pero, antes de llegar a su mujer, ésta saltó.
—Me llevaré a un grupo de hombres. Traeremos algo para comer —anunció Niall, y mirando a Zac le preguntó—: ¿Quieres venir con nosotros, jovencito?
—¿Puedo ir, Megan? —preguntó mirando a su hermana, que preocupada por Shelma asintió con la cabeza.
—No os preocupéis,
milady
. Iré con ellos —se apresuró a decir Ewen siguiendo al grupo de veinte hombres que se alejaba.
Lolach, al ver el aspecto de Shelma, la cogió en brazos y la sentó bajo un gran árbol con preocupación. Una vez allí, Briana le colocó paños frescos en la frente y le indicó que se marchara con los hombres. Ella y Megan la cuidarían.
Inquieto por su mujer, ordenó a sus hombres montar el campamento. Pasarían allí la noche. Pasado un rato, Lolach observó cómo Megan abría su talega y de una pequeña bolsita extraía unos polvos amarillentos, que echó en el cazo de agua hirviendo para luego, a pesar de las primeras protestas de Shelma, obligarla a beber.
Cuando Lolach vio que su mujer se incorporaba, se acercó a ella y, cogiéndola en brazos, la llevó hasta la pequeña tienda de lona cruda que sus hombres habían montado, mientras Briana se marchaba con Anthony.
Duncan y Megan se miraron y, sin necesidad de hablar, se comunicaron. Con una sonrisa en sus labios comenzaron a acercarse, pero unos gritos procedentes del bosque atrajeron su atención, momento en el que varias flechas cruzaron ante ellos.
Duncan maldijo atrozmente lanzándose hacia Megan a la carrera mientras sacaba su espada.
—¿Qué pasa? —gritó al sentirse zarandeada por él—. ¡Oh…, John ha caído! —susurró paralizada al ver al cocinero desplomarse a pocos metros de ella con una flecha clavada en la espalda.
—¡Corre y no pares! —exclamó Duncan tirando de ella, buscando la protección de los árboles. Al ver que Lolach corría hacia él, dijo—: Escucha, cariño, tienes que llegar hasta la tienda donde está Shelma. Allí estaréis a salvo. No salgas por nada, ¿de acuerdo?
Ella asintió y, tras darle un rápido beso, corrió hacia la tienda mientras Duncan gritaba a sus hombres, sin perder de vista a su esposa hasta que entró en la tienda y una cuadrilla de hombres la rodeó.
—¿Qué está pasando? —susurró Shelma al ver entrar a su hermana con gesto descompuesto.
—¡Nos están atacando! —respondió, agotada por la carrera. Pero al ver el horror en los ojos de su hermana indicó—: Oh…, pero tranquila, nuestros hombres ya lo tienen controlado. ¿Dónde tienes tu espada?
—Esta ahí —susurró señalando un pequeño baúl que Megan abrió.
—¡Oh, Dios mío! —sollozó Briana entrando en ese momento.
—¿Dónde está Zac? —preguntó Shelma incorporándose.
—Se fue con Niall, Ewen y un grupo de guerreros en busca de comida.
—¡Qué horror! —gritó histérica Briana—. ¿Quiénes son esos hombres?
—No lo sabemos. Siéntate junto a Shelma y… ¡por favor, cállate! —pidió Megan concentrada en los sonidos del exterior, de donde procedían gritos de queja, ruido de metal y maldiciones.
En el exterior de la tienda, Duncan, Lolach y sus hombres se enfrentaban a una banda de ladrones. El Halcón dirigía la lucha, pero vigilaba que la tienda donde estaba su mujer continuara a salvo. Deseó que Niall no demorara mucho su regreso y se maldijo al percibir que su autocontrol le estaba fallando.
Lolach, que acababa de hundir su espada en el cuerpo de su atacante, sintió que algo le atravesaba el hombro. Una flecha lo había alcanzado. Pero, sacando fuerzas del propio dolor, siguió luchando. En cuanto Duncan se percató de que su amigo estaba herido, corrió en su ayuda. Tras quitarle de encima a un adversario, le empujó tras un gran árbol para que pudiera descansar bien protegido. Conocía muy bien ese dolor. Después se encaró a otro ladrón que se acercaba hacia ellos con cara de loco. Recuperando su autocontrol, se concentró en el ataque, se olvidó del resto y comenzó a luchar con esa fiereza habitual que tanto temían sus adversarios.
—Me va a dar algo si no salgo de aquí —dijo inquieta Megan en el interior de la tienda.
—¡No se te ocurra salir! —gritó Shelma justo en el momento en que un lado de la tienda se abría cortado por una daga.
Ante ellas apareció un hombre bajito de aspecto rudo y desaliñado.
—¡Por las barbas de san Fergus! —rio mirando a las mujeres con avidez—. El botín será muy sustancioso esta vez.
—Si te atreves a tocarnos —amenazó Megan adelantándose a las otras dos—, te juro que te corto el cuello.
—¿En serio, mujercita? ¿Lo harás tú sola o acompañada?
—Preferiría acompañada. Pero si tengo que hacerlo sola, también lo haré.
Para impresionar a Megan, el hombre atacó en un rápido movimiento. Pero el sorprendido fue él, cuando ésta le detuvo el acero a mitad de camino con una sonrisa desafiante. La sádica mirada del adversario, una vez repuesto de la impresión, volvió a su rostro.
—Ten cuidado porque cerdos como tú no son adversarios para mí —siseó Megan.
—¡Perra! —gritó el hombre y, con todas sus fuerzas, comenzó un ataque brutal contra Megan, que sin ningún esfuerzo le demostró que tenía mucha más agilidad y rapidez que él.
En ese momento, entró un segundo hombre. Era más alto y más joven que el primero, y al verle luchar con la mujer gritó:
—¡Balducci! ¿Qué demonios haces?
—¡Me la quiero llevar como parte del botín! —gruñó el bajito sudoroso—. Vuestro hermano me dio permiso.
—Lo que te vas a llevar será… ¡esto! —gritó entonces Megan hundiendo su espada en el costado del hombre. Con la espada manchada de sangre, gritó al recién llegado—: Si no quieres correr la misma suerte, ¡sal de aquí ahora mismo!
—¡Tranquila, gitana! —murmuró el más alto mientras ayudaba a su compañero a levantarse para salir de la tienda—. ¡Me gusta tu arrojo, mujer!
—¡Sal de aquí antes de que te mate o venga mi marido, Duncan McRae!
Al escuchar aquello, el ladrón se paralizó.
—Ahora entiendo, ¡eres la mujer de McRae! —rugió el hombre I rente a Megan, que estaba preparada para luchar de nuevo.
Pero un movimiento de Briana la hizo girar la cabeza, momento que el más joven aprovechó para empujarla, quitarle la espada y retenerla con su espada en la garganta, haciendo que Briana se desmayase y Shelma ni pestañease.
—Si te mueves, no me quedará más remedio que cortarte este precioso cuello —señaló el alto con descaro, poniendo una mano encima de uno de sus pechos.
—¡No toques a mi hermana! —gritó Shelma acercándose a ella.
—Vuelve a tu sitio, si no quieres ver rodar la preciosa cabeza de tu hermana —dijo el hombre antes de preguntarle a Megan—: Y tú, ¿de qué te ríes?
—Me río sólo de pensar —murmuró mirándole a los ojos al tiempo que se cambiaba de mano la daga que Shelma le acababa de dar al acercarse a ella— en cómo la sangre pronto se espesará en tus venas.
Y apretando con fuerza la daga se la clavó en la última costilla, como le había enseñado Mauled. Al sentir el pinchazo, el joven se movió, paseando con peligro la espada por el cuello de Megan, lo que le provocó un corte.
—¡Malditos seáis los McRae! —gimió el bandido convulsionándose antes de caer muerto al suelo.
—Megan —sollozó Shelma al verle el cuello—, ¡estás sangrando!
—Tranquila. Será un pequeño corte, no te asustes —susurró notando cómo la sangre bajaba por su cuello sin dejar de apretar en su mano la daga ensangrentada.
Briana se sentó en el suelo repentinamente, pero cuando miró hacia Megan y vio la sangre puso de nuevo los ojos en blanco y cayó hacia atrás.
—¿Sabes? —intentó sonreír Megan a su intranquila hermana dando una patada al hombre que había fallecido a sus pies—. En ocasiones como ésta, me alegro de que el abuelo nos criara como a guerreros y no como a asustadizas mujercitas.
Mientras el ruido de los caballos parecía pasar por encima de la tienda, la tela se abrió y Duncan irrumpió vociferando al ver a su mujer en aquellas condiciones.
—¡Por la santa cruz! ¡Estás herida! —gritó con voz desgarradora al soltar su espada como si le quemara en la mano—. ¿Estás bien?
Al abrazarla, notó la tensión en el cuerpo de su esposa, aunque al sentir el calor de su marido dejó de temblar.
Manteniendo el control, Duncan la separó de él para observarla. Vio la daga en su ensangrentada mano y, sin dejar de mirarla, se la quitó y la tiró al suelo.
—Estoy bien. No es nada, tranquilo —respondió al ver cómo le examinaba el cuello y el vestido manchado de sangre.
—¿Cómo me voy a tranquilizar? —susurró inspeccionando el corte, temeroso de que fuera más de lo que veía.
Megan, al observar la preocupación en sus ojos, cogió entre sus manos la cara de su marido y lo besó.
—Todo está bien, cariño. De verdad —le susurró con tanta dulzura que Duncan sólo pudo sonreír y abrazarla mientras le susurraba al oído que Zac estaba bien.
—¡Por san Ninian! —exclamó Lolach al entrar junto a Anthony a la tienda—. ¿Estáis todas bien?
Shelma gritó al ver la flecha que atravesaba el hombro de su mando.
—¡Tu hombro! ¿Cómo has dejado que alguien te hiciera eso?
Lolach, al escucharla, sonrió a pesar del dolor que sentía.
—Si me gritas, dolerá más —respondió intentando tranquilizar, a su histérica esposa, y sentándose encima de un baúl indicó—: Necesito que alguien me saque la flecha.
—Yo lo haré —se ofreció Megan olvidándose de su herida.
—Debes curar primero tus heridas —exigió Duncan mirándola consternado.
—Luego lo haré —respondió Megan para enseguida dirigirse a su hermana—. Trae tu talega o la mía. Necesitamos algo para que pueda morder mientras le saco la flecha. Lo siento, Lolach, pero tendré que pasarte un hierro caliente por encima.
—Megan —sonrió Lolach al ver su determinación—, sabes que de esto no voy a morir. ¡Por favor! Mírate la herida del cuello, no deja de sangrar.
Niall entró en la tienda y blasfemó al ver a su cuñada herida.
—Llévate de aquí a esta mujer —gruñó mirando a su hermano—, o me la llevo yo. ¡Santo Dios, Megan! Cúrate tú primero antes de curar nadie.
—El que faltaba —gruñó Megan mientras se agachaba a mirar el hombro de Lolach—. Niall, serías más útil si ayudaras.
—Todos tienen razón —susurró Shelma preocupada por los dos.
—Sois una pandilla de cabezones —gritó enfadada Megan sin dar su brazo a torcer.
—¡Mira quién va a hablar! —se mofó Duncan guiñando un ojo a Niall y Lolach.
Sin darle tiempo a responder, la cogió en brazos y la sacó de la tienda en contra de su voluntad.
—¡Shelma! Ocúpate de tu marido. Yo me ocuparé de mi mujer. Niall, dile a Myles que traiga agua caliente a mi tienda y avisa a Mael para que ayude a Shelma.
—Eres un burro insensible —gritó Megan. Al salir de la tienda y mirar a su alrededor, se horrorizó al ver bastantes heridos—. Duncan, ellos me necesitan.
—Y yo te necesito a ti —susurró con voz ronca entrando en su tienda.
Momentos después, apareció Myles con un balde de agua caliente. Duncan cogió un paño limpio y, tras mojarlo en el agua, comenzó a quitar con cuidado la sangre del cuello, y no se relajó hasta que comprobó que realmente el corte no era nada importante. Tras curarla, la besó.
—Ahora, señora mía —susurró ayudándola a levantarse—, nuestros hombres te necesitan.
—No hagamos esperar más —sonrió ella antes de empezar a dar órdenes a Myles y Mael.
Aquella noche, tanto Duncan como Niall vieron con sus propios ojos cómo aquella mujercita cabezona de cabello azulado, a la que muchos hasta aquel momento llamaban la
sassenach
, se ganaba uno a uno a todos los guerreros. Preocupados por su señora, le preguntaban por su herida del cuello, y ella les respondía con una sonrisa que sólo era un simple rasguño. Atendió con especial cuidado a John, el cocinero, algo que él agradeció. Sin dejarse vencer por el sueño, Megan trabajó sin descanso, curándoles a todos con cariño, intentando recordar sus nombres y esforzándose por aliviarles su dolor.