Authors: Megan Maxwell
Con las primeras luces del alba, tras una agotadora noche, recogieron el campamento y retomaron el camino con las máximas precauciones posibles, parando un par de veces para revisar las heridas de los guerreros. El día, que había amanecido oscuro y lluvioso, empezó a abrirse en la falla del Glen Mor, dejando sentir rayos de sol ligeros y agradables.
Tras interminables horas de marcha, los hombres bromeaban y decían bravuconadas, pero sus cuerpos doloridos revelaban su verdadero estado. Lolach, a pesar de su herida, no consintió montar en la carreta, y continuó su camino a lomos de su caballo, junto a Duncan y Niall.
—Si notas que vas a vomitar avísame —susurró Megan a su hermana, que volvía a estar pálida.
—Tranquila, sólo necesito descansar —respondió acurrucándose junto a Zac y Briana, que dormían con placidez.
Megan estaba cansada, pero no podía conciliar el sueño. Medio tumbada en la carreta, pensó en la angustia vivida, pero la conversación de los hombres, cada vez más distendida y relajada, la hizo sonreír.
—No duermes —preguntó su marido al abrir la cortina para mirar al interior.
Como un tonto, la visitaba cada cinco minutos para cerciorarse de que estaba bien. Su imagen cubierta de sangre le había impactado y, a pesar de que sabía que estaba bien, no podía dejar de preguntarse qué hubiera hecho si algo malo le hubiera ocurrido durante el ataque.
—Estoy agotada pero no consigo conciliar el sueño como ellos —sonrió señalando a su alrededor.
—¿Te apetecería cabalgar un rato conmigo? —preguntó Duncan ansiando su cercanía y su compañía.
Al escuchar aquello, a Megan se le iluminó la mirada.
—Me encantaría —sonrió levantándose para dejarse agarrar por su marido.
Con sumo cuidado, Duncan la acomodó delante de él y, cubriéndola con el
plaid
de su clan, quedaron ambos bajo la gran manta. Megan se recostó sobre el pecho fuerte y duro de su esposo. Éste, orgulloso y feliz de llevarla entre sus brazos, la apretó contra él mientras cabalgaban por las agrestes tierras de las Highlands.
Duncan cruzó una mirada significativa con su hermano y Lolach para luego espolear a Dark hacia una zona rodeada de pinos, álamos e infinidad de flores en tonos malva.
—Qué lugar más bonito —susurró Megan, incrédula por las tonalidades violeta que cubrían aquel manto verde.
—Estamos en las tierras de Lolach —respondió sorprendiéndola mientras observaba la lenta comitiva—. Cuando crucemos aquella colina, verás el castillo de Urquhart.
—Y descansaremos —suspiró Megan mirando a su alrededor.
—El ruido que oyes es un manantial que nace bajo aquellas piedras —susurró aspirando el perfume de su mujer, mientras intentaba controlar el dolor que sentía en su entrepierna desde que la había sentado delante de él—. Aquí encontrarás hierba fresca y flores de vistosos colores durante todo el año.
—Qué bonito —murmuró ella y, sacando un brazo del
plaid
, señaló—: ¿Has visto el color tan espectacular que tiene esa hierba? Me gustaría regresar a visitarlo al amanecer. Si ahora, con poca luz, es impresionante, cuando despunte el sol tiene que ser maravilloso. Oh…, qué bonito. ¿Has visto el color oscuro del manantial? —volvió a preguntar como una niña.
—Es el color de tus ojos cuando te hago el amor.
Aquella contestación hizo que ella volviera la cabeza para mirarle divertida.
—Duncan McRae —susurró acercando más sus caderas a las de su marido—. ¿En qué estás pensando?
—¡Por san Ninian! —rio al notar cómo ella rozaba su entrepierna—. No sé de qué hablas. Pero estate quieta, mujer. No me tortures más.
—No lo niegues, Halcón —suspiró besándole en los labios—. Tu voz, tus ojos y… algo más en ti me dicen que te gustaría hacer el amor conmigo, aquí y ahora, ¿verdad?
—Eres una descarada encantadora —gruñó complacido. Y, tras comprobar que Lolach y el resto estaban cerca, le susurró al oído poniéndole la carne de gallina—: Pero tienes razón, cariño. Deseo con toda mi alma desnudarte para poder disfrutar de tu cuerpo sin prisa, hasta que esté tan saciado de ti y tú de mí que no podamos ni movernos.
—¡Duncan! —llamó Niall, que cabalgaba junto a Myles hacia ellos.
—Mmm… —ronroneó Megan divertida y acalorada por aquellas excitantes palabras. Posando sus manos encima de la dureza que crecía entre las piernas de su marido, dijo sonriendo al ver que éste daba un respingo hacia atrás—: Esperaré ansiosa ese momento.
—Qué… ¿Qué quieres, Niall? —preguntó Duncan tras aclararse la voz.
Los jinetes llegaron hasta ellos y Niall, mirándoles, preguntó:
—¿Os ocurre algo, parejita?
Duncan miró a su hermano con gesto ceñudo. No pensaba contestar.
—Estáis como sofocado, mi señor —siguió Myles la broma—. Debo preocuparme por vuestra salud, mi
laird
.
El
highlander
resopló.
—Hablábamos de la hierba —señaló Megan, desconcertándolos a todos—. ¿Verdad que es espectacular su color?
Los guerreros miraron sin ninguna emoción la hierba y, cuando se volvieron, se encontraron a Duncan riendo bajo la picara mirada de su mujer.
—¿De qué te ríes ahora? —preguntó Niall frunciendo el ceño.
De pronto se percató de unos pequeños forcejeos bajo el
plaid
de su hermano.
—Nada importante —respondió Duncan recuperando su gesto osco mientras apretaba a su mujer contra él bajo el
plaid
indicándole que se estuviera quieta—. ¿Qué pasa?
—Éste es un camino muy rocoso y la carreta va demasiado lenta —comunicó Myles mirando a Niall, que movía la cabeza sonriente—. Vamos a adelantarnos para indicar en el castillo que vayan preparando las habitaciones. Lolach quiere que Shelma descanse en cuanto llegue.
—Me adelantaré yo con mi mujer —propuso mirándola con una traviesa sonrisa—. Megan también está cansada y deseosa de ver una cama.
—Sí, tienes razón. Se le ve en la cara el cansancio —se mofó Niall sonriendo ante la mueca que su cuñada le hacía y la reprochadora mirada de su sonriente hermano.
—De acuerdo —asintió Myles divertido—. Nosotros continuaremos el camino junto a Lolach.
—Entonces, no se hable más. Nos veremos allí.
Duncan agarró con fuerza, a Megan y, tras espolear a su caballo, comenzó a cabalgar mientras le susurraba al oído:
—Señora mía. Vayamos a cumplir nuestros deseos.
Como alma que lleva el diablo, Niall y Myles les vieron desaparecer colina abajo.
—¡Por san Ninian, Myles! —comenzó a decir Niall con una sonrisa—. ¿Se me va a poner esa cara de tonto cuando me enamore? Si me hubieran dicho que mi hermano era capaz de sonreír así, no me lo hubiera creído.
—¿Sabes, Niall? —respondió Myles carcajeándose—. Siento decirte que ya se te pone esa cara cuando
lady
Gillian está cerca de ti.
Entre risas y bromas, los dos hombres volvieron galopando hacia la comitiva y, uniéndose al resto de los guerreros, continuaron su camino.
La agilidad de Dark y la destreza de Duncan para guiarle hicieron que el camino hasta el castillo de Urquhart resultara maravilloso y excitante. Tras cruzar la colina, pudieron admirar la fortaleza. Al galope, llegaron hasta el pie de la misma, donde el verdor competía con la belleza de las azuladas y oscuras aguas del lago Ness.
Acoplada entre los brazos de su marido, Megan observaba con curiosidad aquel fantástico lugar, mientras cruzaban un pequeño puente que les llevaba hasta el interior del castillo. Una vez allí, el mozo de cuadra se acercó. Pronto se les unió una mujer de mediana edad.
—Hola, Ronna —saludó Duncan, que ayudó a su mujer a bajar del caballo—. Te presento a mi esposa, Megan McRae.
La mujer de ojos claros y piel arrugada sonrió al escucharle.
—Encantada de conocer esa grata noticia,
laird
McRae. ¡Qué mujercita más adorable! —Y acercándose se presentó—. Soy Ronna y como ama de llaves de Urquhart, y en ausencia del
laird
Lolach McKenna, os doy la bienvenida a la casa de mi señor. —Mirando a las jovencitas que sonreían tras ella, dijo—: Ellas son Millie y Candy, para cualquier cosa que necesitéis.
—Muchas gracias, Ronna —sonrió al notar cómo la miraban.
—Lolach llegará en breve —informó Duncan, que cogió con posesión la mano de su mujer y comenzó a caminar hacia el interior del castillo—. Viene junto a su esposa por el camino largo.
—¿Su esposa? —observó Ronna, sorprendida por la noticia—. Mi
laird
Lolach ¿se ha casado? ¿Con quién?
—Con Shelma, mi hermana —respondió Megan—. Y el motivo de que nosotros nos hayamos adelantado es porque ella no se encuentra muy bien. Lolach desea que su habitación esté preparada para su llegada.
—Por supuesto —asintió la mujer mientras las muchachas salían corriendo hacia el interior del castillo.
—La habitación que yo ocupo —preguntó Duncan sin importarle los formalismos—, ¿está preparada?
—Siempre tenemos varias habitaciones preparadas, entre ellas la vuestra y la de nuestro
laird
.
—Muy bien —asintió Duncan entrando en el castillo sin dar tiempo a su mujer a observar nada más. Cuando comenzaron a subir unas escaleras, de pronto Duncan se paró y dijo—: Ordena que I leven a mi habitación una bañera con agua caliente, cerveza y algo de comer. Mi mujer y yo estamos hambrientos y queremos descansar.
Sin decir más, Duncan guio a Megan a grandes zancadas a través de un oscuro pasillo hasta que llegó ante una arcada de madera oscura y labrada. Tras abrirla con rapidez y hacerla entrar, cerró tras de sí.
—¡Duncan! —le reprochó Megan, acalorada por aquella carrera—. ¿Qué pensará Ronna de nuestra impaciencia por llegar a este cuarto?
—Ah…, cariño —señaló apoyándose en la puerta como un lobo hambriento, mientras se desabrochaba el cinturón que sujetaba su espada—. Lo que piense esa mujer poco me importa, cuando sé que estás ansiosa por que cumpla mis deseos.
Su voz y su mirada la acaloraron más que la carrera.
—Todos y cada uno de ellos —señaló Megan acercándose a él.
—¿Me quieres matar, mujer? —sonrió mientras andaba hacia ella y le desabrochaba los lazos del vestido.
—No, mi amor —contestó sorprendiéndole al empujarle de nuevo contra la arcada. Antes de besarle, le susurró enloqueciéndole—: Te quiero disfrutar como nunca nadie te disfrutó.
Cuando Duncan escuchó aquello, dejó atrás toda delicadeza y ambos se entregaron a una feroz pasión.
Cuando el
laird
Lolach McKenna llegó, una vez que hizo las presentaciones del servicio a su nueva señora, se relajó. Shelma parecía haber recobrado fuerzas y sonrió al ver bajar por las escaleras a su hermana y su marido.
—Por fin… ¿Estás mejor? —preguntó Megan separándose de Duncan, que tras darle un rápido beso marchó a dar órdenes a sus hombres junto a Myles.
—Sí, estoy bien. Y, por fin, ya estoy aquí —asintió sonriendo mirando a su alrededor.
El castillo de Lolach era impresionante. El salón tenía un rico mobiliario. Varios tapices coloridos colgaban de sus paredes y una gran mesa de madera presidía la acogedora estancia. La gran chimenea les atrajo hacia ella.
—¿Qué te parece Ronna, mi ama de llaves? —preguntó Shelma.
Megan, tras mirar a la mujer de cara arrugada que daba órdenes a las criadas, dijo:
—Hablé poco con ella. Pero, por lo que veo, sabe mantener las cosas limpias y ordenadas.
—Mi pregunta es qué te parece ella —aclaró Shelma, un poco asustada por la majestuosidad de aquel lugar.
—Entre tú y yo, un poco estirada —respondió viendo cómo la mujer arrugaba el entrecejo al ver que su hermano y Klon, el perro, corrían por la sala—. Pero démosle una oportunidad, quizá la mujer esté nerviosa con tu llegada y…
—Vaya…, vaya. ¡Mi cuñada favorita! —exclamó Niall acercándose con una nada disimulada sonrisa—. Se te ve mejor cara. ¿Has descansado?
Al escucharle, Megan sonrió.
—No todo lo que me hubiera gustado —respondió sacándole la lengua.
En ese momento, Lolach las llamó. La cena de bienvenida iba a comenzar.
El banquete se prolongó hasta bien entrada la noche. Ronna se molestó en hacer trabajar duro al servicio para que su señora se llevara una buena impresión, y lo consiguió. Agobiada por tanto brindis, Shelma pidió a Megan que la acompañara a tomar el aire fresco de la noche, algo que su hermana aceptó tras dedicarle una sonrisa a Duncan.
Una vez que traspasaron la puerta lateral del castillo, fueron a parar a una ancha explanada con vistas al maravilloso e inquietante lago Ness. Emocionadas por la paz que allí se respiraba, se sentaron en unas piedras que el tiempo había tallado otorgándoles aspecto de sillas. Durante un rato, admiraron el paisaje en silencio.
—Nunca hubiera pensado que viviría junto al lago Ness —dijo Shelma.
—Es un lugar precioso —susurró Megan mirando la luna, que aquella noche iluminaba todo con una luz brillante.
—¿Por qué sonríes?
Megan, con una sonrisa soñadora, la miró.
—Pensaba en las historias que el abuelo y Mauled nos contaban sobre este lugar.
—Oh, sí —sonrió Shelma—. Aquí vive Nessie. Un monstruo extraño con cuello de serpiente.
—Según decía el abuelo, una leyenda hablaba de que cuando San Columbano llegó a las
Highlands
, se cruzó con el entierro de un hombre que había sido atacado mientras pescaba en el lago. Pidió a uno de sus discípulos que nadara hasta el lugar donde había ocurrido la desgracia, y el monstruo surgió de entre las aguas. —Levantándose, Megan prosiguió—: Entonces, San Columbano gritó haciendo la señal de la cruz: «No irás más lejos, no tocarás a ese hombre. Vuelve de inmediato al lugar del que vienes», y el monstruo obedeció y todos se hicieron cristianos.
Tras reír entre ellas, aunque con cierta prudencia por lo que pudiera haber de verdad, fue Shelma quien habló con los ojos cargados de lágrimas. Megan se sentó.
—Os voy a echar mucho de menos a ti y a Zac. Lo único que me reconforta es saber que estaréis bien con Duncan y que nos visitaremos siempre que podamos.
Entristecida por las palabras de su hermana, Megan intentó no llorar. Sus días juntas habían acabado y así lo debían aceptar.
—Shelma, no debemos entristecernos. Ambas sabemos que estaremos bien, a pesar de no poder vernos todos los días. Pero eso era algo que sabíamos desde que contrajimos matrimonio. Prométeme que acudirás a mí cuando lo necesites.