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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Despedida (25 page)

BOOK: Despedida
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—No le muerdas —dije. Ahora me temblaba la voz.

—Si mordiera a Lucas y me bebiera toda su sangre —canturreó—, moriría y se convertiría en vampiro. ¿Te prestarías a beber entonces? ¿Para unirte a tu amante?

La abofeteé. La cabeza de Charity giró bruscamente hacia un lado y los demás vampiros se quedaron petrificados, como si no pudieran creer que alguien se hubiera atrevido a pegarle. Charity se llevó su delicada mano a la encendida mejilla. Aparte de eso, actuó como si nada hubiera ocurrido.

—Me pedirás que te deje unirte a mi tribu —dijo—. Me lo suplicarás.

—¿Qué te hace pensar que algún día…? —Las palabras se me atragantaron cuando comprendí lo que planeaba hacer.

—Me lo suplicarás y me ofrecerás tu cuello —susurró—. Porque si no lo haces, mataré a tu chico.

Lucas forcejeó de nuevo, pero lo tenían bien cogido, y un vampiro le estaba atando las muñecas y los tobillos con cinta plateada. Shepherd se lo echó entonces al hombro, como si fuera un saco de patatas.

—Sube al trampolín —le ordenó Charity, y Shepherd emprendió el ascenso por la escalera con Lucas a cuestas. Charity se acercó al borde de la piscina vacía y la seguí, tratando de comprender qué estaba pasando. Cuando me asomé a la piscina, el corazón me dio un vuelco. La superficie celeste estaba cubierta de manchas de sangre, ya marrones por el paso del tiempo. Al ver el terror en mi cara, Charity suspiró—: A veces, a los que nos aburren les damos la oportunidad de salvarse. Les decimos que si logran sobrevivir a la caída les dejaremos ir. Es divertidísimo verlos en lo alto del trampolín, llorando y suplicando, pero al final todos deciden saltar. Todos prefieren creer que aún les queda una oportunidad de salvarse. Y se tiran. Es una verdadera pena, toda esa sangre desperdiciada.

—Me das asco —dije.

—A veces tardan horas en morir. Días. Un pobre idiota estuvo lloriqueando casi una semana. ¿Cuánto tiempo crees que sufrirá Lucas? —Los ojos oscuros de Charity brillaron de placer al recordar el sufrimiento de sus víctimas—. Suplica.

—No funcionará. No puedo convertirme en vampira a menos que mate a alguien.

—Si me bebo tu sangre, si te dejo lo suficientemente vacía, tendrás tal necesidad de sangre que atacarás al primer humano que se cruce en tu camino. Te prometo que no te dejaré acercarte a tu amorcito, aunque en ese estado te aseguro que te dará igual.

Pensé en lo desesperada que había estado algunas veces por conseguir sangre, sobre todo durante mi cautiverio con la Cruz Negra. Incluso entonces había estado a punto de perder el control con Lucas. No me cabía la menor duda de que lo que Charity decía era cierto.

—No lo hagas, Bianca —dijo Lucas—. Me matará de todos modos.

—No lo haré, te lo juro. En una ocasión me hiciste un favor. Lo recuerdo muy bien, ¿sabes? —Esbozó otra de sus inocentes sonrisas infantiles—. Puedes elegir, Bianca, en serio. Puedes salir de aquí ahora mismo sin un rasguño y seguir con tu vida como… como lo que quiera que seas. Esperaremos a que estés bien lejos antes de tirarlo, para que no tengas que oírlo.

Cerré los ojos y deseé con todas mis fuerzas estar en otra parte. Donde fuera.

Charity continuó:

—O puedes ser una buena chica y suplicarme amablemente que te deje unirte a mi tribu, y dejaremos ir a tu chico. Tendrá que verte morir, naturalmente, o de lo contrario no nos creería. Pero le dejaremos vivir. Tienes mi palabra.

Por increíble que pareciera, la creía. Charity creía en los pactos y las deudas. Además, era una sádica. Si tuviera intención de convertirme en vampira y matar a Lucas de todos modos, o de obligarme a mí a matarlo, lo diría y se deleitaría viéndome sufrir. No, tenía una oportunidad real de salvar a Lucas y tenía que aprovecharla.

Lentamente me obligué a decir:

—Por favor.

—¡Bianca, no! —Lucas se revolvió, pero no había nada que pudiera hacer.

Charity me sonrió con suma ternura, como si yo fuera la hija pródiga que volvía a casa.

—¿Por favor?

—Por favor, déjame unirme a tu tribu. —¿Bastaba con eso? No. Odié cada palabra. Cada latido de mi corazón tenía ahora un valor incalculable, porque sabía que pronto dejaría de sentirlos. Pensé desconsolada que iba a morir el día de mi cumpleaños; como Shakespeare, recordé. Iban a quitarme la vida y tenía que suplicar. Suplicaría por Lucas—: Por favor, conviérteme en vampira.

—¿Quieres quedarte conmigo para siempre? —Charity tomó mi cara entre sus manos—. ¿Seremos hermanas? Así Balthazar verá que eres mía y no suya. Le demostraremos lo equivocado que está. Por favor, di que sí. Oh, por favor, di que eso es lo que deseas.

Por eso quería Charity que le suplicara, para poder convencerse a sí misma de que esto era auténtico, de que estaba realmente creando una nueva familia. No me quería para vengarse de Balthazar, quería que le reemplazara.

Había empezado a temblar con tanta violencia que sentía que apenas podía mantenerme en pie, pero logré farfullar:

—Sí, eso es lo que deseo. Por favor.

Charity sacó hacia fuera el labio inferior, como una niña consentida.

—Si realmente lo desearas, implorarías. Te arrodillarías.

En esos momentos la odié más de lo que podía odiar a nadie. Pero pensé en Lucas y me arrodillé. Las baldosas del suelo, resquebrajadas, me arañaron la piel. Coloqué una mano sobre la pulsera de coral, el último símbolo de amor que Lucas me había regalado.

—Por favor, Charity, por favor, quítame la vida.

—Bien —dijo Charity—. No ha sido tan difícil, ¿verdad? —Me sonrió dulcemente y le vi los colmillos. Ya no tardaría mucho.

—¡No lo hagas, Bianca! —gritó Lucas—. ¡Lucha! ¡Olvídate de mí!

Eché la cabeza hacia atrás y contemplé las vigas de hierro del techo. Las telarañas se columpiaban ociosas, como nubes traviesas. Tenía el cuello a merced de Charity, y supe que ese era el fin de mi vida.

«A partir de ahora seré una vampira —pensé—. Por favor, que mis padres tengan razón. Por favor, que no sea tan malo».

Mientras Charity posaba una mano en mi cuello vislumbré un extraño titileo en las vigas, como una luz reflejándose en el agua de una piscina. Pero la piscina no tenía agua…

Abrí los ojos como platos.

—No te dolerá mucho —me prometió Charity—. Ya lo verás.

La luz verde azulada se intensificó y se propagó por todo el techo en forma de nubes. Una brisa fría nos envolvió hasta convertir una noche de verano en una noche de invierno. Me recorrió un escalofrío.

—¡Charity! —grito Shepherd—. ¿Qué es eso?

Todos los vampiros estaban mirando al techo, y hasta Lucas había dejado de forcejear.

Charity soltó un grito ahogado.

—Oh, no se atreverán. No puede ser que se atrevan.

Empezó a caer aguanieve. Del techo llovían puntitos de hielo que me pellizcaban la piel y se estrellaban contra el suelo. Charity retrocedió y me levanté, deseando poder huir. Quizá lo hubiera logrado, pero no podía abandonar a Lucas, ni siquiera ahora, ni siquiera durante un ataque del espectro.

El torrente de aguanieve aumentó. Cortinas plateadas nos empañaban la vista y hacían gritar a Charity de dolor. El hielo caía con tanta fuerza que hacía daño. Me encogí y ahogué una exclamación cuando una de las cortinas plateadas se hizo más consistente, más definida, y en ella apareció una figura. Aunque el hielo seguía cayendo, la figura permanecía impertérrita.

Pero más sorprendente aún fue que la reconocí. Era el primer espectro que me había hablado. Tenía barba y llevaba su largo pelo moreno suelto. Aunque su indumentaria era difusa, me pareció que vestía ropa de dos siglos atrás, con una capa larga y botas altas. «El hombre de escarcha», pensé. Era el único nombre que tenía para él.

Con una voz que sonaba como el hielo al resquebrajarse, dijo:

—Esta no es tuya.

—¡Sí lo es! ¡Lo es! —Charity golpeó el suelo con el pie—. ¡Ya la has oído! ¡Dijo que quería unirse a nosotros!

El espectro ladeó la cabeza, entre intrigado y desdeñoso. Luego estiró el brazo con violencia y su puño atravesó el estómago de Charity.

Charity abrió la boca para gritar, pero no emitió sonido alguno. El cuerpo le cambió de color, adquiriendo el tono azulado del espectro. Me di cuenta de que la estaba congelando. Por lo visto, también los vampiros podían morir congelados.

Charity levantó bruscamente la cabeza y aulló:

—¡No! —Retrocedió, lo cual pareció agotar todas sus fuerzas, pero logró desprenderse del puño del hombre de escarcha. No tenía sangre. Tambaleándose, gritó—: ¡Fuera de aquí! ¡Todo el mundo, fuera!

Dicho esto, Shepherd arrojó a Lucas por el trampolín.

Grité, tratando en vano de alcanzarle mientras caía al vacío. En ese momento la luz verde azulada apareció en la piscina, más parecida al agua que nunca, y amortiguó su caída. Lucas golpeó el fondo, pero con menos fuerza, y vi cómo se esforzaba por quitarse las ligaduras. Estaba ileso.

«El espectro le ha salvado —comprendí—. El espectro me ha salvado».

Ahora no tenía tiempo de pensar en eso. Tenía que ir junto a Lucas.

Corrí hasta la escalera y descendí a través de la luz verde azulada. Estaba fría, más fría incluso que el hielo, pero no hacía daño. En lugar de eso noté como oleadas de energía, o quizá de electricidad, a las que era peligroso acercarse. Las atravesé corriendo, o intentando correr, porque ralentizaba mis pasos. Mis largos cabellos ondeaban sobre mi espalda, como si estuviera nadando.

—¡Lucas! —grité.

Lucas se arrancó la cinta de las manos justo cuando llegaba junto a él. Le ayudé a romper la cinta de los tobillos.

—¿Es lo que creo que es? —me preguntó.

—Sí. —La cinta cedió al fin—. ¡Tenemos que largarnos de aquí!

Atravesamos la energía verde azulada hacia la escalera. Lucas me ayudó a subir primero. Cuando llegué arriba, vi que el hombre de escarcha me estaba mirando.

No sabiendo qué otra cosa hacer, dije:

—Gracias.

—No eres de ella —dijo—. Eres nuestra.

¿De modo que solo ellos podían matarme? No era muy reconfortante.

Lucas salió de la piscina.

—¡Bianca, vamos, corre!

Corrimos a través del aguanieve plateada, que ahora caía con tanta fuerza que sabía que al día siguiente me saldrían marcas. Los espectros no intentaron detenernos, o si lo intentaron no lo consiguieron. Lucas abrió la primera puerta que encontró y fuimos a parar a un largo pasillo que conectaba la zona de la piscina con el resto del edificio. Aunque hacía frío, no había aguanieve ni luces sobrenaturales.

—¡Tú! —Shepherd apareció en el otro extremo del pasillo y nos detuvimos en seco—. ¡Todo esto es culpa vuestra!

Lucas tiró de mí hacía la izquierda.

—Por la puerta lateral. ¡Vamos!

Yo no veía ninguna puerta lateral.

—¿Dónde está?

—En realidad confiaba en que hubiese una —confesó Lucas.

—Mierda.

Podía oír el fuerte martilleo de las botas de Shepherd corriendo hacia nosotros. Tenía la impresión de que se había separado de los demás vampiros, pero no por eso deseaba que nos acorralara.

Lucas encajó una silla debajo del pomo de la puerta y contempló la habitación. Ofrecía el mismo aspecto que la zona de la piscina, con basura por todas partes, harapos, trozos de diarios viejos, botellas de alcohol medio vacías, cigarrillos y mecheros. No parecía un entorno muy agradable. Sin embargo, Lucas cogió una botella de vodka y un pañuelo mugriento.

—Busca un mechero —dijo.

Agarré un mechero de plástico de una repisa cercana.

—Lucas, ¿qué estás haciendo?

—Veo que no llegaste a esta parte del adiestramiento. —Ató el pañuelo al cuello de la botella y sumergió la punta de la tela en el vodka.

Shepherd aporreó la puerta. La silla vibró y comprendí que no conseguiría sostener la puerta mucho más tiempo.

—¡Lucas, está aquí!

—Bien.

Encendió el mechero. Cuando Shepherd irrumpió en la habitación, sonriéndonos malévolamente, Lucas prendió fuego al pañuelo y lanzó la botella contra Shepherd.

«El alcohol es inflamable. Cuando el fuego alcance el líquido…».

Lucas me arrojó al suelo justo cuando la bola de fuego hacía explosión. Oí a Shepherd gritar; probablemente estaba agonizando. El fuego era una de las pocas cosas que podían matar a un vampiro. Antes de que pudiera ver qué estaba sucediendo, Lucas me gritó:

—¡Cúbrete la cabeza!

Obedecí. Se levantó y lanzó una silla contra la ventana. El cristal estalló en pedazos y noté que pequeños fragmentos me pinchaban la cabeza. Lucas me cogió de la mano.

—¡Larguémonos! —gritó.

El fuego ardía ahora con fuerza y los gritos de Shepherd habían cesado. Una de dos, o había escapado o estaba muerto.

Atravesé la ventana, evitando los trozos de cristal que asomaban por los cantos. Para mi alivio, divisé el coche que los vampiros habían utilizado para traernos hasta aquí. Estaba estacionado a tan solo unos metros de nosotros y no había nadie dentro. Seguro que los vampiros no tardaban en venir a por él, de modo que debíamos llegar nosotros primero. Aceleraría nuestra huida y aflojaría su persecución. De hecho, nos permitiría escapar.

La portezuela no estaba cerrada con llave. Me subí al asiento del conductor al tiempo que Lucas saltaba al asiento del copiloto. Resoplando, dijo:

—Dime que han dejado la llave puesta.

—No —repuse mientras me ponía a maniobrar con los cables situados debajo del salpicadero—, pero menos mal que aprendí algunas cosas en el adiestramiento.

La Cruz Negra enseñaba a todo el mundo a hacer puentes a coches viejos. Decían que uno nunca sabía cuándo podía necesitar poner pies en polvorosa, y en eso tenían razón.

Los cables chispearon y apreté el acelerador. Salimos zumbando del aparcamiento, otra vez a salvo y libres.

«Gracias a la Cruz Negra —pensé—. Y gracias al espectro. Mi vida no puede ser más extraña».

Cuando empecé a reír, Lucas me miró preocupado. Probablemente, mi risa sonaba un poco histérica.

—Bianca, tranquilízate, ¿quieres? Lo hemos conseguido. Contrólate.

Me limité a concentrarme en la carretera y murmuré:

—Feliz cumpleaños, Bianca.

Capítulo dieciocho

—D
eberíamos abandonar el coche —dije.

—Ve más despacio, ¿quieres? —Lucas tenía una mano sobre el salpicadero, como si temiera que el coche fuera a aterrizar en una zanja en cualquier momento. En realidad no iba desencaminado. Yo había sacado un excelente en el Drivers Ed, pero entre que ignoraba adonde me dirigía y que estaba temblando por la adrenalina, no tenía excesivo control sobre el vehículo—. Dudo mucho que los vampiros puedan seguirle la pista a este cacharro. Lo aparcaremos detrás de la casa, donde no pueda verse desde la calle. Ahora lo que importa es llegar a casa cuanto antes mejor.

BOOK: Despedida
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