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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Despedida (20 page)

BOOK: Despedida
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Con la mano todavía aferrada al colgante, dije:

—Entraré.

—No, Bianca. —Lucas parecía furioso, pero le puse una mano en el brazo para tranquilizarlo.

—Tú y Ranulf esperad aquí fuera. Si oís gritos o las ventanas se hielan…

—Esto no me gusta nada —dijo Lucas.

—He dicho
si
, ¿vale? —Ahora que había tomado la decisión, no quería perder el tiempo inquietándome; quería hacerlo y terminar con ello de una vez—. Si ocurre eso, venid a socorrernos. Vic y yo entraremos solos. No nos quedaremos aquí si la espectro nos causa problemas.

Aunque Lucas no parecía muy convencido, asintió con la cabeza. Vic salió del coche saltando por encima de la puerta del conductor. Cuando bajé, oí cómo a Ranulf le crujieron las rodillas al estirar las piernas y dejaba escapar un largo suspiro de alivio.

Los padres de Vic no estaban, por lo que la casa se encontraba vacía. Era preciosa, lo más parecido a una casa de revista que había visto en mi vida. El vestíbulo era de mármol verde y del techo de nueve metros de altura colgaba una pequeña araña de luces. Todo olía a cera para muebles y a naranjas. Subimos por una ancha escalera blanca y larga. Podía imaginarme a Ginger Rogers descendiendo por ella con un vestido de plumas de avestruz; sin duda, una estrella de cine pegaba mucho más aquí que yo con mi sencillo vestido de tirantes.

Vic tampoco pegaba mucho que dijéramos, y eso que era su casa. Me pregunté si su estilo absurdo y desenfadado era su manera de rebelarse contra el perfecto orden creado por sus padres.

—Solo se manifiesta en el desván —dijo mientras caminábamos por el parqué del pasillo superior. Los cuadros de las paredes parecían antiguos—. Creo que es su lugar preferido.

—¿Puedes verla?

—¿Cómo una sábana flotante o algo así? Qué va. Simplemente sabes que está ahí. Y de vez en cuando… Bueno, lo intentaremos. No quiero crearte falsas esperanzas.

Mi única esperanza en ese momento era que la espectro no me liofilizara. Agradeciendo a mis padres el colgante, observé cómo Vic abría la puerta de las escaleras del desván y empezaba a subir. Respiré hondo dos veces antes de seguirle.

El desván de los Woodson era la única parte desordenada de la casa, si bien sospechaba que los trastos eran más bonitos que los que había en la mayoría de los desvanes. Un jarrón chino azul y blanco descansaba sobre una mesa polvorienta, ancha como una cama y probablemente centenaria. Había un maniquí de modista con una chaqueta de encaje ya amarillenta y un viejo sombrero de mujer eduardiano todavía tocado con alegres plumas. La alfombra persa bajo nuestros pies parecía auténtica, al menos para mi ojo inexperto. Aunque el aire olía a rancio, era una ranciedad agradable, como la de los libros viejos.

—Me gusta subir aquí —dijo Vic. Estaba más serio de lo habitual—. Probablemente sea mi lugar de la casa predilecto.

—Es el lugar donde te sientes cómodo.

—Me entiendes, ¿verdad?

Le sonreí.

—Sí, te entiendo.

—Bueno, ahora nos sentaremos y esperaremos a que aparezca.

Nos sentamos en la alfombra persa con las piernas cruzadas y esperamos. Mis nervios saltaban con cada crujido de la madera, y no paraba de mirar hacia la ventana situada detrás del maniquí. Los cristales no se habían helado.

—Te daré el dinero a ti en lugar de a Lucas —dijo Vic mientras jugaba con los cordones de sus Chucks—. Tengo seiscientos dólares a mano y es todo para vosotros. Suelo tener más, pero acabo de comprarme una Stratocaster nueva. —Bajó la cabeza—. Me siento como un estúpido gastando tanto dinero en una guitarra que apenas sé tocar. Si hubiera sabido que vosotros ibais a necesitarlo…

—No podías saberlo. Además, es tu dinero y tienes que hacer con él lo que te apetezca. Te agradezco que lo compartas con nosotros. —Fruncí el ceño, momentáneamente distraída del suspense de esperar a la fantasma—. ¿Por qué quieres dármelo a mí en lugar de a Lucas?

—Porque Lucas probablemente se negaría a aceptar más de cien. A veces es demasiado orgulloso para reconocer que necesita ayuda.

—No somos orgullosos. —Me recordé saltando el torniquete del metro con cierta vergüenza—. Estamos demasiado apurados para permitírnoslo.

—Lucas siempre tendrá ese punto orgulloso. Siempre. De los dos tú eres la más sensata.

Torcí el gesto.

—Ojalá pudieras decírselo.

—Ya lo sabe —repuso Vic—. Formáis un buen equipo.

Me acordé de la noche anterior y noté que me sonrojaba.

—Es verdad —murmuré.

Vic esbozó una sonrisa y por un terrible instante pensé que me había adivinado el pensamiento. Pero no sonreía por eso.

—¿Puedes sentirla?

Me envolvió un aire frío. Me abracé el torso.

—Sí.

No se formaron placas de hielo. Ni escarcha que dibujara rostros en las ventanas. No había signos visibles. Solo sabía que un segundo antes Vic y yo estábamos solos y ahora había algo con nosotros. Alguien.

Estaba desconcertada. ¿Por qué esa manifestación espectral no era violenta y aterradora como las demás? Los espectros no trepaban sigilosamente por los rincones de las habitaciones; irrumpían cortando el aire con cuchillas de hielo. Así había ocurrido siempre en la Academia Medianoche.

«Un momento». El internado había sido construido de manera que repeliera a los fantasmas; por las paredes y vigas corrían el hierro y el cobre, metales que ahuyentaban a los espectros. Aunque los espectros habían conseguido irrumpir en ella, no lo habían tenido fácil. ¿Eran las extrañas manifestaciones de poder espectral que había visto antes —las estalactitas congeladas y la luz verde azulada— un testimonio de esa lucha? Puede que en un lugar como este, una casa corriente, los espectros no generaran efectos tan dramáticos.

—Hola —dijo alegremente Vic—. Te presento a mi amiga Bianca. Va a pasar una temporada en la bodega con Lucas, otro amigo. Son geniales, te van a encantar. —Ni que estuviéramos en una fiesta—. Están un poco preocupados porque Bianca ha tenido algunos problemas con otros fantasmas. Pero no te lo tomes como algo personal, ¿vale? Solo quería asegurarme de que vais a llevaros bien.

Obviamente, no hubo respuesta. Me pareció que en un rincón del desván la luz era un poco más brillante, puede que un poco más azul, pero la diferencia era demasiado sutil para apreciarla.

Entonces la vi.

No con los ojos, no era esa clase de visión. Se parecía más a cuando un recuerdo te vuelve con tanta fuerza que ya no puedes ver lo que tienes delante porque las imágenes en tu cabeza son increíblemente vívidas. La espectro estaba en mi mente, la misma que aparecía en mis sueños, una de las que había visto en la Academia Medianoche el año pasado. ¿Era la fantasma de Vic? ¿Otra? Su pelo, corto y claro, parecía casi blanco, y tenía el rostro anguloso.

«Podéis quedaros si queréis —dijo—. En realidad poco importa».

Entonces la imagen desapareció. Sobresaltada, parpadeé unas cuantas veces, tratando de centrarme.

—Uau.

—¿Qué ha ocurrido? —Vic miró a su alrededor, como esperando ver algo—. Te has quedado colgada unos segundos. ¿Va todo bien?

¿Qué quería decir la espectro con ese mensaje? Ya sabía que me costaba entenderla.

Sin embargo, no había sentido el mismo temor que en mis otros encuentros con espectros. No se había mostrado hostil, no había venido con exigencias, como «basta», o «nuestra», o algo por el estilo. O Vic le caía tan bien como ella a él y estaba dispuesta a dejarnos en paz, o mi colgante de obsidiana era decididamente una protección.

Mientras Vic me observaba detenidamente, dijo:

—¿Y bien?

Sonreí.

—Podemos quedarnos.

Al menos por un tiempo, Lucas y yo tendríamos una casa.

Vic nos acompañó en coche al hotel. Antes de que él y Ranulf se marcharan, hizo un discreto viaje hasta el cajero automático y me dio los seiscientos dólares que me había prometido. Me guardé el fajo de billetes en el bolso. Teníamos las llaves y el código para desconectar el sistema de seguridad de la bodega, y una vez que consiguiéramos empleo, Lucas y yo podríamos ahorrar dinero. Antes de que partieran, le di a Vic casi el abrazo más fuerte que había dado en mi vida.

Entonces llegó el momento de afrontar la situación.

Lucas no había sonreído ni una sola vez durante el trayecto hasta el hotel. Charló un poco con Vic y Ranulf y le dio las gracias a Vic por acogernos en su casa, pero a sus ojos yo parecía invisible. Había dominado su enfado mientras habíamos estado acompañados, pero ahora su ánimo empezó a nublarse.

Subimos en el ascensor en silencio mientras la tensión a nuestro alrededor aumentaba por momentos. Yo no podía dejar de visualizar la muerte de Eduardo a manos de la señora Bethany y de oír el espeluznante crujido de su cuello al romperse.

Pensaba que Lucas se pondría a gritarme en cuanto entráramos en la habitación, pero en lugar de eso se dirigió al cuarto de baño y se lavó la cara y las manos con vehemencia, como si se sintiera sucio.

Mientras se secaba con la toalla, no pude aguantar más la espera.

—Di algo —espeté—. Lo que sea. Grítame si es preciso, pero no te quedes callado.

—¿Qué quieres que te diga? ¿Que te dije que no usaras el correo electrónico? Los dos sabemos eso, y los dos sabemos que no me hiciste caso.

—No me dijiste por qué. —Me fulminó con la mirada, y me percaté de lo débil que sonaba mi respuesta—. No es una excusa. Soy consciente de que…

—¡Te dije hace meses que debíamos tener cuidado con el rastreo de correos! ¿Crees que el año pasado no te envié correos simplemente porque no me apetecía? ¿Por qué no te bastó eso para comprender que existía una buena razón?

—¡Me estás gritando!

—Oh, lo siento. No me gustaría hacer un drama de algo tan insignificante como
el asesinato de personas
.

Entonces lo sentí, todo el peso de lo que había hecho, como no lo había sentido desde la noche del ataque de la señora Bethany. Olí el humo y recordé los gritos. Vi a la señora Bethany girar brutalmente el cuello de Eduardo y cómo los ojos de Eduardo se apagaban en el instante en que caía al suelo sin vida.

Sintiendo el picor de las lágrimas en los ojos, salí corriendo de la habitación. En ese momento, pese a merecerla, no podía enfrentarme a la ira de Lucas. El sentimiento de culpa había estallado estrepitosamente, castigándome con más dureza de la que podía castigarme Lucas. Necesitaba estar sola, desahogarme, pero ¿adónde podía ir?

Cegada, escuchando el eco de mis sollozos, corrí escaleras arriba. Pero no hacia un lugar en concreto. Simplemente corría, como si así pudiera dejar atrás lo que había hecho. Cuando alcancé la azotea y no pude seguir corriendo, caminé hasta la piscina. Había unos niños chapoteando en la parte baja, de modo que tenía la parte honda para mí sola. Me quité las chanclas, sumergí los pies, bajé la cabeza y lloré en silencio durante un buen rato, hasta que ya no me quedaron lágrimas.

Cuando anochecía alguien se sentó a mi lado. Lucas. No me atreví a mirarle a los ojos. Se descalzó y hundió los pies en el agua, como yo. Hubiera debido encontrar ese gesto más alentador de lo que lo encontré.

Lucas habló primero.

—No debí gritarte.

—Si hubiera sabido lo que podía ocurrir, que la señora Bethany podía localizarnos y atacar al comando, jamás habría enviado ese correo. Te lo prometo.

—Lo sé. Pero pudiste enviar una carta. Pedir a Vic que llamara a tus padres. Habrías encontrado otras maneras si te hubieras parado a reflexionar.

—Pero no lo hice.

—No —suspiró Lucas.

Mi falta de visión había tenido un alto precio para Lucas y les había costado la vida a varios cazadores de la Cruz Negra. Aunque muchos de ellos eran unos fanáticos antivampiros, no significaba que todos merecieran morir a sangre fría. Habían muerto por mi culpa.

—Lucas, lo siento mucho. Lo siento muchísimo.

—Lo sé, pero eso no cambia las cosas. —Hizo una mueca y contempló la ciudad; Filadelfia no deslumbraba como Nueva York, pero era brillante y acerada, con más predominio de la luz que de la oscuridad—. Mi madre se ha quedado sola. Ha perdido a Eduardo, me ha perdido a mí, ha perdido su comando de la Cruz Negra. ¿Qué será de ella? ¿Quién la apoyará? Decidí irme contigo y no me arrepiento, pero cuando tomé la decisión pensaba que ella tendría a Eduardo a su lado. Sé que te parece una mujer dura, y lo es, pero esto…

Había estado tan ocupada preocupándome por mí y mis amigos que no me había parado a pensar en Kate. En muchos aspectos, su situación era tan mala como la de mis padres, o incluso peor, porque por lo menos ellos se tenían el uno al otro. Kate no tenía a nadie.

—Seguro que un día, cuando estemos más seguros, podrás llamarla.

—Si me pongo en contacto con mi madre, se lo contará a la Cruz Negra. Son las normas. No las infringirá.

—¿Ni siquiera por ti? —Yo no lo creía ni por un segundo, pero estaba claro que Lucas sí.

Contempló nuestro reflejo en la piscina con expresión taciturna. Aunque su enfado había disminuido, me di cuenta de que estaba siendo reemplazado por un estado melancólico, lo cual no era menos fácil de presenciar.

—Mi madre es una buena soldado, la clase de soldado que yo siempre he intentado ser.

—Que eres.

—Los buenos soldados no renuncian a la causa por amor.

—Si la causa no es amor, no merece la pena renunciar.

Lucas me sonrió con tristeza.

—Tú mereces la pena, eso lo sé. Incluso cuando metes la pata. Porque Dios sabe que yo también la meto.

Quise abrazarle, pero sentí que no era el momento. Era preciso que los demonios internos con los que Lucas estaba lidiando salieran a la superficie.

—He pasado toda mi vida en la Cruz Negra —prosiguió—. Siempre he sabido quién era, cuál debía ser mi propósito en la vida. Sabía que siempre sería cazador. Pero todo eso ha terminado.

—Sé cómo te sientes —dije—. Yo siempre pensé que me convertiría en vampira. Y ahora ignoro qué ocurrirá a continuación. Eso me… me asusta.

Lucas me tomó la mano.

—Si estamos juntos, merecerá la pena.

—Lo sé, pero todavía me pregunto… Lucas, ¿en qué nos vamos a convertir?

—No lo sé —reconoció.

Me abracé con fuerza a su cuello. Necesitábamos algo más que amor; necesitábamos tener fe.

Los siguientes dos días fueron más tranquilos, incluso relajantes. Aunque Lucas, naturalmente, pasaba mucho tiempo meditando sobre su madre, la discusión entre nosotros había terminado. Veíamos la tele y visitábamos los lugares de interés de Filadelfia. Un día nos separamos para que yo pudiera averiguar si algún restaurante necesitaba camarera mientras Lucas recorría los talleres solicitando trabajo. Para nuestra sorpresa y alivio, ambos recibimos ofertas para empezar justo después de las vacaciones.

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