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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Despedida (8 page)

BOOK: Despedida
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Cada mordisco le daba un poco más de poder vampírico. Se le había aguzado el oído y su fuerza había aumentado, pero no cicatrizaba más deprisa ni tenía sed de sangre. El misterio de lo que significaba estar preparado para el vampirismo pero no ser todavía un vampiro: he aquí una de las cosas en las que coincidíamos plenamente.

Bueno, no solo en esa.

Me incliné y le susurré:

—Te quiero, Lucas.

—Y yo a ti.

Me cogió la mano con aire cansado, y nos quedamos un rato en silencio, sin necesitar a nadie más en el mundo.

Cuando Lucas recuperó las fuerzas y la herida en el hombro producida por el mordisco dejó de sangrar, se puso la camiseta y fuimos a reunirnos con los demás. Debíamos de llevar la ropa muy arrugada porque un par rieron entre dientes y Dana nos miró enarcando las cejas. Me daba igual que pensaran que nos habíamos escondido para tener sexo. Lo que Lucas y yo sentíamos era demasiado puro para que alguien pudiera convertirlo en algo chabacano o de mal gusto.

Además, hacía semanas que no me encontraba tan bien. Lucas estaba medio adormilado y decididamente pálido, pero podía caminar derecho. Me puso el brazo alrededor de los hombros en un principio para apoyarse, pero lo mantuvo ahí durante el largo trayecto a casa.

«Todo irá bien —pensé cuando descansó su cabeza en la mía. Aspiré profundamente el olor a cedro de su piel, matizado con el delicioso sabor salado de la sangre—. Muy pronto se habrá solucionado todo».

Después de regresar al cuartel general y guardar nuestro equipo, vimos que había alguien esperándonos: Eduardo, apoyado contra uno de los pilares de cemento. En la mano sostenía una lata de café. No le di importancia, aunque me dije que era un poco extraño estar haciendo café a esas horas de la noche. Pero Lucas se detuvo en seco en cuanto la vio.

—Esa lata es mía —dijo.

—Tienes una idea muy particular de lo que es tuyo. —Eduardo lanzó la lata al aire y la atrapó perezosamente. Las luces del techo le endurecían las cicatrices de las mejillas—. Porque, que yo sepa, en la Cruz Negra tenemos una norma: que todo lo que hacemos ha de ser en beneficio del grupo.

Tiró de la tapa de plástico que cubría la lata y sacó un fajo de billetes.

—Reuniendo dinero, ¿eh? —dijo—. Dime, ¿de qué modo beneficia eso al grupo?

«Oh, no —pensé—. Los ahorros de Lucas. El dinero que pensaba utilizar para salir de aquí».

—¿Y de qué modo beneficia al grupo que hurgues en mis cosas? —Lucas se acercó a él con los ojos ardiendo de indignación. Cuando elevó la voz, esta retumbó contra las pareces de cemento—. ¿O es que planeabas robarme?

Eduardo negó con la cabeza.

—Para empezar, no puedo robarte lo que en realidad no es tuyo. Porque no lo es. Este dinero debería utilizarse para sustentar a la Cruz Negra, y no para invitar a salir a tu chica los sábados por la noche.

—¿Desde cuándo puedo invitar a salir a Bianca? ¿Desde cuándo nos dejáis pasar más de diez minutos a solas?

—Tú no tienes tiempo libre. Eres un soldado, Lucas. ¿Lo has olvidado?

—¡Eh! —Kate se acercó con paso raudo, el pelo mojado de la ducha y la blusa mal abotonada. Al parecer, alguien había ido a buscarla para que interviniera. Se había formado un pequeño corro que, aunque interesado, se mantenía imparcial—. ¿Qué ocurre aquí?

Lucas tenía los puños apretados a los lados.

—Eduardo me ha robado.

—Lucas está reuniendo dinero.

—¿Has hurgado en sus cosas? Por Dios, Eduardo. —Kate le arrebató la lata y por primera vez vi a Eduardo realmente abochornado—. No espero que seas un padre para Lucas, pero tampoco que actúes como su hermano pequeño.

—¡Yo no soy el inmaduro aquí!

—Sí lo eres —espetó Kate—. ¿Y sabes por qué? Porque aunque los dos os comportáis como estúpidos adolescentes, Lucas, por lo menos, lo es. ¿Es demasiado pedirte que hagas el papel de adulto?

—Gracias, mamá. —Eufórico por el rapapolvo, Lucas alargó la mano para reclamar lo que era suyo.

Kate se limitó a cerrar la lata.

—No podemos permitir que la gente reúna dinero, Lucas, lo sabes muy bien.

—¡Pero ese dinero es mío! No tenemos que darlo todo, nunca lo hemos hecho…

—No he dicho que no sea tuyo. —Bajando la voz, Kate añadió—: Cuando lo necesites ven a verme. Si en ese momento la Cruz Negra puede prescindir de él, te prometo que te lo daré. Además, estoy segura de que no querrías gastártelo sabiendo que la Cruz Negra lo necesita, ¿verdad?

Lucas y yo cruzamos una mirada desesperada. No se podía hacer ni decir nada más. Ya sabía que la Cruz Negra no era como un trabajo que podías dejar cuando querías. Se parecía más a una secta de la que tenías que huir.

Y acababan de arrebatarnos el dinero que necesitábamos para escapar, por lo que estábamos atrapados.

Capítulo seis

Q
uizá fuera por el fuerte palo de haber perdido nuestros ahorros. Quizá por la euforia de haber estado tan unida a Lucas después de haber pasado tanto tiempo separados. O quizá por la dosis de sangre y el dulce alivio de sentirme saciada después de semanas de hambruna.

Fuera lo que fuese lo que me tenía tan distraída esa noche, el caso es que me hizo olvidar que el hecho de beber sangre tenía sus consecuencias.

—¿Bianca?

Raquel encendió la pequeña linterna que guardaba junto a su cama. La luz me resultó insoportablemente brillante y me di la vuelta.

—Apaga esa cosa, ¿quieres?

—¿Has tenido una pesadilla? No parabas de gemir.

—No era exactamente una pesadilla, solo un sueño un poco fuerte. —Afortunadamente Raquel no insistió y dispuse de unos momentos para reflexionar.

La verdadera causa de mis gemidos era que sufría una sobrecarga sensorial. Podía oír cada paso y cada tos a lo largo de la hilera de viejos vagones ocupados por los cazadores de la Cruz Negra. Podía oír el goteo del agua en las entrañas del túnel y el correteo raudo y ligero de los ratones.

«Tendré que recordar dónde debo buscarlos más tarde, por si los necesito…».

—¿Bianca?

—No estaba teniendo una pesadilla —farfullé, protegiéndome los ojos de la luz con el brazo. A la larga, el consumo de sangre me hacía soportar mejor la luz fuerte, incluida la del sol. Pero durante las primeras horas me resultaba casi cegadora—. Estas camas son muy incómodas, ¿no crees? —Pese al colchón que los cubría, podía notar los bultos de plástico de los viejos asientos en la espalda.

Por lo general, toda crítica contra la Cruz Negra hacía que Raquel insistiera en lo absolutamente genial que era todo. Esta vez, simplemente suspiró.

—Sería fantástico volver a dormir en una cama de verdad. Dana y yo hemos hablado de que podríamos ahorrar dinero y mudarnos a una habitación de hotel. Eso es lo que tú y Lucas queríais hacer, ¿no es cierto?

—Más o menos. —Eso se acercaba bastante a la verdad.

—Siento mucho que Eduardo registrara las cosas de Lucas. No es justo.

—Lucas ha trabajado muy duro para conseguir ese dinero.

—Menuda jugarreta —dijo Raquel suspirando.

Me alegraba comprobar que la Cruz Negra no le había sorbido el seso, pero sobre todo deseaba oscuridad y silencio.

—Solo quiero volver a coger el sueño y olvidarme del tema un rato.

—No vale la pena. —La linterna seguía encendida; lo sabía por el tenue brillo que percibía alrededor de mis ojos incluso con los párpados cerrados y el brazo sobre la cara—. Ya es de día y pronto encenderán las luces.

Volví a gemir.

Si volver a beber sangre había tenido semejante efecto en mí, no era nada comparado con lo que le había provocado a Lucas.

—¿Todavía de morros? —le preguntó Kate cuando subíamos al autobús para nuestro patrullaje de la tarde—. ¿Quieres seguir discutiendo sobre el dinero?

—No estoy de morros —respondió Lucas con una mueca de dolor. La luz del aparcamiento era suave, pero así y todo me dañaba los ojos, y advertí que a Lucas también—. Pero no me encuentro muy bien.

Kate le miró con escepticismo, pero luego le puso la mano en la frente. Su pesado reloj deportivo hacía que su muñeca pareciera casi frágil. Frunció el ceño.

—Estás sudando. ¿Te duele la barriga?

—Un poco.

Mis ojos buscaron los de Lucas; cuando nos miramos, esbozó una sonrisa de soslayo. Era evidente que los dos estábamos pensando lo mismo: «Tendríamos que haberlo previsto».

Los cuerpos humanos sencillamente no estaban preparados para soportar las exigencias del poder vampírico.

Kate guardó un largo silencio, durante el cual me pregunté si iba a ordenarle que, de todos modos, saliera a patrullar. La mayor parte del tiempo actuaba con él más como una comandante que como una madre. Se encogió de hombros.

—Vuelve a la cama y descansa. Bianca, únete al equipo de Milos. Tú y Raquel podéis patrullar juntas.

—Vale —dijo Lucas.

Aunque sabía que detestaba la idea de pasarse todo el día encerrado en el cuartel general, parecía casi contento. Tal vez no experimentara muchas muestras de que Kate deseaba verdaderamente cuidar de él, y apreciaba lo poco que recibía.

Salimos a patrullar por uno de los barrios más elegantes de la ciudad, donde los edificios más bajos tenían veinte plantas y todas las fachadas eran de piedra blanca o de acero. Las calles, flanqueadas de coches del tipo que había visto admirar a Lucas en las revistas, tenían un portero aproximadamente cada diez metros. Al principio pensé que se trataba de una zona demasiado segura para estar frecuentada por vampiros, hasta que su elegancia me trajo el recuerdo de los vampiros de Medianoche. Era la clase de existencia que tales vampiros intentaban reivindicar; quizá fuera el lugar perfecto por el que pelear.

—Antes teníamos una sede aquí —explicó Milos mientras caminaba por la acera con Raquel y conmigo. Hablaba en un tono casi afable, lo cual, más que alentarme, me inquietaba—. Qué días aquellos. Teníamos un acuerdo con un par de restaurantes elegantes de la zona. Al final de la noche nos daban parte de lo que les había sobrado. Casi enfermé de tanta sopa de gambas que llegué a comer. Ahora daría lo que fuera por una comida como aquella.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Raquel, entornando los párpados para protegerse del fuerte sol.

—Los vampiros destrozaron nuestra guarida. —Milos deslizó la mano hasta la estaca que llevaba en el cinturón—. Normalmente no persiguen a los comandos grandes, porque no tienen batallones. Hay un montón de vampiros ahí fuera, pero carecen del sentido común necesario para trabajar en grupo.

Era un comentario ofensivo, además de estúpido. ¿Cómo habían conseguido los vampiros mantener la Academia Medianoche en funcionamiento durante más de doscientos años si no tenían el «sentido común necesario» para cooperar en proyectos duraderos? El problema, en mi opinión, tenía que ver más con las luchas entre grupos de vampiros. No existía una sociedad vampírica aglutinadora, y eso representaba una ventaja para una organización tan cohesionada como la Cruz Negra.

—¿Por qué fue diferente esa vez? —preguntó Raquel a Milos.

—Había un vampiro que se hacía llamar Stigand que consiguió cabrearlos y hacer que se unieran. Un tipo peligroso. —Milos esbozó una sonrisa gélida. Mostraba una actitud hacia el peligro diferente de la mayoría de la gente—. Logró que fueran a por nosotros. Ese día mataron a muchos luchadores buenos y destrozaron por completo nuestro viejo cuartel general. Pero Eliza acabó con Stigand. Le echó un chorro de gasolina y luego disparó el lanzallamas. —Riendo entre dientes, añadió—: Tendríais que haber oído cómo chillaba.

Molesta, miré hacia otro lado. Ignoraba si estaba ocultando mi repugnancia o evitando ver el placer que la muerte de un vampiro provocaba en Milos y Raquel. Al principio no prestaba atención a lo que pasaba por delante, pero el adiestramiento de la Cruz Negra se impuso y me vi obligada a examinar el entorno y cada persona que pasaba.

Entonces me di cuenta de que conocía al hombre que había al otro lado de la calle. Lo conocía del sueño que había tenido esa noche.

Volví a recordarlo, esta vez con más detalle. Se suponía que estaba con Lucas en un cine —era la clase de sueño que en parte es un recuerdo— y era nuestra primera cita. Pero la sala ya no era elegante ni lujosa. Estaba destrozada, llena de basura, con la tapicería de los asientos rota y la pantalla en blanco. Yo me ponía a buscar a Lucas como una loca, pero en lugar de verlo a él veía a este hombre de las rastas rojizas que ahora tenía delante.

El espectro, flotando a mi lado, me susurraba: «Vosotros dos tenéis amigos en común».

En el sueño no sabía quién era, pero ahora lo reconocía.

—¿Ese de allí —susurré— no es… no es…?

—¿Un vampiro? —Raquel lo observó con interés, y Milos también.

El alma se me cayó a los pies. ¿Acababa de identificar a un vampiro para los cazadores? ¿Un vampiro que estaba pasando inadvertido para ellos? ¿Acababa de firmar su sentencia de muerte?

El vampiro estaba, sin embargo, en su elemento. Se detuvo bajo el toldo verde oscuro de un edificio, saludó con la cabeza al portero y entró.

Solté un suspiro de alivio demasiado alto. Milos se volvió bruscamente hacia mí.

—¿No quieres luchar? Pues me temo que te has equivocado de grupo.

—Déjala en paz —intervino Raquel—. Todavía nos da un poco de yuyu, ¿vale? Ya nos curtiremos con el tiempo.

—Puede. —Milos tenía la mirada fija en la entrada del edificio—. Algún día tendremos que inspeccionar este lugar. Pero por el momento recorreremos los callejones y comprobaremos si hay alguien más merodeando por la zona sin rumbo fijo.

Seguimos peinando el vecindario y, para mi gran alivio, Raquel y yo logramos separarnos de Milos. Raquel no paraba de decirme lo lista que era por reconocer a un vampiro así sin más, cuando no estaba actuando como tal ni mostrando ningún signo que lo delatara. Me sentí aún más traidora.

Miré a mi alrededor, buscando otro tema de conversación, y casi al azar dije:

—Por cierto, ¿dónde os metisteis Dana y tú anoche, cuando regresamos al cuartel? No respondisteis a la llamada de Eliza.

—Oh, fuimos a…

—¿Sí?

Raquel guardó silencio. No era propio de ella evitar una pregunta. Tras sortear a una señora que caminaba por la acera con tres bolsas grandes en cada mano, repetí:

—¿Sí?

—Fuimos a dar un paseo. Necesitábamos… ya sabes… un poco de espacio.

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