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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Despedida (10 page)

BOOK: Despedida
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Continuó:

—En cierto modo estoy en deuda con usted. Después de todo, fue usted quien hizo esto posible.

—¿Yo? ¿De qué está hablando?

—No todos los vampiros son analfabetos informáticos, aunque la clase del señor Yee haga pensar lo contrario. —Caminábamos sobre los escombros que ahora cubrían el túnel—. Cuando escribió a sus padres a su cuenta de Medianoche, rastrear el servidor de internet hasta Nueva York fue pan comido. Habíamos descubierto poco antes dónde tenía la Cruz Negra su cuartel general en esta ciudad, así que fue tan fácil como si nos hubiera dibujado un plano.

«Oh, no». El ataque se había producido por mi culpa. Lucas me había explicado que la Cruz Negra regulaba estrictamente el uso de internet, pero siempre pensé que era otra más de sus estúpidas normas restrictivas. Ahora, demasiado tarde ya, comprendía el motivo.

—Ellos me dijeron que los vampiros nunca se atreverían a atacar su cuartel general —repliqué aturdida—, que solo lo hicieron una vez y que la Cruz Negra mató al líder…

—Y hasta no hace mucho tenían razón. —Los cascotes rodaron bajo mis pies y me torcí el tobillo. Aullé de dolor y, para mi asombro, la señora Bethany se detuvo—. Pero después del ataque a Medianoche muchos de los nuestros están más dispuestos que nunca a aglutinarse y actuar. Volvemos a estar unidos. Por lo menos, su desacertado idilio ha servido de algo. Para mí, quiero decir. Para usted… en fin.

—Usted no sabe nada de Lucas. —Entonces me entró la duda y durante un aterrador segundo temí que fuera a decirme que estaba muerto.

En lugar de eso, dijo:

—En reconocimiento al servicio que involuntariamente me ha prestado, le ofrezco una opción mucho mejor de la que merece. Si lo desea, puede volver a casa.


¿Q
… qué?

—Veo que sigue tan rápida como siempre. Señorita Olivier, puede regresar a Medianoche. Aunque el edificio principal se halla inhabitable en estos momentos, hemos construido una residencia temporal para el tiempo que duren las reparaciones, que no será más de dos o tres meses. Sus padres están allí dirigiendo el trabajo de reconstrucción. Lógicamente, les habría gustado venir esta noche, pero están demasiado afectados. Su imprudencia habría entorpecido nuestra misión. Estarían encantados de que regresara con el resto de nosotros.

No estaba jugando limpio. La idea de que mis padres me estuvieran esperando en Medianoche, ansiosos por verme cruzar la puerta, tiró de mí con tanta fuerza que tuve que ahogar un sollozo.

—No voy a volver. No puedo.

El rostro bello y severo de la señora Bethany parecía esculpido en la oscuridad con acero.

—El amor no es tan importante.

—Lucas no es la única razón. —Y no lo era, aunque supiera que nunca podría dejarle. Mis padres me habían contado demasiadas mentiras. Eso podía perdonárselo, pero necesitaba saber la verdad sobre lo que podía llegar a ser, si tenía otra posibilidad aparte de la de convertirme totalmente en vampira. Mis padres no querían ayudarme a averiguarlo—. Déjeme ir.

Estaba segura de que me lo impediría, y yo no estaba en condiciones de oponer resistencia. No obstante, sus ojos se iluminaron, como si se alegrara de mis palabras. En cierto modo, complacerla se me antojó aún más peligroso que enfadarla.

—Volveremos a vernos, señorita Olivier —dijo—. Es muy posible que para entonces sus prioridades hayan cambiado. Y también las mías.

¿Qué quería decir con eso? No me dio tiempo de preguntárselo. En apenas un instante la señora Bethany se desvaneció en la oscuridad y volví a quedarme sola.

«Oh, Dios, ¿y ahora qué?». Parpadeé y traté de ordenar mis pensamientos. El polvo, finalmente, había empezado a asentarse y divisé una pequeña luz a lo lejos lo bastante fuerte para reconocer que se trataba de una de las luces de emergencia situadas cerca de las vías de salida. Esa, por lo menos, no había sido cortada.

Durante nuestro adiestramiento con la Cruz Negra nos habían dicho que si ocurría algo, debíamos reunirnos en un pequeño cobertizo situado al final de un parque vecino, frente al río Hudson.

Pero ¿y si Lucas estaba herido, o peor aún…? No, no podía ni imaginarlo. En cualquier caso, la posibilidad de que estuviera tirado entre los escombros que me rodeaban me llenó de pavor, y una parte de mí quiso quedarse para remover hasta la última piedra, si era lo que se precisaba para encontrarlo.

Sin embargo, después de estas semanas de entrenamiento entendía mejor a Lucas. Sabía lo que me diría si estuviera aquí con tanta nitidez que era como si lo estuviese viendo: «Ahora mismo estás demasiado hecha polvo para hacer nada bueno. Busca ayuda y elabora una estrategia. Esa es la única manera de manejar este asunto».

Caminé tambaleante hacia la luz, decidida a seguir instrucciones. Puede que también yo me estuviera convirtiendo en una soldado.

Ese parque no era tan grande y frondoso como Central Park; se trataba de un risco de piedra aferrado al borde de la isla y más empinado que las montañas de Medianoche. Mi cuerpo temblaba de agotamiento y de un exceso de adrenalina mientras caminaba a trompicones sobre las piedras. Reinaba la oscuridad, una oscuridad más profunda que la que había experimentado en Nueva York la primera vez que nos alejamos de las omnipresentes luces eléctricas. Tuve la sensación de que hacía mucho que no disponía de un rato para detenerme a contemplar el cielo.

Cuando llegué al cobertizo había algunos cazadores fuera. Al reconocerme se relajaron y uno de ellos dijo:

—Está aquí, Lucas.

Esperaba que saliera como una flecha, pero tardó varios segundos. Cuando salió, caminó lentamente hacia mí, como si estuviera midiendo cada paso.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—Estoy ileso. —Tenía una expresión extraña.

Le cogí las manos.

—Me estás ocultando algo.

—Los vampiros han matado a siete personas —dijo. Tuve la impresión de que deseaba decirme algo más, pero no podía. Entonces caí en la cuenta de que conocía la causa de su dolor.

Susurré:

—Sé lo de Eduardo. —Lucas me miró. Pensé que iba a preguntarme cómo lo sabía, y me horrorizaba tener que explicarle que había presenciado su asesinato—. ¿Cómo está tu madre?

—Destrozada. —Dirigió la mirada a lo lejos, hacia donde habría estado el horizonte si hubiera sido de día.

Estaba demasiado conmocionada para sentir todo el peso de mi culpa. Lamentaba que Eduardo hubiera muerto, pero hasta ahí llegaba lo que podía sentir por él. Lucas detestada a Eduardo incluso más que yo, sin embargo aquí estaba, casi doblegado por el peso de la pérdida. Pero no era su pena lo que le dolía, sino la de Kate. Su madre había perdido al hombre que amaba, y frente a eso poco importaba lo que nosotros sintiéramos por Eduardo.

Le abracé con fuerza.

—Ve con tu madre —susurré—. Te necesita.

Lucas me tomó la cabeza entre sus manos y me besó el pelo.

—Gracias a Dios que estás bien. Pensé que habían venido a por ti.

Habían atacado por mi culpa. Tarde o temprano tendría que confesárselo, pero ahora no era el momento.

—Estoy bien.

Me acarició el cabello, me dio otro abrazo y regresó al cobertizo, junto a Kate. En ese momento salió Raquel.

—Lo has conseguido.

—Tú también. —Hice una mueca de dolor al reparar en su cara—. Tienes un ojo morado.

—Esta vez he peleado de verdad —dijo Raquel. A pesar del desaliento general, en sus ojos había una energía casi salvaje—. He devuelto hasta el último golpe. Ha sido… increíble.

—Me alegro.

—Tú tampoco tienes muy buen aspecto.

Probablemente estaba cubierta de polvo de los pies a la cabeza, pero me daba igual.

—¿Y Dana? ¿Está bien?

—Sí. Está ayudando a trasladar al prisionero.

—¿Prisionero? —No me gustó nada cómo sonaba eso.

En ese preciso instante una furgoneta de la Cruz Negra avanzó rugiendo hacia nosotros, deslumbrándonos con sus faros. Raquel y yo levantamos las manos para protegernos los ojos.

—Veo que no han atacado el aparcamiento —murmuré.

Dana asomó la cabeza por la parte trasera de la furgoneta.

—¿Dónde lo dejamos?

—Mejor se lo preguntamos a Eliza —dijo Raquel antes de marcharse a hacer justamente eso.

Me acerqué a Dana.

—¿Tienes… tienes al prisionero ahí dentro?

—Ajá, hoy soy el brazo de la ley. —Trató de sonreír, pero sin demasiado éxito. Pensé que a Dana le hacía tan poca gracia tener a un vampiro cautivo como a mí—. Ahora mismo está tieso, pero cuando despierte se llevará una buena sorpresa.

Se giró levemente para que pudiera verlo. Abrí los ojos como platos. La figura encogida en el suelo de la furgoneta con las manos atadas a la espalda me resultaba demasiado familiar. Me incliné y al reconocerla el terror me paralizó.

Balthazar.

Capítulo ocho

B
althazar, mi pareja en el Baile de Otoño, el chico que me había llevado en coche a ver a Lucas incontables veces, mi amigo y casi mi amante, yacía inconsciente, prisionero de la Cruz Negra. Tenía los pies y las muñecas encadenados. Herido y exhausto como estaba, ni siquiera su fuerza vampírica le permitiría escapar. Dudaba mucho de que la Cruz Negra fuera a darle la oportunidad de recuperarse. Balthazar estaba a su merced.

Durante los últimos meses me había imaginado alguna vez en el papel de prisionera, pero solo ahora me daba plena cuenta de lo terrible que podía ser.

—¿Adónde…? —Se me quebró la voz—. ¿Adónde os lo lleváis?

—Milos dice que hay lugares en la ciudad que podemos utilizar como refugio. Lo trasladaremos a uno de ellos. —El corte con forma de media luna que Dana tenía en la frente indicaba que había estado luchando a vida o muerte—. El grupo tendrá que dividirse durante un tiempo. No disponemos de un lugar donde quepamos todos. Los chupasangres no han matado a tantos de los nuestros, pero se han asegurado de que nos viéramos obligados a desperdigarnos durante una temporada.

—Te acompaño —le dije.

No sabía qué otra cosa hacer. Habría dado lo que fuera por poder consultarlo con Lucas, pero estaba con Kate y no quería interrumpirles. Si conseguía al menos que nos enviaran al mismo lugar que Balthazar, más tarde tendríamos la posibilidad de actuar.

Dana asintió.

—Como quieras. En realidad preferiría alguien más fuerte para transportar al vampiro. No te ofendas, Bianca, pero todavía eres un poco nueva en esto.

—No te lo discuto.

—Pero esta cara bonita dormirá todavía un buen rato.

¿Cómo podía darse cuenta de lo bello que era Balthazar y no darse cuenta de que era una persona y no un monstruo?

Probablemente, Dana intuyó cómo me sentía, porque murmuró:

—Siempre he detestado esta parte.

Cuando subí al asiento del copiloto —vinilo viejo y agrietado remendado con cinta plateada— me sentí terriblemente sucia. No por la gruesa capa de sudor y polvo que cubría mi piel, sino porque estaba ayudando a trasladar a uno de mis mejores amigos a lo que podría ser su muerte.

El nuevo escondite estaba junto al río, al otro lado de Manhattan. No lejos de allí había un muelle de carga donde barcazas y remolcadores se detenían para descargar lo que parecían interminables cajones azules y verdes. Siempre había pensado que las riberas eran lugares tranquilos, pero aquí solo había cables y hormigón. El ruido de sirenas y manivelas ahogaban los murmullos del agua.

Con Dana callada a mi lado, observé cómo Milos y otros dos cazadores trasladaban a un Balthazar inconsciente a lo que semejaba una estación portuaria abandonada. Por un momento sentí un deseo imperioso de marcharme muy lejos de allí y confiar en que Lucas me encontrara. Pero esa era mi parte cobarde tratando de hacerse con el control. Llevaba demasiado tiempo permitiendo que el miedo me controlara. Llevaba demasiado tiempo esperando pasivamente a que las cosas cambiaran. Por el bien de Balthazar, y por el mío, había llegado la hora de ser fuerte.

De modo que entré en el edificio para ver a qué nos enfrentábamos. Dana se quedó fuera, martilleando con las manos el capó de la furgoneta y mirando obstinadamente el agua.

El edificio —una estación portuaria— parecía constar de una habitación más bien pequeña, con una zona elevada cerca del agua y otra más hundida detrás que sin duda había sido utilizada como área de almacenaje. Las paredes y los suelos eran de cemento, y estos últimos estaban tan viejos y desgastados que habían adquirido un tono marrón mate.

Mientras Balthazar yacía en el suelo, Milos le quitó las cadenas de las muñecas y los brazos le cayeron a los lados. Por un momento me sentí esperanzada. Si tenían intención de matarle, ¿no lo habrían hecho ya?

«Podrían haber matado a Balthazar durante el combate y yo no me habría enterado».

Esa posibilidad me llenó de espanto, pero enseguida fue reemplazado por el pánico. Milos no estaba poniendo más cómodo a Balthazar; estaba colocándole el extremo de unas esposas en una muñeca. Horrorizada, le vi cerrar el otro extremo a la barra metálica que rodeaba la habitación. Luego hizo lo mismo con la otra muñeca, de manera que Balthazar quedó sujeto con las manos por encima de la cabeza. Tenía la cabeza desplomada hacia delante, pero su cuerpo había empezado a moverse.

—Se está despertando —dijo uno de los cazadores.

Milos caminó hasta un cubo colocado debajo de lo que semejaba una gotera. Dentro había agua.

—¿Qué tal si le ayudamos con esto? —Y arrojó el agua con fuerza sobre Balthazar.

El líquido lo golpeó a él y el cemento con un estrépito que me sobresaltó. Aturdido y jadeante, Balthazar levantó bruscamente la cabeza. Al ver a los cazadores empezó a recular, hasta que se dio cuenta de que estaba atado. Atrapado. Su cara pasó de la sorpresa a la rabia.

—No te gusta cuando se giran las tornas, ¿eh? —se burló Milos.

Arrastrando las palabras, Balthazar replicó:

—Vete al infierno.

—Creo que ese es precisamente tu lugar —dijo Milos—, no el mío.

Balthazar seguía atontado a causa de las heridas. Los vampiros cicatrizaban más deprisa que los humanos, pero tardaban un tiempo en recuperarse de las heridas graves. Se esforzaba por mantener la cabeza alta, y aunque tenía la mirada desenfocada se notaba que estaba intentando hacerse una idea de dónde estaba, de las posibilidades que tenía de escapar.

Sus ojos buscaron la puerta y fue entonces cuando me vio.

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