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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Despedida (13 page)

BOOK: Despedida
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—Aparta, mamá —dijo Lucas—. Ahora me toca a mí.

—Ni hablar. —La rabia parecía iluminarla por dentro como una vela en una calabaza—. Esta cosa mató a Eduardo. Voy a conseguir que hable y luego le arrancaré el pellejo.

—No solo mató a Eduardo. —Lucas avanzó con arrogancia hacia Balthazar, que no reaccionó—. Como ya sabes, persiguió a Bianca. Lo que no sabes, lo que yo no he sabido hasta hoy, es hasta dónde fue capaz de llegar, lo cerca que estuvo de hacerle daño para obtener lo que quería.

Mis lágrimas no eran fingidas. Retrocedí temblorosa, como si la ensangrentada figura esposada a la barra me diera miedo. Los cazadores se separaron para dejarme pasar, respetuosos con lo que pensaban que yo había padecido a manos de ese vampiro.

Lucas agarró a Balthazar por el pelo. Me encogí por dentro, pero no había otra forma de representar esa parte.

—Intentaste tirarte a mi chica —gruñó.

Balthazar esbozó una sonrisita sesgada que parecía genuina.

—Bueno, pensé que necesitaba que alguien le enseñara cómo se hacía de verdad.

Lucas le cruzó la cara con el dorso de la mano. Algunos cazadores hicieron gestos de aprobación, murmurando «bien», «así se hace». Les odié tanto que quise gritar.

—Escúchame bien. —Lucas respiraba con fuerza. La mirada le ardía y parecía fuera de sí. Cuando daba rienda suelta a su genio a veces conseguía asustarme incluso a mí—. Sabes que te odio a muerte. Sabes que nunca me cansaré de hacerte daño. Así que más te vale que me cuentes lo que queremos saber y más te vale hacerlo ya si no quieres que sea yo quien se encargue de ti el tiempo que te queda de vida. Te garantizo que se te hará eterno. ¿Qué eliges?

En un tono tan bajo que nadie que no fuera vampiro hubiera podido oírme, susurré:

—Invéntate algo. Nosotros haremos el resto.

Balthazar titubeó desconcertado. Lucas le clavó un puntapié en la pierna.

«¡Vamos, piensa en algo! ¡Lo que sea! ¡Confía en nosotros!».

—¡Desembucha! —gritó Lucas—. ¿A por quién iba la señora Bethany?

—¡A por ti! —dijo Balthazar—. Iba a por ti.

—¿A por Lucas? —Kate dio un paso adelante alarmada—. ¿Por qué querría ir a por mi hijo?

—La señora Bethany le culpa a él —contestó. ¿Se daban cuenta los demás de que Balthazar estaba improvisando? No lo parecía—. Creo que piensa que Lucas ha estado hurgando en sus archivos. Teme que pueda saber demasiado. La señora Bethany no ha olvidado el hecho de que le metieras un espía en el internado. Está furiosa. Creo que el incendio de Medianoche fue la gota que colmó el vaso.

Kate alzó el mentón.

—Eso significa que está asustada. Desesperada. Y que arremete contra mi hijo porque no sabe qué otra cosa hacer.

—Sabe perfectamente qué hacer —replicó Balthazar—. Mientras Lucas Ross esté vivo, no dejará de perseguirlo. Y tampoco a la gente que lo acompaña. Deberíais plantearos si os merece la pena seguir al lado de él. Desde este momento, cualquier persona que esté con Lucas tiene tantas probabilidades de palmarla como él.

Kate miró fríamente a su hijo.

—¿Le crees?

—Le creo —contestó Lucas. Acto seguido, se sacó una estaca del cinturón y la hundió en el pecho de Balthazar.

Raquel ahogó un grito. Balthazar jadeó y un segundo después cayó hacia delante, inconsciente y paralizado.

—Quiero quemar esta basura personalmente —dijo Lucas—. Bianca puede acompañarme. Creo que el hecho de prenderle fuego la ayudará a superar lo que le hizo.

Eliza asintió. Kate me colocó las manos en los hombros mientras me enjugaba las lágrimas.

—Solo recuerda que ahora eres libre —dijo.

Los demás nos ayudaron a trasladar el cuerpo inerte de Balthazar a la furgoneta. No daba crédito a lo
muerto
que parecía, con la estaca sobresaliéndole del pecho. Milos informó a Lucas de algunos lugares adecuados para incinerar cadáveres de vampiros, por lo que deduje que lo había hecho otra veces. Me recorrió un escalofrío.

Cerré las puertas de la furgoneta. Lucas encendió el motor y salió a la carretera. Al cabo de unas manzanas, me trasladé a la parte de atrás, donde yacía Balthazar, y pregunté:

—¿Ahora?

Lucas asintió sin apartar los ojos de la carretera.

—Ahora.

Agarré la estaca con ambas manos y tiré de ella con fuerza.

En cuanto la madera estuvo fuera, Balthazar tembló y empezó a retorcerse de dolor. Sus manos ensangrentadas buscaron la profunda herida en el pecho.

—¿Qué dem…?

—Chisssssst. —Le acaricié la frente—. Estás bien. Teníamos que fingir que íbamos a matarte. Era la única forma de sacarte de allí.

—¿Bianca?

—Sí, soy yo. ¿Recuerdas qué ha pasado?

—Creo que sí. —Balthazar hizo una mueca de dolor, pero se obligó a abrir los ojos—. Tú y Lucas…

—Te hemos rescatado —le informó Lucas—. Oye, no tenemos mucho tiempo. ¿Hay algún lugar donde podamos dejarte? ¿Un lugar donde puedas estar a salvo mientras te curas?

Balthazar tuvo que pensar unos segundos antes de asentir.

—Una tienda de Chinatown. Conozco al dueño. Él me esconderá.

—Bien, te llevaremos allí —dijo Lucas.

—Gracias. —Balthazar buscó mi mano. Pese a su fuerza, la presión que ejerció en mis dedos fue más débil que la de un niño—. La Cruz Negra… no…

—No sabe lo mío —dije—. Lucas está cuidando de mí. No corro peligro.

Balthazar asintió. Tenía el rostro deformado e hinchado, y lamenté no tener siquiera unas vendas. Hasta un vampiro necesitaría semanas para recuperarse de heridas tan graves. Me esforcé por sonreír mientras le limpiaba la sangre de la comisura de los labios.

Finalmente llegamos a Chinatown. La calle por la que Balthazar nos indicó que dobláramos era estrecha e increíblemente concurrida. Casi todos los letreros estaban en chino. Tuve la plena sensación de haber entrado en otro país.

Lucas aparcó en doble fila y miró por encima del hombro.

—¿Estás seguro de que puedes llegar solo a tu destino?

—Tal vez sea mejor que Bianca me acompañe.

—Buena idea —dije. Existía un alto riesgo de que Balthazar se desmayara en plena calle y fuera trasladado al hospital, donde enseguida le darían por muerto—. Vuelvo enseguida.

—Daré una vuelta a la manzana. —Lucas echó un vistazo a nuestro pasajero—. Buena suerte, Balthazar.

—Gracias. Lo digo en serio.

Bajé primero y acepté el pesado brazo de Balthazar sobre mis hombros. Casi no podía mantenerse en pie. Cuando hube cerrado las puertas de la furgoneta, Lucas se alejó. Algunas personas se detuvieron para mirar a Balthazar, destrozado como estaba, pero nadie dijo nada. Estábamos en Nueva York.

En cuanto echamos a andar, Balthazar dijo:

—Ven conmigo.

—Eso hago. Encontraremos la tienda, ya lo verás. No puede andar muy lejos…

—No. Me refiero a que no vuelvas con Lucas. Puedo esconderte aquí.

Le miré estupefacta.

—Balthazar, ya hemos hablado de eso. Ya conoces mis sentimientos.

—No estoy hablando de amor. —Cojeaba, y gotas de sangre le caían por las muñecas y las manos hasta la acera—. Ahora ya sabes de qué va la Cruz Negra, de lo que son capaces. Bianca, si descubren la verdad, si te hacen a ti una décima parte de lo que me han hecho a mí…

—Eso no pasará —dije—. Lucas y yo nos marcharemos pronto. Te lo prometo.

Balthazar no parecía muy convencido, pero asintió con la cabeza.

Cuando llegamos a la tienda, una mujer mayor que estaba detrás de un mostrador empezó a gritar algo en chino. Al principio me pregunté si estaba sugiriendo que alguien llamara a la policía. En ese momento un hombre mayor, prácticamente calvo, asomó por la parte trasera de la tienda. En cuanto vio a Balthazar corrió junto a él. Aunque no entendía una palabra de lo que decía, ni la respuesta de Balthazar, también en chino, me daba cuenta de que estaba expresando preocupación.

—Sois amigos —dije.

—Desde 1964. —Balthazar me acarició la mejilla—. Ten cuidado, por favor.

—Lo tendré. Si no volvemos a vernos…

—No te preocupes. Lo sé.

Se inclinó hacia delante, como si fuera a besarme, pero hizo una mueca de dolor. Sus labios estaban demasiado agrietados. Le cogí la mano menos dañada y le di un beso en la palma. Luego regresé corriendo al bullicio de Chinatown, hacia Lucas y el peligro que nos aguardaba cuando volviéramos a la Cruz Negra.

Capítulo diez

—¿P
uedo hacerte una pregunta personal? —dijo Raquel.

La miré con cautela. Estábamos patrullando por la estación Grand Central con Milos y Dana. Había mucha gente, y las paredes estaban cubiertas con tantas tiendas como un centro comercial. Para tratarse de una estación de trenes, era muy bonita, con mucho mármol blanco, un reloj dorado y, mi parte favorita, un techo altísimo pintado de azul oscuro con las constelaciones doradas. Así y todo, no era el mejor lugar para una conversación privada, y me pregunté por qué Raquel había esperado hasta ese momento. De todos modos, dije:

—Claro.

Mis sospechas en cuanto a sus intenciones se vieron confirmadas cuando dijo:

—¿Hasta qué punto estabais unidos Balthazar y tú?

—Nunca estuve enamorada de él, si te refieres a eso.

—Pero lo que Lucas dijo hace dos noches, cuando él… cuando Balthazar… —Raquel buscó en vano una forma de describir lo que creía que había pasado sin utilizar la palabra «asesinato»—. Insinuó que Balthazar intentó obligarte a tener relaciones sexuales con él.

Pensaba que vosotros dos estabais… en fin, nunca imaginé que tuviera que forzarte.

Raquel era la única persona que podía llegar a sospechar de la estrategia que Lucas y yo habíamos concebido para salvar a Balthazar. Confiaba en poder contarle algún día la verdad, pero ahora no era el momento.

—Lucas se enfadó. Sacó de contexto algunas de las cosas que dije y supongo que estalló. Ya conoces su mal genio.

—Ah, vale. —Todavía inquieta, cambió el peso del cuerpo de una pierna a otra.

Un empleado de la estación, tomándonos por unas adolescentes matando el tiempo, nos clavó una mirada severa. La verdad es que éramos adolescentes, y estábamos matando el tiempo, pero también estábamos buscando a un vampiro que, por lo visto, buscaba a sus presas aquí. En mi opinión, eso era justificación suficiente, pero no algo que pudiéramos explicar.

—Caminemos un rato —dije.

Raquel echó a andar a mi lado.

—Oye, dejémonos de rodeos. ¿Balthazar y tú os habéis acostado alguna vez?

—No. —Cuando Raquel me lanzó una mirada escéptica, añadí—: Estuvimos a punto en una ocasión, pero nos interrumpieron. ¿Te acuerdas de lo que pasó con los fantasmas en el aula de tecnología moderna?

—Sí. Uau, entonces aquello fue un golpe de suerte. ¿Te imaginas, sexo con un vampiro? Puaj. —Raquel seguía escudriñando la multitud, siempre alerta; se le daba mucho mejor que a mí—. Aunque nosotras sabemos que no es así, casi da la impresión de que los fantasmas estaban intentando ayudarte.

Recordé el frío verde azulado del aire aquella noche, cuando los espectros intentaron matarme y convertirme en uno de los suyos.

—Decididamente, sabemos que no es así.

Salimos de la marea principal de gente y giramos por un pasillo algo menos concurrido. Largas hileras de fatigados viajeros deambulaban por él, concentrados en no perder el tren o escuchando adormilados sus iPods. Todo parecía normal.

—Es muy raro que nunca lo notaras —dijo Raquel.

—¿Que no notara qué?

—Que Balthazar era un vampiro. No sé, ¿nunca notaste que no le latía el corazón? ¿O que su cuerpo estaba más frío que el nuestro?

Sorprendida, improvisé una respuesta:

—Bueno… la verdad es que… no sé, no son cosas en las que una se fija. ¿Cuántas chicas conoces que piensen: «Caray, me pregunto si el tío con el que salgo está vivo»?

—Ya. —Raquel no parecía convencida, pero algo llamó en ese momento su atención y lo señaló—. Oye, fíjate en esa parka.

Sabía por qué lo decía. Los vampiros, por lo general, tenían frío en ambientes donde los humanos tenían calor, y a veces vestían ropa de invierno en pleno verano. Era una pista que la Cruz Negra nos había dicho que buscáramos. (Mis padres simplemente se aseguraban de ponerse varias capas). En efecto, delante de nosotras había un tipo vestido con una gruesa parka blanca, caminando por la estación en dirección opuesta a la corriente de tráfico normal a esa hora del día.

—Puede que solo sea un bicho raro —dijo Raquel.

—Puede. Después de todo, estamos en Nueva York.

Pero yo sabía que no lo era. Ignoraba por qué lo sabía, quizá se debiera a ese sentido vampírico que Balthazar me había dicho que desarrollaría con el tiempo, la capacidad de percibir la presencia cercana de otro vampiro. Sabía que ese tipo, con su parka blanca y sus largas rastas rojizas, era un vampiro como yo.

El alma se me cayó a los pies. Desde mi ingreso en la Cruz Negra temía esos momentos. Eso estaba a punto de convertirse en una cacería y tenía que encontrar la forma de salvar al vampiro si no quería convertirme en una asesina.

Lo más lógico habría sido convencer a Raquel de que sus sospechas eran ridículas, pero ya era demasiado tarde. Raquel seguía mirando a ese hombre con ojos ávidos y brillantes.

—Fíjate en lo pálido que está. Y tiene algo… no puedo describirlo, pero si tratara de imaginármelo en la Academia Medianoche, sé que encajaría perfectamente.

—No puedes estar segura —repuse.

—Sí puedo. —Raquel apretó el paso para no perder de vista al vampiro—. Por fin hemos dado con uno.

«Mierda».

Raquel tenía la voz tensa por la emoción.

—¿Crees que deberíamos avisar a Dana y Milos?

Si se unían a nosotras cazadores más experimentados, tendría muchos más problemas para proteger a ese hombre.

—Creo que podemos hacerlo solas.

Seguimos al vampiro de las rastas por el pasillo blanco que conducía al exterior de la estación. Aunque todavía era de día, el tiempo lluvioso mantenía el sol a raya. Ni Raquel ni yo llevábamos paraguas, de modo que caminamos arrimadas a los edificios para no mojarnos. Por suerte, el vampiro había tenido la misma idea.

Raquel le señaló.

—Está doblando la esquina.

—Le veo.

Le seguimos varias manzanas en dirección norte. Esa zona era increíblemente bulliciosa y concurrida incluso para Nueva York; turistas con camisetas ridículas corrían de un lado a otro sosteniendo periódicos y bolsas sobre sus cabezas, y los taxis tocaban irritadamente el claxon mientras los parabrisas lanzaban golpes entrecortados contra el chaparrón. Solo se veían edificios de oficinas, hoteles y comercios. Eso significaba que el vampiro podía meterse en cualquier lugar en cualquier momento.

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