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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Despedida (15 page)

BOOK: Despedida
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—Estaré a salvo mientras tenga a mi guardaespaldas conmigo —bromeé mientras golpeaba sus firmes bíceps.

Lucas se había quitado la camiseta debido al sofocante calor que hacía en los túneles. Antes, los ventiladores mantenían el espacio habitable, pero ahora la temperatura rondaba los treinta y cinco grados y había tanta humedad que tenías la sensación de estar nadando.

Lucas me dio un beso sexy, húmedo, que habría encendido nuestra pasión de haber estado en una atmósfera menos lúgubre. Cuando separamos los labios, dijo:

—Decididamente, tenemos que encontrar tiempo para estar juntos.

—Dentro de poco podremos estar juntos todo el tiempo. —Descansé las manos sobre su torso desnudo. Tímidamente, añadí—: Lo estoy deseando.

Sus ojos buscaron los míos, ávidos e inquisitivos. Con la voz deliciosamente ronca, murmuró:

—Lo que tú quieras… cuando tú quieras… Sabes que nunca te presionaría…

Volví a besarle, y esta vez el beso se me subió a la cabeza. Mareada, suspiré:

—Quiero estar contigo, completamente.

Lucas se inclinó de nuevo sobre mí y volví a sentir un mareo. No era solo por los besos. Alargué una mano, riendo con timidez, y él la cogió para ayudarme a sentarme.

—Estás pálida, Bianca. ¿Seguro que te encuentras bien?

—Hace mucho calor aquí dentro —reconocí—. Y tengo hambre.

—Podemos dejarlo cuando quieras. Aquí quedan muchos meses de excavación. Poco importa lo que consigamos hacer hoy.

—Hay algunas cosas que me gustaría recuperar. —Me aparté los mechones húmedos de la frente mientras miraba fijamente a Lucas. Volvía a ser plenamente consciente de los latidos de su corazón, del pulso bajo su piel—. No me iría mal comer algo.

—¿Te refieres a sangre?

Miré a mi alrededor, pero únicamente por la fuerza de la costumbre; estábamos solos en el túnel y podía hablar con total libertad.

—Sí.

—Entonces te conseguiré sangre.

—No quiero tu sangre —dije bruscamente. En ese momento podría perder el control.

Lucas negó con la cabeza.

—Hay un hospital cerca de aquí. Haré una pequeña visita al banco de sangre. Y te traeré también agua fría.

—Me parece genial.

Cuando se hubo marchado, me quedé unos minutos sentada con la espalda contra la pared. Llevaba todo el día diciéndome que me sentía mareada porque necesitaba sangre y porque el día anterior había sido aterrador. Además, ahora que estaba trabajando tan duro en medio de un calor sofocante, ¿no era lógico que me sintiera débil?

Sentía, sin embargo, que mi debilidad era más profunda, como si estuviera incubando un virus. Enfermaba tan pocas veces que no estaba segura de poder reconocer los síntomas. Seguramente, lo de ahora no era más que un molesto resfriado de verano que llegaba en un mal día.

Suspirando, me obligué a levantarme. Puesto que iba a encontrarme mal quisiera o no, por lo menos podía hacer algo útil.

Entré en el viejo vagón de metro y encendí la linterna. El suelo estaba cubierto de gravilla y cristales y el polvo lo empañaba casi todo. Pero cuando divisé el bosquejo pegado todavía a la pared con cinta adhesiva, sonreí. Lo había hecho Raquel, lo que quería decir que me hallaba en nuestro cuarto.

Me puse a escarbar entre las piedras que había debajo de mi antigua cama. Hundí la mano en el polvo y logré pellizcar un trozo de tela. Tiré con fuerza de él y mi bolsa asomó entre los escombros. La poca ropa que contenía seguramente estaría destrozada, pero quizá, solo quizá…

«¡Sí!». Desenterré el broche de azabache que Lucas me había regalado cuando empezamos a salir. Aunque la lustrosa superficie estaba cubierta de polvo, el bello tallado permanecía intacto. Emocionada, traté de prenderlo a la camiseta que llevaba puesta, pero la tela era demasiado fina; finalmente me lo prendí de la cinturilla de los vaqueros.

—¿Hola? —llamó Lucas desde arriba.

Me encaramé a una cama y vi a Lucas acercarse con una bolsa de papel marrón en cada mano.

—¡Mira lo que he encontrado! —Corrí hasta él procurando no prestar atención a mi debilidad—. Está intacto.

Sus dedos encontraron el broche en mi cintura.

—No puedo creer que hayas logrado conservarlo con todo lo ocurrido.

—Nunca me separaré de él.

Lucas levantó una bolsa de papel y dijo:

—Agua. —Luego levantó la otra y dijo—: No agua.

Hasta era capaz de bromear sobre el hecho de proporcionarme sangre. Sonriendo, introduje una mano y saqué una bolsa de sangre recién extraída de la nevera del hospital y deliciosamente fresca. Por lo general, me gustaba la sangre a temperatura corporal, pero en un día caluroso como hoy me apetecía algo frío.

—Hum —dijo Lucas, arrugando la frente—. Podría haberte traído una pajita.

—Puedo morder la bolsa con mis colmillos —dije, pero enseguida me lo repensé—. O hacerle un agujero con tu cuchillo.

—¿Por qué no con los colmillos?

—¿Seguro que no te importa verme así? —Le miré entornando los párpados.

—Teniendo en cuenta lo calientes que nos hemos puesto cada vez que te he visto los colmillos, tengo que admitir que, en cierto modo, me gusta verte así.

Casi me estaba desafiando. Lo encontré divertido.

—Muy bien —dije—. Mira si quieres.

Con la sangre en las manos, no me costó rendirme al dolor de la mandíbula, seguido de la prolongación de lo que semejaban mis caninos. Cuando las puntas asomaron me cubrí la boca con la mano. Luego la retiré.

—Ya está —dije, permitiendo que Lucas me contemplara. Me sentí tremendamente desprotegida, hasta que sonrió y entonces me sentí invencible.

—Adelante —dijo—. Come.

Mordí la bolsa y di la bienvenida al fresco torrente de sangre que inundó mi boca. Lucas solo había conseguido un litro, por lo que bebí despacio, haciéndolo durar. Cerrando los ojos para saborear mejor la sangre, bebí un trago, luego otro…

—Dios mío.

Era la voz de Raquel.

Abrí los ojos de golpe. Lucas y yo nos dimos la vuelta y nuestras miradas tropezaron con Dana y Raquel, que acababan de bajar al túnel. Eliza había dicho que otros se nos unirían más tarde, pero aún era pronto para eso. Sin embargo, aquí estaban. En el túnel. Viéndome beber sangre.

Capítulo once

—E
sperad —dije extendiendo las manos—. Tenéis que escucharnos.

Raquel y Dana no huyeron, pero tampoco parecían muy dispuestas a escuchar. Estaban paralizadas, conmocionadas, mirándome fijamente, mirando a la amiga que acababa de revelarse como un vampiro, la criatura que más odiaban en el mundo.

La bolsa de sangre resbaló de mis manos temblorosas, salpicando el suelo de gotas rojas. Tuve la sensación de que también yo iba a derrumbarme en cualquier momento. Mis colmillos se retrajeron al interior de las mandíbulas, como si intentaran ocultarse.

¿Por qué no las había oído? Mis sentidos vampíricos deberían haberme alertado. Me sentía débil y Lucas me había distraído y ahora aquí estábamos.

Nos quedamos mirándonos durante unos instantes que se me hicieron eternos. Todos respirábamos aceleradamente. Cuando miré a Raquel y vi el dolor y el terror en sus ojos quise llorar, pero me contuve.

Dana rompió el silencio.

—Será mejor que empecéis a explicaros.

—No —dijo Raquel.

—Sé cómo te sientes —le dijo Dana—. Créeme, cariño, lo sé. Pero es preferible que averigüemos todo lo que podamos.

—Por favor —comencé, pero Raquel bajó la vista hasta sus sandalias.

Lucas y yo nos miramos. Él parecía tener más posibilidades de explicarse con Dana que yo con Raquel.

—¿Quieres la versión larga o la versión corta? —empezó.

—Quiero ambas versiones —dijo Dana—. Y cuando termines puedes rematarla con la versión extendida del director. ¿Por qué no empiezas por la versión corta?

—Bianca es hija de vampiros. —Cuando Dana frunció el ceño, Lucas continuó—: Sí, lo sé, pero resulta que los vampiros pueden tener hijos. No ocurre a menudo, pero ocurre. Durante toda su vida le dijeron que algún día la convertirían en vampira y ella lo aceptó sin más, porque eso es lo que haces cuando eres pequeño y tus padres te dicen cómo deben ser las cosas. Luego ingresó en Medianoche, nos conocimos y se dio cuenta de lo que son capaces los vampiros. Así que se marchó conmigo y se unió a nosotros. No es una vampira completa y nunca lo será.

Su versión eludía algunos detalles clave, pero era de los detalles de lo que menos deseaba hablar en ese momento. No obstante, había hecho un buen trabajo.

Me era imposible adivinar si Dana opinaba lo mismo. Estaba inmóvil, con las largas trenzas caídas sobre los hombros y una mano sobre la estaca del cinturón.

—Qué curioso que beba sangre si no es una vampira.

—Necesito sangre y también comida corriente —dije—. Tengo una parte de vampira, y eso es algo que no puedo cambiar.

—¿Qué diferencia hay entre una vampira parcial y una completa? —preguntó Dana—. Porque si las dos tienen colmillos y beben sangre, no veo por qué debería perder mi tiempo con ninguna de las dos.

Avancé despacio. Raquel reculó, y su reacción fue como una bofetada. De todos modos, proseguí con calma, agradeciendo que Lucas estuviera caminando justo detrás de mí.

—La diferencia es que yo estoy viva —dije—. Puedes tomarme el pulso, si necesitas una prueba. Vamos.

Muerta de miedo, alargué la mano.

Dana la cogió desenfadadamente y hundió los dedos en mi muñeca. Me pregunté si podía darse cuenta, por la velocidad de mi pulso, de lo asustada que estaba.

Miró a Lucas.

—¿Desde cuándo lo sabes?

—Me enteré cuando llevaba medio año en la Academia Medianoche. Lo descubrí más o menos como vosotras. —Lucas me colocó una mano en la espalda para tranquilizarme—. Luego Bianca me contó la historia. Me di cuenta de que la quería por quién era, que no me importaba qué fuera.

Dana se volvió bruscamente hacia mí.

—Lo tienes bien coladito.

¿Estaba Dana bromeando de nuevo conmigo? Me dije que eso sería esperar demasiado.

—No lo sé —repuse—. Es bastante terco.

Lucas no se sumó a la broma.

—Dana, dime qué piensas hacer.

—Sinceramente, no lo sé. —Su ancho rostro, por lo general sonriente, estaba ahora completamente serio—. Me creo lo que me has contado, pero eso no cambia el hecho de que no me parece una buena idea tener una vampira en nuestra organización, sabiendo lo que sabemos. Me da igual la clase de vampira que sea. No debería tener ninguna relación con la Cruz Negra.

A ese respecto estábamos completamente de acuerdo.

—Lucas y yo queremos irnos —dije—. Pronto. Siempre he sabido que no puedo quedarme aquí.

—Esperando el momento oportuno, ¿es eso? —Dana no parecía impresionada.

Lucas avanzó un poco más.

—Nos iremos dentro de unas semanas —prometió—. Si no te ves capaz de guardar el secreto durante ese tiempo, dínoslo, y Bianca y yo nos largaremos ahora mismo. Tú decides.

—¿Realmente estás dispuesto a dejarnos? ¿A abandonar este trabajo? —Dana parecía decepcionada; no, más bien desolada. Ella y Lucas habían sido íntimos amigos desde niños; el hecho de perderlo, y descubrir que le había ocultado semejante secreto, tenía que resultarle doloroso—. Pensaba que este era tu mundo. Pensaba que estabas comprometido.

—Es bastante más complejo de lo que pensaba. No todos son malos, Dana. —La sonrisa torcida de Lucas casi me partió el corazón—. Además, la quiero. Y ella me necesita. Mi decisión no tiene vuelta atrás.

—Necesito pensar.

Dana retrocedió para caminar por la margen del túnel, por lo menos el pequeño tramo que ya parecía despejado de cascotes. Nos quedamos a solas con Raquel, que todavía no había abierto la boca.

—¿Raquel? —me aventuré. No obtuve respuesta—. Sé que estás enfadada y lo comprendo. Pero si lo meditas detenidamente, ¿puedes entender por qué no te lo conté?

Asintió lentamente.

—¿Sí? —Caray, eso ya era algo—. Esto no tiene por qué cambiar las cosas. No, si tú no lo permites.

—Me parece bien —susurró Raquel.

Empecé a relajarme. La había creído horrorizada, pero probablemente solo estuviera conmocionada. Puede que la cosa acabara bien después de todo, si Dana se dignaba volver.

La mano de Lucas buscó la mía y la apreté con fuerza. Me pregunté si íbamos a tener que echar a correr y si yo podría correr con lo débil y afectada que estaba.

Dana dejó de pasearse y dijo:

—¿Has dicho unas semanas? ¿Por qué no antes?

—Eduardo cogió el dinero que estaba ahorrando —explicó Lucas—. Desde entonces he conseguido reunir muy poco.

—Tiene sentido.

—Dana, suéltalo de una vez. —Lucas parecía casi enfadado—. ¿Qué vas a decirles a los demás?

—Nada.

—No me mientas.

—Ya me has oído. No diré nada. —Dana le miraba inexpresiva, pero parecía sincera—. Vamos.

—Preguntarán por qué no hemos cavado —dije, dudando de que realmente pudiéramos superar esa crisis.

—Y les diremos que aquí abajo hace demasiado calor incluso para Satanás. Me parece que ya hemos tenido suficientes impresiones por hoy. —Dana se encaminó hacia la salida. Luego se volvió hacia nosotros—. Vamos.

Seguirla parecía la única opción. Nadie abrió la boca en todo el camino.

Decir que esa noche se respiraba tensión en el ambiente sería un eufemismo.

Lucas y yo nos pasamos toda la cena tratando de no mirar a Dana y Raquel. Estábamos comiendo arroz blanco por décimo día consecutivo y sentía que cada grano se me atascaba en la garganta. Raquel y Dana tampoco nos miraban. De hecho, era tal su empeño en no mirarnos que estaba segura de que la gente acabaría dándose cuenta de ello.

Pero los demás tenían la atención puesta en otros asuntos.

—Por su propia seguridad, Lucas tendrá que ir de comando en comando a partir de ahora —dijo Eliza, golpeando su plato de arroz con un cucharón de plástico—. O por lo menos hasta que nos hayamos encargado de la señora Bethany.

«Es más fácil decirlo que hacerlo», pensé. Los mejores cazadores de la Cruz Negra se habían enfrentado a la señora Bethany tres veces en los últimos meses y ella había matado al menos a una docena sin hacerse un solo rasguño.

Kate apenas comía desde la muerte de Eduardo. Se limitaba a amontonar el arroz por el plato en pequeñas montañas.

—¿Me estás diciendo que no puedo llevar a mi hijo conmigo?

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