—¿Y qué estáis haciendo en Filadelfia? —preguntó Vic mientras nos sentábamos—. ¿Os habéis fugado para casaros? ¿Necesitáis que Ranulf y yo hagamos de testigos?
—No —dije. Noté calor en las mejillas, y no sabía si me estaba sonrojando por la idea de casarme o por el hecho de que Lucas y yo hubiéramos tenido ya nuestra luna de miel—. Estamos… estamos intentando establecernos. Y permanecer ocultos.
Vic me miró con repentina severidad.
—¿Has telefoneado a tus padres?
—Les envié un correo electrónico —respondí—. Saben que estoy bien.
Lucas se volvió hacia mí, súbitamente tenso.
—¿Les enviaste un correo? ¿Cuándo?
«Oh, no». Me acordé demasiado tarde de las consecuencias que había tenido ese correo. Quería contarle la verdad a Lucas, pero la captura de Balthazar me había distraído. Aunque odiaba hacer eso delante de mis amigos, sabía que no podía seguir aplazando mi confesión.
—La primera noche que salimos a patrullar. ¿Recuerdas cuando me marché a buscar algo de comer?
—Bianca… —Lucas se pasó las manos por el pelo, gesto que significaba que estaba intentando controlar su furia—. Ignorabas las medidas preventivas que debías tomar. ¿Te das cuenta de lo que ha pasado por culpa de eso?
La Cruz Negra había sido atacada y Eduardo había muerto. En un abatido hilo de voz dije:
—Me doy cuenta ahora. Lo siento, Lucas.
Vic y Ranulf nos miraban alternativamente, como espectadores de un partido de tenis.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Vic—. ¿Tenéis spam?
—Come spam para desayunar —dijo Ranulf, orgulloso de haberse acordado de algo referente al mundo moderno—. Yo comeré spam con mis huevos.
—No la carne spam, sino spam como los anuncios de viagra en los correos electrónicos —le corrigió Vic.
—Hablaremos de eso más tarde —me dijo secamente Lucas. Se volvió hacia la ventana con el rostro tenso.
—De acuerdo. —Aún no había aceptado del todo mi responsabilidad en lo ocurrido pero supe que tendría que lidiar con ella durante un tiempo. Lucas estaba enfadado, y tenía derecho a estarlo, pero no quería discutir delante de Vic y Ranulf. Nerviosa y presa de un renovado sentimiento de culpa, puse toda mi atención en la conversación que estábamos manteniendo—. Vic, puede decirse que estamos huyendo. No de la ley, pero nadie puede encontrarnos. Necesitamos comida y un lugar donde vivir, y… bueno… eso cuesta dinero…
—Mi dinero es vuestro dinero —dijo Vic como si fuera la cosa más obvia del mundo—. Solo tenéis que decir cuánto.
—¿Estás seguro? —Sabía que Vic pertenecía a una familia increíblemente rica, pero, aun así, detestaba mendigar—. Ya tenemos un poco, y vamos a buscar trabajo.
—Lo que queráis, en serio. Y… oh, espera, qué idea tan genial. —Vic chasqueó los dedos—. La bodega.
—¿La bodega? —dijo Lucas, desviando la vista del punto de la ventana que había estado fulminando desde que había averiguado que yo había vendido al comando de la Cruz Negra. Me pregunté si estaba pensando lo mismo que yo, que Vic iba a sugerir que robáramos botellas para una fiesta.
Vic martilleó la carta plastificada con los dedos.
—En el sótano de mi casa tenemos una bodega. Es enorme. Tiene un climatizador para mantener una temperatura agradable en verano y no está muy llena porque mi padre no colecciona vino como lo hacía mi abuelo. Y tiene cuarto de baño.
¿Dormir en un sótano durante el verano? Aunque, por otro lado, no nos costaría dinero.
—Os juro que se está bien —dijo Vic. Ranulf asintió enérgicamente—. Os dejaría alojaros en casa si no fuera porque mis padres van a conectar el sistema completo de seguridad, rayos láser incluidos. —Entrelazó los dedos para representar los rayos—. La bodega tiene una entrada y un sistema de seguridad independientes, pero no es más que un sencillo código de cuatro dígitos. Os daré el código y podréis instalaros allí a partir del cinco de julio. ¿Qué os parece?
—Me parece muy bien. —Lucas asintió lentamente con la cabeza. Sabía que aún estaba tenso y enfadado, pero se estaba controlando—. Vic, eres el mejor.
—Hace tiempo que lo sé. Me alegra saber que ha empezado a correr el rumor.
—¿Y Ranulf? —pregunté. Aunque necesitábamos desesperadamente un lugar donde vivir, me dije que Ranulf también podría necesitarlo—. ¿Qué hará él mientras tú estás fuera?
Ranulf sonrió.
—Yo también me voy a la Toscana. Los Woodson me han invitado a ir con ellos. Hace años que no voy a Italia y estoy deseando ver cómo ha cambiado.
En ese momento llegó la camarera para tomarnos nota. Mientras Ranulf pedía sus huevos con spam, Lucas y yo nos miramos. Si Vic supiera que su colega era un vampiro, seguro que no le habría invitado. Por otro lado, yo estaba segura de que Ranulf jamás haría daño a Vic, y probablemente Lucas lo había intuido también.
De modo que no habríamos dicho nada si Vic no hubiese soltado:
—A pesar de lo chamuscada que está ahora la Academia Medianoche, creo que en otoño volveré.
Lucas y yo le miramos con cara de sorpresa. Conseguí farfullar:
—¿Q… qué?
—Lo sé, es un lugar espeluznante, y es un anacronismo que no puedas tener móvil, pero creo que ya me he acostumbrado. —Vic se encogió de hombros—. Además, no llegué a recibir clases de esgrima, y me apetece mucho probarla.
—Hay otros colegios que enseñan esgrima. —Lucas colocó las manos sobre la mesa y se inclinó hacia delante—. Vic, en serio, no vuelvas allí.
—¿Por qué no? —Vic parecía completamente desconcertado, al igual que Ranulf, que debería haberlo pillado.
No podía contarle la verdad. Sabía que no me creería. Pero lo quería bien lejos de la señora Bethany.
—Existen buenas razones, ¿vale? La noche del incendio ocurrieron cosas extrañas… —Se me quebró la voz. ¿Cómo podía explicárselo?
Lucas intervino.
—Lo que ocurrió en Medianoche fue algo más que un incendio. ¿Podemos dejarlo ahí?
Vic nos miró fijamente.
—Un momento, chicos. ¿Estáis hablando del asunto de los vampiros?
Seguro que no le había oído bien.
—¿Qué? —dije débilmente.
—Que es un internado mayoritariamente de vampiros. ¿Os estáis refiriendo a eso? —Vic calló y sonrió tranquilamente a la camarera cuando dejó nuestros platos sobre la mesa. Ranulf, que permanecía impasible, atacó su spam como si realmente pudiera saborearlo. En cuanto la camarera se hubo marchado, Vic continuó—: Porque, vamos a ver, Bianca, tú eres una vampira, ¿o no? O medio vampira.
Me volví enfurecida hacia Ranulf.
—¿Se lo has dicho?
—¡No! —aseguró Ranulf—. Bueno, sí, le hablé de ti cuando me lo preguntó. Pero no le conté lo del internado. Eso Vic ya lo sabía.
—¿Cómo lo averiguaste? —preguntó Lucas.
—Lo deduje el primer año. Caray, me miráis como si fuera algo difícil. —Vic empezó a contar con los dedos—. La mitad de los estudiantes ignoran cosas que son evidentes, como ese tío que pensaba que
Anatomía de Grey
era un libro de medicina en lugar de una serie de televisión, y la chica que se preguntaba por qué ya no se ahorcaba a los criminales. Además, eso de que todo el mundo comiera en su habitación, tan reservados y misteriosos, y que encima la mitad de los estudiantes no aparecieran para recoger su comida. Ardillas muertas por todas partes. El escalofriante lema del colegio. Todo cuadraba.
Nos quedamos sin habla. Lucas finalmente dijo:
—¿Sabías que estabas rodeado de vampiros y no te importaba?
Vic se encogió de hombros.
—No soy quien para juzgar.
Estaba tan estupefacta que casi hundí los codos en mis gofres. No sé cómo, pero conseguí inclinarme sobre la mesa sin empaparme de sirope.
—¿No tenías miedo?
—La primera noche, después de comprenderlo todo, la verdad es que se me hizo eterna —reconoció Vic—. Pero luego me dije: Oye, llevas aquí dos meses y no parece que se hayan comido a nadie. ¿Dónde está el problema? Los vampiros parecían bastante inofensivos, y me dije que por lo menos tenían un colegio donde podían estar seguros de que la gente les dejaría en paz. Puedo respetar eso.
—Fue un alivio no tener que ocultarle mi verdadera naturaleza —dijo Ranulf.
Lucas no hizo el menor caso al estofado.
—Nunca me lo contaste —le dijo a Vic.
—No quería acojonarte. Aunque, por lo que veo, lo llevas muy bien. —Vic sonrió—. Es increíble lo convincente que puede ser una bella dama.
—No puedo creer que descubrieras el secreto —dije.
—Y tú, mi aburrido compañero de cuarto —dijo Vic a Lucas—, ¿cómo descubriste lo de los tipos con colmillos?
—Siempre he sabido lo de los vampiros —dijo Lucas, reparando al fin en que tenía comida delante.
—No, no me refiero a
Drácula
y esas cosas. ¿Cuándo descubriste que existían de verdad?
—Siempre lo ha sabido —intervine—. Lucas se crió en la Cruz Negra.
Ranulf soltó el tenedor con gran estruendo. Apretó con fuerza su cuchillo y miró a Lucas con los ojos como platos. Me di cuenta de que estaba a punto de saltar sobre la mesa, ya fuera para escapar o para atacar.
—Ya no pertenezco a la Cruz Negra —dijo apesadumbrado Lucas—. No voy a hacerte daño, así que tranquilo.
Cuando Ranulf se relajó ligeramente, Vic dijo:
—Uau, ¿qué es la Cruz Negra?
—Un grupo de cazadores de vampiros con siglos de antigüedad —expliqué—. Los vampiros de Medianoche son inofensivos, la mayoría al menos, pero ahí fuera hay vampiros peligrosos.
—No solo atacan a los peligrosos —dijo Ranulf con la mirada sombría.
—Eso lo he comprendido ahora —dijo Lucas—. Porque cuando descubrieron qué era Bianca, también fueron a por ella. Ahora ya sabéis de qué huimos.
Vic asintió con la cabeza, totalmente satisfecho con la nueva información.
—Si esto no fuera tan peligroso, molaría un montón.
Cuando terminamos de comer, Vic propuso que fuéramos a su casa.
—Para que la veáis. Puedo enseñaros dónde está la parada de autobús más cercana, porque necesitaréis saber cómo llegar al centro para esos trabajos que vais a buscar. Por cierto, ¿qué sabéis hacer?
—Yo me he pasado la vida reparando coches y camiones —dijo Lucas mientras cruzábamos la puerta de la cafetería. Las campanillas que colgaban del picaporte tintinearon—. Probablemente podría trabajar en un taller.
Yo no respondí porque no tenía la menor idea. ¿Qué sabía hacer? El único tema que dominaba un poco era la astronomía, y la NASA no contrataba a alumnos que dejaban sus estudios a medias.
—Aquí. —Vic señaló su coche, un descapotable amarillo.
Ranulf me invitó cortésmente a ocupar el asiento del copiloto, aunque eso implicara que él y Lucas tuvieran que apretarse en el asiento de atrás. Dado lo tenso y enfadado que estaba Lucas, pensé que no era mala idea estar un rato separados. Por un lado, me enorgullecía que hubiera conseguido mantener a raya su enfado. Por otro, nunca me había dado cuenta de lo inquietante que es saber que alguien está furioso contigo y esperando el momento oportuno para hablar.
Entonces Vic me distrajo por completo cuando dijo:
—Ah, y hay otra cosa que tenéis que hacer sin falta en la casa.
—¿Qué? —pregunté.
—Conocer a la fantasma.
—¿T
e acuerdas del año pasado? —pregunté mientras nos deteníamos en el largo camino de grava de la casa de Vic. Era una imponente mansión de ladrillo, y me habría intimidado de no haber estado tan aterrada—. ¿De cómo me acosaban los espectros?
Vic arrugó la frente desconcertado.
—¿Espectros?
—Así llaman los vampiros a los fantasmas —dijo Ranulf—. ¿Puedo bajar? No me siento las piernas.
—Un momento —dijo Lucas inclinándose hacia delante, entre los dos asientos, para poder hablar más directamente a Vic—. Éste no es en absoluto un lugar seguro.
—Tú no estabas en la academia el año pasado —se burló Vic.
—Pero yo sí —intervine— y recuerdo perfectamente los ataques, la luz verde azulada y el frío y todo ese hielo cayendo del techo. Así que no pienso entrar en una casa que tiene un espectro dentro. Un fantasma. O como quieras llamarlo.
Lo que Vic no sabía —muy pocos lo sabían en el mundo, ni siquiera los vampiros— era que los hijos de vampiros eran fruto de un acuerdo pactado entre vampiros y espectros, y que los espectros me reclamaban ahora como uno de los suyos.
Durante los terroríficos incidentes acaecidos en Medianoche, entre ellos uno que casi acaba conmigo, eso era precisamente lo que los espectros habían intentado hacer.
Vic suspiró. Llevábamos más de cinco minutos estacionados delante de su casa, discutiendo sobre el tema desde que salimos de la cafetería. Los aspersores que regaban el extenso césped ya habían pasado por tres velocidades.
—Creo que nos hallamos en un impasse —dijo.
—Quiero hacer una observación —dijo Ranulf.
Exasperado, Lucas espetó:
—No eres el único apretujado aquí dentro, ¿vale?
—Esa no era la observación —replicó Ranulf.
—Habla —dije.
Nadie me haría cambiar de parecer. Pero entonces Ranulf dijo:
—¿No llevas puesto un colgante de obsidiana?
Rodeé con mi mano el colgante que mis padres me habían regalado las últimas Navidades. Una antigua lágrima de obsidiana con una elaborada cadena de cobre que se había puesto verde. Al principio lo recibí como un simple detalle, un reflejo de mi gusto por la ropa de época. No obstante, la señora Bethany me informó más tarde de que la obsidiana se hallaba entre los muchos minerales y metales que ahuyentaban a los espectros.
En otras palabras, podía protegerme. Desde entonces no me había quitado el colgante ni para ducharme. Casi me había olvidado de él.
—La obsidiana me protege —admití—, pero ignoro hasta qué punto o durante cuánto tiempo.
—Te prometo que esta fantasma no es mala —dijo Vic—. O espectro, o lo que sea. Es fantástica. Bueno, creo que es chica.
—¿Has hablado con esa cosa? —le preguntó Lucas—. ¿Has podido comunicarte con ella?
—No exactamente, pero…
—Entonces, ¿cómo sabes que es «fantástica»?
—Igual que sé cuándo alguien intenta burlarse de mí —dijo Vic aguzando la mirada—. Simplemente, lo sé.
Seguía queriendo decirle a Vic que diera marcha atrás y nos llevara al hotel. Sin embargo, sabía que solo podríamos permitirnos unas cuantas noches allí, y únicamente porque nos habían hecho un precio especial. Vic nos prestaría todo el dinero que necesitáramos, pero yo quería pedir lo menos posible. Si no podíamos quedarnos en su casa durante el mes de julio y los primeros días de agosto, tendríamos que pedirle miles de dólares. Prefería no tener que recurrir a eso.