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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Despedida (9 page)

BOOK: Despedida
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Me encogí de hombros. ¿Por eso tanto misterio?

Entonces vi la duda en su cara, seguida de un brillo en sus ojos, y caí en la cuenta de que era la persona más ciega de todo el planeta.

—¿Tú y Dana…?

—Dana y yo. —Durante una fracción de segundo, como si no pudiera contenerla más, Raquel esbozó la sonrisa más radiante que le había visto nunca. Pero enseguida volvió a asomar la duda—. ¿Se te hace raro?

—Un poco —confesé—, pero solo porque nunca me lo habías mencionado. Después de todas las cosas que nos hemos explicado, podrías haberme contado también esto.

—Nunca sabes cómo se lo va a tomar la gente. Además, siempre estabas intentando liarme con tíos.

—Intenté liarte con Vic. Un tío. Uno. —La cabeza me daba vueltas. Por lo menos, hablar de la vida amorosa de Raquel nos había distraído a las dos—. Es solo que nunca lo había sospechado.

Raquel esbozó una sonrisa divertida.

—Nunca he mostrado interés por los tíos, nunca.

—No quería pensar en estereotipos.

—Una cosa es no pensar en estereotipos y otra no pensar en absoluto.

—Vale, si querías hacerme sentirme como una idiota, lo has conseguido.

Nos miramos durante un segundo y rompimos a reír. Le di un fuerte abrazo y durante media hora estuve escuchando lo guapa e increíble e inteligente y fantástica que era Dana. Aunque estaba completamente de acuerdo con Raquel, no necesitaba decírselo. Mi papel consistía en sonreír, asentir con la cabeza y alegrarme por ella. Una tarea fácil.

«¿Lo sabe Lucas?», me pregunté. Seguramente, o por lo menos lo sospecharía. Él y Dana estaban muy unidos. He aquí otro de los muchos temas sobre los que no habíamos tenido oportunidad de charlar.

Regresamos al cuartel general de la Cruz Negra justo antes de que anocheciera, por suerte sin que yo hubiera delatado a más vampiros. Mientras me quitaba la ropa sudada, Raquel salió con la promesa de que conseguiría comida para las dos. Yo no tenía muchas ganas de comer, y aún menos copos de avena por séptimo día consecutivo, pero le di las gracias y dejé que se fuera. Me apetecía estar un rato sola.

Cuando me hube cambiado de ropa salí a dar un paseo por el túnel. Era el primer momento de soledad que tenía desde el incendio de Medianoche; siempre tenía alguna tarea que hacer o gente alrededor. Al otro lado de la hilera de luces que usaba la Cruz Negra, la oscuridad insondable del túnel se me antojaba una barrera tan real como una pared.

«Vi a ese vampiro en un sueño», pensé. Ya antes me había preguntado si mis sueños estaban empezando a predecir el futuro, pero esta era la prueba más fehaciente hasta el momento. El espectro me había revelado la existencia del vampiro de las rastas rojizas.

Después de pasar tanto tiempo alejada de las persecuciones de Medianoche, y después de acostumbrarme a la tranquilidad que me daba el colgante de obsidiana, había conseguido dejar a un lado parte de la inquietud que me producían los espectros. No obstante, ahora que tenía a los fantasmas penetrando en mi mente y mostrándome el futuro, volvía a asaltarme todo ese miedo y desconcierto.

Me perseguían porque, en cierto modo, además de hija de vampiros era hija de un fantasma. Mis padres básicamente habían llegado a un acuerdo con los espectros para que yo pudiera nacer. Los vampiros no podían concebir por sí mismos, pero con la ayuda de un fantasma sí podían. Lo que mis padres ignoraban por aquel entonces, y yo no descubrí hasta unos meses atrás, era que los fantasmas se consideraban dueños legítimos de todos los niños nacidos a través de tales acuerdos. Yo ignoraba qué significaba eso exactamente, aunque, a juzgar por los ataques que había padecido en Medianoche, significaba que no querían que viviera como una vampira normal y corriente. Bueno, por lo menos en eso estábamos de acuerdo. Había abandonado a mis padres y el internado y estaba convencida de que nunca mataría a un ser humano y me convertiría en una vampira completa.

Pero a los espectros, por lo visto, no les bastaba con eso. Me preguntaba qué más podían querer. ¿Tenían intención de seguir irrumpiendo en mis sueños? Si todavía iban a por mí, ¿por qué no me asaltaban de una vez? ¿O acaso estaban esperando el momento oportuno?

Entonces me di cuenta de que me estaba preocupando por algo que no iba a suceder porque estaba caminando por vías de hierro.

«El hierro». Según Balthazar, ciertos metales y piedras ahuyentaban a los espectros. La obsidiana, como la de mi colgante, era una de esas piedras. Los repelentes más poderosos eran los metales que se encontraban en pequeñas dosis dentro del cuerpo humano, como el cobre y el hierro. Eso significaba que el cuartel general de la Cruz Negra era, en sí mismo, un lugar a prueba de fantasmas.

Algo más tranquila, empecé a relajarme. Me dije que ahora que disponía de un rato a solas, podía dedicarlo a cazar ratones. Todavía sentía el calor de la sangre de Lucas, pero no tenía ningunas ganas de volver a pasar hambre.

Fue entonces cuando oí los golpecitos: clic, clic, clic, clic.

Levanté la vista hacia la oscuridad del techo. Pese a mi visión vampírica, solo alcanzaba a ver una maraña de tuberías y sombras. Otra vez ese «clic clic clic clic». Un sonido de metal contra metal.

«Puede que no sea nada».

«Puede que sí lo sea».

Salí disparada hacia los vagones en busca de Raquel, y me encontré con Eliza, lo cual era aún mejor.

—Algo ocurre en el interior del túnel —jadeé—. Se oyen unos golpes muy raros.

—Las cosas tienen un sonido extraño bajo tierra. —Hacía falta algo muy gordo para poner nerviosa a Eliza, y un par de ruiditos extraños no lo eran—. Sé que te has llevado un buen susto, y es comprensible, pero ahora cálmate, ¿quieres?

Fue entonces cuando oí un fuerte estruendo y la parte del fondo del túnel cedió.

Bloques de cemento del tamaño de habitaciones se estrellaron contra el suelo y un segundo después una densa polvareda inundó el aire. Eliza me agarró para hacerme retroceder. La sección de techo que teníamos sobre nuestras cabezas se mantenía firme, pero ¿por cuánto tiempo?

—¡Dios mío! —gritó—. ¡Vamos!

Huimos de los cascotes en dirección a la multitud de cazadores que empezaban a congregarse para ver qué pasaba cuando el otro extremo del túnel también cedió. Fue un estruendo más lejano, más apagado, pero ahora ya era capaz de reconocer el sonido.

—¡El túnel se está viniendo abajo! —grité.

—Esto no es un accidente —dijo resueltamente Eliza. Cogió algo de su cinturón y lo abrió; en ese instante emitió un pitido metálico que alertó a todo el mundo—. Han venido.

—¿Quiénes?

Por nuestro lado rodaron nubes de polvo densas y terrosas y empecé a toser. Algo más lejos, los del grupo corrían y gritaban. Eliza partió como una bala, dejándome que encontrara el camino yo sola. Pero no podía ver, y casi no podía respirar.

Cuando una figura adquirió forma en medio de la oscuridad, alargué un brazo desesperada. Al instante quedé petrificada.

—Por fin la encuentro, señorita Olivier. —La señora Bethany avanzó hacia mí. El chal negro que llevaba sobre los hombros se fundía con la nube de polvo circundante—. La estábamos buscando.

Capítulo siete

—¡S
eñora Bethany!

Su mirada de halcón me paralizó. No habría podido echar a correr aunque lo hubiera intentado. Había algo casi hipnótico en sus ojos negros.

«Ha venido para llevarme a casa», pensé desconcertada. Aunque la señora Bethany me daba más miedo que nunca, la palabra «casa» tiró de mí y por un momento no supe qué dirección tomar.

—¡Por aquí! —La voz de Eduardo retumbó en medio del fragor. Estaba corriendo en nuestra dirección y, a juzgar por los gritos y maldiciones que sonaban a nuestro alrededor, ni él ni la señora Bethany estaban solos.

Había presenciado antes una batalla entre vampiros y la Cruz Negra y sabía cómo sonaba.

La señora Bethany esbozó una amplia sonrisa. El hollín y los cascotes que caían a nuestro alrededor no parecían afectarle en absoluto. Eran sus elementos: oscuridad, violencia, sangre. Cuando Eduardo apareció empuñando una estaca, su sonrisa se ensanchó aún más.

—Hija de… —maldijo Eduardo entre dientes.

—Te recuerdo que atacaste mi casa —le interrumpió la señora Bethany—. Permíteme que te devuelva el favor.

Eduardo levantó la estaca, poniendo en guardia a su equipo, pero la señora Bethany fue más rauda y, saltando sobre él con tal celeridad que casi no pude verla, le agarró la cabeza y la giró bruscamente. Oí un crujido escalofriante. Eduardo cayó desplomado al suelo y la señora Bethany alzó triunfalmente el mentón. En ese momento las nubes de polvo se arremolinaron, envolviéndolos a los dos e impidiéndome ver.

Me arrimé temblando a la pared del túnel, tratando de ahuyentar el pánico para poder pensar. La señora Bethany había dirigido un grupo numeroso de vampiros para atacar el cuartel general de la Cruz Negra. Pero ¿cómo había sabido dónde encontrarnos?

No tenía que preguntarme cómo osaba atacar el bastión más poderoso de la Cruz Negra. A fin de vengar el incendio de su amado internado, la señora Bethany habría sido capaz de mucho más.

Por otro lado, sabía que los vampiros que la acompañaban no habían venido precisamente para echarme una mano. Yo estaba confraternizando con el enemigo, y si alguno de ellos revelaba mi verdadera naturaleza a los cazadores de la Cruz Negra… hasta el último combatiente de ambos bandos iría a por mí.

Mal asunto.

Otro bloque de cemento cayó del techo. Grité y me acurruqué en el suelo un segundo antes de que aplastara uno de los vagones. La onda expansiva me sacudió los huesos, y los chirridos y lamentos del metal casi me dejaron sorda. Me cubría un sudor frío y quise quedarme allí, hecha un ovillo, hasta que todo hubiera terminado.

Entonces caí en la cuenta de que Lucas se hallaría en medio de la refriega, luchando a vida o muerte.

Levanté bruscamente la cabeza y abrí la boca para gritar su nombre, pero me contuve. Probablemente, algún vampiro me oiría antes que Lucas, y lo último que deseaba era atraer la atención hacia él o hacia mí. No. Necesitaba encontrar a Lucas yo sola, y lo antes posible.

«¿Y Raquel? ¿Y Dana?». Afortunadamente, la segunda pregunta respondió la primera. Ahora sabía que Dana defendería a Raquel a muerte si era necesario.

Tosiendo, corrí por el oscuro túnel inundado de hollín en dirección a la zona donde comíamos. Lucas se habría dirigido allí para cenar, de modo que era el lugar donde tenía más probabilidades de encontrarle.

Pero me costaba orientarme. El cuartel general, ya de por sí un lugar lóbrego e inhóspito, parecía ahora el ojo de un huracán. Casi todas las lámparas se habían caído durante las explosiones, por lo que reinaba una oscuridad total. Incluso con mi vista de vampira solo alcanzaba a vislumbrar sombras y manchas borrosas. Los cazadores de la Cruz Negra estaban prácticamente peleando a ciegas. Extendí una mano para poder seguir la pared con las yemas de los dedos. Solo así podía estar segura de que avanzaba en línea recta. Cada dos o tres segundos, un cazador encendía una bengala que me permitía ver un destello de actividad: dos adversarios forcejeando, luchando desesperadamente por matar al otro, indistinguible el humano del vampiro.

Entonces la bengala se extinguía… y de nuevo reinaba la oscuridad.

¿Y si Lucas se hallaba entre los combatientes? ¿Y si había pasado corriendo por su lado mientras lo malherían o algo peor?

Fue entonces cuando me di cuenta de que sabía que no había pasado por su lado. Lo sabía. Algo dentro de mí me decía que no estaba cerca de Lucas.

«Es la sangre».

Mis padres siempre me habían explicado que beber sangre creaba una conexión poderosa. Entonces supuse que se referían a una conexión emocional. Ahora comprendía que se trataba de algo más. Algo dentro de mí podía saber dónde estaba Lucas, puede que incluso cómo estaba. Solo me faltaba aprender a utilizar dicha habilidad.

«Ya voy, Lucas», pensé. No tenía con él una conexión telepática, ni mucho menos, pero era preciso que me concentrara en su persona.

Cerré los ojos en medio del humo y los gritos. Ahora las yemas de mis dedos eran mis únicas guías. Alargué un brazo para buscar a Lucas. Cuando estuviera cerca de él, lo sabría. «Allí».

Me detuve en seco y abrí los ojos. La oscuridad era impenetrable y el fragor había aumentado, lo que hacía que los gritos y alaridos me desorientaran todavía más. Así y todo, sentía que Lucas estaba cerca. ¿Me atrevería a gritar su nombre?

Fue entonces cuando el ladrillo se precipitó y me golpeó en la parte posterior de la cabeza.

No sentí que caía. En ese momento no podía sentir nada. Podía oír los gritos y el golpe seco de mi cuerpo al desplomarme. Fue doloroso —sabía que me había dolido—, pero era un dolor abstracto, como si lo estuviera recordando. Fuera cual fuese la conexión que había establecido con Lucas, se cortó al instante. Durante un rato no percibí nada salvo ruido. Ignoraba si la situación duró diez segundos o diez minutos.

En realidad no fui consciente de prácticamente nada hasta que noté que una mano fuerte me agarraba del brazo y me levantaba. No podía mantenerme erguida sin tambalearme, pero la mano no me dejaba caer.

—Abra los ojos —dijo la señora Bethany.

Obedecí. En el túnel reinaba ahora un completo silencio, roto únicamente por el polvo y las piedras que seguían cayendo. El cegador remolino de arenilla había amainado ligeramente. Gracias a mi visión vampírica podía ver a la señora Bethany en la oscuridad, sombras azules sobre un fondo negro.

Me dolía la garganta de respirar polvo. Carraspeé.

—¿Va a matarme?

Ladeó la cabeza, como si hubiera dicho algo gracioso.

—Creo que puedo sacar mejor partido de usted.

—¿Ha venido a vengarse de la Cruz Negra o solo de mí?

—Se cree usted muy importante. —La señora Bethany se puso a caminar mientras tiraba de mí. Habiendo perdido el equilibrio, solo podía avanzar a trompicones, tosiendo y contrayendo el rostro por la saña con que me tenía cogido el brazo—. Mi relación con la Cruz Negra comenzó mucho antes de que usted naciera, señorita Olivier. Y sospecho que se prolongará mucho más después de su muerte.

Aunque me invadió el pánico («¿Dónde está Lucas? ¿Y Raquel?»), sabía que la señora Bethany no tenía planeado matarme. Si esa fuera su intención, ya lo habría hecho.

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