Authors: Greg Egan
Se alejaron del coral nadador, para entrar en un enjambre de algo parecido a medusas: hiperesferas flexibles que agitaban delgados tentáculos (cada uno de ellos más sustancial que Paolo). Entre ellas corrían diminutas criaturas como joyas. Paolo empezaba a darse cuenta de que aquí nada se movía como un objeto sólido atravesando el espacio normal; el movimiento parecía implicar una deformación rielante de la hipersuperficie principal, un proceso visible de desensamblado y reconstrucción.
Karpal le guió por el océano secreto. Había gusanos helicoidales, entrelazados formando agrupaciones de número indeterminado... cada criatura individual rompiéndose en docenas o más de lonchas, estremeciéndose y luego recombinándose... aunque no siempre a partir de las mismas piezas. Había deslumbrantes flores sin tallo multicolores, complejos hiperconos de delgados pétalos de quince dimensiones... cada uno un hipnótico laberinto fractal de grietas y capilares. Había monstruosidades con garras, nudos retorcidos de afiladas partes de insecto como una orgia de escorpiones decapitados.
Paolo dijo a tientas:
—Podrías ofrecer a la gente una visión de todo esto en solo tres dimensiones. Lo suficiente para dejar claro que aquí dentro hay...
vida
. Pero aun así les va a conmocionar de mala manera. — Vida... inmersa en las computaciones accidentales de las Alfombras de Wang, sin ninguna posibilidad de conectar con el mundo exterior. Era una afrenta a toda la filosofía de Carter-Zimmerman: si la naturaleza había creado por evolución «organismos» tan apartados de la realidad como los habitantes de las polis más introvertidas, ¿dónde quedaba la situación privilegiada del universo físico, la separación clara entre realidad e ilusión? Y después de trescientos años esperando buenas noticias de la Diáspora, ¿cómo reaccionarían a esto en la Tierra?
Karpal dijo:
—Debo mostrarte una cosa más.
Por razones evidentes, había bautizado a las criaturas como «calamares». Se tocaban unos a otros con sus tentáculos de una forma que parecía totalmente carnal. Karpal le explicó:
—Aquí no hay análogo a la luz. Lo estamos viendo según reglas
ad hoc
que no tienen nada que ver con la física nativa. Aquí todas las criaturas recogen información sobre los otros por medio del contacto... que, con tantas dimensiones, es un medio muy generoso para intercambiar datos. Lo que ves es comunicación al tacto.
—¿Comunicación sobre qué?
—Creo que habladurías. Relaciones sociales.
Paolo observó la masa de tentáculos.
—¿Crees que son
conscientes
?
Karpal, puntual, sonrió:
—Poseen una estructura central de control, con más conectividad que el cerebro de un ciudadano, que correlaciona datos que llegan de la piel. He mapeado ese órgano y he empezado a analizar su función.
Guió a Paolo hasta otro panorama, una representación de las estructuras de datos del «cerebro» de uno de los calamares. Era —misericordiosamente— tridimensional y muy estilizada, con bloques translúcidos de colores para representar símbolos mentales, unidos por líneas gruesas que indicaban conexiones importantes entre ellos. Paolo había visto diagramas similares de mentes de ciudadanos; éste era mucho menos elaborado, pero aún así extrañamente familiar.
Karpal dijo:
—Aquí está el mapa sensorial de su entorno. Lleno de cuerpos de otros calamares y datos vagos sobre las últimas posiciones conocidas de algunas criaturas más pequeñas. Pero observarás que los símbolos activados por la presencia física de otros calamares están enlazados con
estas
—con un dedo delineó la conexión— representaciones. Que son miniaturas toscas de
esta estructura completa
de aquí.
«Esta estructura completa» era un montaje identificado con etiquetas gestalt para la recuperación de memoria, los tropismos simples, las metas a corto plazo. Las ocupaciones generales de ser y hacer.
—El calamar tiene mapas, no sólo del cuerpo de otros calamares, sino también de sus mentes. Acierte o no, es innegable que intenta saber qué piensan los demás. Y —señaló a otro conjunto de enlaces, que llevaban hasta otra miniatura menos tosca de la mente calamar— también piensa sobre sus propios pensamientos. Yo lo llamaría
consciencia
, ¿no crees?
Paolo apenas pudo decir:
—¿Te guardaste todo esto? ¿Llegaste hasta aquí sin decir nada?
Karpal se mostró contrito.
—Sé que fue egoísta, pero una vez que decodifiqué las interacciones de los patrones de teselas, no pude forzarme a dejar de trabajar el tiempo suficiente para explicárselo a alguien. Y recurrí a ti primero porque quería tu consejo sobre cómo comunicar la noticia.
Paolo rió amargamente:
—¿La mejor forma de dar la noticia de que la
primera consciencia alienígena
está oculta en lo más profundo de un ordenador biológico? ¿Que todo lo que la Diáspora debería haber demostrado al resto de la Coalición se ha vuelto del revés? ¿La mejor forma de explicar a los ciudadanos de Carter-Zimmerman que después de trescientos años de viaje, bien podrían haberse quedado en la Tierra ejecutando simulaciones con el menor parecido posible con el mundo físico?
Karpal se lo tomó con buen humor:
—Yo pensaba más bien en la mejor forma de decir que de no haber viajado a Orfeo y haber estudiado las Alfombras de Wang, jamás habríamos tenido la oportunidad de decir a los solipsistas de Ashton-Laval que todas sus complejas formas de vida inventadas y sus exóticos universos imaginarios palidecen al compararse con la realidad que hay ahí fuera... y que sólo la Diáspora Carter-Zimmerman podría haber encontrado.
Paolo y Elena estaban juntos al borde del Satélite Pinatubo, viendo cómo una de las sondas exploratorias apuntaba su máser a un punto distante del espacio, A Paolo le pareció apreciar una ligera dispersión de microondas cuando el rayo atravesó el halo rico en hierro de Vega. ¿
La mente de Elena difractada por todo el cosmos
? Mejor no pensarlo.
Dijo:
—Cuando te encuentres con las otras versiones de mí que no han experimentado Orfeo, espero que les ofrezcas injertos mentales para que no se sientan celosos.
Frunció el ceño.
—Ah. ¿Lo haré o no? Deberías habérmelo pedido antes de clonarme. Pero no hace falta que tus clones se sientan celosos. Habrá mundos mucho más extraños que Orfeo.
—Lo dudo. ¿De verdad lo crees?
—No estaría haciendo esto si no lo creyese. —Elena no tenía poder para cambiar el destino de los clones congelados de su yo anterior. Pero todo el mundo tenía derecho a emigrar.
Paolo le cogió la mano. El rayo apuntaba casi a Régulus, caliente en el ultravioleta y brillante, pero al apartar la vista, la luz amarilla y fría del Sol le llamó la atención.
Por ahora C-Z Vega se estaba tomando sorprendentemente bien la noticia de los calamares. El modo como lo había expresado Karpal había suavizado el golpe: sólo tras viajar toda esta distancia por el universo físico y real podría haberse realizado semejante descubrimiento... y era asombroso lo pragmáticos que habían resultado ser incluso los ciudadanos más doctrinarios, Antes del lanzamiento «alienígenas solipsistas» habría sido la idea más desagradable que hubieran podido imaginar, lo más abominable que hubiese podido encontrar la Diáspora... pero ahora que estaban aquí, y el hecho era innegable, la gente encontraba la forma de verlo bajo mejor luz. Orlando incluso había proclamado:
«Éste
será el sueño perfecto para las polis más marginales. Viaje por el espacio real para presenciar una realidad virtual totalmente alienígena. Podemos ofrecerlo como una síntesis de las dos formas de ver el mundo».
Pero Paolo todavía tenía miedo por la Tierra, donde su yo de la Tierra y los otros tenían la esperanza de recibir una guía. ¿Se tomarían a pecho el mensaje de las Alfombras de Wang y se retirarían a sus propios mundos herméticos, dejando de lado la realidad física? Se podía sobrevivir a Lacerta, se podía sobrevivir a cualquier cosa: no tenías más que enterrarte a la suficiente profundidad.
Dijo lastimeramente.
—¿Dónde están los alienígenas, Elena? ¿Con los que podamos vernos? ¿Con los que podamos hablar? ¿De los que podamos aprender algo?
—No lo sé. —De pronto Elena se echó a reír.
—¿Qué?
—Lo acabo de pensar. Quizá los calamares se estén preguntando justo eso mismo.
Yatima dijo:
—Swift lo vieron en persona. Aunque puede que les sorprendan algunos de los cambios acaecidos desde su marcha.
Paolo añadió con ironía:
—Y el tiempo que nos llevó conseguir que las distracciones no nos impidiesen ver lo importante.
—Nadie es perfecto. —Yatima vaciló—. Yo participaba más que tú en el aspecto técnico, pero aun así te necesitaría para encajar todas las piezas.
—¿Por qué? —Paolo giró inquieto alrededor de la barra que sostenía.
—¿Vamos a contarles lo sucedido en Poincaré?
—Por supuesto.
—Entonces tendrán que conocer más detalles de Orlando.
POLIS CARTER-ZIMMERMAN, ESPACIO INTERESTELAR
85 274 532 121 904 TEC
4 de julio 4936, 1:15:19,058 TU
Orlando Venetti despertó por decimosegunda vez en nueve siglos, con la cabeza despejada y llena de ilusión, esperando por completo encontrar que C-Z Voltaire había llegado a su destino. El despertar anterior lo habían provocado los boletines de otros clones de la polis, pero en esta ocasión se había ido a dormir sabiendo que no habría ninguna otra llegada antes que la suya. Le tocaba a Voltaire ser noticia... aunque sólo fuese para añadir otro conjunto más de mundos estériles al catálogo de anticlímax posteriores a Orfeo.
Se giró y miró la hora en el despertador, símbolos relucientes que flotaban incorpóreos en la oscuridad del camarote. Eran diecisiete años antes de la llegada. Alguien en otra C-Z debía haber realizado un descubrimiento tardío, tan importante como para que su exoyó le despertase. Orlando se sintió estafado; hacía años luz y muchas décadas que se le había agotado el entusiasmo por las revelaciones de otras polis.
Se quedó tendido un rato, maldiciendo. Luego empezó a recuperar recuerdos de un sueño. Liana y Paolo discutían con él en la casa de Atlanta, ambos intentando convencerle de que Paolo era hijo de ella. Liana incluso le había mostrado imágenes de su nacimiento. Cuando Orlando había intentado explicar la psicogénesis, Paolo se había reido y había dicho:
—¡Intenta hacer esto en un tubo de ensayo!
Orlando había comprendido que no tenía elección: tendría que hablarles de Lacerta. Y a pesar de que había imaginado que Paolo escaparía sano y salvo, ahora veía que era imposible. Paolo también era de carne. Bajo las ruinas los robots encontrarían tres cadáveres ennegrecidos.
Orlando cerró los ojos y esperó a que pasase el dolor. Le había dicho a Paolo que durante el trayecto estaría congelado, totalmente inerte; no le había contado a nadie que realmente había escogido soñar. Una omisión inteligente, considerando Fomalhaut, Ese clon soñador habría divergido formalmente para convertirse en un individuo diferente; el ruido aleatorio en el software de corporeidad lo garantizaba aunque no tuviesen entradas sensoriales diferentes. Pero Orlando no lo consideraba una muerte; ni siquiera el suicidio que su yo despierto en la Tierra lo era.
Siempre había tenido la intención de fundirse al final de la Diáspora con todos los clones que estuviesen dispuestos, y si vino o dos se perdían por el camino, bien, no parecía peor que perder los recuerdos de uno o dos días de cada mil.
Abandonó la cabaña y caminó descalzo por la hierba fría hasta el límite de la Isla Flotante. El panorama estaba tan oscuro como cualquier noche sin luna de la Tierra, pero el suelo era plano y el camino conocido. Alegremente se había liberado del asunto tedioso de defecar, pero no estaba dispuesto a renunciar al placer de vaciar la vejiga de la misma forma que no estaba dispuesto a renunciar a la posibilidad del sexo. Ambos actos, ahora que estaban divorciados del imperativo biológico, eran totalmente arbitrarios, pero así se habían acercado más a placeres sin sentido, como la música. Si Beethoven merecía persistir, también el orinar. A medida que el chorro se perdía en la oscuridad estrellada bajo el saliente de roca, lo fue manipulando para formar figuras de Lissajous.
Sólo había forzado un poco de su propia naturaleza en la de Paolo —como cualquier buen enlazador, lo justo para que los dos pudiesen comprenderse— y estaría encantado de ver cómo generaciones futuras abrazaban las posibilidades de la existencia en software. Pero rediseñarse a sí mismo para hacer lo mismo en persona no sería más que automutilación. Por eso soñaba a la manera antigua: sueños confusos, nada convincentes, incontrolables, no las fantasías detalladas y satisfactorias o los psicodramas empalagosamente terapéuticos de los asimilados. Sus fieles sueños de mamífero jamás le devolverían a Liana; ni tampoco le llevarían por algún tortuoso sendero de alegoría y catarsis diseñado para reconciliarle con su pérdida. No revelaban nada, no significaban nada, no cambiaban nada. Pero eliminarnos o desfigurarlos hubiera sido como haberse cortado la carne con un cuchillo.
Voltaire se encontraba en la zona baja del cielo, en la dirección que Orlando consideraba este. Era una oscura chispa rojiza allá en la distancia, tan brillante como Mercurio visto desde la Tierra, siendo una vieja estrella K5, sólo con un sexto de la luminosidad del Sol. Mucho antes del lanzamiento de la Diáspora habían observado o deducido la presencia de cinco planetas terrestres y cinco gigantes gaseosos más bien del tamaño de Neptuno que de Júpiter, pero el espectro individual de los planetas interiores había esquivado tanto a los colosales instrumentos allá en la Tierra como a los equipos modestos que llevaba la propia polis.
—¿Qué ofreces? ¿Santuario? —Miró a la estrella. No era probable. Sólo algunos planetas estériles. Algunas lecciones más sobre lo frágil que era la vida y la indiferencia de las fuerzas que la creaban o la destruían.
De regreso a la cabaña, Orlando consideró pasar de la llamada e irse directamente a dormir. O serían malas noticias — otro Fomalhaut o algo peor— o pruebas de vida tan sutiles que llevaría uno o dos siglos dar con ellas. Quizá una de las lunas de uno de los gigantes gaseoso que orbitaban 51 Pegaso hubiese producido algunos microbios fosilizados hallados en alguna grieta no explorada anteriormente. Sería muy importante tener pruebas de una tercera biosfera, pero estaba cansado de examinar los detalles de mundos distantes en la oscuridad antes del amanecer.