Diáspora (24 page)

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Authors: Greg Egan

BOOK: Diáspora
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¿Pero ahora?

Blanca cerró el avatar e inició nuevos cálculos. La propia Kozuch jamás había dicho nada explícitamente sobre alternativas de más dimensiones, pero la suposición fundamentada del avatar resultó ser totalmente correcta. De la misma forma que un 2-toroide era el resultado de expandir todo punto de un círculo a otro círculo perpendicular al primero, convertir todo punto de una 6-esfera en una 6-esfera por derecho propio creaba un 12-toroide... y un 12-toroide como fibra estándar lo resolvía todo. Las simetrías de las partículas y el tamaño Planck-Wheeler de las bocas del agujero de gusano podían surgir de un conjunto de seis dimensiones; la libertad del agujero de gusano para adoptar longitudes astronómicas podía surgir de las seis restantes.

Si el 12—toroide era mucha más largo en las seis dimensiones de «longitud» que en las seis de «anchura», las dos escalas se volvían completamente independientes, las dos funciones se separaban por completo. De hecho, la forma más simple de concebir el nuevo modelo era separar del todo el nuevo universo de cuatro-más-doce de una forma muy similar al universo de diez dimensiones de la Teoría de Kozuch original... pero con tres niveles en lugar de dos. Las seis dimensiones más pequeñas hacían lo mismo de siempre: todo punto en el espacio tiempo tetradimensional ganaba seis grados submicroscópicos de libertad.

Pero las seis dimensiones grandes tenían más sentido si se invertía la situación: en lugar de una «macroesfera» de seis dimensiones distinta para cada punto en el universo de cuatro dimensiones... había un universo distinto de cuatro dimensiones para cada punto en una única y vasta macroesfera de seis dimensiones.

Blanca volvió al diagrama del agujero de gusano creado por el avatar. Ahora era más fácil interpretarlo si desplegaba el espacio y lo colocaba plano; ahora se le podía considerar como una lámina entre muchas a través de una pequeña porción —y por tanto aproximadamente plana— de la macroesfera.
Una rebanada a través de un montón de universos
. Blanca reemplazó la microesfera individual en el centro del agujero de gusano por una larga cadena de microesferas que iba de una boca a la otra, uniendo entre sí agujeros de gusanos del vacío de universos adyacentes. Una partícula elemental tendría que contentarse con una longitud de agujero de gusano constante, fijada en el momento de su creación, pero un agujero de gusano transitable tendría libertad para abrirse a desvíos de tamaño arbitrario. En el caso de la femtobocas producidas en la Fragua, el veredicto estaba claro: habían robado suficiente vacío de los otros universos —se habían alejado lo suficiente en las dimensiones extras de la macroesfera— para igualar sus longitudes con la distancia externa entre las bocas.

Claro está, en C-Z nadie se creería ni una palabra; era el abstraccionismo desbocado. Esos hipotéticos «universos adyacentes» —menos aún las «macroesfera» que comprendía su totalidad— siempre serían imposible de observar. Incluso si se pudiera fabricar un agujero de gusano del ancho suficiente para permitir el paso de un robot diminuto, mirar a los lados no revelaría nada excepto una imagen distorsionada del propio robot, a medida que la luz daba vueltas a la sección esférica del agujero de gusano. Los otros universos, como siempre, estarían a noventa grados de cualquier dirección a la que fuese posible mirar o viajar.

Aun así, el Problema de la Distancia estaba resuelto, con un modelo que se limitaba a extender el trabajo de Renata Kozuch sin desechar ninguno de sus triunfos. ¡Que en C-Z de la Tierra intentasen mejorarlo! Allí no se ejecutaban versiones ni de Blanca ni de Gabriel —habían dejado instantáneas que sólo se debían ejecutar en el improbable caso de que toda la Diáspora desapareciese—, pero reflexionó y renuentemente envió un boletín a casa, resumiendo sus resultados. Después de todo, era el protocolo correcto. No importaba que se riesen de su trabajo y luego lo olvidasen; podría defender su posición en C-Z Fomalhaut, una vez que hubiese despertado alguien con quien valiese la pena discutir.

Blanca observó la circulación de las nubes plateadas; pronto habría un gran seísmo, pero había perdido el interés por la sismología. Y aunque todavía quedaban mil cosas por explorar en el modelo extendido de Kozuch —por ejemplo, cómo el universo tetradimensional, que hacía de «fibra estándar» para la macroesfera, determinaba su propia y extraña física de partículas— quería guardar algo para Gabriel. Juntos recorrerían y cartografiarían ese mundo real pero inalcanzable, físico y artista de panorama, matemáticos los dos.

Blanca desconectó la planicie vidriosa, el cielo naranja, las nubes. En la oscuridad construyó una jerarquía de esferas luminosas y las hizo girar a su lado. Luego instruyó a su exoyó para que la paralizase hasta el momento de llegar a Fomalhaut.

Miró a la luz, anticipando la expresión de la cara de Gabriel cuando oyese la noticia.

Cuarta Parte
 

Yatima miró con esperanza a la estrella que habían bautizado como Weyl. Si no era el último eslabón de la cadena, tenía que estar cerca.

—Ocho siglos y medio más tarde, la Diáspora llegó a Swift. A partir de ahí sabes tanto como yo.

Paolo dijo:

—Olvida Swift. ¿Qué hay de Orfeo?

—¿Orfeo?

—Simplemente porque allí no despertase tu clon...

Yatima rió.

—No tiene ninguna importancia. ¿De verdad crees que una civilización antigua y con capacidad de viajar por el espacio querrá oír hasta la última novedad que hemos encontrado en nuestros viajes?

Paolo no se rindió.

—No estaríamos aquí de no ser por Orfeo. Orfeo lo cambió todo.

10. Diáspora

POLIS CARTER-ZIMMERMAN, TIERRA

55 721 234 801 846 TEC

31 de diciembre 3999, 23:59:59,000 TU

Esperando a ser clonado por milésima vez y luego dispersado por diez millones de años luz cúbicos, Paolo Venetti se relajó en su bañera ceremonial preferida: una bañera hexagonal escalonada situada en un patio de mármol negro salpicado de oro, Paolo vestía la anatomía tradicional completa; al principio un ropaje incómodo, pero las corrientes cálidas que fluían por su espalda y hombros le provocaron lentamente un agradable sopor. Podría haber alcanzado ese mismo estado, por decreto, en un instante, pero la ocasión parecía exigir el ritual completo de verisimilitud, la cortante fioritura de la imitación de la causa y efecto físicos.

El cielo sobre el patio era cálido y azul, sin nubes y sin sol, isotrópico. A medida que se aproximaba el momento de la Diáspora, un pequeño lagarto gris se movía por el patio, escarbando con las garras. Se detuvo al otro extremo de la bañera y Paolo se maravilló del pulso delicado de su respiración y miró como el lagarto le miraba, hasta que volvió a moverse, perdiéndose entre los viñedos circundantes. El panorama estaba repleto de insectos, roedores y pequeños reptiles... de apariencia decorativa, pero satisfaciendo también una estética más abstracta: suavizando la cruda simetría radial del observador solitario; anclar la simulación percibiéndola desde muchos puntos de vista. Cables de seguridad ontológicos. Pero nadie les había preguntado a los lagartos si querían ser clonados. Les acompañarían en el viaje quisiesen o no.

Paolo esperó con tranquilidad, preparado para todos y cada uno de la media docena de destinos posibles.

11. Las alfombras de Wang

POLIS CARTER-ZIMMERMAN, EN ÓRBITA A ORFEO

65 494 173 543 415 TEC

10 de septiembre 4309, 17:12:20,569 TU

Una campanilla invisible sonó suavemente, tres veces. Paolo rió, encantado.

Un toque habría indicado que seguía en la Tierra: todo un anticlimax... pero había ventajas que lo hubiesen compensado. Todos los que le importaban vivían en Carter-Zimmerman, pero no todos habían decidido participar en igual grado en la Diáspora; su yo en la Tierra no habría perdido a nadie. Ayudar a garantizar el lanzamiento de mil naves también habría sido satisfactorio. Y seguir siendo un miembro de la Coalición, conectado en tiempo real con la cultura global, también habría sido un atractivo.

Dos toques habrían indicado que este clon de Carter-Zimmerman había llegado a un sistema planetario carente de vida. Paolo habría ejecutado un sofisticado modelo predictivo de su yo —pero no consciente— antes de decidir despertar en esas condiciones. Explorar un puñado de mundos alienígenas, por estériles que fuesen, le había parecido una experiencia probablemente enriquecedora, con la ventaja clara de que algo asi no estaría limitado por las complicadas precauciones necesarias en el caso de vida alienígena. La población de C-Z se habría reducido en más de la mitad, y muchos de sus mejores amigos no estarían allí, pero estaba seguro de que habría hecho amistades nuevas.

Cuatro toques habrían indicado el descubrimiento de alienígenas inteligentes. Cinco, una civilización tecnológica. Seis, con viajes por el espacio.

Pero tres indicaban que las sondas de exploración habían encontrado señales claras de vida. Razón de sobra para alegrarse. Hasta el instante de la clonación previa al lanzamiento —un instante subjetivo antes de que sonase la campanilla— los gleisners no habían enviado a la Tierra ninguna noticia de vida alienigena por simple que fuese. No había garantías de que algún miembro de la Diáspora C-Z fuese a encontrarla.

Paolo hizo que la biblioteca de la polis le informase; ésta pronto recableó la memoria declarativa de su cerebro tradicional simulado, incluyendo toda la información que probablemente fuese a necesitar para satisfacer su curiosidad. Este clon de C-Z había llegado a Vega, la segunda más cercana de entre las mil estrellas de destino, a veintisiete años luz de la Tierra. Era la primera nave en llegar a su destino; la nave que se dirigía a Fomalhaut había chocado con escombros y había sido aniquilada. A Paolo le resultó difícil llorar por los noventa y dos ciudadanos que iban despiertos; antes de la clonación no era íntimo con ninguno de ellos y las versiones concretas que dos siglos antes habían desparecido deliberadamente en el espacio interestelar le resultaban tan remotas como las victimas de Lacerta.

Examinó su nuevo hogar a través de las cámaras de una de las sondas de exploración... y los extraños filtros del sistema visual ancestral. En colores tradicionales, Vega era un feroz disco azul y blanco, marcado con prominencias. De tres veces la masa del Sol, dos veces su tamaño y el doble de caliente, era sesenta veces más luminosa. Quemaba hidrógeno con rapidez y ya se encontraba a medio camino de su período previsto dentro de la secuencia principal de quinientos millones de años.

El único planeta de Vega, Orfeo, no había sido más que una mancha informe en los mejores interferómetros del Sistema Solar; ahora Paolo contemplaba su creciente verdeazulado a diez mil kilómetros por debajo de Carter-Zimmerman. Orfeo era terrestre, un mundo de níquel, hierro y silicio; ligeramente más grande que la Tierra, algo más caliente —mil millones de kilómetros restaban potencia al calor de Vega— y casi completamente cubierto por agua líquida. Paolo se aceleró a mil veces el tiempo de la carne, dejando que C-Z orbitase el planeta durante veinte taus subjetivos; con cada pase la luz del sol despejaba una nueva zona. Dos delgados continentes de color ocre, con columnas vertebrales montañosas, encajados entre océanos hemisféricos y extensiones cegadoras de hielo cubriendo ambos polos... mucho mayor en el norte, donde irregulares penínsulas blancas radiaban desde la oscuridad ártica de mediados del invierno.

La atmósfera de Orfeo estaba formada en su mayor parte por hidrógeno —seis veces más que en la Tierra— con trazas de vapor de agua y dióxido de carbono, pero no suficientes para provocar un efecto invernadero. La alta presión atmosférica implicaba una evaporación reducida —Paolo no vio nubes— y el enorme océano cálido ayudaba a atrapar el dióxido de carbono. El estallido de rayos gamma de Lacerta se habría sentido aqui todavía con más fuerza que en la Tierra, pero sin capa de ozono para destruir y una atmósfera ionizada rutinariamente por los potentes ultravioletas de la propia Vega, cualquier cambio en el entorno químico o los niveles de radiación a baja altitud habría sido relativamente reducido.

Todo el sistema, en comparación con la Tierra, era joven y todavía estaba saturado de polvo primordial. Pero la mayor masa de Vega y una nube protoestelar más densa habían significado un paso más rápido por la mayoría de los traumas del nacimiento: ignición nuclear y fluctuaciones iniciales de luminosidad; formación planetaria y la época del bombardeo. La biblioteca estimaba que Orfeo había disfrutado de un clima relativamente estable, sin impactos importantes, durante al menos los últimos cien millones de años.

Tiempo de sobra para que apareciese vida primitiva.

Una mano agarró con fuerza a Paolo por el tobillo y le metió bajo el agua. No se resistió y dejó que la visión del planeta desapareciese. Sólo otras dos personas en C-Z tenían libertad para acceder a su panorama... y su padre no jugaba con un hijo que ahora tenía mil doscientos años.

Elena le arrastró hasta el fondo de la piscina, antes de soltarle el pie y flotar por encima, una silueta triunfante frente a la luminosa superficie. Tenía aspecto de carnosa, pero era evidente que hacía trampas: le habló con perfecta claridad sin producir burbujas de aire.

—¡Duermes hasta tarde! ¡Llevo cinco megataus esperándote!

Paolo fingió indiferencia, pero se estaba quedando rápidamente sin aliento. Hizo que su exoyó le convirtiese en un exuberante anfibio... biológica e históricamente auténtico, aunque ninguno de sus propios antepasados había adoptado esa forma. El agua entró en los pulmones modificados y el cerebro modificado la recibió con agrado.

Dijo:

—¿Por qué iba a querer malgastar consciencia esperando a que las sondas exploratorias mejorasen sus observaciones? Me desperté en cuanto los datos fueron claros.

Elena le atacó el pecho; él alzó las manos y tiró, reduciendo instintivamente su propia flotabilidad para compensarlo, y rodaron por el fondo de la piscina, besándose.

Elena dijo:

—¿Sabes que somos la primera C-Z en llegar a algún sitio? La nave de Fomalhaut fue destruida. Así que sólo hay otra pareja de nosotros. En la Tierra.

—¿Y? —Luego recordó que Elena había escogido no despertar si alguna otra versión de il ya había encontrado vida. Independientemente de la suerte de las otras naves, todas las otras versiones de Paolo tendrían que vivir sin ella.

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