Diáspora (20 page)

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Authors: Greg Egan

BOOK: Diáspora
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Gabriel había oído el rumor de que los gleisners habían considerado la opción del agujero de gusano, pero habían decidido dejarla de lado hasta el siguiente milenio. Construir una nave espacial convencional debió parecerles trivial comparado con la tecnología necesaria para abrir los portales a las estrellas dispersas a sus pies.

Aún así, con 3.017 diseños entre los que escoger, debía haber uno al alcance de Carter-Zimmennan, incluso si hiciesen falta mil años para completarlo. A Gabriel no le impresionaba la escala temporal; hacía tiempo que esperaba encontrar un plan de tal escala para dar sentido a su longevidad. Sin un propósito que abarcase siglos, sólo podía derivar entre intereses y estéticas, amigos y amantes, triunfos y decepciones. Sólo podría vivir una vida nueva más o menos cada uno o dos gigataus, hasta que no hubiese ninguna diferencia entre seguir existiendo o ser reemplazado por alguien nuevo.

Rebosante de esperanza, se desplazó por el panorama hasta el primer diagrama.

8. Atajos

POLIS CARTER-ZIMMERMAN, TIERRA

51 479 998 754 659 TEC

7 de agosto 3865, 14:52:31,813 TU

Blanca flotaba a través del mundo más reciente que había hecho crecer a partir de un novedoso grupo de simetría y un puñado de fórmulas recursivas. Por encima de il flotaban gigantescas pirámides invertidas, de las que surgían luminosos crecimientos similares a candelabros rococó. A su alrededor se agitaban y crecían vaporosos cristales planos, para luego chocar y fusionarse formando objetos nuevos y extraños, actos aleatorios de origami ejecutados con láminas de diamantes y esmeraldas. Bajo il, un terreno vasto de montañas y cañones se erosionaba a gran velocidad, esculpido por una ventisca de leyes de difusión para dejar relucientes mesetas esmeralda y azules, salientes imposibles, altas esculturas estratificadas recorridas por vetas de minerales que la química desconocía.

En Konishi, probablemente lo hubiese llamado «matemáticas». En C-Z, era preciso llamarlo «arte», porque cualquier otra denominación daria a entender un universo virtual en competencia con el real. Blanca había sentido consternación al ver que otras polis se hundían en la complacencia tras el impacto inicial del
cameval
, pero il seguía sintiendo escozor por la ortodoxia de C-Z que decretaba que la exploración de cualquier sistema de reglas que no arrojase luz sobre la física de la realidad era equivalente al pernicioso solipsismo. La belleza del mundo físico no tenía ninguna relación con su potencial para causar daño —eso no era más que otro disfraz para el dogma de estáticos muertos— y sí con la simplicidad y la consistencia de sus leyes. Blanca sentía escepticismo cuando le decían que los físicos e ingenieros de C-Z trabajaban únicamente para proteger a la Coalición de la siguiente sorpresa cósmica peligrosa. Era la elegancia de la teoría de Kozuch y la grandeza de la Fragua lo que les mantenía trabajando; si alguno de los principios fundamentales o de diseño hubiese sido un poco más feo, lo habrían dejado hacía tiempo.

Gabriel apareció a su lado. Su pelaje quedó instantáneamente cubierto de diminutos cristales. Blanca alargó la mano y le rozó el hombro con afecto; il respondió colocando una mano contra la oscuridad del pecho de Blanca, induciendo un suave calor por todo el espacio invadido. Con diferencia, los lugares más sensibles eran aquellos en los que el icono de Blanca parecía perder su límite tangible; se les podía tocar en tres dimensiones.

—Hemos obtenido una neutralización en un anillo. —Gabriel parecía encantado, pero nada en su voz o gestalt traslucía que todo el grupo de la Fragua llevaba ochocientos años trabajando en pos de ese fin. Blanca asintió ligeramente, un gesto repleto de un cariño que sólo su amante podía descifrar.

Gabriel dijo:

—¿Te apresurarás a venir conmigo? ¿Hasta la confirmación? —Sonaba un pelín culpable por preguntar.

A la Tierra acabaría de llegar la noticia de que hacía setenta y cinco horas un positrón en uno de los anillos de almacenamiento magnético de la Fragua había perdido su carga y había escapado a la trampa láser que lo rodeaba. Pero harían falta al menos tres horas más —diez megataus— para que llegase el resultado equivalente y crucial desde el segundo anillo en el extremo opuesto del acelerador. Hasta ahora, Gabriel había vivido todas las demoras similares, tau a tau, aceptando pacientemente la lentitud glacial de manipular la materia a escala de cientos de terámetros, pero Blanca jamás lo había considerado un principio moral especialmente importante.

—¿Por qué no? —Se dieron las manos en un ventisquero de cobalto y azul mientras sus exoyós se sincronizaban y se ralentizaban; el panorama estaba sincronizado directamente con la mente de Blanca, asi que pareció avanzar al mismo ritmo.

Mientras esperaban, observó la cara de Gabriel, engañando al tiempo por un simple factor de un millón en lugar de cubrir todo el periodo de un único salto. Incluso si no se trataba de una cuestión moral, relacionarse con el mundo físico podía ser un delicado ejercicio de equilibrio. ¿Deberías ir disparado de hito en hito, creando una vida carente de todo lo demás? Probablemente no... ¿pero cuánto tiempo subjetivo debías soportar entre los momentos que, de verdad, estabas deseando experimentar? Gabriel había pasado el tiempo a la tasa estándar de la Coalición, en general hundiéndose en planes complejos para el eventual despliegue de los agujeros de gusano, entre los escasos contactos con la maquinaria de la Fragua a medida que se construía y probaba. Pero ya casi estaba agotado de futuro a planificar; lo último que Blanca sabía era que había establecido una estrategia detallada —cautelosa y no exponencial— para explorar todo el universo. Era probable que los agujeros de gusano locales no llevasen a todas partes, ya que las bocas sólo podían haber viajado cierta distancia desde el momento de su formación, pero el universo finito y cerrado debería estar cubierto por una serie de dominios conectados y superpuestos, y aunque los agujeros de gusano del sistema solar no alcanzasen más allá de algunos cientos de millones de años luz, a esa distancia habría agujeros de gusano que irían más lejos.

La expresión algo preocupada de Gabriel cambió a una de satisfacción, aunque nada tan dramático como el alivio.

—El otro anillo lo ha confirmado. Hemos atrapado ambos extremos.

Blanca agitó el brazo, barriéndole del pelaje una ráfaga de cristales azules.

—Felicidades. —Si el segundo positrón neutralizado se hubiese escapado al espacio, habría sido imposible encontrarlo. Con suerte, pronto confirmarían que los fotones podían pasar a través del agujero de gusano, pero un bombardeo en cualquiera de las bocas diminutas sólo produciría un goteo en el otro lado.

Gabriel reflexionó:

—Me pregunto continuamente si podríamos haber fallado. Es decir... cometimos algunos errores de diseño que sólo descubrimos siglos más tarde. Y nos tropezamos con esos modos caóticos en los rayos de electrones en los que fallaban las simulaciones, así que tuvimos que comprobar todo ese espacio de estados empíricamente y encontrar el método por prueba y error. Nos equivocamos en cientos, en millares de pequeños detalles, malgastando el tiempo, complicando la tarea. Pero, ¿podríamos haber fallado completamente más allá de lo recuperable? ¿Sin posibilidad de reparación?

—¿No es un poco prematuro planteárselo? —Blanca inclinó escépticamente la cabeza—. Siempre que no se trate de una falsa alarma, simplemente acabáis de unir los dos extremos de la Fragua. Es un comienzo, pero no es que al otro lado del túnel ya veamos Procyon.

Gabriel sonrió despreocupadamente.

—Hemos demostrado el principio básico; el resto no es más que una cuestión de persistencia. Hasta la neutralización de esos positrones, los agujeros de gusano de Kozuch-Wheeler podrían haber sido sólo una ficción útil: otra metáfora más que ofrecía predicciones correctas a bajas energía, pero que se desmoronaría al examinarla de cerca. —Dejó de hablar un momento, con una expresión algo escandalizada al oírse a sí mismo; era un riesgo que el grupo de Fragua había mencionado en muy pocas ocasiones—. Pero ahora hemos demostrado que son reales, y que sabemos cómo manipularlos. Por tanto, ¿qué podría salir mal a partir de este punto?

—No lo sé. En lo que se refiere a agujeros de gusano interestelares, podría llevar más tiempo del que crees descubrir que uno de ellos no lleva directamente al corazón de una estrella, o al núcleo de un planeta.

—Eso es cierto. En todos los sistemas cierta cantidad de materia debe estar en forma de pequeños asteroides o polvo interplanetario... un lugar del que podamos salir con facilidad. E incluso si nos equivocamos en un factor de mil, sólo llevaría un año o dos encontrar y ampliar cada nuevo agujero de gusano transitable. ¿A eso lo llamarías fracaso? ¿Cuando los gleisners exploran un sistema nuevo cada cien años y lo llaman éxito?

—No. —Blanca se esforzó—. Vale, ¿qué tal esto? Acabáis de demostrar que podéis unir dos agujeros de gusano electrón-positrón por los extremos del electrón. ¿Y si no funciona al sustituir un protón por uno de los positrones? —Sólo los agujeros primordiales
electrón-protón
ofrecían la oportunidad de un atajo instantáneo a las estrellas; el experimento actual empleaba pares electrón-positrón recién creados simplemente para tener accesibles ambos extremo del agujero de gusano. En teoría podría haber sido más fácil trabajar exclusivamente con agujeros de gusano electrón-protón, pero nuevos agujeros de ese tipo con extremos conocidos no se podían crear al ritmo adecuado en condiciones que fuesen inferiores a las del Big Bang.

Gabriel vaciló, y durante un momento Blanca se preguntó si se habría tomado la posibilidad demasiado en serio.

—Eso sería un contratiempo —admitió—. Pero la teoría de Kozuch predice con claridad que cuando golpeas un electrón enlazado a un protón con otro electrón enlazado a un positrón, el protón se desintegra en neutrón, el positrón se neutraliza... y el agujero de gusano final es más ancho que el que acabamos de fabricar. Y ahora no queda posibilidad de que la teoría de Kozuch sea
errónea
. Por tanto... —Le hizo un gesto impertinente y luego saltó al panorama de la Fragua.

Blanca le siguió. El modelo que tenían delante les mostraba un cilindro de lineas; el espesor no estaba ni remotamente a escala, pero la longitud estaba representada correctamente, extendiéndose una distancia más de diez veces la órbita de Plutón. Todas las órbitas planetarias estaban dibujadas, pero las cuatro interiores, de Mercurio a Marte, se perdían en el resplandor del sol diminuto.

La Fragua era un gigantesco acelerador de partículas, compuesto por más de catorce billones de componentes en vuelo libre, Cada uno de ellos empleaba una pequeña vela de luz para equilibrar el ligero tirón gravitatorio del Sol y mantenerse ajustado en una linea recta rígida de 140 mil millones de kilómetros. Las velas actuaban impulsadas por rayos que surgían en abanico de una red de láseres UV alimentados por energía solar, que orbitaban el Sol más cerca que Mercurio; también extraían la energía necesaria para hacer funcionar el acelerador.

La mayoría de los componentes eran unidades PASER (aceleración de partículas por emisión estimulada de radiación) individuales, alineadas una tras otra a intervalos de diez metros. Enfocaban los rayos de electrones e incrementaban la energía de cada partícula que los atravesaba en unos 140 microjulios. No sonaba a mucho, pero para un electrón era equivalente a 900 billones de voltios. Los PASER hacían uso del efecto Schächter: un material adecuado se bañaba en luz láser, llevando sus átomos a estados de energía altos, y cuando una partícula cargada pasaba por un canal estrecho agujereado en el material, su campo eléctrico hacía que los átomos circundantes cediesen su energía. Era como si el láser preparase incontables y diminutas catapultas electrónicas, y luego las partículas llegaban y las hacían saltar, una tras otra, recibiendo un pequeño impulso en cada una.

La densidad de energía dentro de cada PASER era enorme, y Blanca había visto la grabación de uno de los primeros modelos de prueba reventando por efecto de la presión de radiación. Pero no había sido una gran explosión; los PASER eran diminutos cristales, cada uno de menos de un gramo de peso. Asteroides importantes, de cientos de metros de ancho, habían sido explotados para obtener las decenas de millones de toneladas de materia prima necesaria para la Fragua, pero incluso el ingeniero astrofísico más atrevido de Carter-Zimmerman hubiese vetado cualquier idea que exigiese acabar con Ceres, Vesta o Palas.

Blanca saltó a un extremo de la Fragua, donde el panorama mostraba una imagen «en directo» del equipo real, aunque demorada las sesenta y cinco horas que le costaba a la señal llegar a la Tierra. A ambos extremos del acelerador lineal, los pares electrón-positrón se creaban en pequeños ciclotrones; los positrones se almacenaban en anillos, mientras que los electrones pasaban directamente al acelerador principal. Los rayos opuestos se encontraban en el centro de la Fragua, y si dos electrones chocaban de frente, con la velocidad suficiente para superar la repulsión electrostática, la Teoría de Kozuch predecía que se unirían para formar agujeros de gusano. Los electrones desaparecerían sin dejar rastro —violando localmente la conservación de la carga y la energía— pero la pérdida negativa de carga se equilibraria con la neutralización de los positrones en los nuevos extremo del agujero de gusano y la energía de los electrones perdidos se manifestaría como la masa de las dos partículas neutrales en las que se convertirían los positrones, que el grupo de teóricos de la Fragua denominaba «femtobocas» o «FBs», ya que se esperaba que tuviesen como un femtómetro de diámetro.

Blanca mantenía un escepticismo cauteloso, pero daba la impresión de que la secuencia prevista de hechos se había producido al fin. Ningún instrumento había presenciado la desaparición en el centro de la Fragua; habría resultado imposible seguir el torrente de electrones y buscar una colisión perfecta entre todas las fallidas. Pero las trampas láser que rodeaban ambos anillos de almacenamiento habían atrapado simultáneamente partículas neutrales de justo la masa adecuada, pesadas como una mota de polvo pero más pequeñas que un núcleo atómico.

Gabriel había seguido a Blanca, y ahora se desplazaron juntos por el fuselaje de la instalación del anillo de almacenamiento y flotaron sobre la trampa láser. El panorama combinó una visión basada en imágenes de cámaras del equipo con esquemas generados a partir de las lecturas de instrumentos; lo más irreal era que podían
ver
la supuesta FB —un punto negro que emitía etiquetas presuntuosas— que la trampa desplazaba muy sutilmente por medio del gradiente cambiante de luminosidad, dispersando fotones de UV lo justo para que los láseres lo fuesen ajustando.

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