Diáspora (18 page)

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Authors: Greg Egan

BOOK: Diáspora
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La casa estaba parcialmente en pie, pero era irreconocible; Yatima sólo sabía que había llegado al lugar adecuado porque así lo decía el sistema de navegación del gleisner. El piso superior estaba abierto por completo y había agujeros en el techo y paredes de la planta baja.

Había alguien arrodillado en las sombras, apartando escombros del borde de una vasta pila donde parecía haber aterrizado gran parte de las cenizas de la planta superior.

—¿Liana? —Yatima echó a correr. La figura se volvió.

Era Inoshiro.

Inoshiro había medio desenterrado un cadáver, todo carne negra desecada y huesos blancos. Yatima miró, para luego retroceder, entre mareos. Ese cráneo chamuscado no era un símbolo en una obra cínica de arte polis; era una prueba del borrado involuntario de una mente viva. Era algo que podía causar el mundo físico. Era algo que podía hacer la muerte de una efímera cósmica.

Inoshiro dijo:

—Es Liana.

Yatima intentó comprenderlo, pero no sintió nada, la idea no significaba nada.

—¿Has encontrado a...?

—Todavía no. —La voz de Inoshiro no manifestaba emoción alguna.

Yatima se apartó y se dedicó a examinar los restos en infrarrojos, preguntándose cuánto tiempo tardaría un cadáver en alcanzar la temperatura de su entorno. Luego oyó un ruido que venía de la fachada de la casa.

Orlando estaba enterrado bajo trozos del techo roto. Yatima llamó a Inoshiro y lo sacaron con rapidez. Estaba malherido; las dos piernas y un brazo aplastados, y la herida del muslo borboteaba sangre. Yatima comprobó la conexión con Konishi —il no tenía ni idea de cómo tratar esas heridas— pero o la estratosfera seguía ionizada o uno de los zánganos se había perdido en la tormenta.

Orlando les miró, pálido pero consciente, suplicando algo con los ojos. Inoshiro se limitó a decir sin emoción:

—Está muerta.

El rostro de Orlando se retorció en silencio.

Yatima apartó la vista y le habló a Inoshiro por infrarrojos.

—¿Qué hacemos? ¿Llevarle hasta un iugar donde puedan tratarle? ¿Ir a buscar a alguien? No sé qué hacer.

—Hay miles de heridos. Nadie va a atenderle; no va a vivir mucho.

Yatima mostró su escándalo.

—¡No podemos dejarle morir!

Inoshiro se encogió de hombros.

—¿Quieres intentar encontrar un enlace de comunicación y llamar a un médico? —Miró a través de la pared rota—. ¿O prefieres intentar llevarle a un hospital y comprobar si sobrevive al viaje?

Yatima se arrodilló junto a Orlando.

—¿Qué hacemos? Hay muchos heridos, no sé cuánto tiempo nos llevará conseguir ayuda.

Orlando aulló de dolor. Atravesando un agujero del techo había aparecido un débil rayo de luz, iluminándole la piel del brazo derecho roto. Yatima alzó la vista; la tormenta había pasado, las nubes empezaban a dispersarse.

Se movió para bloquear la luz
;
mientras Inoshiro se agachaba junto a Orlando, lo medio levantaba con los brazos y lo arrastraba hasta unos escombros a la sombra. La herida de su muslo izquierdo dejó un buen rastro de sangre.

Yatima volvió a arrodillarse a su lado.

—Todavía tengo el nanoware Introdus. Puedo usarlo, si quieres.

Orlando dijo claramente:

—Quiero hablar con Liana. Llevadme hasta Liana.

—Liana está muerta.

—No te creo. Llevadme hasta ella. —Luchaba por respirar, pero emitió las palabras con desafio.

Yatima volvió a colocarse bajo el agujero del techo. En la luz normal, el Sol parecia un sumiso disco naranja a través de la neblina marrón de la estratosfera, pero en ultravioleta brillaba con furia entre un resplandor de radiación dispersa.

Yatima salió de la estancia y volvió cargando con una sola mano el cuerpo de Liana, tirando del cuello. Orlando se tapó la cara con el brazo sano y lloró.

Inoshiro se llevó el cadáver. Yatima se arrodilló junto a Orlando por tercera vez y con torpeza le puso la ma no en el hombro.

—Siento que esté muerta. Siento que estés herido. —Podía notar el cuerpo de Orlando agitándose con cada sollozo—. ¿Qué quieres? ¿Quieres morir?

Inoshiro le habló por infrarrojo.

—Deberías haberte ido cuando tuviste la oportunidad.

—¿Sí? Entonces, ¿por qué volviste tú?

Inoshiro no respondió. Yatima se volvió para mirarle.

—Sabías lo de la tormenta, ¿no es cierto? ¡Sabías que sería horrible!

—Si. —Inoshiro hizo un gesto de indefensión—. Pero si hubiese dicho algo a nuestra llegada, quizá no hubiésemos tenido la oportunidad de hablar a los otros carnosos. Y tras la convocación, ya fue demasiado tarde. Habria desatado el pánico.

La pared delantera restalló y cayó hacia adelante, separándose del techo en una lluvia de polvo negro. Yatima se puso en pie de un salto y retrocedió, para luego disparar a Orlando con el Introdus.

Yatima se quedó inmóvil. La pared había dado con un obstáculo; estaba inclinada precariamente, pero se sostenía. Las oleadas de nanoware recorrían el cuerpo de Orlando, paralizando nervios y sellando vasos sanguíneos, para minimizar el shock de la invasión, dejando sobre los restos un residuo rosado a medida que leían la carne y la canibalizaban para obtener energía. A los pocos segundos, las oleadas convergieron para formar una máscara gris sobre su cara, que llegó hasta el cráneo y luego lo atravesó. El núcleo en reducción de nanoware escupió fluidos y vapor, leyendo y codificando propiedades sinópticas cruciales, comprimiendo el cerebro a una descripción más reducida de sí mismo, desechando las redundancias.

Inoshiro se inclinó y recogió el producto final: una esfera cristalina, una memoria molecular que contenía una instantánea de todo lo que había sido Orlando.

—¿Ahora qué? ¿Cuántas quedan?

Yatima miró a la instantánea, sintiendo aturdimiento. Había violado la autonomía de Orlando. Como un rayo, como una ráfaga ultravioleta, había roto la piel de otra persona.

—¿Cuántas?

Yatima respondió:

—Catorce.

—Entonces será mejor usarlas mientras podamos.

Inoshiro sacó a Yatima de las ruinas. Yatima disparó a todos los que se encontraban y parecían a punto de morir y de los que no se ocupaba nadie... leyendo las instantáneas de inmediato, enviando los datos por infrarrojo a la memoria del gleisner. Habían tomado a doce enlazadores más cuando una multitud liderada por los guardias fronterizos dio con ellos.

Primero empezaron a cortar a Yatima. Pasó los datos de las instantáneas a Inoshiro, y luego los siguió.

El enlace con Konishi regresó antes de que hubiesen terminado de destruir su viejo cuerpo. Los zánganos habían sobrevivido a la tormenta.

6. Divergencia

POLIS KONISHI, TIERRA

24 667 272 518 451 TEC

10 de diciembre 3015, 3:21:55,605 TU

Yatima miró a la Tierra a través de la ventana de la zona de observación. El NO
x
no oscurecía por completo la superficie, pero en su mayoría resultaba un conjunto de tonos grises apagados y oxidados indistinguibles entre sí. Sólo destacaban las nubes y las capas polares, retroiluminando imparcialmente la estratosfera para revelarla de un vivido marrón rojizo. Extendida sobre las nubes, extendida sobre la nieve, parecía sangre descompuesta mezclada con ácido y excrementos: manchada, corroída, podrida. La herida dejada por la incisión violenta y fulminante de Lacerta había supurado durante casi veinte años.

Il e Inoshiro habían construido a medias este panorama, una estación de paso orbital donde los refugiados podían despertar para contemplar una visión del mundo que habían dejado atrás tan radicalmente como si hubiesen ascendido físicamente por encima de la nieve ácida y el cielo cegador; en realidad, se encontraban a cien metros bajo la superficie, en medio de una zona desierta, pero no tenía sentido enfrentarlos a semejante hecho claustrofóbico e irrelevante. Ahora la estación estaba desierta; el último refugiado se había ido y ya no habría más. La hambruna se había ocupado de los últimos enclaves supervivientes, pero incluso de haber aguantado algunos años más, el plancton y la vegetación terrestre morían a tal velocidad que pronto el planeta se quedaría fatalmente carente de oxígeno. La era de la carne había terminado.

Se había hablado de volver, de diseñar una biosfera nueva y robusta desde la seguridad de las polis y luego sintetizarla, molécula a molécula, especie a especie. Quizá sucediese, aunque los apoyos a la idea ya se iban reduciendo. Una cosa era soportar penalidades para seguir viviendo de una forma familiar y otra muy diferente reencarnarse en un cuerpo alienígena en un mundo alienígena, sin ninguna buena razón excepto la filosofía de la corporeidad. Con diferencia, para los refugiados la forma más simple de recrear sus vidas anteriores era permanecer en las polis y simular su mundo perdido, y Yatima sospechaba que al final la mayoría de ellos descubriría que valoraban mucho más la familiaridad que cualquier distinción abstracta entre carne real y carne virtual.

Llegó Inoshiro, con aspecto más tranquilo que nunca. Sus últimos viajes juntos habían sido extenuantes; Yatima todavía podía ver los carnosos escuálidos que habían encontrado en un refugio subterráneo, cubiertos de pústulas y parásitos, delirando por el hambre. Habían besado las manos y pies de sus benefactores robóticos, para luego vomitar la bebida nutriente que debería haber sanado sus estómagos ulcerados y pasado directamente a la corriente sanguínea. Inoshiro se lo había tomado mal, pero durante las últimas semanas de la evacuación se había vuelto casi apacible, quizá porque había comprendido que el horror llegaba a su fin.

Yatima dijo:

—Gabriel me cuenta que en Carter-Zimmerman tienen planes de seguir a los gleisners. —Quince años antes los gleisners habían lanzado su primera flota tripulada de naves interestelares, sesenta y tres naves dirigiéndose a veintiún sistemas estelares diferentes.

Inoshiro se mostró desconcertado.

—¿Seguirles? ¿Por qué? ¿Qué sentido tiene hacer dos veces el mismo viaje?

Yatima no tenía claro si debía considerarlo un chiste o si era un error genuino.

—No van a visitar las mismas estrellas. Lanzarán una segunda oleada de exploración, con destinos diferentes. Y no van a molestarse con motores de fusión como los gleisners. Irán con estilo. Planean construir agujeros de gusano.

El rostro de Inoshiro formó el gestalt de «impresionante» con una pureza y énfasis tan poco habituales que cualquier inflexión que diese a entender sarcasmo habría sido redundante.

—Es posible que lleve varios siglos desarrollar la tecnología —admitió Yatima—. Pero a la larga lo compensarán en velocidad. Dejando de lado que será mil veces más elegante.

Inoshiro se encogió de hombros, como si aquello no tuviera la menor importancia, y se giró para contemplar la vista.

Yatima sintió confusión; había esperado que Inoshiro abrazase el plan con tal entusiasmo que su propia cautela pareciese totalmente apática. Pero si tenía que insistir, que así fuese.

—Es posible que algo como Lac G-1 no pase cerca de la Tierra hasta dentro de miles de millones de años, pero hasta que sepamos
por qué
sucedió, sólo tenemos suposiciones. Ni siquiera podemos estar seguros de que otras binarias de estrellas de neutrones se comporten de la misma forma; no podemos dar por supuesto que cualquier otro par se fusione de la misma forma unavez superado el límite. Lac G-1 pudo ser una casualidad anormal que no se repetirá jamás... o podría tratarse del mejor caso posible y otras binarias podrían decaer con más rapidez.
Simplemente no lo sabemos
—la vieja hipótesis de los chorros de mesones había durado muy poco; jamás se había encontrado ninguna prueba en el medio interestelar de chorros atravesándolo, y simulaciones detalladas habían demostrado finalmente que los núcleos polarizados por color, que eran cabalmente posibles, eran también extremadamente improbables.

Inoshiro contempló con tranquilidad la Tierra moribunda.

—¿Qué daño podría causar ahora otro Lacerta? ¿Y qué podría hacerse para prevenirlo?

—¡Entonces olvidemos Lacerta, olvidemos los estallidos de rayos gamma! ¡Hace veinte años creíamos que la mayor amenaza para la Tierra era el impacto de un asteroide! No podemos sentirnos complacientes sólo porque sobrevivimos en esta ocasión y los carnosos murieron; Lacerta demuestra que
no sabemos
cómo funcionad universo... y es lo que no sabemos lo que nos matará. ¿O crees que en las polis estaremos seguros para siempre?

Inoshiro rió bajo.

—¡No! Dentro de algunos miles de millones de años el Sol crecerá y se tragará a la Tierra. Y no dudo que antes huiremos a otra estrella... pero siempre habrá otra amenaza, conocida o desconocida. El Big Crunch al final, como mínimo. —Se volvió hacia Yatima, sonriendo—. Por tanto, ¿qué preciado conocimiento puede traer Carter-Zimmerman de las estrellas? ¿El secreto para sobrevivir durante cientos de miles de millones de años en lugar de diez mil millones?

Yatima envió una etiqueta al panorama; el ventanal se apartó de la Tierra, luego las borrosas estelas de las estrellas en movimiento se congelaron de pronto en una vista de la constelación Lacerta. El agujero era indetectable en todas las longitudes de onda, tan tranquilo en el vacío profundo de la región como lo habían estado las estrellas de neutrones, pero Yatima se imaginó una chispa de oscuridad distorsionada a medio camino entre Hough 187 y 10 Lacertae.

—¿Cómo es posible que no quieras entender esto? Nos alcanzó desde cien años luz y dejó medio millón de muertos.

—Los gleisners ya tienen una sonda
de camino
a los restos de Lac G-1.

—Lo que podría no decirnos nada. Los agujeros negros se tragan su propia historia; no podemos contar con descubrir nada. Debemos mirar más allá. Quizá ahí fuera haya otra especie más antigua que sepa qué provocó la colisión. O quizá acabamos de descubrir la razón por la que
no hay
alienígenas recorriendo la galaxia: los estallidos de rayos gamma acaban con todos antes de que puedan protegerse. Si Lacerta se hubiese producido hace mil años, de la Tierra no hubiese sobrevivido nadie. Pero si realmente somos la única civilización con la capacidad de viajar por el espacio, entonces deberíamos salir ahí fuera a advertir a los otros, a proteger a los otros, en lugar de ocultarnos aterrorizados bajo la superficie...

Yatima dejó de hablar. Inoshiro escuchaba con cortesía, pero una ligera sonrisa no dejaba duda de que, sobre todo, se divertía. Dijo:

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