Authors: Greg Egan
Yatima respondió con tranquilidad.
—He descompuesto la superficie en polígonos. El número de caras, menos el número de aristas, más el número de vértices, el número de Euler, es cero.
—No por mucho tiempo. —Inoshiro dibujó una línea en el objeto, dividiendo desafiante uno de los hexágonos.
—Has añadido una cara y una arista. Se anulan.
Inoshiro dividió un cuadrado en cuatro triángulos.
—Tres caras nuevas, menos cuatro aristas nuevas, más un vértice más. Cambio neto: cero.
—Carne de mina. Zombi lógico. —Inoshiro abrió la boca y escupió algunas etiquetas aleatorias de cálculo preposicional.
Yatima rió.
—Si no tienes nada mejor que hacer que insultarme... —II empezó a emitir la etiqueta de retirada inmediata del acceso.
—Ven a ver la nueva pieza de Hashim.
—Quizá más tarde. —Hashim era uno de los amigos artistas de Inoshiro vía Ashton-Laval. A Yatima la mayor parte de sus obras le resultaban desconcertantes, aunque no estaba seguro de si era por diferencias de arquitectura mental entre polis o simplemente por su propio gusto personal. Eso sí, Inoshiro insistía en que todo era «sublime».
—Es en tiempo real, efímero. Ahora o nunca.
—No es cierto: podrías grabármelo o yo podría enviar un representante.
Inoshiro deformó su cara peltre para formar un fruncimiento exagerado.
—No seas filisteo. Una vez que el artista decide los parámetros, éstos son sacrosantos...
—Los
parámetros
de Hashim son simplemente incomprensibles. Mira, sé que no me va a gustar. Vete tú.
Inoshiro vaciló, contrayendo lentamente sus rasgos para recuperar la normalidad.
—Podrías apreciar el arte de Hashim si quisieses. Si ejecutases el punto de vista adecuado.
Yatima li miró.
—¿Así lo haces tú?
—Sí. —Inoshiro estiró la mano y de la palma surgió una flor, una orquídea verde y violeta que emitió una dirección en la biblioteca Ashton-Laval—, No te lo conté antes porque podrías habérselo contado a Blanca... y asi se habrían enterado mis padres. Y ya sabes cómo son.
Yatima se encogió de hombros.
—Eres ciudadano, no es asunto suyo.
Inoshiro puso la vista en blanco y le dedicó su mejor imagen de un mártir. Yatima dudaba de que llegase a comprender a las familias: no había nada que los parientes de Inoshiro pudiesen hacer como castigo por emplear el punto de vista, y menos aún impedírselo. Todos los mensajes de condena podían filtrarse; podía abandonar instantáneamente todas las reuniones familiares que se convirtiesen en sesiones de asalto. Pero los padres de Blanca —tres de los cuales eran padres de Inoshiro— habían fastidiado a Blanca para que rompiese con Gabriel (aunque fuese temporalmente); aparentemente, la idea de la exogamia era imposible de soportar. Ahora que volvían a estar juntos, Blanca (por alguna razón) debía evitar a Inoshiro y al resto de la familia... y presumiblemente Inoshiro ya no temía que su hermanada parcial se fuese de la lengua.
Yatima se sintió un poco dolido.
—Jamás se lo habría contado a Blanca si me lo hubiese pedido.
—Sí, sí. ¿Crees que no lo recuerdo? Prácticamente te adoptó.
—¡Sólo cuando estaba en el útero! —Yatima seguía sintiendo aprecio por Blanca, pero ya no se veían muy a menudo.
Inoshiro suspiró.
—Vale: siento no habértelo contado antes. ¿Vendrás?
Yatima volvió a olisquear la flor, con cautela. La dirección Ashton-Laval olía claramente a lugar extraño... pero era simplemente la falta de familiaridad. Hizo que su exoyó tomase una copia del punto de vista y lo analizase con cuidado.
Yatima sabía que Radiya, y la mayoría de los mineros, empleaban puntos de vista para concentrarse en el trabajo, gigatau tras gigatau. Cualquier ciudadano con una mente más o menos modelada según una mente carnosa era vulnerable a la
deriva
:la degeneración a lo largo del tiempo de los valores y las metas más apreciadas. La flexibilidad era una parte esencial del legado carnoso, pero después de una docena de equivalentes computacionales a una vida anterior al Introdus, incluso la personalidad más robusta corría el peligro de acabar convertida en una confusión entrópica. Pero ninguno de los fundadores de polis había elegido incluir mecanismos estabilizadores predeterminados en los diseños base, no fuese a ser que toda la especie se anquilosase en tribus de monomaniacos autoperpetuados, parasitados por un puñado de memes. Se consideró más seguro que cada ciudadano tuviese la libertad de elegir de entre un amplio espectro de puntos de vista: software que se podía ejecutar dentro de tu exoyó y reforzar las cualidades que más apreciaba, sólo si en cierto momento consideraba que era necesario. Las posibilidades para la experimentación transcultural a corto plazo eran casi incidentales.
Cada punto de vista ofrecía un paquete ligeramente diferente de valores y estéticas, en muchas ocasiones ensamblados a partir de ancestrales «razones para ser feliz» que en cierto grado seguían ocupando las mentes de la mayoría de los ciudadanos:
Regularidades y periodicidades... ritmos como días y estaciones. Armonía y complejidades, en sonidos e imágenes, y en ideas. Novedad. Recuerdos y esperanzas. Rumores, compañía, empatia, compasión. Soledad y silencio
. Había todo un continuo que iba desde las preferencias estéticas triviales, pasaba por asociaciones emocionales y alcanzaba las piedras angulares de la moral y la identidad.
Yatima hizo que el análisis desarrollado por el exoyó apareciese en el panorama delante de il como un par de mapas de antes y después de las estructuras neuronales más afectadas. Los mapas eran como redes, con esferas en cada cruce para representar símbolos; cambios proporcionados en el tamaño de los símbolos mostraban cómo los modificaría el punto de vista.
—¿»La muerte» se multiplica por diez? Paso.
—Sólo porque habitualmente está muy poco desarrollada.
Yatima le dedicó una mirada envenenada, luego hizo que los mapas pasasen a privado y se dedicó a examinarlos con un aire de intensa concentración.
—Decídete; empezará pronto.
—¿Te refieres a transformar mi mente en la de Hashim?
—Hashim
no usa un punto de vista.
—Por tanto, ¿es todo talento artístico en bruto? ¿No dicen todos lo mismo?
—Sólo... decídete.
El veredicto de su exoyó sobre el potencial de parasitismo fue bastante optimista, aunque tampoco podía excluirlo. Si lo ejecutaba durante algunos kilotaus no debería tener problemas para parar.
Yatima hizo que en su palma creciese una flor igual.
—¿Por qué siempre me convences para asistir a estas locuras?
El rostro de Inoshiro formó el signo puro gestalt de
benefactor despreciado
.
—Si yo no te salvo de las Minas, ¿quién lo hará?
Yatima ejecutó el punto de vista. De inmediato, ciertas características del panorama le llamaron la atención: una delgada línea de nubes en el cielo azul, un grupo de árboles lejanos, el viento soplando por entre la hierba. Era como pasar de un mapa gestalt en color a otro, y ver cómo algunos objetos destacaban porque habían cambiado más que el resto. Después de un momento, el efecto desapareció, pero Yatima se sentía claramente
modificado
; el equilibrio se había desplazado en la guerra continua entre los símbolos de su mente, y el zumbido normal de la consciencia tenía un tono diferente.
—¿Estás bien? —Inoshiro parecía sinceramente preocupado y Yatima sintió un poco habitual y espontáneo estallido de afecto por il. Inoshiro siempre quería mostrarle lo que había encontrado en sus paseos interminables por las posibilidades de la Coalición... porque realmente quería que Yatima supiese cuáles eran las opciones.
—Sigo siendo yo. Creo.
—Una pena. —Inoshiro envió la dirección y saltaron simultáneamente a la obra de Hashim.
Sus iconos desaparecieron; eran observadores puros. Yatima se encontró mirando aun grupo teñido de rojo de partes orgánicas que palpitaban, una confusión traslúcida de fluidos y tejidos. Las secciones se dividían, se disolvían y se reorganizaban. Parecía un embrión carnoso... aunque no era exactamente una representación realista. La técnica de visualización cambiaba continuamente, mostrando estructuras diferentes: Yatima entrevio miembros y órganos delicados atrapados en láminas de luz transmitida; una silueta oscura de huesos en un destello de rayos X; la red de delicadas ramas de un sistema nervioso apareciendo a la vista como una sombra con filigranas, reduciéndose de mielina a lipidos y a una dispersión de neurotransmisores en vesículas enfrentada a la emisión de radiofrecuencia de un sistema de imagen por resonancia magnética.
Ahora había dos cuerpos, ¿Gemelos? Pero uno era más grande... a veces mucho más grande. Los dos cambiaban de posición, retorciéndose uno alrededor del otro, creciendo o reduciéndose en saltos estroboscópicos mientras la longitud de onda de la imagen recorría el espectro.
Uno de los niños carnoso se iba convirtiendo en una criatura de cristal, los nervios y vasos sanguíneos vitrificándose para convertirse en fibras ópticas. Una imagen de luz blanca, súbita y sorprendente, mostró a unos hermanos siameses vivos, cortados de forma imposible para mostrar músculos rosados y grises funcionando junto a actuadores piezoeléctricos y aleaciones con memoria, entremezclando anatomía carnosa y gleisner. La escena giró y se transformó en un solitario niño robot en un útero carnoso; giró una vez más para mostrar el mapa luminoso de una mente de ciudadano encajada en el mismo cerebro de mujer; se alejó para situarla, en posición fetal, en un capullo de cables ópticos y electrónicos. Luego un enjambre de nanomáquinas atravesó su piel y todo se dispersó en forma de nube de polvo gris.
Dos niños carnosos caminaban uno al lado del otro, de la mano. O padre e hijo, gleisner y carnoso, ciudadano y gleisner... Yatima renunció a saberlo y dejó que las impresiones recorriesen su ser. Las dos figuras caminaban tranquilamente por la calle principal de una ciudad, mientras a su alrededor se alzaban y se derrumbaban las torres, las selvas y los desiertos llegaban y se retiraban.
La obra de arte, liberada, hizo que el punto de vista de Yatima girase alrededor de las dos figuras. Las vio intercambiar miradas, tocarse, besarse... y también golpearse, con torpeza, porque tenían los brazos derechos fusionados por las muñecas. Reconciliarse y fundirse en uno. La pequeña poniéndose a la mayor sobre los hombros... luego la altura del pasajero descendió fluyendo sobre el portador como la arena de un reloj de arena.
Eran padre e hijo, hermanos, amigos, amantes, especies, y Yatima sintió la exaltación de su relación. La pieza de Hashim era la destilación de la idea de amistad, dentro de todas las fronteras y atravesando todas las fronteras. Y dependiese o no del punto de vista, Yatima se alegraba de haberla visto, atesorando una parte en su interior antes de que cada imagen se disolviese en un destello entrópico dentro del flujo refrigerante de Ashton Laval.
El panorama fue alejando el punto de vista de Yatima de las dos figuras. Durante algunos taus se dejó llevar, pero toda la ciudad se había convertido en un desierto plano lleno de fisuras, así que exceptuando las figuras ya lejanas, no había nada que ver. Regresó de un salto... sólo para descubrir que debía modificar continuamente sus coordenadas para permanecer en su sitio. Era una experiencia extraña: Yatima no poseía sentido del tacto, equilibrio o propiocepción —el diseño Konishi renegaba de tales espejismos de corporeidad— pero los intentos del panorama por mantener la lejanía, y la necesidad de moverse en contra, se parecían tanto a una resistencia física que bien podría creer que. se había encarnado.
Las figuras delante de Yatima envejecieron de pronto; las mejillas hundiéndose, los ojos cubriéndose. Yatima se movió alrededor para intentar ver la cara del otro... y el panorama le hizo retroceder al desierto, en esta ocasión en dirección opuesta, Luchó por regresar hacia... madre e hija, luego robot en declive y uno nuevo y reluciente... y aunque los dos permanecieron juntos, cogidos de la mano, Yatima podía sentir las fuerzas que intentaban apartarlos.
Vio manos de carne agarrando piel y hueso, metal agarrando carne, cerámica agarrando metal. Todas ellas cambiando lentamente. Yatima miró a los ojos de las figuras; mientras todo lo demás fluía y cambiaba, seguían mirándose.
El panorama se partió en dos, el suelo se abrió, el cielo se dividió. Las figuras quedaron separadas. Yatima se vio súbitamente arrojado lejos de ellas, de vuelta al desierto.., con una fuerza a la que ahora no podía resistirse. Las vio en la distancia, otra vez: gemelos, de especie indeterminada, intentando alcanzarse desesperadamente a través del espacio vacío que se abría entre ellos. Con los brazos extendidos, las yemas casi tocándose.
A continuación las mitades del mundo se alejaron precipitadamente. Alguien gritó con furia y pena.
El panorama quedó en negro antes de que Yatima comprendiese que el grito había sido suyo.
Hacía mucho tiempo que se había abandonado el foro con la fuente del cerdo volador, pero Yatima había plantado una copia de archivo en su panorama hogar, la plaza enclaustrada en medio de una vasta extensión de desierto reseco. Vacío, daba simultáneamente la impresión de ser demasiado grande y demasiado pequeño. A unos cientos de delta de allí, había enterrada en el suelo una copia (no a escala) del asteroide que había visto ser desviado. En cierto momento Yatima se había imaginado una vasta sucesión de recuerdos similares extendiéndose por la sabana, un mapa sobre el que podría volar cuando quisiese repasar los momentos importantes de su vida... pero luego la idea había empezado a antojársele infantil. Si las cosas que había presenciado habían cambiado su ser, lo habían cambiado; no era preciso recrearlas como monumentos. Había conservado el foro porque sinceramente le gustaba visitarlo... y el asteroide por el simple placer perverso de resistirse a deshacerse de él.
Yatima se quedó un rato junto a la fuente, observando cómo el líquido argénteo se burlaba sin esfuerzo de la física que medio obedecía. Luego recreó el diamante octaédrico, y al lado la red de seis puntos de su lección con Radiya. Siempre había tenido claro que la física no significaba nada en las polis, como era el caso con la mayoría de los ciudadanos; Gabriel no estaba de acuerdo, claro está, pero eso no era más que la doctrina Carter-Zimmerman. La fuente podía ignorar las leyes de la dinámica de fluido con la misma facilidad con la que podía obedecerlas. Todo lo que hacía era simplemente arbitrario; incluso la parábola gravitatoria perfecta al comienzo de cada chorro, antes de que se formasen los cerditos, no era más que una elección estética... y la propia estética no era más que la influencia primitiva del pasado carnoso.