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Authors: Greg Egan

Diáspora (9 page)

BOOK: Diáspora
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Yatima se lo pensó.

—Me gustaría seguir viviendo... pero no solo. No sin nadie con quien hablar.

Inoshiro permaneció en silencio durante un raro, luego levantó la mano derecha. Tenían la piel de polímero recubierta por completo de emisores de IR, pero la mayor densidad se encontraba en las palmas. Yatima recibió una etiqueta gestalt, una petición de datos. Inoshiro pedía una instantánea de su mente. El hardware gleisner era varias veces redundante y tenía espacio de sobra para dos.

En Konishi, habría sido impensable confiar una versión personal a otro ciudadano. Yatima colocó su palma contra la de Inoshiro e intercambiaron instantáneas.

Entraron en el enclave Atlanta. Inoshiro dijo:

—¿Actualizaciones cada hora?

—De acuerdo.

Al software interfaz no se le daba mal andar. Los mantenía erguidos y avanzando, detectando obstáculos en la cubierta terrestre y modificaciones del terreno por medio de los sensores táctiles y del equilibro del gleisner, y lo que pudiese ver... sin llegar a tomar control de cabeza y ojos. Tras tropezar un par de veces, Yatima se puso a mirar al suelo de vez en cuando, pero pronto quedó claro que habría sido muy útil que el interfaz tuviese la inteligencia de plantar en su mente la necesidad de hacerlo cuando fuese apropiado, como sucedía con el instinto carnoso original.

La jungla estaba visiblemente poblada por pequeñas aves y serpientes, pero si había otros animales se ocultaban o huían al oírles. Comparado con caminar por un panorama índice de un ecosistema comparable, era una experiencia bastante diferente... y empezaba a desaparecer la gracia de interaetuar con vegetación real y lodo real.

Yatima oyó que algo se deslizaba por el suelo justo delante de il; sin darse cuenta había golpeado un trozo de metal corroído. Siguió andando, pero Inoshiro se detuvo a examinarlo para luego dar un grito de alarma.

—¿Qué?

—¡Replicador!

Yatima volvió atrás y se ángulo para ver mejor; el interfaz hizo que su cuerpo se agachase.

—No es más que un recipiente vacío. —Estaba casi completamente aplastado, pero en algunos puntos todavía quedaba pintura, los colores difuminados hasta ser grises casi indistinguibles. Yatima pudo discernir una banda estrecha y aproximadamente longitudinal de ancho variable, algo más pálida que el fondo; le parecía que era la representación bidimensional de una cinta retorcida. También veía parte de un círculo... aunque si se trataba de una advertencia de peligro biológico, no se parecía mucho a lo que recordaba de su navegación superficial por el tema.

Inoshiro habló con voz apagada y horrorizada.

—Con anterioridad al Introdus, esto era pandemia. Distorsionó la economía de países enteros. Se conectaba a todo: sexualidad, tribalismo, media docena de formas artísticas y subculturas.... parasitó a los carnosos hasta tal punto que tenías que se un eremita de montaña para escapar.

Yatima contempló dubitativamente el objeto patético, pero ahora no tenían acceso a la biblioteca, y tenía conocimientos muy vagos de esos asuntos.

—Incluso si dentro quedasen restos, tengo la seguridad de que a estas alturas ya son inmunes. Y a
nosotros
no nos puede afectar...

Inoshiro interrumpió con impaciencia.

—No estamos hablando de virus nucleótidos. Las moléculas en si no eran más que un surtido aleatorio de basura... en su mayoría ácido fosfórico; eran virulentas por los memes que las envolvían. —Se inclinó y colocó las manos sobre el contenedor gastado—. Quien sabe con qué fragmento pequeño puede activarse otra vez. No voy a arriesgarme. —Era posible haccr que los emisores infrarrojos del gleisner operasen a alta potencia; humo y vapor de la vegetación chamuscada se elevaron por entre los dedos de Inoshiro.

Una voz a su espalda... un chorro de fonemas sin sentido, pero el interfaz ofreció una traducción a lineal:

—No me lo digáis: estáis encendiendo un fuego para llamar la atención. No queríais llegar sin avisar.

Se volvieron tan rápido como les permitieron los cuerpos. El carnoso se encontraba a una docena de metros de distancia, vestido con una túnica de color verde oscuro con bordados de oro. No emitía etiquetas de firma... claro está, pero Yatima tuvo que esforzarse conscientemente para rechazar la conclusión instintiva de que no se trataba de una persona real. Il tenía pelo y ojos negros, piel cobriza y una espesa barba negra... que en un carnoso era indicación casi segura de pertenecer al sexo masculino: il era un él. No había modificaciones evidentes a simple vista: nada de alas, agallas, ni cubierta Fotosintética. Yatima se resistió a sacar conclusiones apresuradas; ninguno de esos detalles demostraba que fuese un estático.

El carnoso dijo:

—Creo que no voy ya ofreceros la mano. —Las palmas de Inoshiro todavía resplandecían con un rojo apagado—, Y no podemos intercambiar firmas. Me faltan protocolos. Pero eso está bien. Los rituales corrompen, —Avanzó unos pasos; la maleza se aplastó deferentemente para facilitar su avance—, Me llamo Orlando Venetti. Bienvenidos a Atlanta.

Se presentaron. El interfaz —cargado de antemano con las bases lingüisticas más probables y suficiente flexibilidad para tener en cuenta la deriva— había identificado la lengua del carnoso como Romano Moderno. Insertó el lenguaje en sus mentes, deslizando los nuevos sonidos de palabras entre todos sus símbolos junto a las versiones lineales, y conectando estructuras gramaticales alternativas en sus redes de análisis y generación del habla, Yatima se sintió claramente forzado por el proceso... pero sus símbolos seguían interrelacionados entre sí de la misma forma que antes. Seguía siendo il mismo.

—¿Polis Konishi? ¿Dónde está exactamente?

Yatima empezó a responder:

—Ciento...

Inoshiro cortó las palabras con una ráfaga de etiquetas de advertencia.

Orlando no se inmutó.

—No era más que curiosidad; no pedía coordenadas para realizar un ataque con misiles. Pero ¿qué importa de dónde hayáis venido cuando estáis aquí de carne y hueso? O en fosfato de indio y galio. Asumo que esos cuerpos estaban vacíos cuando los encontrasteis.

Inoshiro demostró su escándalo:

—¡Por supuesto que sí!

—Bien. La idea de gleisners reales corriendo por la Tierra es demasiado horrible. Ya deberían haber salido de la fábrica con «Nacido para el vacío» escrito en el pecho.

Yatima preguntó:

—¿Naciste en Atlanta?

Orlando asintió.

—Hace ciento sesenta y tres años. Atlanta quedó vacía allá por el siglo veintisiete... aquí antes había una comunidad de estáticos, pero la enfermedad acabó con ellos y ningún otro estático quería arriesgarse a la infección. Los nuevos fundadores llegaron desde Turin, mis abuelos entre ellos, —Frunció un poco el ceño—. ¿Queréis ver la ciudad? ¿O nos quedamos aquí todo el dia?

Con Orlando como guía, los obstáculos desaparecieron. En cuanto las plantas sentían su presencia, respondían con rapidez: las hojas se retiraban, las espinas se apartaban como pedúnculos de caracol, los arbustos extensos se contraían formando un núcleo más compacto y ramas enteras de pronto quedaban fláccidas. Yatima sospechaba que Orlando alargaba deliberadamente el efecto para darles tiempo a pasar, y que sin duda podría haber dejado muy atrás a cualquiera que le persiguiese... o al menos, a alguien que no compartiese las mismas claves moleculares.

Yatima preguntó, medio en broma:

—¿Hay arenas movedizas por aquí?

—No si me seguís de cerca.

La selva terminó sin aviso; es más, el borde era todavía más tupido que el interior, lo que ayudaba a ocultar la transición. Salieron a una vasta y luminosa planicie abierta, en su mayoría ocupada por campos de cultivo y fotovoltaicos. La ciudad se encontraba en la distancia: una ancha aglomeración de edificios bajos, de vivos colores, con largas paredes curvas geométricamente precisas y tejados que se entrecruzaban superponiéndose caprichosamente.

Orlando dijo:

—Ahora somos doce mil noventa y tres. Pero todavía estamos ajustando los cultivos, y nuestros simbiontes digestivos; dentro de unos diez años seremos capaces de mantener a cuatro mil más con los mismos recursos.

Yatima decidió que no sería muy cortés preguntar por la tasa de mortalidad. En algunos aspectos, lo tenían mucho más difícil que la Coalición para evitar el estancamiento genético y cultural mientras rechazaban la locura del crecimiento exponencial. Sólo los verdaderos estáticos, y algunos de los exuberantes más conservadores, mantenían los genes ancestrales para la muerte programada... y preguntar por la cifra de muertes accidentales podría haberse considerado descortés.

De pronto Orlando se echó a reír.

—¿Diez años? ¿Eso como cuánto lo percibiríais? ¿Un siglo?

Yatima respondió.

—Unos ocho milenios.

—Mierda.

Inoshiro añadió con rapidez.

—Pero en realidad la conversión es imposible. Puede que ejecutemos algunas cosas simples ochocientas veces más rápido, pero cambiamos mucho más despacio.

—¿Los imperios no se alzan y se desmoronan en un año? ¿Nuevas especies no evolucionan en un siglo?

Yatima le tranquilizó.

—Los imperios son imposibles. Y la evolución exige vastas cantidades de mutación y muerte. Nosotros preferimos realizar pequeños cambios, en algunas ocasiones, y ver que tal salen.

—Nosotros también, —Orlando agitó la cabeza—. Aun así. Después de ocho mil años, tengo la sensación de que no vamos a estar controlando las cosas de la misma forma.

Avanzaron hacia la ciudad, siguiendo un camino ancho que parecía estar fabricado con una arcilla roja y marrón, pero que probablemente estuviese repleta de organismos diseñados para evitar que se convirtiese en un montón de polvo o lodo. Los pies gleisner describían la superficie como blanda pero resistente y no dejaban marcas visibles. En el campo los pájaros estaban muy ocupados, comiendo hierbas e insectos... Yatima no podía más que suponer que si se alimentaban de la plantación, la próxima cosecha no iba a ser muy abundante.

Orlando se detuvo para recoger del camino una pequeña rama con hojas, que debía haber llegado de la jungla, y se puso a agitarla de un lado a otro por delante.

—¿Cómo se recibe a los grandes dignatarios en las polis? ¿Estáis acostumbrados a que sesenta mil esclavos no conscientes lancen pétalos de rosa a vuestros pies?

Yatima rió, pero Inoshiro sintió una ofensa tremenda.

—¡No somos dignatarios! ¡Somos
delincuentes
!

Al acercarse, Yatima pudo ver a gente caminando por las anchas avenidas entre los edificios multicolores... o ganduleando en grupos, dando casi la impresión de ciudadanos reunidos en algún foro, aunque su apariencia era mucho menos diversa. Algunos poseían la piel oscura de su icono, y había otras variaciones igualmente menores, pero todo esos exuberantes podrían haber pasado por estáticos. Yatima se preguntó qué cambios estarían explorando; Orlando había mencionado los simbiontes digestivos, pero apenas contaban... ni siquiera exigía cambiar el propio ADN.

Orlando dijo:

—Cuando detectamos vuestra llegada, fue difícil decidir a quién enviar. No recibimos muchas noticias de las polis... no teníamos ni idea de cómo seríais. —Se volvió para mirarles—. Me entendéis, ¿verdad? No me limito a imaginar que nos estamos comunicando, ¿verdad?

—No, a menos que nosotros también lo estemos imaginando. —Yatima sintió confusión—. Pero ¿a qué te refieres con
a quién enviar
? ¿Alguno de vosotros habla lenguas de la Coalición?

—No. —Habían llegado a los límites de la ciudad; la gente se giraba para mirarles, sin ocultar su curiosidad—. Pronto lo explicaré. O lo hará una amiga mía.

Las avenidas estaban tapizadas por una hierba gruesa y corta. Yatima no veía vehículos ni animales de carga... sólo carnosos, en su mayoría descalzos. Entre los edifico había parterres, estanques y riachuelos, estatuas inmóviles y móviles, relojes solares y telescopios. Todo era espacioso y luminoso, todo estaba abierto al cielo. Había parques, del tamaño suficiente para volar una cometa y jugar a la pelota, y gente sentada hablando a la sombra de árboles pequeños. La piel de los gleisners enviaba etiquetas describiendo el calorcito de la luz del sol y la textura de la hierba; Yatima empezaba casi a lamentar no haberse modificado lo suficiente para absorber instintivamente esa información.

Inoshiro preguntó.

—¿Qué le pasó a la Atlanta anterior al Introdus? ¿Los rascacielos? ¿Las fábricas? ¿Los edificios de apartamentos?

—Algunos siguen en pie. Enterrados en la jungla, más al norte. Más tarde podemos ir, si os apetece.

Yatima intervino con rapidez antes de que Inoshiro tuviese oportunidad de responder.

—Gracias, pero no tenemos tiempo.

Orlando hizo gestos a docenas de personas, saludó a algunos por su nombre y a algunos les presentó a Yatima e Inoshiro. Yatima intentó dar la mano a los que se la ofrecían, lo que resultó ser un problema dinámico extraordinariamente complejo. Nadie parecía mostrarse hostil a su presencia... pero a Yatima sus ademanes gestalt le resultaban confusos, y nadie dijo más que algunas frases amables antes de seguir con lo suyo.

—Éste es mi hogar.

El edificio era de un azul pálido, con fachada en forma de S, y tenía un segundo piso más pequeño y elíptico.

—¿Qué es... algún tipo de piedra? —Yatima acarició la pared y prestó atención a las etiquetas; la superficie era uniforme hasta la escala inferior al milímetro, pero era tan suave y fría como la corteza que habían tocado en la jungla.

—No, está viva. Apenas. Cuando crecía echaba ramas y hojas por todas partes, pero ahora metaboliza lo justo para repararse y un poco para el aire acondicionado activo.

Una cortina que cubría la entrada se dividió para dejar entrar a Orlando y le siguieron. Había cojines y sillas, imágenes estáticas en las paredes y por todas partes chorros de luz solar llenos de polvo.

—Sentaos. —Le miraron—. ¿No? Vale. ¿Esperáis un segundo? —Subió una escalera.

Inoshiro dijo reverente.

—Estamos aquí de verdad. Lo logramos. —Examinó la estancia soleada—. Y así es como viven. No está tan mal.

—Excepto por la escala temporal.

Se encogió de hombros.

—En las polis, ¿a dónde vamos con tanta prisa? Nos aceleramos todo lo posible... y luego nos esforzamos para que esa aceleración no nos cambie.

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