Authors: Greg Egan
Yatima manifestó disgusto.
—¿Qué tiene de malo? La
longevidad
no tiene demasiado sentido si lo único que haces con tu tiempo es transformarte en algo diferente. O degenerar hacia la nada absoluta.
Orlando regresó, acompañado por una mujer carnosa.
—Os presento a Liana Zabini. Inoshiro y Yatima, de la polis Konishi. —Liana tenía pelo castaño y ojos verdes. Se dieron la mano; Yatima empezaba a cogerle el tranquillo para hacerlo sin ofrecer excesiva resistencia o dejar que el brazo colgase flácido—. Liana es nuestra mejor neuroembrióloga. Sin ella, los enlazadores no tendrían ninguna oportunidad.
Inoshiro dijo:
—¿Quiénes son los enlazadores?
Liana echó una mirada a Orlando. Éste dijo:
—Será mejor empezar por el principio.
Orlando les convenció para sentarse; Yatima había comprendido al fin que resultaba más cómodo para los carnosos.
Liana dijo:
—Nos hacemos llamar enlazadores. Cuando los fundadores llegaron desde Turín, hace trescientos años, lo hicieron con un plan muy específico. ¿Sabéis que desde el Introdus se han producido miles de cambios genéticos artificiales en las poblaciones carnosas? —Hizo un gesto hacia una imagen grande que tenía detrás y el retrato se desvaneció para ser reemplazo por un complejo diagrama en árboi invertido—. Distintos exuberantes han realizado modificaciones en todo tipo de características.
Algunas han sido adaptaciones simples y pragmáticas para ajustarse a dietas o entornos diferentes: digestivas, metabólicas, respiratorias, musculares o del esqueleto. —Se destacaron imágenes de distintos puntos del árbol: exuberantes anfibios, alados y fotosintéticos, primeros planos de dientes modificados, diagramas de cadenas metabólicas alteradas. Orlando se puso en pie y se dedicó a cerrar las cortinas; el contraste de la imagen mejoró—. En ocasiones, los cambios para el entorno también exigian modificaciones neuronales para añadir los instintos apropiados; por ejemplo, nadie puede prosperar en el océano sin poseer los reflejos adecuados.
Un carnoso anfibio de piel resbaladiza se elevó lentamente de entre aguas esmeralda, emitiendo un pequeño chorro de burbujas de las agallas tras sus orejas; una vista en sección y coloreada mostró las concentraciones de gases disueltos en sus tejidos y flujo sanguíneo, y una gráfica insertada mostró los márgenes seguros de las emersiones por fases.
—Pero algunos cambios neurológicos han superado con mucho el nivel de nuevos instintos. —El árbol se podó considerablemente... pero todavía quedaban unas treinta o cuarenta ramas—. Hay especies de exuberantes que han modificado aspectos del lenguaje, la percepción o la cognición.
Inoshiro dijo:
—¿Cómo los monos soñadores?
Liana asintió.
—En un extremo. Sus antepasados redujeron los centros del lenguaje al nivel de los grandes simios. Todavía poseen una considerable inteligencia general, superior a la de cualquier otro primate, pero su cultura material se ha reducido dramáticamente... y ya no pueden modificarse a si mismos, aunque quisiesen. Dudo incluso que comprendan aún sus propios orígenes.
«Pero los monos soñadores son una excepción... una renuncia deliberada a las posibilidades. La mayoría de los exuberantes han probado con cambios más constructivos: desarrollando formas nuevas de relacionar el mundo físico con el contenido de sus mentes y añadiendo estructuras neuronales específicas para ocuparse de las nuevas categorías. Hay exuberantes que pueden manipular los conceptos abstractos más complejos de la genética, la meteorología, la bioquímica o la ecología tan intuitivamente como cualquier estático puede pensar en una piedra, una planta o un animal con el «sentido común» para esas cosas que surge tras millones de años de evolución. Y hay otros que simplemente se han limitado a modificar estructuras neuronales ancestrales para descubrir cómo esas modificaciones afectan a su forma de pensar... han partido en busca de nuevas posibilidad sin aspirar a una meta concreta.
Yatima sintió una inquietante resonancia con su propia situación... aunque con todas las pruebas disponibles hasta ahora no parecía que sus propias mutaciones le hubiesen enviado a il por aguas desconocidas. Como decía Inoshiro: «Contigo, al final han dado con los campos adecuados para la carne de cañón voluntariosa de las minas. Durante los próximos diez gigataus lo padres pedirán esos sumisos ajustes Yatima».
Liana extendió los brazos manifestando su frustración.
—El único problema de esa exploración es... que algunas especies de exuberantes han cambiado
tanto
que ya no se comunican con nadie más. Grupos diferentes han salido corriendo en direcciones diferentes, probando tipos nuevos de mentes... y ahora apenas pueden entenderse, incluso usando software intermediario. No es sólo cuestión de lenguaje... o al menos, no una simple cuestión de lenguaje como pasaba con los estáticos cuando todos tenían básicamente el mismo cerebro. Una vez que comunidades diferentes se ponen a dividir el mundo en categorías diferentes, y a preocuparse de cosas completamente diferentes, resulta imposible tener una cultura global en el sentido anterior al Introdus, Nos estamos fragmentando. Nos estamos perdiendo. —Rió, como si quisiese desinflar su propia seriedad, pero Yatima entendió que le apasionaba el problema—. Todos hemos decidido quedarnos en la Tierra, hemos decidido seguir siendo orgánicos... pero
aun
asi nos estamos separando... ¡probablemente a mayor velocidad que cualquiera de vosotros en las polis!
Orlando, de pie tras la silla de Liana, le asió el hombro con la mano y apretó con dulzura. Ella levantó la mano y asió la suya. A Yatima le resultó hipnótico, pero intentó no mirar muy fijamente. Dijo:
—Bien, ¿cómo encajan los enlazadores?
Orlando dijo:
—Intentamos rellenar los huecos.
Liana hizo un gesto hacia el diagrama del árbol y un segundo conjunto de ramas comenzó a crecer detrás y entre el primero. El nuevo árbol estaba más finamente diferenciado, con más ramas, espaciadas más estrechamente.
—Tomando como punto de partida las estructuras neuronales ancestrales, en cada generación hemos introducido pequeños cambios. Pero en lugar de modificar a todos en la misma dirección, nuestros hijos no son sólo diferentes a sus padres, sino cada vez son más diferentes entre sí. Cada generación es más diversa que la anterior.
Inoshiro dijo:
—Pero... ¿no es precisamente eso lo que lamentáis? ¿La gente alejándose?
—No exactamente. En lugar de tener poblaciones completas saltando
en masa
a extremos opuestos de alguna característica neuronal, produciendo dos grupos diferentes sin ningún tipo de relación, nosotros siempre nos dispersamos uniformemente por todo el espectro. De esa forma, nadie se queda aislado, nadie queda alienado, porque el «círculo», el grupo de personas con el que te puedes comunicar con facilidad, de una persona concreta siempre se superpone con el de otra, alguien fuera del primer círculo... alguien cuyo circulo también se superpone con el de otra... hasta que de una forma u otra todos estamos cubiertos.
"Es fácil encontrar dos personas que apenas puedan entenderse, porque son tan diferentes como exuberantes de dos líneas radicalmente divergentes, pero
aquí
siempre habrá una cadena de parientes vivos que puedan hacer de puente sobre ese espacio. Con algunos intermediarios, ahora mismo cuatro como mucho, cualquier enlazador se puede comunicar con cualquier otro.
Orlando añadió:
—Y en cuanto tengamos entre nosotros a personas que puedan interaccionar con comunidades exuberantes dispersas...
—Entonces todos los carnosos del planeta estarán conectados, de la misma forma.
Inoshiro preguntó con ansia:
—Entonces, ¿podríais establecer una cadena de personas que nos permitiese hablar con alguien en el límite mismo del proceso? ¿Alguien que se dirija hacia los grupos más remotos de exuberantes?
Orlando y Liana intercambiaron miradas, luego Orlando dijo:
—Podría ser factible si esperáis unos días. Hace falta algo de diplomacia; no es un truco de salón que podamos invocar en cualquier momento.
—Regresamos mañana por la mañana. —Yatima no se atrevió a mirara Inoshiro; no faltarían excusas para extender la estancia, pero habían acordado que fuesen veinticuatro horas.
Después de un momento de incómodo silencio, Inoshiro dijo con tranquilidad:
—Así es. Quizá la próxima vez.
Orlando les enseñó la genefundición donde trabajaba, montando secuencias de ADN y comprobando sus efectos. Aparte de su meta principal, los enlazadores también trabajaban en varias mejoras no neuronales que se referían a la resistencia a las enfermedades y la mejora de los mecanismos de reparación de tejidos, que se podían experimentar con relativa facilidad en un conjunto de órganos mamíferos vegetativos y sin cerebro que Orlando llamada chistosamente «árboles de despojos».
—¿De verdad que no podéis olerlos? No sabéis la suerte que tenéis.
Los enlazadores, le explicó, se habían personalizado hasta tal punto que cualquier individuo podía reescribir partes de su propio genoma inyectándose nuevas secuencias en la sangre, encajadas entre los primers adecuados para las enzimas de sustitución, envueltas en una cápsula de lipidos con proteínas superficiales ajustadas al tipo concreto de célula. Si se dirigía a los precursores de los gametos, la modificación se convertía en hereditaria. Las mujeres enlazadores ya no generaban todos sus óvulos mientras eran fetos, como pasaba con los estáticos, sino que hacían crecer cada uno a medida que eran necesarios, y la producción de semen y óvulos —así como la preparación del útero para la implantación del óvulo fecundado— sólo se producía si se consumían las hormonas adecuadas, que se podían obtener de unas plantas modificadas al efecto. Sólo dos tercios de los enlazadores tenían un solo sexo; los demás eran hermafroditas o partenogenéticos asexuales, como ciertas especies de exuberantes.
Después de la visita a las instalaciones, Orlando proclamó que era hora de almorzar, y se sentaron en un patio mirándole mientras comía. Los otros trabajadores de la fundición se reunieron a su alrededor; unos pocos les hablaron directamente, mientras que el resto empleó intermediarios para traducir. A menudo las preguntas acababan sonando muy raras, incluso después de un largo intercambio entre traductor e inquisidor — ¿Cómo sabéis qué partes del mundo sois vosotros, en las polis? ¿En Konishi hay ciudadanos que coman música? ¿No tener cuerpo es como caer continuamente pero sin moverse?— y a juzgar por las risas provocadas por sus respuestas, estaba claro que el proceso inverso era igual de imperfecto. Se produjo cierto grado de comunicación genuina... pero dependía mucho del proceso de prueba y error y de grandes dosis de paciencia.
Orlando había prometido enseñarles fábricas y silos, galerías y archivos... pero otras personas se fueron pasando para hablar con ellos —o simplemente mirarles— y a medida que avanzaba la tarde el plan original fue convirtiéndose en una fantasía. Quizá habrían podido acelerar el paso, recordarle a sus anfitriones lo precioso que era su tiempo, pero después de unas horas empezó a resultarles absurdo el haber imaginado que podrían haber logrado algo más en un único día. Aqui no se podía apresurar nada; una visita a toda mecha les habría parecido un acto violento. A medida que los megataus se evaporaban, Yatima intentó no pensar en lo que podría estar avanzando de encontrarse en las Minas de Verdad. No era una carrera contra nadie... y a su regreso las Minas seguirían en su sitio.
Finalmente, el patio tras la fundición quedó tan atestado de gente que Orlando llevó a todos a un restaurante al aire libre. Al anochecer, cuando Liana se les unió, las preguntas empezaban a escasear y la mayor parte de la multitud se había dividido en grupos más pequeños que hablaban entre ellos de los visitantes.
Así que los cuatro se sentaron y hablaron bajo las estrellas... que se mostraban muy apagadas y filtradas por la estrecha ventana espectral de la atmósfera.
—Claro está, las hemos visto desde el espacio —se jactó Inoshiro—. En las polis las sondas orbitales no son más que otra dirección.
Orlando dijo:
—Continuamente quiero insistir: «¡Ah, pero no las habéis visto con vuestros propios ojos!». Excepto que... sí lo habéis hecho. Exactamente de la misma forma que veis todo lo demás.
Liana se le apoyó en el hombro y le chinchó.
—Que es exactamente la forma en que todos vemos algo. El hecho de que nuestras mentes se ejecuten a unos pocos centímetros de nuestras cámaras no implica que nuestra experiencia sea mágicamente superior.
Orlando lo aceptó.
—No. Pero esto sí.
Se besaron. Yatima se preguntó si Blanca y Gabriel lo hacían... si Blanca se habría modificado para que fuese posible y le resultase agradable. No era de extrañar que los padres de Blanca estuviesen en desacuerdo. Que Gabriel tuviese sexo no era tan importante, como problema abstracto de definición personal... pero casi todos los habitantes de Carter-Zimmerman fingían tener un cuerpo tangible. En Konishi, la idea en sí de la
solidez
, de atávicas fantasías de corporalidad, se consideraba Una actividad a la par con la obstrucción y la coerción. Una vez que tu icono podía bloquear el camino de otro en un panorama público, se violaba su autonomía. Conectar los placeres del amor con ideas de
fuerza
y
fricción
era simplemente bárbaro.
Liana preguntó.
—¿Qué hacen los gleisners? ¿Lo sabéis? Lo último que sabemos es que montaban algo en el cinturón de asteroides... pero eso fue hace casi cien años. ¿Alguno ha abandonado el Sistema Solar?
Inoshiro dijo:
—En persona no. Han enviado sondas a algunas estrellas cercanas, pero todavía no han enviado nada consciente... y cuando lo hagan, será
ellos-con-su-cuerpo-completo
, todo el camino —rió—. Están obsesionados con el afán de no convertirse en ciudadanos de polis. Creen que si, por ahorrar un poco de masa, se atreven a quitarse la cabeza de los hombros iniciarán el camino que les llevará a abandonar por completo la realidad.
Orlando dijo desdeñoso:
—Dales otros mil años y estarán meándose por toda la Vía Láctea, marcando el territorio como perros.
Yatima protestó:
—¡Eso no es justo! Es posible que sus prioridades resulten extrañas... pero siguen siendo civilizados. Más o menos.