Diáspora (8 page)

Read Diáspora Online

Authors: Greg Egan

BOOK: Diáspora
12.7Mb size Format: txt, pdf, ePub

Pero la red diamantina era diferente. Yatima jugó con el objeto, deformándolo hasta el extremo, estirándolo y retorciéndolo hasta dejarlo irreconocible. Era infinitamente maleable... y sin embargo, algunas pequeñas limitaciones a los cambios que podía realizar hacían que, en cierto sentido, fuese inmodificable. Por mucho que distorsionase su forma, por muchas dimensiones extra que invocase,
su
red nunca quedaba plana. Podía reemplazarlo por algo completamente diferente —como la red alrededor de un toroide— y luego aplanar
esa nueva red..
. pero eso habría tenido tan poco sentido como crear un objeto inconsciente con la forma de Inoshiro, arrastrarlo a las Minas de Verdad y luego declarar que había conseguido convencer a su amigo real para que fuese con il.

Los ciudadanos de las polis, decidió Yatima, eran criaturas matemáticas; la matemática ocupaba el centro de todo lo que eran, y todo lo que podrían llegar a ser. Por maleables que fuesen sus mentes, en cierto sentido obedecían las mismas limitaciones profundas que la red diamantina.., dejando de lado el suicidio y la reinvención
de novo
, dejando de lado la posibilidad de destruirse y construir a alguien nuevo. Lo que implicaba que debían poseer su propia firma matemática inmutable... como el número de Euler, sólo que varios órdenes de magnitud más complejo, Enterrado en la convulsión de los detalles de toda mente debía haber algo inalterado por el tiempo, inalterado por el peso cambiante de recuerdos y experiencias, no modificado por los cambios del yo.

La obra de arte de Hashim había resultado elegante y conmovedora... e incluso sin el punto de vista en ejecución, las potentes emociones que había evocado persistían... pero Yatima no vacilaba en su elección de vocación. El arte tenía su lugar, alterando los restos de los instintos e impulsos que los carnosos, en su inocencia, habían tomado como verdades inmutable... pero sólo en las Minas podía esperar descubrir las invariantes reales de la identidad y la consciencia.

Sólo en las Minas podía empezar a comprender quién era il en realidad.

3. Enlazadores

ATLANTA, TIERRA

23 387 545 324 947 TEC

21 mayo 2975, 11:35:22.101 TU

El clon de Yatima se activó en el cuerpo gleisner y pasó un momento considerando su situación. La experiencia de «despertar» no parecía diferir mucho en sensaciones a la de llegar a un nuevo panorama; no había nada que delatase el hecho de que toda su mente había sido recreada de nuevo. Entre instantes subjetivos, se había ejecutado la traducción del dialecto Modelador de Konishi, que se ejecutaba en la máquina virtual de un útero o un exoyó, a la versión gleisner que el hardware, muy diferente al de la polis, de este robot ejecutaba directamente. En cierto sentido, no tenía pasado propio, siendo su yo sólo recuerdos falsos y una personalidad de segunda mano... pero seguía teniendo la sensación de haber simplemente saltado de la sabana a la jungla, una única persona idéntica a sí misma antes y después. Todas las invariantes intactas.

El Yatima original había sido suspendido en su exoyó antes de la traducción, y si todo se desarrollaba como era de esperar, esa instantánea congelada no tendría que ejecutarse jamás. El clon Yatima del gleisner se clonaría de vuelta a la polis Konishi (siendo retraducido de nuevo al Modelador de Konishi), y luego el original de Konishi y el clon gleisner se borrarían. Filosóficamente, no era muy diferente a ser desplazado dentro de la polis de una sección de la memoria física a otra... un acto indetectable que de vez en cuando el sistema operativo ejecutaba sobre todos los ciudadanos, para recuperar el espacio de memoria fragmentado. Y subjetivamente, la excursión sería probablemente muy similar a haber manejado el gleisner remotamente, en lugar de ocuparlo literalmente.

Si todo salía como se esperaba.

Yatima miró a su alrededor buscando a Inoshiro. El sol apenas sobresalía por el horizonte, y definitivamente no había atravesado la cubierta de árboles, pero aún así el sistema visual del gleisner le ofrecía una imagen clara de alto contraste. El suelo cercano estaba cubierto por arbustos altos de enormes hojas lenticulares y caídas, entre gruesos troncos elevados. El software interfaz que habían desarrollado juntos parecía funcionar bien; la cabeza y ojos del gleisner seguían las peticiones de ángulo de visión para adquisición de los datos solicitados por Yatima sin retraso perceptible. Ejecutarse ochocientas veces más despacio de lo habitual era aparentemente suficiente para que la máquina pudiese mantenerse a su altura... siempre que recordase no intentar ejecutar ningún movimiento discontinuo.

El otro gleisner abandonado estaba sentado en el suelo junto al suyo, con el torso inclinado hacia delante, los brazos flácidos. La piel de polímero estaba casi completamente escondida, cubierta de liqúenes mojados por el rocío y un a capa gruesa de tierra atrapada. El zángano del tamaño de un mosquito que habían empleado para trasladarse a los procesadores gleisner —que había sido el que había dado originalmente con los cuerpos en desuso— seguía unido a la parte posterior del robot, reparando la pequeña incisión que había realizado para lograr acceso a la red troncal de fibras.

—¿Inoshiro? —La palabra lineal regresó a Yatima a través del software interfaz, modificada con todas las extrañas resonancias del chasis gleisner, apagada en curiosas frecuencias por el caos y la humedad de la jungla. Ningún eco de panorama había sido jamás tan... poco diseñado. Tan inocente—. ¿Estás ahí dentro?

El zángano zumbó y se alejó de la herida sellada. El gleisner se volvió parar mirar a Yatima, soltando arena húmeda y fragmentos de hojas podridas. Varias hormigas rojas, muy grandes, de pronto expuestas, ejecutaron confusas figuras de ocho sobre el hombro del gleisner, pero lograron quedarse.

—Sí, aquí estoy, no te asustes —Yatima comenzó a recibir, vía una enlace de infrarrojos, la firma ya conocida; instintivamente la comprobó y la confirmó. Inoshiro flexionó experimentalmente sus actuadores faciales, perdiendo desechos y suciedad. Yatima jugueteó con su propia expresión; el software interfaz le enviaba un flujo de etiquetas indicándole que intentaba ejecutar deformaciones imposibles.

—Si quieres ponerte en pie, te limpiaré un poco. —Inoshiro se puso delicadamente en pie; Yatima deseó que su punto de vista se elevase y el interfaz hizo que el cuerpo robótico obedeciese.

Dejó que Inoshiro rascase su cuerpo, prestando escasa atención al flujo detallado de etiquetas que recibía, describiendo los cambios de presión sobre su piel de polímero. Había hecho que el interfaz le comunicase la postura de los gleisners, según indicaba el hardware, en forma de los símbolos internos para sus iconos... y hacer que a su vez los robots obedeciesen a los cambios en los iconos (siempre que no fuese físicamente imposible y no les hiciese caer al suelo)... pero habían decidido no emprender el rediseño profundo parar lograr un bucle sensorial integrado al estilo carnoso junto con sus instintos motores. Incluso Inoshiro se había echado atrás ante la idea de que sus clones gleisner obtuviesen unos sentidos y habilidades tan vividos, sólo para perderlos al volver a Konishi, donde serían tan inútiles como los talentos de Yatima para esculpir objetos en esta jungla desobediente. Tener versiones sucesivas de sí mismos tan distintas se hubiese parecido demasiado a morir.

Intercambiaron los papeles, con Yatima haciendo lo posible por limpiar a Inoshiro. Comprendía todos los principios físicos relevantes, y podía hacer que los brazos gleisner hiciesen casi todo lo que quería obligando a su icono a realizar los movimientos correctos... pero incluso contando con el interfaz para vetar cualquier acción que pudiese alterar el equilibrio delicado del movimiento bípedo, era claramente evidente que el compromiso que habían escogido les dejaba asombrosamente torpes. Yatima recordó escenas de la biblioteca que mostraban a los carnosos dedicándose a tareas simples: reparar máquinas, preparar comida, trenzarse el pelo unos a otros. Los gleisner eran todavía más hábiles, cuando disponían del software adecuado. Los ciudadanos Konishi conservaban la antigua circuitería neuronal para el control delicado de las manos de sus iconos —conectados con los centros del lenguaje, para propósitos gestuales— pero habían descartado por superfluo todo el sistema evolucionado para la manipulación de objetos físicos. Los objetos del panorama hacían lo que se les decía, e incluso los juguetes matemáticos de Yatima obedecían limitaciones especiales que sólo se parecían lejanamente a las reglas del mundo externo.

—¿Ahora qué?

Inoshiro se quedó inmóvil un momento, sonriendo diabólicamente. Su cuerpo robótico no era muy diferente a su habitual icono de piel de peltre; el polímero bajo las manchas y los restos de biota era de un gris metálico, y la estructura facial gleisner era lo suficientemente flexible para lograr una caricatura reconocible de la expresión real. Yatima todavía se percibía enviando el mismo ágil icono carnoso de siempre con su túnica púrpura; casi se alegraba de no poder separar sus navegadores y observar claramente su propia apariencia física sin gracia.

Inoshiro cantó.

—Treinta y dos kilotaus. Treinta y tres kilotaus. Treinta y cuatro kilotaus.

—Calla. —Sus exoyós en Konishi tenían instrucciones de explicar a cualquier que quisiera comunicarse con illos exactamente qué habían hecho... nadie se quedaría pensando que simplemente se habían vuelto catatónicos... pero Yatima todavía sentía una duda dolorosa. ¿
Qué pensarían Blanca y Gabriel? ¿Y Radiya, y los padres de Inoshiro
?

—No irás a echarte atrás, ¿verdad? —Inoshiro miraba con suspicacia.

—¡No! —Yatima rió, con exasperación; a pesar de los recelos, estaba decidido que completarían la locura. Inoshiro le había dicho que era su última oportunidad de hacer algo «remotamente emocionante» antes de que empezase a usar un punto de vista de minero y «perdiese el interés por todo lo demás»... pero simplemente no era cierto; el punto de vista era más un soporte que una camisa de fuerza, sosteniendo la estructura interna, no limitándola y restringiéndola. Y eso le había repetido una y otra vez antes de comprender que Inoshiro poseía demasiada terquedad para abandonar sus planes, incluso cuando quedó claro que ninguno de sus atrevidos y radicales amigos de Ashton-Laval estaba dispuesto a ir con il. Yatima había sentido la secreta tentación de abandonar por completo el tiempo Konishi y encontrarse con los extraños carnosos, aunque se hubiese contentado igualmente con dejarlo en el terreno de las fantasías posibles. Al final, todo se había reducido a una pregunta:
si Inoshiro seguía adelante y lo hacía solo, ¿se convertirían en extraños
? Yatima había descubierto, para su sorpresa, que no era un riesgo que quisiese correr.

Propuso con vacilación:

—Pero puede que no queramos quedarnos las veinticuatro horas —
ochenta y seis megataus
—. ¿Y si está todo vacío y no hay nada que ver?

—Es un enclave carnoso. No estará
vacío
.

—El último contacto conocido se produjo hace siglos. Podrían haber muerto, o haberse mudado... algo así.

Según un tratado que tenía ya ochocientos años, a los zánganos y satélites no se les permitía invadir la intimidad de los carnosos; las pocas docenas de enclaves urbanos dispersos, donde sus propias leyes le permitian retirar por completo la vida salvaje y construir asentamientos concentrados, se suponía que debían ser tratados como inviolables. Poseían su propia red de comunicación global, pero ninguna conexión la enlazaba con la Coalición; abusos por ambas partes, que se remontaban al Introdus, habían obligado a la separación. Inoshiro había insistido en que limitarse a controlar los cuerpos gleisner vía satélite desde Konishi habría sido el equivalente moral de enviar un zángano — y evidentemente, los satélites, programados para obedecer el tratado, no lo habrían permitido— pero era muy diferente habitar dos robots autónomos que salían de la jungla para hacer una visita.

Yatima dio un vistazo a la espesa maleza y se resistió al impuso fútil de adelantar su punto de vista unos cientos de metros, o elevarlo por encima del alto bosque para obtener una visión mejor del terreno que había por delante.
Cincuenta kilotaus. Cincuenta y uno. Cincuenta y dos
. No era de extrañar que la mayoría de los carnosos, en cuanto tuvieron la oportunidad, se hubiesen refugiado en estampida en las polis: si la enfermedad y el envejecimiento no eran razones suficientes, también estaban la gravedad, la fricción y la inercia. El mundo físico era una vasta y enmarañada carrera de obstáculos, de restricciones arbitrarias y sin sentido.

—Será mejor que nos pongamos en marcha.

—Después de ti, Livingstone.

—Te equivocas de continente, Inoshiro.

—¿Gerónimo? ¿Huckleberry? ¿Dorothy?

—Olvídame.

Partieron hacia el norte, el zángano zumbando tras ellos: su enlace con la polis, ofreciéndoles la posibilidad de una huida rápida si algo salía mal. Les siguió durante el primer kilómetro y medio, hasta el mismo límite del enclave. Nada señalaba la frontera —a cada lado sólo se veía la misma jungla densa— pero el zángano se negó a cruzar la línea imaginaria. Incluso si hubiesen construido su propio emisor para ocupar su lugar, no les habría servido de nada; la huella de los satélites estaba diseñada con precisión para excluir esta región. Podrían haber improvisado una estación base para reemitir desde el exterior... pero ahora era demasiado tarde.

Inoshiro dijo:

—Vamos, ¿qué es lo peor que podría pasarnos?

Yatima respondió sin vacilar.

—Arenas movedizas. Si los dos caemos en arenas movedizas, ni siquiera podremos comunicarnos uno con el otro. Nos limitaríamos a flotar bajo la superficie hasta que se nos agotase la energía. —Comprobó el almacén de energía del gleisner, un fragmento de anticobalto suspendido magnéticamente—. Dentro de seis mil treinta y siete años.

—O cinco mil novecientos veinte. —Rayos de luz habían empezado a penetrar en la selva; una bandada de pájaros rosas y grises emitía ruidos ásperos desde las ramas de allá arriba.

—Pero nuestros exoyós reiniciarán nuestras versiones de Konishi dentro de dos días... así que bien podríamos suicidarnos en cuanto tengamos claro que no vamos a regresar antes de ese momento.

Inoshiro miró a il con curiosidad.

—¿Lo harías? Yo ya me siento diferente de la versión Konishi. Me gustaría seguir viviendo. Y quizá dentro de un par de siglos pasaría alguien que nos sacara.

Other books

The Penal Colony by Richard Herley
The Keys of Solomon by Liam Jackson
Shadow Waltz by Amy Patricia Meade
The Impossible Clue by Sarah Rubin
Finding Evan by Lisa Swallow
Esnobs by Julian Fellowes