Authors: Greg Egan
Miró al fondo de la ventana. Incluso los detalles más triviales de un 5-panorama todavía podían ser hipnóticos; el teseracto de la ventana se unía al teseracto del suelo no en una línea, sino en un volumen aproximadamente cúbico. Que pudiese ver al completo todo ese volumen tenía sentido cuando lo consideraba como la hipercara de abajo de la ventana transparente, pero cuando se daba cuenta de que todo punto estaba compartido con la hipercara delantera del suelo opaco, cualquier ilusión de normalidad se evaporaba.
Con Poincaré, las fantasías de normalidad eran imposibles ya desde el principio; incluso su contorno trastocaba sus nociones antiguas sobre curvatura y proporción. Orlando veía de inmediato que el disco tetradimensional de la estrella sólo llenaba como un tercio del teseracto que imaginaba a su alrededor —mucho menos que un círculo encajado en un cuadrado— y eso hacía que una parte suya mal adaptada esperase que se abombase hacia dentro entre los ochos puntos de contacto con el teseracto. Evidentemente, no lo hacía. Y dado que la polis se había acercado lo suficiente para poder apreciar los continentes de la estrella, había quedado deslumhrado. Los bordes de esas gigantescas losas flotantes de minerales cristalizados eran complejos más allá de las posibilidades de la naturaleza tridimensional; ningún paisaje tallado por el viento, ningún arrecife de coral podía ser tan exquisitamente complejo como esta silueta de roca oscura frente al magma reluciente.
—¿Orlando?
Se movió lentamente, conscientemente, considerando todos los pasos del proceso, siguiendo las propuestas de su cuerpo pero negándose a actuar con el piloto automático. Paolo estaba a su espalda-izquierda-diestra-gauche, y él se volvió primero en el plano horizontal, luego en el hiperreal. Orlando era ciego a las firmas, pero su córtex visual había sido reconectado para dotar a los gestos faciales en cinco dimensiones de la misma importancia que a los antiguos, y reconoció que la criatura de cuatro piernas que se le acercaba era su hijo.
Los bípedos en la macroesfera habrían sido todavía menos estables que un juguete saltador en la Tierra; con los suficientes recursos dedicados a la dinámica del equilibrio, cualquier cosa era posible, pero nadie en C-Z había optado por un 5—cuerpo tan poco probable. Los cuadrúpedos en una hipersuperficie de cuatro dimensiones sólo tenían un grado de inestabilidad; si los pares izquierdo y derecho de pies definían líneas ortogonales en el plano hiperreal, se creaba una especie de apoyo cruzado, dejando sólo el problema de inclinarse hacia adelante o hacia atrás; no más de lo que los bípedos afrontaban en un suelo bidimensional. Los macroesferanos de cinco pies serían tan estables como los cuadrúpedos en la Tierra, pero había algunas dudas de que pudiesen llegar a mutar a una especie erguida con dos brazos; ocho extremidades parecían ofrecer una transición más simple. Orlando estaba más interesado en las posibilidades a disposición de los Transmutadores que en la dinámica de la selección natural, pero al igual que Paolo, había optado por cuatro brazos y cuatro piernas. No había hecho falta ninguna extensión en plan centauro para el tronco; el espacio hiperreal alrededor de caderas y hombros ofrecía sitio de sobra para las articulaciones adicionales.
Paolo dijo:
—Elena ha estado examinando los espectros de absorción en las regiones costeras. Definitivamente se está produciendo algún tipo de reacción química catalizada.
—¿Química catalizada? ¿Por qué nadie está dispuesto a usar la palabra «vida»?
—Nos movemos en terreno desconocido. En nuestro universo natal, estaríamos seguros de qué gases sólo podrían estar presentes si fueran biogénicos. Aquí, sabemos qué elementos son reactivos, pero sólo tenemos suposiciones en lo que se refiere a si podrían estar producidos o no por medio de procesos inorgánicos. No hay una señal química simple que diga «vida».
Orlando se volvió para mirar a Poincaré.
—Y menos aún una que diga «Transmutadores, no nativos».
—¿Quién precisa una señal química para eso? No hay más que preguntarles. ¿O crees que han olvidado quiénes son?
—Muy gracioso. —Sin embargo sintió un escalofrío. Por aclimatado que estuviese, capaz de sostenerse sobre cuatro patas en medio de un penteracto sin derrumbarse en medio de un ataque de locura, no podía imaginarse olvidando su pasado, su propio cuerpo, su propio universo. Pero los Transmutadores llevaban aquí mil millones de veces más tiempo.
Paolo dijo:
—Mi yo de Swift dice que han empezado a inscribir una copia de la polis en la superficie de Kafka. —Manifestó algo de repugnancia resignada; si el estallido del núcleo resultaba ser un equívoco, la excavación de esas zanjas gigantescas pasaría a la historia como el más brutal acto de profanación desde la era de la barbarie—. Pero por ahora los modelos de los robots de reconstrucción no pintan muy bien. Es una pena que los Transmutadores no mencionasen nada sobre el espectro de neutrinos; una dosis total de energía para todas las partículas en todas las frecuencias es casi por completo inútil para predecir el daño, y nuestras estimaciones son extremadamente vagas, ya que no tenemos ni idea sobre cómo o por qué se supone que va a colapsar el centro galáctico. —Rió secamente—. Quizá no esperaban que alguien intentase ocultarse. Quizá sabían que nadie podría sobrevivir. Es por eso que nos dejaron la llave de la macroesfera en lugar de planos para construir máquinas a prueba de neutrinos: una vez que fuera demasiado tarde para huir de la galaxia, sabían que sería la única vía de escape.
Orlando sabía que le estaba aguijoneando, pero respondió con calma:
—Incluso si es imposible sobrevivir al estallido del núcleo galáctico, esto no tiene por qué ser el final del camino. Aquí el vacío está formado por universos de cuatro dimensiones. Incluso si es imposible entrar en ellos, debe haber otras singularidades, otros enlaces ya creados desde dentro. En todos esos universos, debe haber alguna otra especie tan avanzada como los Transmutadores.
—Es posible. Pero deben ser poco habituales o este lugar estaría repleto de ellas.
Orlando se encogió de hombros.
—Entonces, si toda la Coalición debe hacer un viaje de ida a la macroesfera, que así sea. —Habló con tranquilidad desafiante, pero la idea era casi insoportable. Siempre se había dicho que habría un camino: que moriría en la carne, con hijos de carne para enterrarle, en un mundo donde podría prometer a mil generaciones que del cielo no llovería ni fuego ni veneno. Si la macroesfera era el único santuario real, sus futuros posibles se reducían a falsear toda esa fantasía en un 3—panorama, o encarnarse en la química alienígena de este universo e intentar criar hijos en un mundo todavía más surrealista que cualquiera de Ashton-Laval.
Paolo logró mostrar contrición en su cara alterada, visible a los ojos alterados de Orlando.
—Olvida lo de un viaje sólo de ida. Si podemos llegar a hablar con los Transmutadores, lo más probable es que nos digan que nos equivocamos con la interpretación. No había advertencia, no había explosión del centro galáctico. Simplemente lo entendimos mal.
A Poincaré se enviaron sondas por adelantado, siguiendo trayectorias rápidas de un solo pase. Orlando observó las imágenes acumularse, franjas curvas captadas por instrumentos apenas capaces de rascar la hipersuperficie de la estrella con mapas topográficos y químicos de resolución media. Lo que se podía apreciar de las cadenas montañosas plegadas y las planicies ígneas del interior de los continente resultaba tremendamente orgánico a sus sensibilidades del viejo mundo; había mesetas golpeadas por el viento que parecían huellas digitales, canales abiertos por los flujos de lava que eran más complejos que sistemas de capilares, penachos de magma congelado mostrando espinas que parecían descontrolados brotes fúngicos. El cielo de Poincaré estaba permanentemente oscuro, pero el paisaje en sí era radiante por el calor que llegaba del núcleo, reluciendo en longitudes de onda análogas al infrarrojo cercano: en el límite entre los niveles de energía de las transiciones de leptones y las vibraciones moleculares. En gran parte del interior, en el espectro de absorción de la atmósfera había trazas de anillos y cadenas ramificadas basadas en el átomo 27, pero las firmas químicas más complejas se encontraban cerca de las costas.
También había estructuras altas agrupadas alrededor de las regiones costeras que no parecían ser simples productos plausibles de la erosión o la tectónica, la cristalización o el vulcanismo. Esas torres estaban en el lugar justo para extraer energía de la diferencia de temperatura entre los océanos de magma y el relativamente frío interior, aunque no estaba claro si eran el equivalente en Poincaré de árboles gigantes o algún artefacto.
Se dispuso una segunda oleada de sondas en órbitas propulsadas, situándolas contra el borde exterior de sus crestas de momento angular de forma que un fallo de los motores las mandase al espacio profundo en lugar de estrellarlas contra el suelo. Las comparaciones de escala con el universo natal eran complicadas, pero si los 5—cuerpos que habían escogido se empleaban como vara de medir, la hipersuperficie de Poincaré podría contener diez mil millones veces tantos moradores como la Tierra... u ocultar algunos miles de civilizaciones industriales en las grietas entre los supuestos bosques y los vastos desiertos. Mapear toda la estrella a una resolución que garantizase mostrar, o descartar, la presencia de incluso una ciudad del tamaño de Shangai antes del Introdus constituía una tarea equivalente a mapear todos los planetas terrestres de la Vía Láctea. La banda circular de imágenes que recogía una sonda al realizar una órbita completa de la hiperesfera era como un puntito, e incluso cuando la órbita recorría 360 grados alrededor de la estrella, la esfera que surgía era tan importante, proporcionalmente, como una toma de una única zona reducida sobre un globo normal.
Cuando Carter-Zimmerman pasó a ocupar una órbita distante y propulsada, Orlando empezó a encontrar abrumadora la vista desde la Cubierta de Vuelo: demasiado detallada y compleja para asimilarla, demasiado llamativa para no intentarlo. Cada vistazo era como una ráfaga de densa música atona!; la única opción era negarla por completo o escuchar atentamente y aun así no lograr darle sentido. Consideró modificaciones adicionales a su mente; ningún nativo, ningún macroesferano aclimatado respondería a la contemplación de su mundo como si fuese una alucinación inducida por las drogas, no tanto una visión como una estimulación en masa de redes que indicaban un desmoronamiento perceptivo.
Hizo que su exoyó mejorase aún más su córtex visual, conectando una serie de símbolos que respondiesen a varias formas tetradimensionales y a varios bordes tridimensionales... todas ellas formas primitivas plausibles, que probablemente no fuesen más exóticas para los macroesferanos que una montaña o una piedra para un carnoso. Y la vista de Poincaré quedó controlada, transformada a un nuevo vocabulario, aunque seguía siendo mil veces más densa que cualquier vista por satélite de la Tierra o Swift.
Pero la Isla Flotante se volvió intolerable, una camisa de fuerza para sus sentidos, un ataúd con un agujero que era el cielo. Pasaba lo mismo con todos los 3—panoramas. Incluso restaurando al completo su visión tridimensional, no podía eliminar los nuevos símbolos sin perder también sus recuerdos de Poincaré, y constantemente sentía la carencia de estímulos, una ausencia tan opresiva como si el mundo se hubiese vuelto de un blanco uniforme.
Podía escoger entre alternar conjuntos de símbolos, uno para los 3—panoramas y uno para 5-panoramas, con su exoyó almacenando las porciones intraducibies de sus recuerdos. A todos los efectos, se convertiría en dos personas, clones en serie. ¿
Estaría tan mal
? Ya había mil de él, dispersos por la Diáspora.
Pero había venido hasta aquí para encontrarse con los Transmutadores en persona, no a parir un gemelo macroesferano que lo hiciese por él. Los clones de la Diáspora voluntariamente se fusionarían todos y regresarían a la Tierra restaurada —si era posible— ¿pero qué sería de un clon que se volvería loco por la privación sensorial en medio de un bosque tropical, que se plantaría bajo el cielo estrellado de un desierto y gritaría de frustración por ver tan poco?
Orlando retiró por completo las ampliaciones y se sintió como un amnésico o un amputado. Miró a Poincaré desde la Cubierta de Vuelo, más estupefacto y frustrado que nunca.
Paolo le preguntó cómo lo llevado. Le dijo:
—Estoy bien. Todo está bien.
Comprendía lo que estaba pasando: había llegado todo lo lejos que se podía viajar teniendo todavía esperanzas de regresar. Aquí no había órbitas estables: o te acercabas a este mundo rápidamente, agarrabas lo que precisaba y te retirabas... o te dejabas capturar y descendías en espiral hasta la colisión.
—Es un efecto sutil, pero allí donde he mirado todo el ecosistema está ligeramente sesgado a su favor. No es que sean dominantes en términos de número o uso de recursos, pero hay ciertos eslabones en la cadena alimentaria, todos ellos al final beneficiosos para esta especie, que parecen demasiado robustos, demasiado fiables para ser naturales.
Elena se dirigía a la mayoría de C-Z U-estrella, ochenta y cinco ciudadanos reunidos en una pequeña sala; un 3—panorama para variar; y Orlando agradeció que alguien más sintiese que era necesario descansar de la realidad macroesferana. El mapeado detallado de Poincaré no había mostrado ninguna señal evidente de una civilización tecnológica, pero los xenólogos habían identificado a decenas de miles de especies de plantas y animales. Como en el caso de Swift, era posible que los Transmutadores estuviesen escondidos en una polis bien oculta, pero ahora Elena afirmaba haber encontrado pruebas de bíoingenieria, y los supuestos beneficiarios sólo parecían ocultarse tras la escala modesta de sus esfuerzos.
Los xenólogos habían reunidos modelos ecológicos tentativos de todas las especies lo suficientemente grandes para ser visibles desde el espacio en las diez regiones que habían escogido para su análisis; la microbiota seguía siendo una cuestión especulativa. Las «torres» gigantes, que ahora llamaban árboles de Jano, crecían en gran parte de la costa, aprovechando la luz que provenía del océano fundido. Cada árbol poseía una asimetría lateral que a Orlando le resultaba totalmente extravagante, con hojas que crecían más grandes, más verticales y más aisladas hacia el lado interior. El mismo desplazamiento morfológico se daba de un árbol a otro, entre los que estaban directamente expuestos a la luz del océano y los menos privilegiados de las cuatro o cinco filas tras ellos. Las hojas de la primera fila eran de un llamativo amarillo plátano en la hipersuperficie que daba al océano y de un púrpura brillante en la parte posterior. La segunda fila empleaba el mismo púrpura para aprovechar la energía de desecho de la primera fila, y verdeazulado para radiar la suya propia. Para cuando se llegaba a la cuarta y quinta filas, los pigmentos de las hojas habían pasado a tonos del «infrarrojo cercano», dejándolas de gris pálido en la «luz visible». Esas conversiones de color seguían fielmente la distribución de las longitudes de onda, pero la distinción visible— infrarrojo era necesariamente arbitraria, ya que estaba claro que distintas especies de la vida de Poincaré percibían diferentes porciones del espectro.