Authors: Greg Egan
Paolo dijo:
—Fin de la historia, supongo. A partir de este punto, ellos conocerán el territorio mejor que nosotros.
—Quizá. —Yatima vaciló—. Pero es posible que sientan curiosidad por una cosa.
—¿El qué?
—Tú, Paolo. Tú tenías toda la información que precisabas. Tú has hecho que toda la Diáspora valiese la pena. Por tanto, ¿por qué decidiste seguir viajando?
POLIS CARTER-ZIMMERMAN, U**
La polis regresó a la singularidad para reducir al mínimo la demora de comunicación. En C-Z Poincaré se hablaba de una cuarentena frente al clon «infestado» de la segunda macroesfera, aunque para Paolo no tenía sentido; el Gestor de Contingencias se había infiltrado en la polis por medio de una manipulación física del hardware a nivel molecular y ningún software enviado a través de la singularidad podría ejecutar la misma hazaña. Pero Paolo estaba encantado de dejar que la facción abandonase esa paranoia a su debido tiempo y por sus propias razones; podía interaccionar con C-Z Poincaré tan fácilmente como si estuviese allí en persona, asi que no tenía mayores deseos de cruzar de vuelta.
El mensaje en sí había pasado; él no era necesario. En cuanto una verificación independiente de la Teoría de Kozuch en infinitas dimensiones del Gestor ejecutada en la polis no comprometida de Poincaré confirmó que se ajustaba a la perfección a los datos de Lac G-1 y generaba la misma predicción horrible sobre el centro galáctico, Orlando partió por máser para transmitir la noticia en persona, fundiéndose de camino con su yo en Swift. Toda la Diáspora, incluidos los gleisners, se encontraba a menos de 250 años luz de Swift, por lo que a menos que tuviesen muy mala suerte con otro deslizamiento de la singularidad, todos tendrían la oportunidad de escapar. Si no confiaban en los casi omnipotentes Engarzadores de Estrellas, como habían llamado a los creadores de los Gestores, siempre podían quedarse en la primera macroesfera, Paolo no dudaba que entre Orlando y las versiones en Swift de Yatima y Karpal, se defendería esa opción con la contundencia suficiente para persuadir a cualquiera que no hubiese perdido por completo el contacto con el mundo real. Incluso traerían la secuencia de las alfombras orfeanas, para vivir en otro mundo.
Era lo mejor que podían haber esperado, pero Paolo se sentía frustrado, avergonzado, superfluo. Sabía que intencionadamente había negado el significado del mapa de los Transmutadores por lo sucedido con Lacerta... porque había estado cansado de medirlo todo frente al sufrimiento de Orlando y la pérdida de Orlando. Incluso en Poincaré, había sido Orlando el que había realizado el sacrificio que abrió el camino a la segunda macroesfera; Paolo se había limitado a atravesar la singularidad y la respuesta, sin coste alguno, le había caído a las manos. Y ahora se enfrentaba a esperar los siguientes quinientos años al regreso triunfal de Orlando, guiando a toda la Coalición a la seguridad.
El Gestor habló a Paolo sobre las seis mil civilizaciones de la galaxia. Había criaturas orgánicas de distintas bioquímicas y planes corporales, así como software ejecutándose en polis y robots, y variedades de híbridos inclasificables. Algunas eran nativas de la segunda macroesfera, algunas venían de tan lejos como los Engarzadores de Estrellas. Doce habían nacido en la Vía Láctea y habían leído el mensaje de los Transmutadores y habían seguido su camino, o habían llegado a sus mismas conclusiones y habían inventado la misma tecnología.
Así que aquí se podían considerar muchas posibilidades sobre el modelo de la futura evolución de la Coalición. Si se seguían los protocolos adecuados, muchas de esas culturas estarían abiertas a alguna forma de contacto con los recién llegados, por muy desesperanzadoramente primitivos que fueran.
Pero los Transmutadores no se habían quedado. Habían entrado en este universo después de los Engarzadores de Estrellas, habían hablado brevemente con ellos y luego habían seguido.
Cuando Paolo supo del plan de Yatima, recurrió directamente a Elena. Su panorama hogar actual era una jungla verde en una luna sin rotación por las fuerzas de marea de un gigante gaseoso imaginario. El planeta a bandas ocupaba un tercio del cielo.
Ella dijo:
—¿Por qué? ¿Para qué seguirles? Aquí tenemos a gente con la misma tecnología. Más allá de seis mil culturas, ¿qué tienen de especial los Transmutadores?
—No se limitaban a huir del estallido del centro galáctico. Querían hacer algo más que escapar.
Elena le dedicó una mirada de «prueba con algo mejor».
—La mayor parte de los que están aquí no tienen nada que ver con el estallido del núcleo. Hay más de mil culturas nativas de esta galaxia.
—Y todas seguirán aquí cuando yo regrese. ¿Vendrás conmigo? —Paolo la miró a los ojos, implorando.
Ella rió.
—¿Por qué iba a ir contigo? Ni tú mismo sabes a dónde vas.
Discutieron durante un kilotau, Hicieron el amor, pero nada cambió. Paolo sintió de primera mano el desconcierto tolerante de Elena y ella comprendió la inquietud de él. Pero saberlo no les acercó.
Paolo se limpió el rocío de la piel.
—¿Puedo tenerte en mi mente? ¿En un estado inmediatamente inferior a la consciencia? ¿Para mantenerme cuerdo?
Elena suspiró con fingida nostalgia.
—¡Por supuesto, mi amor! Llévate un mechón de mi mente en tu viaje y yo me llevaré un mechón de la tuya en el mío.
—¿Tu viaje?
—Aquí hay seis mil culturas, Paolo. No me voy a quedar esperando quinientos años junto a la singularidad a que el resto de la Diáspora llegue aquí.
—Entonces ten cuidado.
Seis mil culturas. Y él no tendría que perderla
. Durante un instante, Paolo estuvo a punto de cambiar de opinión.
Elena respondió plácidamente, contenida.
—Lo tendré.
POLIS CARTER-ZIMMERMAN, U
n
*
A Yatima le desconcertaba la vista del cielo de la segunda macroesfera; no dejaba de preguntarse qué combinaciones de estrellas eran las imágenes de diferentes Engarzadores individuales. Si se podía creer al Gestor, los nodos locales de computación en cada sistema estelar individual sólo tenían unos milímetros de espesor y se comunicaban con otros, a años luz de distancia, por medio de pulsos tan débiles, tan estrechos, tan impredecibles en su longitudes de onda y tan ingeniosamente codificados que mil civilizaciones interestelares habían llegado y se habían ido sin percibir su presencia. El Gestor se había negado a revelar la naturaleza de su propia infraestructura física, pero para poder penetrar en las defensas de la polis debía estar operando por debajo del nivel de la femtomáquina. Una de las elucubraciones era que los Engarzadores habían tejido un dispositivo computacional en agujeros de gusano virtuales por toda la galaxia y que los Gestores de Contingencias se ejecutaban en el espacio vacío, permeándolo todo.
Paolo dijo:
—Lanzo las semillas.
—Vale.
Paolo se aseguró entre dos soportes del satélite y lanzó un puñado de cápsulas de entrada en dirección contraria a la órbita. Yatima sonrió. Era muy teatral. Las cápsulas reales se lanzaron en respuesta al gesto y Yatima no supo cuándo el panorama dejó de mostrar las ficticias de Paolo y cambió a la imagen externa de las de verdad.
Kozuch, el planeta que tenían debajo, poseía el tamaño de Mercurio y era casi tan caliente. Al igual que Swift, destacaba a cientos de años luz de distancia, marcado por isótopos pesados; al menos, este paso de la ruta estaba claro. Las nanomáquinas de las cápsulas montarían un sistema de manipulación de neutrones y luego construirían una polis en la tercera macroesfera. El sistema completo era mucho más simple que el vuelo interestelar una vez se sabía qué hacer.
Yatima dijo:
—Espero que repitan el marcador que usaron en Poincaré. Si en todo universo de seis dimensiones tenemos que dar con alguien que recuerde su paso, el proceso podría ser muy lento.
Paolo respondió con estudiada indiferencia:
—Yo me enlazaré con cualquiera. Estoy dispuesto a hacerlo.
—Está bien saberlo.
Paolo dijo:
—No podemos estar seguros de que los Transmutadores llegasen de nuestro universo. Dejaron un mapa del estallido del centro galáctico para que lo encontrasen los nativos, pero podrían estar de paso desde uno inferior, en lugar de estar huyendo.
—¿Por lo que podrían sentirse más a gusto en seis dimensiones?
Paolo se encogió de hombros:
—Sólo digo que no debemos hacer suposiciones.
—No.
Un punto en la superficie del planeta Kozuch, debajo, empezaba a mostrar un gigantesco disco negro, un portal puramente metafórico a la siguiente macroesfera. Yatima podía recordar cuando nadie en C-Z se hubiera atrevido a manchar un panorama realista como éste con una abstracción de semejante calibre. En la oscuridad del disco podían ver estrellas dispersas, una proyección bidimensional de lo que veía el observatorio de la nueva polis.
Il miró el pozo en expansión.
—Esto lo hago por culpa de algunos campos muy mal escogidos en mi semilla mental. ¿Cuál es tu excusa?
Paolo no respondió.
Yatima alzó la vista.
—Bien, serás buena compañía.
Il se tiró simbólicamente desde un soporte del satélite y cayó hacia el portal.
En la tercera macroesfera, la estrella más cercana a la singularidad contenía más vida que Poincaré, pero no había marcador, ni ninguna especie evidentemente inteligente a la que preguntar el camino.
La siguiente era estéril, o al menos demasiado caliente y demasiado turbulenta para que la vida hubiese podido evolucionar sobre sus continentes delgados y pasajeramente sólidos. Si había algo vivo en los océanos de magma, no tenían forma de identificarlo.
La tercera estrella era mucho más antigua y fría, con una corteza completamente sólida. Estaba entrecruzada por un sistema de gigantescas carreteras elevadas, bien visibles desde órbita. Esa hipersuperficie entrecruzada de carreteras era como un imperio romano galáctico sacado de alguna antigua fantasía, sin todo el vacío intermedio.
Yatima dijo:
—He ahí. Los Transmutadores.
Al aproximarse, no hubo señal del suelo. Ninguna imitación de amigos largo tiempo perdidos apareció en sus panoramas para darles la bienvenida; no les hizo arder ninguna defensa invisible tejida en el vacío.
La segunda oleada de sondas mostró que las ciudades y estructuras unidas por esas carreteras elevadas estaban enterradas en las profundidades de una capa uniforme de restos que cubría toda la estrella. Era como si la corteza se hubiese contraído de pronto, como si un proceso químico/nuclear en el interior de la estrella se hubiese activado o desactivado. Que las carreteras elevadas siguiesen siendo visibles era asombroso. No había sobrevivido nada más.
La cuarta estrella mostraba restos de vida primitiva, pero no se detuvieron a examinar de cerca las pruebas. Había una losa marcadora, del mismo mineral que la de Poincaré, y en esta ocasión estaba mucho más cerca de la esfera polar.
A la cuarta estrella la bautizaron Yang-Mills. La antigua regla de la Diáspora había sido sólo una persona por cuerpo astronómico, pero no parecía correcto separar entre universos al famoso dúo, o bautizar con uno una estrella portal y usar el otro en un lugar menos importante.
Esperando a que se completase la Instalación de Nucleón Largo, Yatima contempló imágenes, enviadas a través de dos singularidades, de la primera oleada de refugiados del estallido que llegaba a C-Z U-estrella. Blanca estaba allí y Gabriel dos veces; algunas versiones de él debían haberse negado a fusionarse. Yatima buscó a Inoshiro, pero los refugiados venían todos de la Diáspora. Todavía no había llegado nadie de la Tierra.
En la cuarta macroesfera, realizaron espectroscopia remota de los cien sistemas estelares más cercanos. Había un planeta marcado con isótopos pesados, a 270 años luz de distancia. Lo bautizaron como Blanca. Para cuando llegaran, el estallido del núcleo galáctico habría aniquilado Swift y la migración desde el universo natal sería historia antigua.
Yatima se hizo congelar por su exoyó. Al despertar y saltar de su panorama hogar al Satélite Pinatubo, Paolo dijo rotundamente:
—Hemos perdido el contacto.
—¿Cómo? ¿Dónde?
—La polis en órbita a Yang-Mills no se puede comunicar con la estación de la singularidad. La baliza parece haberse esfumado del cielo.
La primera reacción de Yatima fue el alivio. Un fallo en el hardware de comunicación de una de las estaciones no era una situación tan mala como el deslizamiento o desintegración de las singularidades. No recibirían más noticias de los niveles inferiores, pero nada les impedía regresar físicamente, reparando el hardware de camino.
A menos que la estación no sólo hubiese perdido el contacto con la polis distante, sino que también hubiese perdido a la singularidad del tamaño de Planck que tenía a su lado. Toda la segunda macroesfera podría esfumarse como una fibra en un pajar.
Yatima intentó leer el gestalt de Paolo. Estaba claro que había tenido tiempo de pensar en la misma posibilidad.
—¿Estás bien?
Paolo se encogió de hombros.
—Conocía los riesgos.
—Podemos volvernos en cuanto quieras.
—Si la estación ha sufrido daños importantes, ya es demasiado tarde. A estas alturas hemos perdido la singularidad o no la hemos perdido; unos cuantos miles de años de viaje antes de volver no tendrían mayor importancia.
—Sólo que conoceríamos antes nuestro destino.
Paolo sacudió la cabeza con una sonrisa de decisión.
—¿Qué pasa si volvemos y descubrimos que todo funciona perfectamente excepto el enlace de comunicaciones? Nos sentiremos como idiotas absolutos. Habríamos malgastado siglos por nada.
—Nosotros podríamos seguir por aquí, pero enviar clones de nosotros mismos a la tercera macroesfera, para llevar la polis a la estación y comprobarla.
Paolo examinó impacientemente la superficie cubierta de cráteres del planeta Blanca.
—No quiero hacerlo. No quiero volver a dividirme sólo para dar media vuelta. ¿Tú sí?
Yatima dijo:
—No.
—Entonces, lancemos las semillas y sigamos adelante.
Paolo había pasado algún tiempo despierto en la cuarta macroesfera, sumergiéndose en la física de cinco dimensiones más una, y había logrado diseñar un espectroscopio muy mejorado. Con él, localizaron el marcador de los Transmutadores desde las inmediaciones de la singularidad de la quinta macroesfera, en la segunda estrella más cercana, que llamaron Weyl.