Dinero fácil (2 page)

Read Dinero fácil Online

Authors: Jens Lapidus

BOOK: Dinero fácil
4.11Mb size Format: txt, pdf, ePub

ACUSADO: Sí, claro.

FISCAL: ¿Y dice que no es usted el que lo utiliza?

ACUSADO: Eso es. El contrato lo firmé yo para ayudar a un colega que no puede alquilar locales y eso. Tiene demasiadas reclamaciones como moroso. No tenía ni idea de que ahí tenían tanta mierda.

FISCAL: Entonces, ¿de quién es el trastero?

ACUSADO: No puedo decirlo.

FISCAL: En ese caso solicito remitirme a la página veinticuatro del informe de la instrucción. Es un interrogatorio con usted, Jorge Salinas Barrio, que tuvo lugar el 4 de abril de este año. Leo la cuarta sección, en la que dice lo siguiente: «El trastero lo alquila un hombre que se llama Mrado, creo. Trabaja con los peces gordos, ya me entiende. Yo he firmado el contrato pero en realidad es suyo». ¿Es correcto que usted declaró esto?

ACUSADO: No, no. Está mal. Habrá sido algún malentendido. Yo nunca he dicho eso.

FISCAL: Pero es lo que pone aquí. Pone que el interrogatorio lo leyó usted y lo aprobó. ¿Por qué no dijo nada si le entendieron mal?

ACUSADO: Bueno, estaba asustado. No es fácil explicarlo todo bien cuando uno está en un interrogatorio. Fue un malentendido. Los policías me presionaron. Yo me puse nervioso. Dije eso sólo para evitar que me siguieran interrogando. No conozco a nadie que se llame Mrado. Lo juro.

FISCAL: ¿Ah, no? Mrado dice en un interrogatorio que sabe quién es usted. Y usted ha dicho hace un momento que no sabía que hubiera tanta mierda en el trastero. ¿A qué se refería con «mierda»?

ACUSADO: A drogas. Lo único que yo guardé ahí fue alrededor de diez gramos para uso propio. Soy consumidor desde hace varios años, pero usaba el trastero para guardar muebles y ropa porque me cambio mucho de casa. Las otras cantidades no eran mías y no sabía que estaban ahí.

FISCAL: ¿Así que a quién pertenece la droga?

ACUSADO: No puedo hablar de eso. Ya saben, pueden tomar represalias. Creo que quien ha puesto ahí la cocaína es la persona a la que le suelo comprar droga. Tiene llave del trastero. Pero la báscula es mía. La uso para medir mis dosis. Para mi uso personal. Pero no vendo nada. Tengo un trabajo, no me hace falta trapichear.

FISCAL: ¿Y a qué se dedica?

ACUSADO: Soy conductor en una mensajería. Muchas veces en fin de semana, está bien pagado. Sin papeles, ya saben.

FISCAL: Así que, si le entiendo bien, dice usted que el trastero no pertenecía a alguien llamado Mrado sino a otra persona. ¿Y esta otra persona es su camello? Pero ¿cómo han acabado ahí tres kilos de cocaína? Es mucho. ¿Sabe el valor que alcanzaría en la calle?

ACUSADO: Exactamente no lo sé, yo no vendo de eso. Pero es mucho, quizá un millón de coronas. Al que le compro la droga la deja en el trastero después de que yo le pague; así evitamos tener contacto directo y que nos vean juntos. A mí me parece un buen sistema. Pero ahora parece que me la ha jugado. Ha metido esa mierda en el trastero para que me encierren a mí.

FISCAL: ¿Podemos repasar esto otra vez? Dice que el trastero no es de una persona que se llama Mrado. En realidad tampoco es de usted. Tampoco es de su camello, pero él lo usa a veces para las transacciones entre ustedes. Y ahora usted cree que es él quien guarda toda esa cocaína ahí. Jorge, ¿piensa que le vamos creer? ¿Por qué iba a querer guardar su camello tres kilos de cocaína en un trastero al que usted tiene acceso? Además, está cambiando usted los datos todo el tiempo y no quiere dar nombres. No tiene credibilidad.

ACUSADO: Venga ya. No es tan difícil pero estoy confuso. La cosa es así: utilizo el trastero muy poco. Mi camello no lo utiliza casi nunca. No sé a quién pertenece la cocaína. Pero parece probable que sea la mierda de mi camello.

FISCAL: ¿Y a quién pertenecen las bolsitas de plástico con cierre?

ACUSADO: Deben de ser de mi camello.

FISCAL: ¿Y cómo se llama?

ACUSADO: No puedo decirlo.

FISCAL: ¿Por qué sigue diciendo que el trastero en realidad no es suyo ni tampoco la droga de su interior? Todo indica que es así.

ACUSADO: Yo no podría permitirme comprar tanta droga. Además ya he dicho que yo no trapicheo. ¿Qué más voy a decir? La droga no es mía, ya está.

FISCAL: Otros testigos de esta causa han mencionado también otro nombre. ¿Puede ser que la droga pertenezca a un amigo de Mrado que se llama Radovan? Radovan Kranjic.

ACUSADO: No, no lo creo. No tengo ni idea de quién es.

FISCAL: Sí, yo creo que sí lo sabe. Usted ha mencionado al ser interrogado que conoce al jefe de Mrado. ¿No se refiere a Radovan?

ACUSADO: Yo jamás he dicho nada de ningún Mrado, eso no es así, de modo que ¿cómo voy a saber de lo que habla usted? ¿Me lo puede explicar?

FISCAL: Aquí el que pregunta soy yo, no usted. ¿Quién es Radovan?

ACUSADO: Ya he dicho que no lo sé.

FISCAL: Inténtelo...

ACUSADO: ¡Joder, que no lo sé! ¿Es que no lo pilla?

FISCAL: Evidentemente, es un punto delicado. No tengo más preguntas. Gracias. El abogado puede preguntar ahora.

* * *

Ésta es la causa B 4537-04, la fiscalía contra Jorge Salinas Barrio, punto número uno de los cargos. A continuación se incluye el interrogatorio con el testigo Mrado Slovovic en relación con la droga de un local de almacenaje en Kungens kurva. El testigo ha prestado juramento y se le ha recordado lo vinculante de éste. Es el fiscal quien ha solicitado el interrogatorio y comienza con sus preguntas:

FISCAL: En la investigación previa en relación con el acusado, Jorge Salinas Barrio, se le ha mencionado como la persona que alquila un almacén en Shurgard Self-Storage en Kungens kurva, en el barrio de Skärholmen
{4}
. ¿Qué relación hay entre Jorge y usted?

TESTIGO: Conozco a Jorge, pero yo no tengo alquilado ningún trastero. Nos conocíamos de antes. Yo también he andado metido en drogas, pero lo dejé hace un par de años. De vez en cuando me encuentro casualmente con Jorge. La última vez fue en el centro comercial de Solna
{5}
. Me contó que ahora lleva sus asuntos de droga desde un trastero en el otro extremo de la ciudad. Me dijo que había subido de nivel y que había empezado a vender mucha cocaína.

FISCAL: Él dice que no le conoce.

TESTIGO: No es así. No es que seamos colegas, pero nos conocemos.

FISCAL: Bien. ¿Se acuerda de cuándo se lo encontró? ¿Puede contar más en detalle lo que le dijo?

TESTIGO: Fue en algún momento de la primavera pasada. En abril, me parece. Fui a Solna a visitar a unos antiguos colegas. Si no, no suelo ir mucho por allí. De camino a casa entré en el centro comercial para echar unos boletos de las carreras de caballos. Me encontré con Jorge dentro de la oficina de apuestas. Iba muy bien vestido y apenas le reconocí. Ya me entiende, cuando éramos colegas se metía mierda.

FISCAL: ¿Y qué le dijo?

TESTIGO: Me contó que le iba bien. Le pregunté que qué hacía. Dijo que estaba haciendo buenos negocios con la farla. Se refería a la cocaína. Como yo ya no estoy en eso no quise oír más. Pero él alardeaba. Me contó que guardaba todo en un trastero al sur de la ciudad. Creo que dijo que en Skärholmen. Entonces le pedí que parara porque no quería saber nada de toda esa porquería que se traía entre manos. Se enfadó conmigo. Me dijo más o menos que me fuera a la mierda.

FISCAL: ¿Así que se molestó?

TESTIGO: Sí, se rebotó cuando le dije que me parecía que estaba diciendo chorradas. Quizá por eso se ha inventado que yo tengo algo que ver con ese trastero.

FISCAL: ¿Dijo algo más sobre el trastero?

TESTIGO: No, sólo dijo que guardaba la cocaína ahí. Y que estaba en Skärholmen.

FISCAL: Bien, gracias. No tengo más preguntas. Gracias por su comparecencia.

PARTE 1
Capítulo 1

Jorge Salinas Barrio aprendió rápido las reglas del juego. Número
uno*
{6}
resumido: no la líes nunca. En versión extendida se las sabía de memoria. No lleves la contraria. No devuelvas la mirada fijamente. Quédate siempre sentado. Nunca cantes. Por último, aguanta cuando te den por el culo sin quejarte. Metafóricamente hablando.

La vida de Jorge era un asco. La vida era una puta mierda. La vida era dura. Pero Jorge era más fuerte. Ya lo iban a ver.

El trullo se llevó su energía. Se llevó su risa. La vida de rapero reconvertida en una vida de mierda. Pero lo que sólo él sabía era que había un final, una idea que se convertiría en realidad, una salida. Jorge: el tío con el que no iban a poder. Saldría, se escaparía, se largaría de ese agujero de mierda. Tenía un plan. Y era buenísimo.

Perdedores:
adiós
*.

Un año, tres meses y nueve días en el trullo. Es decir, algo más de quince meses de más tras un muro de hormigón de siete metros de altura. El máximo tiempo que Jorge había pasado a la sombra hasta entonces. Anteriormente, habían sido temporadas más cortas. Tres meses por robo, cuatro por delito de drogas, allanamiento y conducción ilegal. La diferencia en esta ocasión: estaba obligado a crearse una vida a la sombra.

La cárcel de Österåker era de las llamadas de clase dos, una prisión cerrada de segundo grado. Su especialidad: gente condenada por delitos relacionados con drogas. Estrechamente vigilada desde ambas direcciones. No entraba nada ni nadie que no debiera entrar. Los perros adiestrados para encontrar droga husmeaban a todos los visitantes. Los detectores de metal husmeaban todos los bolsillos. Los monos husmeaban el ambiente en general. Con los tipos sospechosos ni siquiera se tomaban la molestia. Aquí sólo dejaban entrar a madres, niños y abogados.

Sin embargo no lo conseguían del todo. La prisión solía estar libre de drogas en los tiempos del anterior director. Ahora se tiraban bolsas con hierba por encima de los muros usando tirachinas. Los padres recibían dibujos de sus hijas que en realidad estaban totalmente impregnados de LSD. La mierda se escondía en los falsos techos de los espacios comunes, donde los perros no podían llegar a olerla, o se enterraban en el césped del patio de recreo. Todos y nadie podían ser acusados.

Muchos fumaban a diario. Bebían quince litros de agua al día para que no se notara en las pruebas de orina. Otros fumaban heroína. Se quedaban tumbados en su habitación y fingían estar enfermos dos días, hasta que no había residuos en el pis.

La gente se quedaba mucho tiempo en Österåker. Se agrupaban. Los monos hacían todo lo que podían para deshacer las bandas: Original Gánsters (OG), los Ángeles del Infierno, Bandidos, los yugoslavos, la Hermandad Wolfpack, los Fittja Boys. Los que quieras.

Muchos monos tenían miedo. Tiraban la toalla. Aceptaban el billete de mil que les daban disimuladamente en la cola del comedor, en el campo de fútbol, en el taller. La dirección de la cárcel intentaba mantener el control. Separar. Enviar a los miembros a otros centros. Pero ¿qué más daba? Las bandas estaban en otros centros de todas formas. Las líneas de demarcación claras: raza, suburbio, tipo de delito. Las bandas racistas no aguantaban. Los pesos pesados eran los Ángeles del Infierno, los Bandidos, los yugoslavos y OG. Organizados en el exterior. Trabajaban chungo. Las actividades claras: hacerse con una pasta por medio de múltiples trabajos delictivos y por lo tanto actividades compatibles.

Los mismos grupos eran los que mandaban tras los muros. En la actualidad, los teléfonos móviles en miniatura introducidos subrepticiamente hacían que fuera tan fácil como cambiar de canal con un mando a distancia. La sociedad podía rendirse directamente.

Jorge los evitaba. Sin embargo terminó por hacer amigos. Se las arregló. Encontró puntos de conexión comunes. Funcionó con los chilenos. Funcionó con los de la zona de Sollentuna. Funcionó con la mayoría de relaciones por la farla.

Se relacionaba con un latinoamericano mayor de Märsta, Rolando. El tío había llegado a Suecia en 1984. Sabía más sobre la farlopa que un gaucho de mierda de caballo, pero él personalmente no estaba enganchado a la farla. Le quedaban dos años por haber introducido en el país pasta de cocaína en botellas de champú. Como amigo, un buen tío. Jorge ya había oído hablar de él cuando vivía en Sollentuna. Lo mejor de todo: Rolando tenía contactos con los tíos de OG. Abría puertas. Proporcionaba privilegios. Le conseguía ventajas de la leche. Acceso a móviles, a maría, farla si uno tenía suerte, revistas porno, alcohol fermentado casero. Más pitos.

A Jorge le atraían las bandas. Pero también era consciente del peligro. Tú te atas. Tú te entregas. Tú les das tu confianza.
Ellos
te la juegan.

No se olvidaba de cómo le habían jodido. Los yugoslavos le habían entregado. Le habían llevado a juicio. Estaba encerrado por culpa de Radovan: el mayor cabronazo de todos los cabrones.

Con frecuencia se sentaban juntos en el comedor y hablaban en susurros. Él, Rolando y los demás latinoamericanos. Nada de español. Se corría el riesgo de que aquellos que estaban en bandas despertaran las sospechas de los suyos. Toda la cháchara que quieras con tus compatriotas y tan contentos; pero nada de que
ellos
no te entiendan.

Hoy: a falta de casi dos semanas para que el plan se pusiera en marcha, había que parecer tranquilo. Era imposible conseguir escapar totalmente por su cuenta pero ni siquiera Rolando sabía nada aún. Jorge tenía que averiguar primero si se podía confiar en él. Necesitaba ponerle a prueba de alguna manera. Comprobar lo segura que era verdaderamente su amistad.

Rolando: un tío que había elegido el camino más difícil. Para ser miembro de OG no bastaba con enormes alijos de farla. Tenías que partirle la cara a quien a tu jefe le pareciera que se lo estaba buscando. Rolando había cumplido con su parte: los tatuajes enlazados alrededor de las cicatrices de los nudillos hablaban claramente su agresivo idioma.

Rolando cogió una cucharada de arroz. Hablaba el sueco típico de los emigrantes con la boca llena:

—Mira, pasta tiene todas las ventajas frente al polvo normal. Es como producto intermedio, sin acabar. Uno está más arriba. Tú no tienes que trapichear con tíos en la calle. ¿O no? Haces negocios con gente más fácil. Tíos sin la policía detrás de su culo cada vez que dan un paso. Además, más fácil para enviar. No suelta el puto polvo y es más fácil esconder.

Aunque Jorge había oído todas las ideas medio retorcidas de Rolando, a esas alturas la cárcel era una escuela de primera. Jorge receptivo. Había aprendido. Escuchado. Sabía mucho cuando entró. Tras quince meses en Österåker conocía el sector por dentro y por fuera. J-boy: orgulloso de sí mismo. Conocía la importación desde Colombia vía Londres. Dónde comprar, los precios vigentes, cómo distribuir, qué intermediarios usar, dónde vender la mierda. Cómo cortarla sin que los yonquis notaran nada y cómo mezclarla sin que la gente de Stureplan
{7}
notara nada. Cómo empaquetar. A quién sobornar, a quién evitar, con quién llevarse bien. Uno de estos últimos: Radovan. Joder.

Other books

Taking on Twins by Carolyn Zane
The Perils of Command by David Donachie
Body Count by James Rouch
Seven for a Secret by Mary Reed, Eric Mayer
To Kiss a Thief by Susanna Craig